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BrújulaDuelo por una voz sin eco

Duelo por una voz sin eco

Ayer habría escrito Mabel Salido es poeta. Hoy tengo que escribir que lo fue. La muerte se la ha llevado de sopetón, como ella deseaba. Vivió setenta años, las siete décadas que según los griegos constituyen el plazo natural de la existencia humana. Gozó con fruición de la vida y con la misma intensidad la sufrió. En su juventud, rodeada de amigos que la querían y admiraban, brilló con la luz fuerte de un cometa que se acerca a la Tierra; luego, debido a las circunstancias, unas sobrevenidas, otras provocadas por ella misma, se fue apartando de todos y la luz se apagó. No pretendo usurpar el puesto a Osiris y hacer cuentas con sus virtudes y sus defectos, hoy sólo quiero dejar constancia de que esa luz que se le escapó de las manos la conservó hasta el final en su poesía. Poeta solitaria, sin eco de ninguna clase porque le tocó vivir el destino de Casandra y los abrazos de las serpientes de Laocoonte, publicó cinco libros en los que peleó a brazo partido con la amargura y el desvalimiento. He escogido de cada uno de ellos un poema para hacer un ramo que colocar sobre su tumba y compartir con el lector su memoria. Sit tibi terra levis.

 

De la frescura cierta

No escribas hoy:
deja que la mañana
vaya entrando indolente
por esa esquina abierta
de la ventana al mar.

Querrías para ti
la claridad sin sombra
con que ellos, los poetas,
te desvelan;
pero los días te entregan,
tal como vas prendida
de la noche y sus vuelos,
una voz ávida,
consumida de un trago
como un vaso de agua en la resaca.

De noche los poetas me dan
el agua fresca
de la verdad intacta,
donde se abre el misterio
del don de la belleza:
han dicho todo
lo que haya que decir esta mañana.

(Las estaciones, 2009)

 

Autorretrato

Algunos días soy fácilmente yo,
como una sola, con la andadura,
el porte y la figura que se esperan
en esta ciudad áspera.

Otros mucho me adentro
en yoes laberínticos
que reverberan con la luz de los otros,
se cruzan, danzarines,
y parecen funámbulos
para la diversión de asustadizos,
pegados a las faldas de la madre,
al campanario, al terruño animal.

Y envolviéndolos todos
la columna de humo
de un cigarro perenne,
la flor tóxica
que acarician mis dedos
y deshoja mis días,
frente a los que cultivan
una salud perfecta
que los entregue intactos a la muerte.

Ese humo, soplo de Prometeo,
me hace reo del águila
que pica mi pulmón
solo lo inevitable
para dejarme
voz de cante de fragua,
hondo, de martinete.

A picotazos, las chispas de ese fuego
despliegan voces múltiples
unas dentro de otras
como en una matriuska.

Se descubre la última,
desmemoria maciza
que se burla, implacable,
de los oyes envueltos
en voluntad de tiempo, de palabras,
de humo: ¿Quién soy, cómo me llamo?

(La piel del tiempo, 2010)

 

La caída

Caí como una piedra en pozo seco.
Mi cabeza sonó como un martillo
que golpea
en un suelo de mármol.
Cuando me incorporé
un riachuelo de sangre
me recorrió la espalda.
Miré el suelo encharcado
y caí hacia delante, muñeco bobo,
hasta dar con la frente
con algo duro, hiriente,
y mi cabeza se elevó como un globo …
Y entonces lo vi todo,
o mejor, lo pensé
como alguien que no siente
ni padece,
ausente de su suerte,
y en un vuelo pasó
rozándome la muerte
como si un pajarito acariciara
el borde de una fuente,
leve, graciosamente,
con un tierno gorjeo.

(Cuaderno del tiempo liberado, 2018)

 

La voz del poeta antiguo

¿Cómo salía al encuentro
de la delicia limpia de su verso
el poeta antiguo?
¿Enlazaba en su estilo
el aire de los dioses?
¿Reunía en cantos
de cadencia ondulante
historias que había oído
de niño en la plazuela?

¡Quién fuera ahora, de nuevo,
poeta antiguo!
Elaborar lo que no tiene tiempo
en formas virginales;
mover pueblos enteros
como grandes autócratas;
crear el mundo
o cultivar su huerto
retirado de azares.

Pero a mí no me toca
ese modo de hallazgo.
No salen a mi encuentro
los versos de plazuela
ni tengo un huerto
grato que cultivar
sino una sombra
larga, de atardecer,
que pesa, a veces,
me demora
y me invita a yacer
a deshora, en medio del camino,
como muerta.

(El cuaderno griego, 2022)

 

Luna de febrero

Siento que me sostiene
en este mundo, pese al grito y la furia,
amor profundo
a la vida que fluye
lujuriosa, y en mi medida, eterna.

Ahora, cuando soy vieja,
y no añoro los años
de la novedad plena
cuando amaba el amor, paseos luminosos
como los de este invierno
me hacen vibrar de gozo.

La luna de febrero
colmó anoche un antojo
de que se abriera un ojo
en la ventana
que me viera mirar
con alborozo un mundo
aún obediente
a coordenadas
que dibuja el amor
entre los que contienden,
pues muerte es la otra cara
de la moneda al aire
cuya caída difieren
los que no esperan nada.

Clara es la luz del alba
cuando el amor reposa
en los sueños del alma.

(Senectud, 2023)

Todos los libros citados fueron publicados por la editorial Edinexus.

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