El padre del conocido José Luis Coll (Cuenca, 1931-Madrid, 2007), Mario Coll, murió dejando viuda a una mujer joven, Angustias García Usón, y a dos hijos muy pequeños: Mario, el mayor, y José Luis. Renunciando, a la fuerza, a una vida confortable en Barcelona, pues Mario Coll era directivo de Campsa, la madre se tuvo que poner a trabajar de maestra en Carrascosa del Campo, pueblo situado entre Cuenca y Madrid. Al finalizar la guerra, ella tuvo que salir de España por sus ideas y ocupaciones izquierdistas. Se había casado con Salomón Helbert, un brigadista internacional; teniendo que huir a Argentina y establecerse allí, creando una nueva familia, teniendo dos hijos más, hasta la muerte de Franco. José Luis y su hermano han de quedar al cuidado de sus abuelos y tíos en Cuenca. Ellos eran, al contrario que la madre, una familia conservadora y católica. José Luis Coll comienza a trabajar en Abastos mientras colabora en el periódico conquense Ofensiva y, en un momento dado, se traslada a Madrid, ayudado por César González Ruano, a quien Coll había conocido en Cuenca, iniciando una carrera de éxito, como actor y humorista, trabajando en el cine, en la radio y en la televisión. Fue también notable escritor.
Sus años infantiles transcurridos en Cuenca los narra en su libro El hermano bastardo de Dios. Libro que muy bien despliega una escritura candorosa, imitando el lógico e imparcial pensamiento de un niño. Niño que quiere saber todo. Le pregunta a su abuelo por el significado de palabras que dicen sus amigos; ¿qué es joder?, llevándose una hostia del abuelo; ¿qué es hacerse una paja?: otra hostia. “El que lea esta novela de Coll –escribe Gonzalo Torrente Ballester en un magnífico y muy elocuente prólogo- puede quizá comprender cómo se forja una personalidad individual, cómo han colaborado en ella la historia y el dolor.”
José Luis Coll describe Cuenca de maravilla, las hoces, los ríos, predilectos rincones; ellos que vivían en la parte antigua, la auténticamente conquense, según afirma. La rancia burguesía de Carretería para Pepe Luis es postiza. Cuando estalla la guerra, la nuestra, encuadrada en las desorbitadas guerras civiles, las describe como “las más inciviles de todas las guerras. Ya no hay amigos, sino sospechosos. Los parientes se disocian en ricos y pobres; en creyentes o ateos; en leales o traidores. Gentes que poco antes te ofrecen generosamente su aprecio y cariño, te dan poco después el beso de Judas. Las tormentas son más oscuras y lo que llueve no es agua, sino miedo.” La radical oposición, rigidez, tiranía, en definitiva, de una descomedida guerra civil.
La familia, en la Cuenca republicana, escondía en el trastero una maleta llena de objetos religiosos. Ya en la posguerra, reinando el vergonzante y afrentoso nacional-catolicismo, Coll examina el ambiente hipócrita al que la ciudad se ha volcado: “El momento que esperábamos con verdadera ansiedad estaba en las mañanas de los domingos, especialmente durante la misa de doce, que es a la que acudían los más limpios por dentro y por fuera. Venerables caballeros con traje purificado, a cuyo brazo iba cosida la sumisa esposa. El domingo que, por turno, no me correspondía ayudar en la misa de doce, me dedicaba a observar a la comparsa. Mujeres tocadas con velos o pañuelos –el caso era estar tocadas- manejaban sus misales con más destreza que un tahúr su baraja.” Transcribe graciosas pintadas republicanas que aún pervivían, escritas al carbón, en los sótanos de la iglesia de Santa Cruz; una de ellas: “LOS SANTOS SON MARICONES”.
