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Mientras tantoLa voluntad del pintor Frederik Takkenberg

La voluntad del pintor Frederik Takkenberg


Frederik Takkenberg

Cuando me alojé por primera vez en la hospedería del monasterio carmelita Desierto de San José, en Las Batuecas (Salamanca, lindantes con las cacereñas Hurdes), oí decir que allí había un fraile, un hermano seglar, no sacerdote, que estuvo casado y tenía una hija. No logré acertar saber quién era de entre el escaso número que hacía presencia en los oficios. Cuando esta pasada Navidad repetí la visita, no recordaba ya este dato al iniciar mi estancia. Fue mi amigo, el escritor pluridisciplinar Santiago Sastre, toledano, quien me dijo que un hijo de la fotógrafa Renata Takkenberg era fraile carmelita y residía donde yo estaba. Y me envió una foto, en la que Frederik posa junto a su madre. Yo, con Renata, prestigiosa artista, a la que ahora van a nombrar Hija Adoptiva de Toledo, no tengo trato, pero la he visto en algunas ocasiones, coincidiendo ambos en algún acto cultural celebrado en Toledo. Quizá hayamos conversado brevemente, no lo recuerdo. Al saber la noticia, enseguida saludé a Frederik, dándome a conocer, conformando ambos un buen gesto de cordialidad; en principio, sin más.

Frederik Takkenberg en la ermita que constituye su alojamiento en el Desierto de San José de Batuecas

Él es un hombre alto, corpulento, con clara pinta de extranjero, que camina casi descalzo, calzando unas sandalias muy finas, compuestas de una delgada suela y unas cuerdecillas. Cuando hay que cantar algo, en los oficios o en la misa, él destaca; y no es que tenga una voz muy estudiada, pero su tono y su vocalización son muy correctos. En el trasiego y los comentarios que los huéspedes intercambiamos, también llegué a enterarme de que cuando libra la cocinera, excelente cocinera, cocina Frederik, asimismo buen cocinero. En el día primero de enero, para el postre de la comida de Año Nuevo, además de los elegantes canapés que él había preparado, nos obsequió con unas deliciosas peras asadas; en el fondo de la bandeja, gustosas natillas salpicadas de arándonos rojos. En una de las entradas del diario que yo iba publicando día tras día en el Desierto de San José de Las Batuecas, lo mencioné. Una mañana nos cruzamos y me dio las gracias con simpatía.

Henry Takkenberg, hermano de Frederik

Fray Frederik de María, que así se llama dentro de la orden, es persona sencilla, amable, accesible. Pero antes de entregarse a Dios como carmelita descalzo, tuvo una vida muy rica y muy intensa. Hijo de Frits Takkenberg, holandés, y de Renata Takkenberg-Kronh, alemana. Su padre fue miembro de la junta directiva de la importante empresa Holland Chemical International, y su madre, que reside en Toledo, es una prestigiosa fotógrafa. Él se casó con una cantante de ópera, y su hija tiene 30 años. Cuando se divorció, empezó a interesarse por el mundo eclesial, adaptándose a su fe en Dios. Vivió un tiempo donde su madre, en Toledo, y, como él mismo dice, la cantidad de templos y vida religiosa de Toledo acabó de moverlo. Con su exmujer mantiene un trato muy afectuoso. Él confiesa que ahora son muy amigos. Es la pega que tienen las ataduras del matrimonio; cuando uno deja de estar casado se libera y, como en el caso de Frederik, puede darse un total entendimiento, redimiendo el mal rollo de cuando cónyuges, en la antigua pareja. Frederik Takkenberg está muy difundido en Internet. En varias entrevistas cuenta con claridad su conversión. “El amor lo transforma todo”, escribe precisamente el colosal escritor universal, que fue monje cisterciense, Thomas Merton. Frederik Takkenberg vivía plenamente la vida de un artista, un laborioso artista. Es un ser cosmopolita y políglota; domina el neerlandés, el inglés, el francés, el alemán y el español, que lo habla perfectamente. En una de sus entrevistas (actuó como uno de los religiosos en la película Libres) confiesa que la fe cree que le llegó por el dolor familiar sufrido: su padre se suicidó, también su suegro y un hermano, Henry Takkenberg, que fue músico. Se suicidó en Madrid, en 2006, con 39 años. Compuso música publicitaria, rock, música electrónica y música de cine. Usó su voz, la flauta, el saxofón, la guitarra. Actuó en el Womad, de la mano de Peter Gabriel. Colaboró con Paco de Lucía y Eduardo Paniagua. Formó parte del grupo español Chambao.

