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Diario de una guerraDiario de una guerra en Europa. Ucrania 2022-2025

Diario de una guerra en Europa. Ucrania 2022-2025

“El invierno es un reino donde Moscú arde lejos;
/ donde la Grande Armée cruza el Beresina”
Louis Brauquier, El invierno es un reino…

 

PRESENTACIÓN

Han pasado más de tres años de guerra en Ucrania, y con ellos otros tantos de escritura de este Diario de una guerra en Europa. Ucrania 2022-2025. Unas notas que, cuando aparecieron, todo indicaba que la guerra iba a durar unas pocas semanas y que, por lo tanto, la extensión del diario iba a ser reducida. A lo sumo, unas cuantas páginas. De esto, como de muchas de las previsiones realizadas, nada se ha cumplido, y en consecuencia el texto ha crecido tanto que creo ahora casi es ilegible. Solo queda esperar el momento, o mejor, el acontecimiento, para poner el punto final, que no será otro que el acuerdo de alto el fuego que todo indica llegará en este 2025. Por motivos excepcionales, su escritura ha sido casi un ejercicio de terapia ocupacional, un asidero en momentos complicados, pero también la oportunidad de aprovechar un acontecimiento como es el horror de una guerra en Europa, desatada tras la invasión de Ucrania por Rusia, con la cercanía que eso supone, para llevar a cabo un ejercicio literario que se presenta pocas veces.

El texto ha ido cambiando de formato con el tiempo, de manera que, al cumplirse en primer aniversario de guerra, las anotaciones diarias dejan paso a las que se realizan a lo largo de un mes debido al progresivo estancamiento de las operaciones y del conflicto. Esto da un tono diferente al texto, de manera que se podría decir que hay dos partes distintas, pues el tono de las anotaciones diarias, inmediatas y acuciantes, y de las que se realizan a lo largo de treinta días, reposadas y con perspectiva, es muy diferente.

Una vez releído el diario, se aprecian abundantes de errores de juicio y de previsión que se han conservado tal cual, pues creo que le da frescura y autenticidad al texto. Es precisamente en las equivocaciones casi más que en los aciertos, donde se aprecia el sentimiento ante lo que sucedía. Ahora, a los tres años del comienzo del conflicto ucraniano, una duración superior a la Guerra Civil Española, era el momento para su publicación, de manera que su lectura por algún posible interesado, si lo hubiera, todavía podrías tener algo de interés, pues aún se conservan frescas las referencias. Es más, en estos momentos de espera a un alto el fuego, la guerra continúa, aunque ciertamente con menor intensidad, pero siempre con su tremenda consecuencia de muertos y heridos, especialmente de civiles ucranianos. Todos ellos víctimas de la agresión rusa a un país independiente que forma parte de Europa. Llegue cuando sea el esperado fin de las hostilidades, este diario, que no tardará en convertirse en historia, recoge las impresiones de un testigo a miles de kilómetros de distancia de la que ha sido la primera guerra europea del siglo XXI.

 

2022

 

FEBRERO

(24 de febrero, jueves. 1er día de guerra)

En plena desolación llega una noticia, la única que distrae de lo cotidiano. Una noticia de la que nunca se puede decir que fuera inesperada, pues las informaciones de las últimas semanas, incluso desde hace algunos meses, advertían de esa posibilidad. Las tropas rusas, concentradas durante semanas en la frontera de Rusia y Bielorrusia, han invadido Ucrania esta madrugada como ha anunciado el propio Vladimir Putin en un amenazador discurso televisado.

Comencemos con un reconocimiento: en ningún momento creí que fuera a darse de un ataque ruso contra Ucrania. Siempre pensé que la amenaza era una manera de presionar a Kiev por parte de Vladimir Putin y que, en caso de darse algún movimiento, se limitaría a la región del Donbás con el objeto de anexionarse o bien la parte prorrusa de las regiones de Donetsk y Lugansk, ya de hecho separadas, o como mucho el Donbás en su totalidad. Así se lo manifesté hace unos días a una camarera ucraniana originaria de Ivano Frank, que atendía a mi madre en una cafetería cercana a casa, preocupada por la situación y con hijos movilizados. La insistí, convencido de ello, de que no tenía que preocuparse pues no pensaba que las amenazas rusas acabasen siendo reales. Eran solo un farol de Moscú. Lo peor es que mis palabras fueron pronunciadas ante testigos.

El ataque ruso se ha producido en tres frentes. En el norte, en dirección a la capital, Kiev, en el centro hacia Járkov, la segunda ciudad de Ucrania y su núcleo industrial, y desde Crimea, en el sur, hacia Mariúpol. La evidencia de la concentración de fuerzas desde hace meses y el fin perseguido, se ha impuesto a los deseos y al rechazo de las evidencias. No es más que el fracaso del que, como uno, se cree analista de seguridad. ¿Habría dicho lo mismo hace tres décadas, cuando estaba en el IES (Instituto de Estudios Estratégicos)?

El discurso madrugador y televisado de Vladimir Putin para justificar la invasión de Ucrania resume el argumentarlo de Rusia: Ucrania tiene un gobierno de nazis y drogadictos (sic), persigue a los rusos y sobre todo sugiere que carece de soberanía y entidad como Estado independiente para situarse fuera de la influencia de Rusia. De esta manera Putin altera el statu quo surgido tras la caída de la URSS. Todo ello oculta otra realidad: la voluntad imperial de resucitar el cinturón de seguridad, el hinterland de la URSS creado en 1945 y desaparecido en 1992, tras la caída de la Unión Soviética.

Pero también hay un propósito poco velado de resucitar para Ucrania y los antiguos países de la URSS la idea de soberanía limitada que defendió Leónidas Breznev para justificar la intervención rusa en los países del Pacto de Varsovia que quisieron abandonarla. Una de las razones de la invasión de Ucrania por Rusia es innegable, y no es otra que el sentimiento de amenaza surgido a raíz de la incorporación a la OTAN, no pactada, de los antiguos países aliados del Pacto de Varsovia. Unas adhesiones que se hicieron en contra del acuerdo entre Mijaíl Gorbachov y James Baker, quien a cambio de la desaparición del Pacto de Varsovia aseguró que la OTAN no se ampliaría nunca hacia el Este. La entrada en el Tratado Atlántico de los países bálticos, de Polonia, Rumania, Eslovaquia, Chequia, Hungría y Bulgaria rompió el acuerdo y fue percibido como una humillación por la población y el gobierno ruso. La posibilidad de la incorporación de Ucrania a la OTAN no ha hecho más que estimular el temor que se oculta tras la imagen de la política imperialista y nacionalista de Vladimir Putin, encaminada a restaurar la Gran Rusia, la Rusia de los zares y de Stalin. Es una política nacionalista que se apoya en los dos pilares que sustentan las aspiraciones de grandeur de la Rusia actual: la política de expansión de los zares que dio lugar al imperio ruso, y la de la Unión Soviética. Pero también hay un rencor hacia Occidente tras el fin de la Guerra Fría, que recuerda al sentimiento surgido en Alemania tras el Tratado de Versalles hacia los Aliados vencedores de la Gran Guerra.

