El domingo 17 de febrero una marea popular de más de 100.000 personas, hasta entonces la mayor de los últimos dieciséis años, tomó el monumental centro de Sofía y el de decenas de otras ciudades de toda Bulgaria. En un gesto poco común en el país balcánico, distintas asociaciones coordinaron una acción conjunta para protestar en contra de la privatización del sector energético, la corrupción y la falta de representación política. Si bien es verdad que en un principio el incontrolado aumento de la factura de la electricidad provocó la ola de demandas y la controversia que rápidamente se fue extendiendo por todo el país, el descontento popular viene de atrás y en determinados casos tiene raíces bastantes profundas.
Como muchos de ellos mismos reconocen, “el búlgaro es un pueblo dócil”. No está acostumbrado a salir a la calle para protestar masivamente. “¡A veces ni siquiera sabemos por qué y para qué hacerlo!”, me confiesa en un ataque de rabiosa sinceridad Georgi, un joven ecologista en paro que lleva días participando de las protestas. Desde que cayera el régimen comunista, hace veintitrés años, los búlgaros han sido alienados casi por completo del proceso político al tiempo que han sido testigos de la corrupción generalizada y de su propio empobrecimiento.
A este respecto, Manuel Roblizo, doctor en Ciencias Políticas por la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia) y profesor de Sociología de la Universidad de Castilla–La Mancha, cuenta en su libro Bulgaria: Cambio social y transición a la democracia, cómo antes y durante la transición a la economía de mercado, en Bulgaria no existían prácticamente organizaciones de oposición al régimen o al partido gobernante. “Inicialmente este hecho puede entenderse a base de dos realidades: de un lado, el propio marco político-institucional plenamente limitador de las potencialidades organizativas y expresivas de discrepancias que pudieran surgir en la sociedad. De otro lado, el menor nivel de rechazo del régimen comunista recogido en Bulgaria en comparación con el conjunto del área”.
Casi un cuarto de siglo ha pasado y, aunque todavía es muy pronto, parece que algo nuevo está brotando. “Todo es aún un poco caótico y los intereses son muy diferentes pero, poco a poco, la sociedad civil empieza con entusiasmo a coordinarse y a cristalizar propuestas comunes”, me comenta Kadrinka en medio del bullicio. Kadrinka Kadrinova es una reconocida periodista búlgara, editora del semanario político Tema y presidenta de la Asociación Búlgara de Periodistas Hispanohablantes. A pesar de la magnitud de estas protestas, en los últimos veintitrés años, Kadrinka ha sido testigo de otras dos grandes movilizaciones ciudadanas. A su juicio, no obstante, ésta que ahora estamos viviendo tiene ciertos matices que la hacen diferente a las anteriores.
—¿A qué matices te refieres?, le pregunto.
—Antes las protestas estaban más orientadas a lo ecológico, cierre de fábricas, etcétera. Las protestas de ahora son muy concretas, están llenas de un contenido claramente antimonopolista y, en general, están en contra de la pobreza y de las injusticias acumuladas en el país durante los años siguientes a la transición.
En lo que respecta al detonante del despertar actual, es decir, las empresas responsables de la distribución de la electricidad, éstas fueron privatizadas en 2005 y luego vendidas en condiciones muy favorables a tres compañías extranjeras –la austríaca EVN y las checas Pro-Energo y CEZ– que, en la práctica, funcionan como monopolios en cada una de las tres regiones en que se divide el mercado de distribución de energía en Bulgaria. Este hecho, unido a la ineficaz protección y regulación estatal y a la falta de transparencia en la formación de los precios por parte la Empresa Nacional de Electricidad (NEC), ha colocado en una situación de desventaja y vulnerabilidad al ciudadano. Les están cobrando lo que quieren y más.
Si a esto le añadimos las políticas de austeridad que han imperado en los últimos tres años, con la congelación de unos sueldos públicos que escasamente superan de media los 700 levas (unos 350 euros) y unas pensiones que oscilan entre los 150 y los 250 levas (75 y 125 euros), el resultado es un deterioro extremo en las condiciones de vida de una buena parte de la sociedad búlgara. Empezaron a ser habituales los casos de ancianos haciendo colecta o rebuscando entre las basuras porque la pensión no les alcanza para pagar siquiera las facturas de la luz y el gas y de familias que tienen que hacer malabares presupuestarios para llegar a fin de mes atendiendo únicamente a sus necesidades básicas.