Frederik Takkenberg pintando
Frederik Takkenberg, Puente de San Martín, Toledo. Fotografía

Como vemos, el entorno de Frederik Takkenberg es altamente artístico. Perteneció, volcado en plenitud, al mundo del arte. Nacido en Bogotá, vivió en Nueva York, en París, en Roma, en Londres, en Madrid. Grandes ciudades. Grandes ambientes artísticos. Es diseñador (el que adorna la iglesia en Las Batuecas en las fiestas solemnes), fotógrafo y, sobre todo, pintor. Sus obras abstractas muestran una alegría, un desenfado del color; entrega entera a los pigmentos puros. En sus obras figurativas penetra el sentido religioso, las vírgenes, los diseños que hace para el convento. El río Tajo, a su paso por Toledo, se canta fervientemente en su obra, tanto en las pinturas como en las fotografías. Frederik es un perfecto fraile carmelita. Lleva colgado en su rosario una crucecita con la que se encariñó cuando era niño. Por la mañana realiza el labora, como todos sus compañeros, que son, únicamente, otros seis; al más viejo lo he visto podando en las primeras horas del día. Por la tarde están presentes los oficios, pero el fraile se puede dedicar a lo que quiera, a lo que le guste. Su personalidad, digamos su pose, es la de un artista; una actitud interior a la que no puede renunciar, no vanidosa. Tomemos otra cita de Thomas Merton: “Mi trabajo es mi ermita”. Aquí el monje-escritor, o viceversa: escritor-monje, se refiere a su escritura, que es “lo que más me ayuda a ser contemplativo y solitario”. La frase preferida que Frederik enuncia de Cristo –no abusa, sin embargo, de la mención del Hijo-Dios- es “Amaos los unos a los otros…”. Éste es el ideal que una persona espiritual puede exigir del mundo, siempre tan complicado: la Paz. Frederik une la religión del arte (que es otra religión, ¡si lo sabremos muchos!) con la, fervorosamente sentida, fe cristiana.

Frederik Takkenberg laborando con el tractor

El problema, a mi juicio –y esto es un problema exclusivamente mío si quisiera hacer como Frederik; yo, un escritor, con vocación activa, pensando en retirarme del tráfago mundano-, el problema consiste en aferrarse a una religión. Si esta vida en un monasterio pudiese ser laica… No de yoga, u otras sandeces, sino laica, de puro esfuerzo mental ideológicamente neutro, sólo espiritual, no eclesiástico, sin dioses, o con dioses muy comprensivos. Una corriente nada más que alentadora del fructífero desarrollo de la Naturaleza, animada por pacíficos y amorosos espíritus que podríamos considerar dioses. La división de las religiones, el haber muchas religiones, siempre, a mi modo de pensar, es pernicioso. ¿Hay que luchar para vencer creyendo que nuestro dios es el verdadero? Buda es un buen modelo. Cristo también lo es. Pero para ser de Cristo hay que ser católico o protestante. Y ése es el problema: aceptar unos dogmas, férreas leyes religiosas conformadas por hombres, por hombres con inmenso poder (en ocasiones muy malévolos, aunque usen la birreta), a los que yo no apruebo. El filósofo Sören Kierkegaard, precursor del existencialismo, era muy religioso; él pensaba de todas las acciones del hombre se deben remitir, en último término, a Dios; mas estaba en contra de la institución y combatió a la iglesia luterana danesa de su tiempo. Kierkegaard sostenía tajantemente que “el cristianismo es el individuo, el propio individuo.”  Si bien yo considero que, de momento,  no hay otra manera de vivir una vida reglamentada, de paz, cimentada en textos de vanagloria y agradecimiento, benefactoramente ordenada y provechosa como la de los monasterios cristianos; esto en cuanto a Occidente, que es nuestra civilización. Si uno al final de una vida ricamente mundana, creativa, se decide por el retiro, por el silencio, ¿se ha de adoptar un poco la postura de un San Manuel Bueno Mártir?

Fray Frederik de María con su madre, Renata Takkenberg-Krohn

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