Conviene recordar que la vigente directiva de la Política de Seguridad Nacional de Rusia, aprobada en 2021, contempla entre las misiones de las fuerzas armadas rusas la de oponerse a la influencia en el área de Estados Unidos y sus aliados, es decir, la OTAN. Así mismo, contempla la posibilidad de extender la influencia de Moscú entre los vecinos que formaron parte de la antigua Unión Soviética. Son unas disposiciones más agresivas que las vigentes los años anteriores. Veremos cómo acaba todo.

En Madrid el día es esplendido, casi veraniego, lo que contrasta con la oscuridad que supone la noticia de la guerra, de ese eufemismo propio de los estados totalitarios, llamado “operación militar especial”. La opinión está conmocionada pues lo inesperado de la guerra se ve acompañado de una negación de la realidad. Todo el mundo cree que será solo una operación de demostración de fuerza, rápida y limitada, quirúrgica, como Crimea. Pero Ucrania no es Crimea.

Hablo con J*. Como tantos otros se muestra incrédulo ante lo que sucede. Teme la extensión del conflicto, su descontrol. Es una posibilidad, sin duda.

Me pregunto cómo y cuándo acabará este diario de la guerra de Ucrania que empiezo hoy, con la intención de nublar el recuerdo y apaciguar el ánimo. Lo que es seguro es que entonces Europa será diferente de la de ayer. Otra fecha para tener en cuenta. En poco más de un siglo el continente se ve agitado periódicamente. Su supervivencia, que tanto sorprendía a George Steiner, dice mucho de su capacidad, aunque las amenazas vengan siempre de dentro, de los propios europeos.

A modo de consuelo, aprovecho para iniciar un diario de las cosas sucedidas en Ucrania, que diría el clásico. El objetivo es distraerme, olvidar lo cotidiano, disponer de ese elemento tan esencial como es un árbol del que ahorcarse a la espera de que pase el tiempo, pero que sea de ramas más sólidas que los compromisos anteriores. El ánimo y el empuje en este sentido de M-ChdC* ha sido esencial, y se lo agradezco mucho.

 

(25 de febrero, viernes. 2º día de guerra)

Comienza el éxodo de población civil que acompaña a todas las guerras. De momento, la población procede del Este de Ucrania y se dirige al Oeste del país. Cada vez queda más claro que el río Dniéper divide a Ucrania en dos partes diferenciadas: la oriental, más eslava, y la occidental, la del antiguo Austro-Húngaro, la germano-polaca. Es un río que parece que toma ahora ese carácter de frontera que los mapas de la Antigüedad otorgaban al Don y al Nilo.

Europa, estremecida, contempla sanciones a Rusia desde la UE y el G7. En Europa el sentimiento de incredulidad y de negación de los hechos se extiende junto al miedo. Ciertamente ha resucitado la Guerra Fría con está guerra de Corea en la Europa del siglo XXI

Las operaciones, de momento predominantemente terrestres y con empleo masivo de helicópteros, tanques, los T-72, y blindados por parte de los rusos, no parecen precisamente las de la blitzkrieg. Hay mucha lentitud no tanto en el avance como en la toma de objetivos. No ha caído ninguna ciudad, luego no es un paseo militar, ni tampoco la población está recibiendo a los rusos como libertadores, como probablemente esperaban, con el recuerdo de fondo de 1944 y 1945.

Los argumentos expresados por un agresivo Vladimir Putin y, paralelamente por el ministro de Asuntos Exteriores, Sergei Lavrov, revelan su formación en la Rusia soviética. Son un insulto a la inteligencia, una negación de la realidad, de manera que acaban resultando cómicas si no fuera por lo que revelan. Todo son provocaciones de Kiev, a cuyo régimen califica de neonazi, y acusa de perseguir a los rusófonos, olvidando que Volodimir Zelenski además de judío es ruso parlante. Es una propaganda burda, propia de la Guerra Fría, sí, pero también del mundo de las fake-news, de las verdades virtuales, de la posverdad. Son reveladoras, por oportunas y esclarecedoras, las líneas dedicadas a la Ucrania actual por Anne Applebaum en su monumental obra Hambruna roja (Madrid, 2019), que, más que un estudio del Holomodor, es una historia de Ucrania, una tragedia más en esa Commonwealth de pueblos, del Báltico al Mar Negro, a los que se refería Czeslaw Milosz. Señala Applebaun que, desde Stalin, Rusia teme la pérdida de Ucrania, consciente de que paradójicamente y frente a Moscú encarna la esencia de lo ruso. Si Ucrania abandonaba el comunismo, la URSS quedaría en evidencia, lo que le preocupaba a Stalin sobremanera. Si ahora, continúa Applebaum, tras la Revolución del Maidan en 2014, Ucrania se inclina definitivamente hacia el modelo de sociedad que representa Europa –democracia, derechos, libertades, lucha contra la corrupción…– Rusia quedaría desautorizada. Sería, añado yo, como si a Rusia se le empujara hacia Oriente, hacia Asia y las estepas, alejándola de Europa. Una opción que contemplan no pocos.

Ahora, en este 2022, de nuevo Ucrania –país maltratado en el siglo XX por dos guerras mundiales una guerra civil y otra con la vecina Polonia, por el holocausto de la hambruna estalinista, la ocupación nazi, el régimen soviético, el florecimiento del antisemitismo, los movimientos forzados de población cuando no el exterminio, y la tensión con la Rusia postsoviética– ha visto cómo de nuevo su existencia está en riesgo por la amenaza que casi siempre llega del Este. Como hizo Stalin con la represión y la hambruna, ahora, casi un siglo después, Vladimir Putin lo ha hecho con el ejército que ha masacrado Grozny, Georgia o Alepo. Se niega a Ucrania su derecho a existir fuera de la órbita de Moscú, como sucedió en el pasado. En España, el gobierno, los partidos políticos y los medios de comunicación muestran una actitud antirrusa muy acusada, excepto en los dos extremos, Podemos y Vox, lo que es muy revelador

 

(26 de febrero, sábado. 3er día de guerra)

Es sorprendente la firmeza mostrada por el presidente ucraniano, Volodomir Zelenski, ante el ataque ruso y las difíciles circunstancias que vive su país. El antiguo actor cómico, amigo y cómplice de Donald Trump en el espionaje a Joe Biden, sobre el cual pende la sombra de la corrupción y del que nadie parecía fiarse, está mostrando una gran resolución ante las circunstancias. En numerosas declaraciones Zelenski aparece en las calles de Kiev y en su despacho oficial dirigiéndose a sus conciudadanos, que se difunden por los diversos canales de las redes sociales y la televisión. Es la forma de afirmar su voluntad de permanecer en la capital con su gobierno. Su actitud en estos vídeos tiene mucho de épico, de churchilliano, por lo que son bastante efectivos para levantar la moral de la población, que está también mostrando una firmeza inesperada. El teléfono móvil se ha convertido en un instrumento político y propagandístico de primer orden.