Antes de que en el mes de febrero la gente estallara ante tal abuso, el ambiente estaba ya caldeado. Desde el pasado noviembre distintas movilizaciones ciudadanas a lo largo del país –la mayoría de ellas englobadas en un marco anti-privatización– encendieron la mecha de las protestas en contra del gobierno de centro-derecha del ya ex primer ministro Boiko Borisov. Por entonces, Borisov y el presidente de la República, Rosen Plevneliev, no solo restaban importancia a las demandas sino que se vanagloriaban de las obras llevadas a cabo en el área de las infraestructuras y la estabilidad macroeconómica alcanzada por su gobierno –déficit menor al 2% y una deuda del 16% del PIB–.
Sin embargo, a raíz de la masiva respuesta ciudadana del pasado domingo 17 de febrero, el líder del partido Ciudadanos por el Desarrollo Europeo de Bulgaria (GERB) no tuvo más remedio que recular y mostrar interés por las reclamaciones populares. Las reacciones de Borisov, la mayoría de ellas improvisadas y contradictorias, dejaron en evidencia la verdadera profundidad de la crisis política y económica del país y la fractura dentro del propio GERB.
Por ejemplo, Borisov garantizó a los productores de cereales el pago del subsidio a finales de febrero con el fin de apaciguar unas protestas que, si bien fueron eclipsadas por el clamor popular en torno a la factura de energía, venían sucediéndose desde diciembre. Esta promesa se encontró con la resistencia inesperada del ministro de Finanzas, Simion Dyankov, un joven economista procedente del Banco Mundial que llegó en 2009 al gobierno de la mano de Borisov. Dyankov declaró que era imposible pagar los subsidios antes de abril ante la falta de recursos en caja. Estas afirmaciones dejaron a Borisov en una posición comprometida y le llevaron a forzar la dimisión del propio Dyankov el lunes 18 de febrero. Paradójicamente, en el año 2010, ante el acoso de la oposición pidiendo la destitución del ministro, Borisov dejaba claro que “la renuncia de Dyankov significaría la derrota del gobierno en su conjunto. Bulgaria tiene buenas calificaciones y la salida del ministro supondría un pésimo mensaje de inestabilidad para los inversores”. Dicho y hecho.
No obstante, al día siguiente, el martes 19 de febrero, en otro intento desesperado por calmar los ánimos, el entonces primer ministro volvió a tirar de repertorio populista y, lejos de presentar su renuncia, dio una rueda de prensa en la que mostró públicamente su apoyo a los manifestantes y presentó un programa de siete puntos a través del cual “recomendaba” la cancelación del incremento del 13% de la electricidad aprobado en agosto de 2012 y un descenso adicional del 8% –las medidas debían ser refrendadas por la Comisión Estatal de Regulación de Agua y Energía (DKVER)–. Además, el plan presentado incluía el compromiso de realizar una investigación a las empresas extranjeras con su consecuente depuración de responsabilidades. Así, la desclasificación de los contratos con las empresas distribuidoras de la energía fue acompañada por la promesa de sanciones a las tres compañías y la pérdida instantánea de la licencia por parte de la checa CEZ.
En un principio este paquete de medidas fue avalado por una pequeña parte de los manifestantes quienes, por medio de su autoproclamada representante, Daniela Pelovska, apoyaron “la rápida reacción del gobierno” y culparon de la actual situación a todo el sistema político de los últimos veintitrés años. Tal y como se estaban desarrollando los acontecimientos, esta declaración pública suponía un poco de aire fresco para Borisov y le devolvía por un tiempo la imagen conciliadora y paternal que se forjó años atrás. Poco después se supo que Pelovska, más allá de su antigua militancia en el partido del ex tsar Simeón II, tiene una hija que trabaja para las autoridades locales de Sofia, donde el GERB de Borisov es el partido en el poder.
A pesar de todo ello, ya era tarde. Las protestas continuaron a toda velocidad y se impregnaron de un cariz distinto. Pasaron de reclamar la bajada en la tarifa energética y el fin de los monopolios a exigir directamente la dimisión del gobierno y la regeneración del sistema político. Durante las manifestaciones de la noche del martes, y por segundo día consecutivo, fuimos testigos de varios episodios de provocación y violencia entre la policía y una parte de los miles de manifestantes, gran parte de ellos jóvenes vinculados a grupos nacionalistas de extrema derecha. Se paró el tráfico en algunos puntos del centro de la capital, se quemaron contenedores y se lanzaron objetos a los antidisturbios que respondieron cortando el paso en los alrededores del Parlamento y golpeando a diestro y siniestro. El saldo fue más de 20 detenidos, una decena de heridos y cuantiosos daños materiales.