Angustias García Usón escribió el libro de memorias Años para no olvidar después de acabada la dictadura y ya de nuevo en España. Lo escribió a instancias de su hija María Teresa. Ahora ha sido publicado por la editorial Qurtuba, cuyo director es el sobrino de Angustias, Pablo Schmilovich. Ella siempre fue una mujer distinguida. Y su sentido social siempre afloró en ella. La maestra de Carrascosa visitaba a las niñas pobres, cuando faltaban a la escuela, en los barrios pobres, reaccionando con sus reproches los notorios del pueblo, especialmente el boticario. Daba clases a los campesinos analfabetos en la Casa del Pueblo, recibiendo la crítica de los capitostes, aconsejándole que mejor no les enseñase, pues manteniéndose analfabetos no pretenderían mejoras monetarias. En Carrascosa comenzó a adentrarse en el Partido Comunista, relaciones que incrementaría en Madrid, adonde acudía a estudiar Humanidades. La escritora conquense Luz González Rubio, la mejor conocedora de las mujeres sobresalientes de Cuenca, afirma que esta autobiografía “es un interesante testimonio de la vida de Carrascosa del Campo en aquellos años previos a la guerra”, es decir, en la difícil España rural de la época.
Angustias iba tan atildada y cuidadosa en su atuendo, acompañando su lucido porte, que este solo hecho la salvó de ser detenida en Segovia, donde le sorprendió el golpe de julio del 36; la ciudad, de inmediato, tomada por los nacionales. Pasaba por ser una señora afín al Movimiento. Y por ello los facinerosos falangistas no se atrevían a pararla y requerirle documentación, cuando en verdad en su cartera había carnés que la hubiesen delatado. Logró huir de Segovia a Francia volviendo por Barcelona y acercándose a Cuenca para ver a su familia. Intentó retomar su profesión de maestra, pero los dirigentes comunistas le aconsejaron, sabiendo lo competente que era, que se dedicase a tareas más altas. Dirigió la organización de las colonias infantiles destinadas a dar cobijo a los hijos de los combatientes. Trabajó con un equipo de mujeres muy abnegadas. “Las memorias de Angustias –escribe la mencionada Luz González Rubio- también son una muestra de la situación de la mujer en esta época y también de la solidaridad entre mujeres que se ayudan para progresar profesionalmente.”
El tiempo va avanzando y la República se va dañando con poca posibilidad de cura. Allí donde el gobierno se trasladaba, se desplaza a su vez Angustias García Usón, inspeccionando frecuentemente las unidades adscritas a su trabajo. Conoce a Salomón, que pronto va a ser su marido, un brigadista internacional con el nombre de guerra de Carlos. El gobierno de Negrín decide que los brigadistas ya no pueden permanecer en España, por lo tanto Salomón-Carlos tiene que regresar a Argentina. Angustias, desde ese momento, se ocupa de controlar y supervisar a las mujeres de los brigadistas, mayormente españolas. Ella trata con muchos extranjeros y con varios personajes altamente intelectuales, como Alberti y su mujer, María Teresa León, Pablo Neruda, Miguel Hernández, Juan Chabás; además de Pasionaria y otros renombrados políticos. En esta época de la guerra, Angustias vive bien, debido a sus acreditados cargos públicos. Reside en palacios requisados, se le proporciona buena dieta, y los contactos con compañeros y personalidades son muy fructíferos.
Al final de la guerra, se queda embarazada, su economía mengua considerablemente, y tiene que salir de España, viviendo en diferentes lugares franceses con estrechez. Podría haber cogido el vapor Winnipeg con destino a Chile, que este país ofreció a los refugiados españoles. Pero nació su hija María Teresa y, durante el proceso del parto, el Winnipeg partió, quedándose Angustias en tierra. Tuvo la suerte de tomar plaza en el Campana, que salía del puerto de Marsella. Eso sí, tenía que pagarse ella el pasaje. Pablo Neruda le dio lo que le faltaba y al cabo de un mes desembarcó en Argentina encontrándose con su marido. Cuatro décadas residió en Hispanoamérica, dedicando a relacionarse con importantes editoriales donde publicó valiosas colecciones de literatura infantil como autora y traductora. Es una mujer bastante desconocida pero que su labor guarda una gran valía. Se dedicó al tema de los niños con una ejecución escrupulosa, resultando muy acreditada. Esperemos el gran reconocimiento que se merece y que este libro ayude a lograrlo.