Hay que recordar que el nacionalismo ucraniano dista de ser reciente. Hay un pulso desde hace siglos entre el propósito de Moscú de negar la entidad estatal de Ucrania –atrapada entre Polonia, el Gran Ducado de Lituania, Turquía y Rusia, sea la del zar o la soviética– y el sentimiento nacional ucraniano. Ya en el siglo XIX, Nicolai Gogol en Taras Bulba, a pesar de la inspiración romántica que explica el exotismo indigenista con que contempla a los cosacos de Zaporiyia, realiza un canto al nacionalismo y a la identidad de Ucrania, amenazada por los polacos y los turcos. La novela histórica, muy característica de la época en que apareció, concretamente en 1835, ayuda a entender la firmeza mostrada por los ucranianos frente a los rusos. Por cierto, que es un nacionalismo poco europeo pues se apoya en cierto antisemitismo y sobre todo dentro de un intenso rechazo hacia Polonia y lo polaco, que representan a Europa.

Kiev y Járkov están siendo bombardeadas de manera indiscriminada por los rusos, parece que con misiles de crucero.

El avance ruso está llegando a las puertas de los tres objetivos que parece esenciales en la estrategia de Moscú: Kiev, Járkov y Mariúpol. La conquista de la capital es un paso esencial si se quiere llevara a cabo una operación rápida y limpia, e instalar un gobierno títere, que diría es lo que persigue Rusia.

Toda Europa sigue atónita lo que sucede. Hasta ahora la guerra era un acontecimiento que parecía reservado a otros lugares como Oriente Medio o África. Es ciertamente un regreso al pasado con mayor intensidad que con la guerra de los Balcanes en los primeros noventa.

Día antipático y especialmente complejo. Los recuerdos asedian con la fuerza de lo cercano.

 

 (27 de febrero, domingo. 4º día de guerra)

He mandado una tribuna a Diario de Sevilla dedicada a la guerra en Ucrania. Es noticia porque es lo primero que escribo para el periódico desde hace un mes por razones que aun duelen. La he mandado rápido, así que espero que la publiquen pronto porque si no va a perder actualidad. Le reproduzco ahora porque resume lo sucedido:

 

UCRANIA, REGRESO AL PASADO. Hay regiones a las que la historia se empeña en sumirlas en la oscuridad, en el horror de la violencia, incluso cuando parece que los malos tiempos han pasado. Ha sido Timothy Snyder quien hace poco en un libro de titulo revelador, Tierras de sangre, ha recogido lo que era evidente para todos: que la franja sinuosa que lleva del Báltico al Mar Negro concentra el mayor número de muertos de los que tuvieron lugar en Europa desde 1914 a los años cincuenta. Unas veces fue la guerra, fuera la Gran Guerra, la Civil rusa o el espanto de la Segunda Guerra Mundial, pero sobre todo fue la represión política ejercida por comunistas y anticomunistas, por nazis y nacionalistas, por el antisemitismo, por la hambruna que desató el Holodomor, el holocausto ucraniano. Esta zona que lleva de los Países Bálticos, de nuevo en el ojo del huracán, a Rumania pasando por Polonia y Ucrania, la recorrió la siempre interesante Anne Applebaum en los días de la caída del Telón de Acero, cuando ya esos países habían dejado de ser el crisol de cultura que fueron un siglo antes. Una experiencia que recogía la realidad de una zona que está en el borde de Europa y que cuenta en Between East and West.

Parecía que la ilusión surgida con la caída de la URSS y el entusiasmo tan liberal, que no necesariamente democrático, como insensato que proclamó Francis Fukuyama con su fin de la historia iba a ser eterno y en realidad apenas duró unos meses. Pronto lo que fue la URSS se sumió en una inestabilidad que continua en el Cáucaso, en Moldavia, Bielorrusia y las repúblicas de Asia Central. Unos lugares que siguen tutelados por el Moscú postsoviético de Putin y cuyo nivel de vida y libertad están lejos de los de la Unión Europea.

En este nuevo siglo, de nuevo en Europa la guerra se ha convertido en una forma de hacer política con otros medios, algo que señaló Carl von Clausewitz y que en realidad nunca ha dejado de serlo. Ahora, a impulsos de quien quiere restablecer el hinterland de seguridad soviético, vuelven a sonar las cadenas y los cañones en lugares como Járkov u Odesa que se creían ya eran, como Waterloo o Verdún, testimonios de la historia. Unos lugares que parecen esperar a un nuevo corresponsal como Vasili Grossman o a un Mijaíl Bulgákov que cuente la historia de los Turpin, la familia de Kiev que vive los complicados días de la Revolución y la Guerra Civil en una ciudad en la que no ha dejado de escucharse el inconfundible ruido metálico y hueco de la guerra desde hace un siglo.

Tras lo ocurrido el 24 de febrero parece oportuno recordar al primer ministro belga y padre de la Comunidad Europea, Paul Henri Spaak, cuando en 1948 le dijo a Andréi Vyshinski que Europa les tenía miedo. Eso es lo que despierta Rusia, un Estado instalado en la amenaza, entre quienes viven en libertad. Entonces aún se temía el futuro, pero ahora las cosas son distintas pues la máquina de guerra soviética no es la que era y, además, con las limitaciones que se quiera, existe una Europa unida que, aunque carece de un verdadero instrumento de defensa, cuenta con la OTAN, esa organización tan denostada por todos, pero a cuya puerta llaman los países amenazados.

Desdichada Ucrania, sí, pero desdichada también Rusia, un país cuya presencia en el mundo no deja de generar reticencias y que a lo largo de su historia apenas ha disfrutado de una década de libertad en la que su mayor logro ha sido la aparición de los oligarcas que han convertido al país en una cleptocracia, en una república mafiosa en la que el encarcelamiento y el uso generoso del polonio con la oposición es la norma. Se diría que Rusia, como el título galdosiano, es la de los tristes destinos, pues el futuro de su población, con las sanciones de Occidente y el militarismo putiniano, se alejará del modelo occidental de bienestar.