Al día siguiente, el miércoles 20 de febrero, Boiko Borisov anunciaba ante el Parlamento la dimisión en bloque de su gobierno debido a los disturbios del día anterior. En un gesto inédito y ante la sorpresa de todo el mundo, Borisov adelantaba también que ni él ni nadie de su partido formarían parte del gobierno provisional que se constituyera hasta la celebración de nuevas elecciones. “No voy a participar en un gobierno bajo cuyo mandato la policía está golpeando al pueblo”, declaró Borisov en el Parlamento tras anunciar su marcha.
Lo que no dijo en ese momento, pero si recogieron más tarde los medios de comunicación, es que, ese mismo día, el organismo regulador de la energía en Bulgaria (DKEVR) parecía dar marcha atrás en algunas de las promesas lanzadas el día anterior por Borisov. Entre ellas estaban la de bajar los precios de la energía eléctrica y la revocación de la licencia de la compañía checa CEZ. Una persona de dentro de CEZ lo confirmaba.
—Por ahora todavía estamos trabajando, aún no nos han quitado la licencia.
—¿A qué vino entonces la promesa de Boiko Borisov de revocar la licencia al día siguiente?, le pregunto.
—No lo sé. Lo que sí es cierto es que el DKEVR nos ha dado de margen hasta abril. Entonces veremos qué pasa. No se puede quitar la licencia de un día para otro, necesitan un par de meses para investigar esas supuestas irregularidades.
—He leído que el año pasado le fue retirada a CEZ la licencia en Albania por un asunto parecido…
—Sí, en diciembre creo, pero no lo recuerdo.
Sea como fuere, este anuncio de dimisión ha dividido a la gente al tiempo que ha sumido al país en la incertidumbre. Durante el mismo miércoles y el jueves 21 de febrero, en la oficina o en la parada del autobús, los corros de gente comentando la noticia eran inevitables e ineludibles. Estaban los que, de un lado, hace mucho tiempo que perdieron la fe en los políticos y ven su renuncia como una forma de quitarse de en medio y eludir responsabilidades. De otro lado, estaban los que, haciendo un repaso de las alternativas políticas al GERB y al propio Boiko Borisov, acababan viendo a éste como un mal menor. Es el caso de Gergana, que, por mucho que lo intenta, no consigue dejar de ser pesimista al pensar en el escenario político y social.
—A pesar de las próximas elecciones no veo una salida a esta crisis política, me comenta cabizbaja Gergana.
—¿Qué te parece la dimisión de Boiko?
—En mi opinión no debía haber dimitido porque ahora no habrá un gobierno que pueda gestionar las demandas y éstas se enfriarán. Además somos muchos los que no queremos un gobierno en el que participe cualquiera de las otras dos fuerzas políticas más votadas, los socialistas (BSP) y el partido de la minoría turca (DPS).
—Y, ¿qué me dices de la gente que continúa saliendo a la calle a protestar?
—Ahora son muchos los que reclaman un cambio en los valores del sistema político, pero me temo que en los próximos meses no veremos muchas soluciones.
Otros, como Genoveva, ven algo más en el asunto.
—La gente no ve alternativas a Boiko, primero porque no las hay y segundo porque, dadas las circunstancias en que llegó al poder en 2009 y la cultura política del pueblo, se convirtió en un tipo querido y hasta necesario.
—¿A qué te refieres con lo de necesario?, le pregunto mientras nos sirven un tercio de cerveza Shumensko.
—Con el paso del tiempo Boiko se ha ganado fama y aureola de hombre fuerte y pacificador que lucha contra la corrupción y vela por su gente.
—¡Una especie de superhéroe a la búlgara!, le comento sarcásticamente.
—Sí, algo así. Exkarateka, exalcalde de Sofía, ex adjunto del ministro del Interior encargado de combatir el crimen organizado, etcétera.
Con todo, el presidente de la República, Rosen Plevneliev, también del GERB, que hasta la renuncia del gobierno supo emanciparse de Borisov y mantenerse un tanto al margen de los acontecimientos que salpicaban a su partido, se tornó en un actor vital y de gran responsabilidad en el devenir político. Si nada extraño ocurre convocará elecciones anticipadas para el próximo mes de mayo y formará un gabinete provisional hasta que llegue el día de los nuevos comicios. Mientras tanto, durante los siguientes días, las manifestaciones se sucedieron a una escala mucho más pequeña hasta la gran movilización del domingo 24 de febrero.
