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BrújulaMi admirado Nicolás Maquiavelo, ¡gracias!

Mi admirado Nicolás Maquiavelo, ¡gracias!

No hace falta ser lector empedernido de periódicos y revistas para encontrarse con frecuencia algún artículo en el que se emplee la palabra “maquiavélico” para indicar que alguien actúa como un malvado retorcido para ganar lo que sea o, en definitiva, señalar a alguien indeseable. Y cada vez que encuentro uno de esos titulares, ya digo que, con notable frecuencia, los diablos de los bulos me llevan a la indignación.

En estos tiempos de bulos multiplicados ad infinitum, gracias al motor de las redes antisociales del ciber espacio, este bulo sobre Maquiavelo, que es uno de los más resistentes de toda la Historia, se expande más todavía… Hay varios bulos muy resistentes, como el que asegura que Medea mató a sus hijos, o que Ricardo III, el inglés, fue el asesino más desalmado de la monarquía británica, o que Felipe II, el nuestro, fue perverso y se comía niños y que mató a su propio hijo. Pero bueno, hay muchos y esos son otros bulos… Hoy voy con el que condena a la maldad a mi admirado y querido Nicolás Maquiavelo, de quien, si hubiera sido posible y yo hubiera nacido en su tiempo, me hubiera encantado ser amiga, o alumna, o siquiera vecina suya en San Casciano o en Florencia misma (igual le podría haber ayudado en alguna cosa… véase el final de este artículo).

A ver, por ejemplo, eso que se asegura frívolamente de que Maquiavelo dijo y defendió que “el fin justifica los medios” no aparece en ninguno de sus escritos. El bulo persistente que se mantiene tiene su origen, supongo, en un malentendido o más bien en un mal leído, o en un nunca leído, de El Príncipe, porque en casi todas las ediciones que se han hecho y se siguen haciendo de ese libro, se recogen sistemáticamente muchas notas a pie de página que son, la mayoría, los comentarios que escribió en su día Napoleón Bonaparte cuando leyó el libro la primera vez, cuando era un joven estudiante en la academia militar, y cuando lo siguió leyendo siendo ya emperador después de muchas campañas militares, y, bueno, en nuestro caso, esas notas a pie de página, son además la traducción del francés de esos comentarios napoleónicos. También comentó El Príncipe Cristina de Suecia, de forma bastante diferente a Napoleón.

Es uno de esos comentarios napoleónicos el que da pie al bulo sostenido en el tiempo sobre el fin y los medios. En el capítulo III de El Príncipe la nota a pie de página número 9 dice: “Poco me importa: el éxito justifica”. ¡Pero eso es lo que dice Napoleón!, no sé si cuando era joven o cuando ya era emperador, cuestión que poco importa. Lo que escribe Maquiavelo, que provoca ese comentario de Napoleón, es algo muy distinto. En ese capítulo III De principatibus mixtis (Los principados mixtos) Maquiavelo está analizando, para el príncipe que quiera serlo de ese lugar, lo que pasará si inicia su mandato en un principado mixto, es decir, que no sea un territorio nuevo sino uno que ya ha tenido príncipes antes. Y esto es lo que dice: “… su inestabilidad nace en primer lugar de una dificultad natural propia de todos los principados nuevos: que los hombres siempre están dispuestos a cambiar de señor, creyendo que así van a mejorar, y esta convicción les hace alzarse en armas contra él; aunque se engañan, porque luego comprueban por experiencia que han empeorado. Esto se debe a su vez a otra necesidad natural y ordinaria, que es que siempre se ofende a los nuevos súbditos, tanto con las armas como con los numerosos ultrajes que provoca la nueva adquisición (9). Debido a esto, siempre tendrás como enemigos a todos los que ofendiste cuando ocupaste el principado, y tampoco podrás conservar como amigos a los que te apoyaron, porque no puedes satisfacerlos como ellos esperaban; tampoco puedes emplear remedios enérgicos en su contra, puesto que estás en deuda con ellos (10), porque, aunque se tenga un ejército poderoso, para entrar en una región siempre hay que contar con el apoyo de sus habitantes. Por estas razones el rey de Francia Luis XII tardó muy poco en conquistar Milán, pero también tardó muy poco en perderla (11)…”.

Todo este párrafo es lo que provoca en Napoleón Bonaparte estos comentarios personales absolutistas que transcribo:

La nota 9: “Poco me importa: el éxito justifica”.

La nota 10: “¡Los bribones! Me dan a conocer cruelmente esta verdad. Si no lograra yo desembarazarme de su tiranía, me sacrificarían”.

La nota 11: “No me la hubieran quitado los austro-rusos, si yo hubiera permanecido allí, el año 1793”.

Napoleón nos muestra de qué va él en su loco afán de ser un nuevo Alejandro Magno y más aún que Alejandro. Pero fue precisamente por no estudiar bien lo que explica Maquiavelo (“para entrar en una región siempre hay que contar con el apoyo de sus habitantes”) por lo que acabó muriendo solo y despreciado en Elba, después de provocar miles y miles de muertos por toda Europa y grandes pérdidas y ruina además en España. Tanto mal provocó que yo particularmente solo veo una cosa positiva de él, en realidad un efecto indirecto, en concreto lo de llevar a Egipto, junto a miles de soldados que murieron luego de asco prácticamente abandonados, a un numeroso grupo de savants, sabios, que estudiaron el arte y la cultura de aquellas tierras y encontraron la piedra Roseta, lo que permitió, con tiempo e investigaciones posteriores, que pudiéramos leer el lenguaje jeroglífico.