Aunque el futuro es tan imprevisible como las decisiones de Putin, cabe pensar que el objetivo de su política exterior es la vuelta a los límites de la Unión Soviética de forma más o menos encubierta y, si consigue derrocar a Volodomir Zelenski, quien está mostrando una firmeza insospechada, se establecerá un Estado títere como Bielorrusia, alejado de los modelos europeos y con un Lukashenko ucraniano. Una opción que cabe pensar que causará el rechazo de Occidente, la oposición de Ucrania y la persistencia del conflicto mediante una guerra de insurgencia. Un futuro complejo en el que el mejor escenario es el de una nueva Guerra Fría, aunque no cabe descartar que persista el conflicto abierto en unas regiones que ya fueron martirizadas en el siglo pasado.

Mientras se debate si en el futuro Ucrania opta por la finlandización, la neutralidad forzada, Europa debe de incrementar lo que de verdad la fortalece: la libertad y el poderío económico, pero sin olvidar que garantizar la defensa es una obligación que exige dinero y sobre todo decisión. Europa, al ser el modelo al que mira a Ucrania, tiene la obligación de incrementar la unidad política que proporciona seguridad y disuasión. De lo contrario, y dado que la invasión de Ucrania, parafraseando a Walter Benjamin, ha teñido a Europa de crepúsculo, no habrá motivos para mantener el siempre elegante y necesario optimismo.

 

El presidente Zelenski despliega una enorme actividad ante la invasión rusa, tanta que se ha convertido en la encarnación del espíritu de resistencia y en el símbolo de la independencia ucraniana. La guerra de la propaganda está inclinada hacia el lado ucraniano, pues la opinión internacional se ha puesto de lado del agredido. Y es que no se puede negar que, como dijo Clemenceau en 1919, se pueden discutir muchas cosas, pero no se puede afirmar que Bélgica invadiera Alemania. Y es que el agresor, por encima de otras consideraciones, es Rusia.

La lucha en Járkov se recrudece, tanto por medio de bombardeos como por ataques terrestres. Me sorprende más la efectividad que la determinación de resistir que están manifestando las milicias de voluntarios y el ejército ucraniano.

La falta de efectivos de Ucrania contrasta con la superioridad del ejército ruso. Es una desproporción que no es necesario insistir con cifras, siempre sujetas a discusión. El gobierno de Kiev intenta paliar esta diferencia con el recurso a la movilización general de los hombres entre los dieciséis y los sesenta años y el enorme número de voluntarios, incluidas mujeres. Se han creado milicias de voluntarios que liberan a las fuerzas militares de tareas de retaguardia, y que en muchos casos también combaten. Hoy, el ejercito ucraniano estaría formado por esos dos tipos de unidades, voluntarios y militares, pero parece que también de algunos voluntarios extranjeros.

La Unión Europea ha reaccionado con una rapidez inusitada ante la agresión rusa a Ucrania. Todo han sido declaraciones y medias de apoyo a este país con diferentes propuestas de sanciones a Rusia, que no detendrán la invasión.

A muchos les sorprende la voluntad de resistencia mostrada por los ucranianos; una firmeza que responde a un intenso sentimiento nacional de la mayoría de los ucranianos, aunque no se puede olvidar la existencia de una amplia población prorrusa, y ruso parlante, especialmente en la Ucrania oriental, en la región del Donbás.

Hoy es un domingo de tarjeta postal: soleado y tibio. Casi de anuncio, de decorado. Sé que se avecinan días complicados, claramente difíciles. De momento, replegado y abatido. Sin remedio.

 

(28 de febrero, lunes. 5º día de guerra)

Vladimir Putin advierte que ha puesto en estado de alarma a las fuerzas nucleares rusas. Exactamente nadie sabe qué significa esa declaración, pues, por su naturaleza disuasoria, siempre están alerta, así que como amenaza tiene poca eficacia. Por el contrario, es reveladora de que la marcha de la guerra no tiene el rumbo previsto. Hay quien no descarta el empleo por parte de Rusia de armas nucleares tácticas en el campo de batalla tanto a modo de aviso de su determinación como para doblegar la resistencia ucraniana. Es un escenario más plausible que el apocalíptico intercambio de misiles estratégicos entre Occidente y Rusia, reviviendo la imprescindible película de Stanley Kubrick Teléfono rojo, volamos hacia Moscú. Un escenario de Guerra Fría tan indeseable como improbable, aunque estas páginas siempre se escriban con la desconfianza que suscita Vladimir Putin.

Creía que las imágenes de los civiles muertos o huyendo de ruinas bombardeadas, entre humo, fuego y destrucción, eran definitivamente parte de la historia de Europa. Escenas del pasado en blanco y negro. No creía que en esas tierras de sangre a las que se refiere Timothy Snyder volverían a verse teñidas de rojo. La incredulidad es el sentimiento predominante.

Imagino que Kiev y Járkov no tardarán en caer ante la superioridad de las fuerzas rusas. Desde este Madrid invernal todo se contempla con incredulidad y miedo. Hay una fiebre comparativa con lo sucedido en la Segunda Guerra Mundial algo alocada, pero nadie menciona que esas ciudades fueron teatro de la guerra, especialmente Járkov, Kiev, Odesa o Zhitomir. Desde los medios de comunicación solo se insiste en la semejanza que tendrá la guerra de Ucrania con la campaña de Polonia, aunque mencionando solo a la invasión alemana, olvidándose la soviética.

Ya en los años de la Revolución Rusa, Ucrania fue el escenario de una lucha de todos contra todos en la que bolcheviques, rusos blancos del general Denikin, nacionalistas ucranianos de Simón Petliura y del hetman Skoropadsky, polacos, rumanos y alemanes, se enfrentaron desde 1918 a 1920. Kiev, como la mayoría de las principales ciudades ucranianas, cambió de manos sucesivamente, algo que recoge Mijaíl Bulgákov, el escritor nacido en la capital y testigo de los hechos, en su novela La guardia blanca, escrita entre 1923 y 1924. La descripción de la entrada de los bolcheviques y de los alemanes en Kiev en 1918 es expresiva de lo sucedido, al igual que la dedicada a la huida de las tropas ucranianas de Petliura dos años más tarde, derrotadas por los bolcheviques. Se trata de unas páginas que recuerdan tanto lo que sucede un siglo después, que vienen al caso dadas las perspectivas:

“Y cuando a fines del famoso año [1917] en la Ciudad [Kiev] se habían producido ya muchos portentosos y extraños acontecimientos y en ella aparecieron unas gentes que carecían de botas, pero que vestían unos anchos calzones que asomaban por debajo de los grises capotes de soldado, cuando esas gentes manifestaron que de ningún modo saldrían de la Ciudad para ir al frente, porque en el frente no se les había perdido nada, Talberg se hizo muy irascible y declaró en tono seco que eso no era lo que se necesitaba, era una vulgar opereta. Y en cierto sentido tenía razón: resultó, en efecto, una opereta, pero no una de tantas, sino con gran derramamiento de sangre. Las gentes de los anchos calzones expulsaron de la Ciudad en un dos por tres a los desorganizados y grises regimientos que habían llegado del otro lado de los bosques, de las llanuras que conducían a Moscú. Talberg dijo que los de los calzones eran unos aventureros, las raíces estaban en Moscú y eran bolcheviques.