Al igual que sucediera una semana antes, unas 150.000 personas de distintas edades, orígenes e ideologías salieron en masa a la calle en treinta ciudades de toda Bulgaria para protestar por las políticas de austeridad, los monopolios y la corrupción política que azotan al país balcánico. En la capital, Sofía, alrededor de 30.000 personas asistieron de nuevo a la manifestación convocada por los diversos colectivos sociales que un día antes se reunieron en la ciudad de Sliven para marcar las pautas conjuntas a seguir.
A eso del mediodía me encuentro con Kiril frente a la Universidad San Clemente de Ohrid de Sofía, un imponente edificio que comprende una esquina y buena parte del cruce entre el bulevar Vassil Levski y el principio de la avenida Tsarigradsko Shose. Kiril Avramov es un joven politólogo y profesor de Ciencias Políticas en la Nueva Universidad de Bulgaria que, a pesar del constipado y las inclemencias del tiempo, no quiere perderse esta segunda jornada de protestas masivas a escala nacional. La marcha ya ha comenzado y el grueso de los manifestantes se dirige con paso ligero a la sede de la presidencia. Vamos detrás de ellos. Una vez allí y tras tirar unas fotos, pregunto a Kiril sobre los acontecimientos de la última semana.
—En mi opinión Boiko Borisov ha presentado su dimisión con el fin de salvaguardar el poco crédito que le quedaba de cara a sus no incondicionales y, de paso, proteger a su partido ante las próximas elecciones. Sin duda todo forma parte de una estrategia electoral.
Media hora más tarde, la gente, ataviada con banderas y pancartas de todo tipo, avanza de nuevo por la adoquinada y abarrotada calle Tsar Osvoboditel. Durante un tramo la aglomeración resulta agobiante. De nuevo, entre la multitud, me encuentro con Kadrinka.
—Como puedes ver, el problema no eran las cuentas de electricidad, éstas solamente fueron la gota que colmó el vaso, me comenta nada más saludarla.
—Sí, pero, después de la dimisión del gobierno el miércoles lo que muchos se preguntan y otros critican es: ¿por qué protestan todavía?
—La gente se ha cansado de la clase política, sea del color que sea; no tiene fe en ella. Además los niveles de pobreza son mayores de los que en su día hubo. Antes había algo de carne sobre el hueso, ahora solo hay hueso, bromea con cierto tono de resignación.
—¿Han pedido algo en concreto?
—En primer lugar lo que no quieren es que se disuelva el Parlamento para que haya un gobierno que pueda enmendar leyes importantes relativas a los monopolios, las privatizaciones y el medio ambiente. Además reclaman un cambio en el sistema electoral de cara a las próximas elecciones generales.
Tras dejar atrás la hermosa Iglesia de San Nicolás, también conocida como Iglesia Rusa, con sus azulejos multicolores, sus cinco pequeñas cúpulas revestidas de oro y su interior ahumado, nos dirigimos hacia el cruce de Orlov Most y su famoso Puente de las Águilas. Una vez allí, y al grito de “¡Victoria!” o “¡Políticos mafiosos!”, los miles de asistentes no paraban de agitar banderas nacionales y jalear las continuas consignas que los organizadores lanzaban desde un improvisado estrado.
Después de un rato me despido de Kiril y Kadrinka y me dirijo a un lugar más tranquilo donde poder comer algo y revisar las fotos que he tirado. De camino me encuentro con Georgi. Parece emocionado y completamente impregnado del espíritu reivindicativo de la protesta, seducido por la idea de formar parte de un acontecimiento histórico.
—Soy parte de una nueva generación y estamos despertando. Esto continuará, que no te quepa la menor duda.
—¿Te refieres a que el domingo que viene volveréis a salir a la calle?
—Me refiero a que nos plantamos; no queremos más de lo mismo. Exigimos cambios reales del sistema electoral y el sistema político; que nos respeten a los ciudadanos y al medio ambiente.
—¿Y si no ceden a las demandas?
—Mientras eso pase, volveremos a salir a las calles el domingo siguiente y los que haga falta. Ni podemos ni queremos seguir viviendo así…
José Antonio Sánchez Manzano es periodista, diplomado en Estudios Brasileños, vive y trabaja en Bulgaria. En FronteraD ha publicado Miedo y utopía en Atenas y El profesor Ortega quiere ser alcalde