Pero volvamos a mi admirado Maquiavelo. Es obvio, evidente, comprobado, es historia, vaya, que Maquiavelo escribe El Príncipe para Lorenzo de Médicis, con un propósito principal. Veamos. La república de Florencia, tan efímera, que él amaba y a la que sirvió con brillantez, había fracasado y había sido erradicada y sustituido su gobierno por los Médicis, y él, después de una dura pena de cárcel y de horribles torturas, y ya libre y fracasado en su casa de San Casciano, se dedicó a escribir, cosa que hizo con brillantez. Entre otras cosas varias obras de teatro, La mandrágora, La Celestina, y otras de mucho ingenio. Pero además buscaba poder hacer algo sobre otro de sus anhelos, aparte de la república, que era la unificación de Italia en una sola nación con epicentro en Florencia, algo que un príncipe Médici podría querer acometer. Por eso le dedica el libro al magnífico Lorenzo. Los Médicis no le hicieron ni caso. Al cabo del tiempo los Médicis se extinguieron y sin embargo el libro de Maquiavelo sigue vigente por su calidad, porque sigue de rabiosa actualidad, porque es un brillante, razonado y documentado, estudio y análisis de lo que puede pasar con el poder que se impone, aunque es un libro de su tiempo y estaba dirigido muy concretamente al que se atreviera a acometer una tarea tan ingente y difícil como unificar un país diverso y dividido. Por eso todo el libro pormenoriza lo que sucede si se hace de esta manera o de esta otra, en este lugar de estas características o en este otro que es de esta otra manera. Maquiavelo siempre concluye, con ejemplos de datos históricos estudiados en cada capítulo, lo que puede pasar en unos casos o en otros, para que el príncipe estudie la acción y sepa a qué ventajas o peligros se expone… Y a veces, no pocas, añade que hacer lo que favorece al pueblo frente a los poderosos, que el príncipe debe dominar, suele ser lo mejor para alcanzar el éxito, la prosperidad y la estabilidad.

El Príncipe es un puro y preciso análisis político basado en un conocimiento profundo de la historia, por eso nos sigue siendo útil su lectura, y por eso siguen publicándose continuas ediciones, en todos los idiomas. En mi opinión es preferible leerlo a seguir usando ese tópico maledicente que identifica lo maquiavélico con la maldad. Un puro bulo. En El Príncipe el malo es el lector Napoleón, no el analista escritor Maquiavelo… así es que si quieres decir malvado di “napoleónico”, no “maquiavélico”, que debería ser sinónimo de política (o persona) razonable, pensada, equilibrada y sopesada.

Por cierto que, como curiosidad, aprovecho para recordar aquí que, como conocedor y analizador de la historia, Maquiavelo pone como ejemplo de magnífico y eficaz gobernante a uno de nuestros reyes, Fernando de Aragón, el Católico, luego también rey de Castilla y de todo el territorio español una vez conquistada Granada. Lo hace al comienzo del capítulo XXI Quid principem deceat ut egregius habeatur (Qué debe hacer un príncipe para ser estimado). Dice así ese comienzo: “Nada da tanto prestigio a un príncipe como afrontar grandes empresas y dar de sí insólito ejemplo. En nuestros tiempos, tenemos al actual rey de España, Fernando de Aragón. Se le podría definir como un príncipe nuevo, porque de ser un rey débil, se ha convertido por fama y por gloria en el rey más importante de la cristiandad, y si consideráis sus acciones, encontraréis que todas ellas han sido grandísimas, y algunas incluso extraordinarias…”.

Sigue el texto recordando cómo hizo las cosas desde la conquista de Granada, porque indudablemente Fernando de Aragón era un ejemplo cercano, perfecto y práctico, para que Lorenzo de Médicis, el destinatario del libro, se fijara en ello y acometiera la unificación de Italia. No olvidemos que ese era el propósito de El Príncipe.

Y abundando en mi opinión, que considero que es la verdad, de que Nicolás Maquiavelo era una gran persona y un político honesto, además de muy inteligente, y un agudísimo analista, también quiero recordar otra cosa y es que en el mismo tiempo que escribe El Príncipe, con el propósito ya comentado, cuando se reponía en su casa de las torturas y la cárcel sufrida después del fracaso de la república, escribió otra cosa en la que sí nos habla explícitamente de sus propias preferencias políticas: Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Un magnífico tratado de ciencia política, su obra más ambiciosa, en la que comentando a Tito Livio y la historia de la república romana propone –sueña más bien yo diría– una futura república nueva, renacida. Dedica el libro no a un príncipe, sino a sus amigos republicanos, Machiavelli, Buendelmonti y Rucellai. Y cita esta obra, sin citarla, al comienzo de El Príncipe, cuando dice: “No voy a hablar de las repúblicas, porque ya lo hice ampliamente en otra ocasión”. Ambos tratados los elaboró entre 1513 y 1519 y ahí estamos, más de quinientos años después, admirando y aprendiendo de sus análisis políticos maquiavélicos, sí, es decir, muy de Maquiavelo, atinados, precisos, brillantes, útiles y profundamente políticos. La política es el arte que se refiere al gobierno de los estados, dice el diccionario. Evidentemente la política, como todas las artes, en todos los tiempos, cuenta con artistas magníficos, buenos, regulares, malos, muy malos y aterradores entre otros muchos y variados adjetivos. Yo a Maquiavelo le considero un magnífico político, y, por ponerle un pero, solo le pondría como falta el machismo que exhibe unas cuantas veces, cosa que no quiero perdonarle con la excusa esa de que en su tiempo era lo que imperaba, porque ahora también impera bastante, y sobre todo porque siendo tan listísimo como era, para sus análisis de la historia y la realidad, ese asunto no lo analizó y no debería haberlo pasado por alto. Aquí lo dejo.

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