Pero un día de marzo llegaron a la Ciudad las grises columnas de los alemanes, en la cabeza traían unos cascos metálicos que les protegían de la metralla y los húsares lucían unos gorros de piel y montaban unos caballos que Talberg, al contemplarlos, al instante comprendió donde estaban las raíces. Después de varias descargas de la artillería pesada alemana, los de Moscú se esfumaron,

[….]   [noviembre 1920] Y en el mismo momento en el que el caído exhalaba el último suspiro, sobre los arrabales de la Ciudad [ Kiev] reventó Marte de pronto con una lluvia de fuego y un ensordecedor estrépito. Seguidamente, las negras lejanías del otro lado del Dniéper, las lejanías que conducen a Moscú, se cubrieron con el largo pesado ruido del trueno. [….] Y la división azul de la gente de Petliura abandonó el puente y escapó hacia la Ciudad, cruzó la Ciudad y se perdió para siempre. Tras la división azul, con un trote de lobo, pasaron los helados caballos del regimiento de Kozir-Leshko pasó danzando una cocina de campaña… Luego, desapareció todo, como si nunca hubiera existido”.

Gran parte del teatro de operaciones de esta nueva guerra de Ucrania coincide también con el de la Guerra Ruso-Polaca de 1920, que inspiró Caballería roja, el libro de Isaak Babel, otro escritor ucraniano que, en este caso, y al contrario que Mijaíl Bulgákov, fue de los que no sobrevivió a las purgas de Stalin. Es la de ahora una guerra del siglo XXI que también trae los recuerdos de los feroces combates de la Segunda Guerra Mundial. En esta zona se enfrentaron el Grupo de Ejércitos Sur de la Wehrmacht con diferentes unidades soviéticas desde agosto de 1941 a principios de 1944. Las memorias del mariscal Erich von Manstein, que dirigió las tropas alemanas, como las de Heinz Guderian, las del entonces joven teniente y luego escritor, August von Kageneck, al igual que las novelas del también escritor y periodista ucraniano en labores de corresponsal de guerra en el Ejército Rojo, Vasili Grossman, por citar algunos autores, recogen como testigos acontecimientos que recuerdan lo que está sucediendo en Ucrania en estos días.

En esta nueva guerra de Ucrania, la del siglo XXI, las ciudades son el objetivo esencial de las fuerzas rusas, con lo que esta táctica supone de víctimas civiles. Járkov sigue sitiado y Kiev atacado por el norte, no tardará en estarlo. La capital ucraniana, ribereña del Dniéper que divide Ucrania en dos realidades, es el objetivo esencial de los rusos. Su resistencia alargará la guerra y su toma acelerará el fin del conflicto. Es posible que el gobierno ucraniano, que sigue en Kiev, se retire a la capital occidental y cultural de Ucrania, Lviv, Lvov o Leópolis. Estamos en momentos de espera tensa ante lo que está por suceder.

Día de primavera anticipada, pero también día difícil y contenido. Como todo este mes, duro como la piedra, para sepultar en el olvido. Un mes que, por el contrario, obstinadamente, será recordado.

 

MARZO

(1 de marzo, martes. 6º día de guerra)

La Unión Europea aprueba la entrega de armamento ofensivo a Ucrania. Estas medidas, unidas a las sanciones contra Rusia con el propósito de aislarla económicamente, han causado en el gobierno español la inevitable división entre los ministros de Podemos, quienes practican una política perversa de favorecer la paz de Putin y criticar la ayuda a una Ucrania indefensa.

Como contraste, hoy Josep Borrell, alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, ha pronunciado un discurso histórico, verdaderamente de estadista. Ha dicho al gobierno ruso lo que piensa Europa de la invasión de Ucrania y del régimen ruso. La Unión Europea, con el discurso de Borrell ha mostrado con firmeza su voluntad de defender el continente y los principios que le sustentan. Una voz que ha resonado con tonos churchilianos y épicos en estos días de tensión. Lo que no se sabe es que repercusiones prácticas va a tener. Si es que las tiene.

Conversaciones en Bielorrusia entre delegaciones ucranianas y rusas. Sabiendo que Bielorrusia es un instrumento de Rusia y cuáles son los métodos de Putin, los ucranianos han mostrado valor pues en la entrevista puede pasar cualquier cosa. La delegación de Kiev ha acordado no comer ni beber nada. Es la amenaza del polonio, de cuyo uso Rusia es maestra.

Se intensifican los enfrentamientos. Hay noticias de un convoy ruso de 60 kilómetros de longitud que se dirige a Kiev. Parece que las tropas rusas están a treinta kilómetros de la ciudad. Mientras, un misil ha alcanzado la torre de la televisión de la capital que arde. Un espectáculo que recogen todas las televisiones.

Hoy hace dos años que volvía de Lituania tras haber estado en la feria del libro de Vilnius y en Kaunas. Como ahora en Ucrania, el invierno, sin ser excesivamente riguroso, planteaba una pregunta: ¿Cómo es posible que se combatiera en estos lugares y en estas condiciones durante estos meses inclementes? No son lo mismo las trincheras que las ciudades ucranianas, ni tampoco aquellos inviernos son los de ahora, de cambio climático, pero contemplar la espesura de los bosques lituanos, los ríos, la oscuridad de las primeras horas de la tarde invernal, el frío del crepúsculo, lleva a considerar la guerra en estas latitudes como una maldición añadida a la que lleva dentro. Ahora, en Ucrania, en este invierno los soldados y milicianos combaten en las trincheras y la población civil sobrevive y sufre en las ciudades bombardeadas. Un verdadero regreso al pasado que se creía nunca volvería a Europa.

Día de tristeza renovada. Para compensar, el sol luce espléndido, algo que ayuda a sobrellevarlo. No hay dolor que se parezca a otro. Este diario obliga a pensar en otra cosa.

LSM*, a quien siempre le interesan estos asuntos, ha estado atento y hoy ha publicado en Diario de Sevilla la tribuna dedicada a la guerra de Ucrania. Ha salido pronto, cosa que agradezco pues beneficia al artículo.

 

(2 de marzo, miércoles. 7º día de guerra)

En Occidente hay una verdadera obsesión con la figura de Putin, al que se considera el exclusivo responsable y origen de lo ocurrido, como si no contara con el respaldo de gran parte de la sociedad rusa, del ejército y de la iglesia ortodoxa, pasando por los oligarcas que sostienen la cleptocracia de Moscú, sin olvidar los servicios de información, verdaderos dueños de Rusia. Hay quien, como Antony Beevor, considera que está loco, que tiene un tumor cerebral, y hay otros que se dedican a debatir si es más parecido a Hitler o a Stalin. Un debate absurdo pues obviamente el dictador ruso es otra cosa. Un autócrata nacionalista y populista, que toma de los totalitarismos del siglo XX lo que le conviene y de la historia lo que le interesa.

Una actitud que está en el origen de la propia Rusia, del Principado de Moscú que surge a finales del siglo XV con Iván III y se confirma a finales del siglo siguiente con Iván IV, el Terrible. Fue con este zar, como señala Fernand Braudel, con quien se crea un sistema policiaco que le permitió aplastar a la oposición de los príncipes y los boyardos y reforzar la centralización del aparato del Estado y del poder. No es casualidad que fuera durante el reinado de Iván el Terrible cuando Iván Peresvetov elaboró una teoría política del terror que contribuyó a la formación del autoritarismo ruso que está en el inconsciente colectivo. La construcción del Estado soviético y ahora sus sucesores siguen participando de estos antecedentes históricos que están en la esencia política rusa.

Hay quien cifra sus esperanzas de futuro en un golpe –palaciego o de Estado– que derroque a Vladimir Putin antes. Es una posibilidad muy improbable pues su control de los servicios secretos, de la policía, del ejército y de los medios de comunicación lo dificultan enormemente. No se puede confiar en esta posibilidad para acabar la guerra de Ucrania, al menos a corto plazo. Solo si empeorase la situación militar y económica de Rusia y se generalizara el descontento, podría cambiar el pronóstico, pero es una posibilidad muy remota. Y eso que quien pronostica el colapso de Rusia como sucedió con la extinta Unión Soviética.

Aunque la información de la que disponen los ciudadanos rusos es limitada por la censura feroz del Kremlin, es innegable el apoyo que la mayoría de los rusos le han dado a Putin en este eufemismo de guerra que ha llamado “operación militar especial”. El nacionalismo, el eslavismo y el resquemor hacia Occidente alimentado durante la Guerra Fría, le han dado al autócrata ruso un apoyo y una popularidad notable. Como en tantos regímenes autoritarios, la mayoría de la población, guste o no en Europa, apoya al dictador.

Definitivamente, una semana después del comienzo de las hostilidades, la guerra relámpago en la que probablemente pensaban los rusos, ha fracasado. Ninguno de los objetivos de esta “operación especial” se ha alcanzado con la rapidez que esperaban. Al contrario, tanto Járkov, como Mariúpol y Kiev resisten los ataques de las tropas rusas.

Dado que la guerra dura ya una semana y que los combates propios de una guerra convencional y tradicional no parecen ceder, conviene recordar cuales son las fuerzas enfrentadas.

Lo primero es señalar la desproporción de fuerzas, de la que ya se ha dicho todo. Una desproporción que viene dada por las diferentes magnitudes de Rusia y Ucrania en recursos, población y fuerzas armadas. Mejor que los números, siempre manipulables, es más oportuno aludir a los medios empleados, esos que protagonizan los combates y aparecen en las imágenes de la guerra. Unos datos que proceden de la biblia de las cuestiones de defensa y seguridad, The Military Balance, la publicación de referencia desde los años de la Guerra Fría editada por The Institute International for Strategic Studies de Londres, el famoso IISS. Una obra que he tenido como manual y reglamento durante los años de análisis de seguridad a en los años finales del siglo pasado. Aquí solo hay datos e información basada en el análisis de documentos. La opinión se deja para el lector y el analista.

Hay que partir de la semejanza que existe en el armamento de que disponen los contendientes, pues el empleado por Ucrania en su mayoría es de procedencia rusa. Los vehículos militares utilizados son los carros de combate T-90, los más modernos blindados rusos que apenas se ven, pero sobre todo los T-72, los más numerosos. Los blindados rusos son los BTR-82 AM, de ruedas, los modernos BMD-4M de orugas y el ya clásico transporte de tropas BTR-MDM. Del modernísimo T-14 no hay ni rastro de su empleo por las fuerzas rusas. Estas máquinas, modernas arquitecturas rodantes que tanto fascinan, monopolizan las imágenes, pero no los combates.

En lo que se refiere al ejército ucraniano hay que señalar su efectividad y la disponibilidad de tres tipos de armas que están contribuyendo a frenar el avance ruso, junto con la voluntad de resistir. Se trata del misil anticarro americano Javelin, del misil tierra aire Stinger y del dron turco Bayraktar TB2. La combinación de estas armas, suministradas y financiadas por Estados Unidos, de las que los ucranianos disponen algunas cantidades, explica los éxitos alcanzados frente a las tropas rusas y el desarrollo de las operaciones.

El temor a la guerra y a sus consecuencias se extiende por todos lados, aunque haya quien abogue por la implicación de la OTAN en el conflicto y un mayor compromiso en la defensa de Ucrania confinado en que Rusia se retiraría. Es el debate que plantea si está vigente la disuasión mutua o no, y que impulsa la vehemencia de quienes consideran que Europa frente a Rusia es como Atenas frente a Esparta. Una opinión que insiste en que se ha dejado abandonada a Ucrania tras prometerle su ingreso en la OTAN. Todo demasiado maniqueo.

Hoy el sol ha lucido en Madrid con fuerza en un mes de marzo excepcional en tantos sentidos. Se diría que el tiempo quiere contribuir al olvido.

 

(3 de marzo, jueves. 8º día de guerra)

Las novedades principales están teniendo lugar en el frente Sur. Los rusos redoblan el asedio a Mariúpol, que sigue siendo bombardeado, y han conseguido entrar en Jersón, en la desembocadura del Dniéper y una etapa previa para alcanzar a Odesa. El avance ruso en esta zona parece que se dirige hacia el norte, con Zaporiyia como objetivo, y hacia el Oeste, en dirección a Odesa. De todas formas, tras una semana de guerra los rusos no han conseguido tomar ninguna ciudad. En el norte Chernigov y Sumi, extremos de la tenaza que podría rodear Kiev, resisten. Los ucranianos de las ciudades de la zona oriental viven ahora en sótanos y refugios, los mismos que hace semanas veíamos en los noticiarios con escepticismo y como una muestra de exageración.

Hay que recordar que fue por Chernigov por donde Vasili Grossman logró escapar de la bolsa de Kiev en la que los panzer del general Heinz Guderian rodearon a los ejércitos soviéticos del mariscal Budienny en agosto de 1941. Una operación que está considerada la mayor derrota de la historia –esto siempre es discutible–, pues cayeron prisioneros más de medio millón de hombres.

Tras más de una semana de guerra, ya es hora de decirlo: me sorprende, y mucho, el escaso uso de la aviación que están llevando a cabo las fuerzas rusas teniendo en cuenta su enorme superioridad y lo decisivo de esta arma, sobre todo en esta fase de guerra de campo abierto, que no sabemos cuánto puede durar. La imagen que está dando el ejército ruso dista de ser buena en lo táctico y en lo estratégico.

Suben los precios del gas, del petróleo, de la electricidad, de los cereales, de materias primas como el níquel… Todo, consecuencia de la guerra de Ucrania. Las bolsas, nerviosas y a la baja. El desabastecimiento, el bloqueo económico de Rusia, la caída de empresas que dependen de las importaciones de Rusia… Todo apunta a un futuro complicado. De hecho, se señala desde el gobierno que llegan tiempos duros.

Lvov, que antes, en los días del imperio austrohúngaro, se llamaba Lemberg, se ha convertido en la capital de los refugiados que aspiran a abandonar Ucrania y en la puerta hacia Europa. El siguiente destino hacia el Oeste es Przemyśl, la primera ciudad polaca de importancia Una ciudad que veía de pequeño nombrar en unos documentales sobre la Primera Guerra Mundial emitidos por la televisión, dedicados a los combates entre austriacos y rusos por el control de la urbe en 1915. Los refugiados son en su mayoría mujeres y niños. Al día de hoy se calcula que han salido de Ucrania cerca de dos millones de personas y se prevé que continuará la corriente. Si no fuera por los coches y el colorido de las imágenes, tan distintas del blanco y negro que acentúa lo sombrío, se diría que las columnas recuerdan a las que ocupaban las carreteras de la Mitteleuropa en los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial.

Precisamente entre Kiev y Lvov se encuentra Ternópil, una de esas ciudades de mil nombres que se repiten en Ucrania y Bielorrusia. Fue Tarnópol en alemán, Ternópol en polaco y Ternópil en ucraniano. Ternópil. La ciudad más oriental del Imperio Austro Húngaro, uno de los centros culturales del judaísmo oriental. Luego fue capital de la efímera República Soviética de Galitzia, después del nacionalista Simon Petliura, a continuación, parte de la nueva Polonia, luego, de 1939 a 1941, fue controlada por la URSS. En 1941 los alemanes ocuparon la ciudad, entre ellos se encontraba el joven teniente August von Kageneck, quien, en sus libros de memorias, Examen de conscience y Lieutenant de panzers, relata el aniquilamiento de una de las poblaciones judías más importantes de Galitzia, de la que fue testigo. No acabó ahí el martirio pues, convertida en Festung, es decir, en fortaleza, por Hitler con la obligación de resistir, fue destruida por los soviéticos en 1944. Ahora, de momento el frente está aún en el Dniéper.

En Madrid llueve con intensidad. Día oscuro, lo cual es una novedad en las últimas semanas. Entre unas cosas y otras, el abatimiento domina. En Ucrania el cielo es acerado, pero sin brillo, mate. El frío sigue siendo invernal, como corresponde a principios de marzo.

 

 (4 marzo, viernes. 9º día de guerra)

La guerra recuerda cada vez más a la historia reciente. Las imágenes de los tanques rusos avanzando por la estepa entre rodadas de barro solo se diferencian del pasado por el modelo del carro de combate que las deja. Son los mismos lugares que se pueden ver en las filmaciones en que aparece la Wehrmacht.

Las tropas rusas han atacado y dañado la central nuclear de Zaporiyia, la mayor de Europa, situada junto al río Dniéper. Afortunadamente no ha habido fugas radioactivas. El gobierno de Kiev, con Zelenski a la cabeza, ha hecho un uso propagandístico generoso del suceso, con referencia a Chernóbil incluida. En la guerra de la propaganda, los rusos van de derrota en derrota, aunque hayan ocupado la central.

Parece que en el frente sur las operaciones son algo más favorables a las fuerzas de Moscú, pues se encuentran a las puertas de Jersón y Mariúpol. Está última ciudad, como Járkov –donde según parece los rusos han entrado en los barrios periféricos–, llevan sitiadas y bombardeadas desde los primeros días de la guerra y aún no han caído. Civiles y militares ucranianos resisten los ataques. En el norte, los ucranianos logran mantener a las fuerzas rusas lejos de Kiev. Incluso les han obligado a abrir una nueva vía de penetración desde Bielorrusia, ya convertida sin veladuras en Estado títere de Moscú, en dirección a Zhitomir, otro topónimo de los días de la guerra mundial, situada al oeste de la capital.

Parece que la estupefacción de los primeros días que se extendió por Europa está dejando su lugar a la solidaridad y al sentimiento antirruso. No son pocos los que, desde España, además de aprobar la ayuda a Ucrania, están dispuestos a acoger a refugiados de este país. La sensación de una crisis económica inminente, si es que alguna vez ha dejado de estar presente, se acentúa a causa de la inflación y la subida de precios de la energía.

Ante Odesa se ha desplegado, amenazante, la flota rusa. Es sin duda una advertencia de lo que está por venir. Los ucranianos fortifican ingenuamente las playas con sacos terreros frente a un mar agitado y oscuro, convencidos de que esa muralla de arena de playa detendrá el fuego de la flota rusa o un desembarco, que es más que previsible no tardará en llevarse a cabo.

Lvov, donde nunca fue nadie de viaje, ahora se ha convertido en una ciudad de referencia. Se ha generalizado su denominación como Leópolis. Sorprende que la ciudad de los seis nombres –Lemberg, Lemberick, Leópolis, Lwow, Lviv, Lvov– un microcosmos cultural en el que parecía que aún dependía del Imperio Austro Húngaro, que sobrevivió a las dos guerras mundiales y que parece conservar vivos rastros de la Europa que fue, del aire centroeuropeo que no deja de añorarse, ahora corra el peligro de ser bombardeada o, incluso, destruida. Más que nunca, me acuerdo ahora de mi “Otoño galitziano”, de ese viaje a Cracovia y Lvov, realizado, escrito y publicado hace años. He decidido reproducir el texto por lo que tiene de testimonio acerca de la región de Ucrania Occidental.

Entonces aún no había refugiados ucranianos ni en Cracovia ni en Lvov, como los que invaden los andenes de las dos estaciones en este invierno lacerante.

 

(5 marzo, sábado. 10º día de guerra)

Las tropas rusas están en Bucha, donde Mijaíl Bulgákov tenía una casa de campo, e Irpín, dos ciudades cercanas, casi del extrarradio de Kiev. Parece que las fuerzas ucranianas formadas por milicianos y militares están logrando frenar el ataque ruso sobre la capital al igual que en la zona del aeropuerto de Gostomel.

Nada se ha vuelto a saber del enorme convoy ruso que se dirigía desde hace días hacia Kiev. Parece que los problemas logísticos han impedido que avance, quedando detenido a mucha distancia de la capital ucraniana. Si es así, lo sucedido es revelador de las limitaciones del ejército ruso, que cada vez son más evidentes.

En el frente Este, asombrosamente Járkov sigue resistiendo el ataque de las tropas rusas, al igual que Mariúpol, sitiada desde hace días. En el frente Sur parece que las fuerzas rusas tienen más éxito pues han alcanzado Mikolayiv desde donde, según los analistas, podrían lanzarse contra Odesa, la ciudad de vacaciones de los zares y de la aristocracia, la de las escalinatas de El acorazado Potemkin.

La vida en Ucrania, sobre todo en los tres frentes, se está complicando para la población civil, bombardeada desde hace días y ya con problemas para conseguir alimentos. No es de extrañar que el éxodo sea cada vez más intenso en dirección al Oeste. La cuestión de los refugiados que llegan a Europa es otra arma de Moscú en contra de los países que apoyan a Ucrania. Los refugiados son siempre una fuente de gastos y de problemas para quien los recibe que, a la larga, enfrenta a los grupos políticos y divide a la población.

China hace equilibrios entre su cercanía a Rusia y la necesidad de un Occidente que siga consumiendo sus productos. De perfil ante la guerra, se mantiene en un limbo desde el cual no deja de mirar a la guerra y de reojo a Taiwán ante una posible intervención que, vista la reacción de Occidente hacia Ucrania, no parece de momento muy probable.

Recuerdo ahora una película ucraniana de 2018, dirigida por Sergei Loznitsa, también ucraniano, que, a modo de documental, muestra la vida en las repúblicas prorrusas de Lugansk y Donetsk, en el Donbás. El carácter mafioso de los gobiernos locales, la realidad de la presencia rusa, la corrupción, la violencia… Todo, aunque probablemente es cierto, se muestra con evidente intención propagandística.

Magnifica la sección de Le Monde dedicada a los escritores de Europa del Este y la guerra en Ucrania. Recuperan un texto que no conocía de Milan Kundera, escrito en 1986, titulado Un Occident kidnappé, ou la tragédie de l’Europe centrale, editado ahora por Gallimard. Son reflexiones acerca de Europa en relación con la invasión de Hungría y Checoslovaquia por los soviéticos que están de plena actualidad. Me he apresurado a comprarlo.

Sigue la primavera equívoca, aunque la luz cada vez más intensa y el sol cálido, la anuncien. Días agitados, pero de colorido extraordinario sobre todo al atardecer, el momento en el que todo se vuelve más complicado. Una atmosfera muy distinta de la que domina en Ucrania, donde los copos de nieve puntean las imágenes de televisión.

 

 (6 de marzo, domingo, 11º día de guerra) 

Todo el mundo insiste en que el modelo operativo de Rusia en Ucrania no tardará en ser el empleado en Chechenia y en Siria, es decir en Grozny y en Alepo: la destrucción de las ciudades, convertidas en objetivo militar. De momento el enigma persiste: ¿Por qué Putin no está empleando armamento más ofensivo, sobre todo más aviación, para reducir la resistencia ucraniana? En teoría con las fuerzas de que disponen los rusos podrían reducir alguna de las ciudades sitiadas y acelerar el fin de un conflicto que, cuanto más se alarga, más aleja la victoria. De todas formas, la artillería autopropulsada rusa y los misiles están destruyendo las ciudades ucranianas, convertidas en objetivo prioritario.

Tengo la sensación de que el ejército ruso y la doctrina militar que lo rige dista de ser una máquina eficaz. Parece antes un gigante con pies de barro, dotado de capacidades tecnológicas pero incapaz de emplearlas con efectividad. Es un ejército antiguo, propio de los años de la anterior guerra mundial, en el que la artillería y el empleo masivo de los blindados eran la clave. La táctica es el rodillo, lo masivo antes que lo escogido. Si hay una guerra urbana, su operatividad se verá mermada. Los ucranianos, muy motivados, con experiencia de guerra desde 2014, y parece que bien armados, tienen en las calles y ruinas un terreno muy favorable. Desde Stalingrado lo sabemos. En el pasado siglo han sido numerosos los ejemplos de batallas urbanas, desde la de Madrid en 1936, limitada la lucha a la periferia, a las de la citada Stalingrado, Varsovia o Berlín, donde la lucha fue casa por casa. No menos importante fueron Königsberg, Posen o Breslau –ahora llamadas Kaliningrado, Poznan y Wroclaw–, las ciudades que Hitler declaró que eran Festung, es decir, fortalezas que debían resistir el ataque del ejército soviético que avanzaba hacia el Oeste en 1945. Todas quedaron destruidas y la población civil sufrió los efectos del asedio como si fueran combatientes. Hay buena bibliografía sobre el fenómeno de la guerra urbana en el siglo XX que se puede consultar, como City fights. Selected Histories of Urban Combat from World War II to Vietnam, coordinado por John Antal y Bradley Jericke (Nueva York, 2003).

¿Será Ucrania para Putin lo que Finlandia para Stalin? Teniendo en cuenta que la guerra no acabó con la ocupación del país ni con la derrota rusa no es algo imposible, sobre todo de continuar las operaciones con este ritmo, lejos de la guerra relámpago que todos esperábamos, incluido Moscú.

División abierta en el gobierno entre los ministros socialistas y los de Podemos. Ione Belarra, recogiendo la opinión del partido respecto del envío de armas a Ucrania, señala al partido socialista como “partido de la guerra”, lo cual no deja de ser un exceso. Por el contrario, pide lo que llama una “diplomacia de precisión”, término merecedor de cierta explicación. Una crisis abierta que deja a Podemos al lado de la Rusia de Putin y frente al resto del mundo.

Buenos artículos de Ian McEwan y de Andrea Rizzi en El País. Por el contrario, el de Vargas Llosa es un desacierto. De otros, mejor no hablar, pues el despliegue ideológico reclamando justicia internacional oculta la falta de conocimientos para saber lo que sucede y porqué. Quien no sepa de historia de seguridad y de relaciones internacionales debería de abstenerse de opinar pues sus columnas, que son el manifiesto de un indignado, son absurdas por ingenuas.

Vuelven dos fantasmas de la Europa del siglo XX: la inflación que tanto daño ha causado en los años de entreguerras, y la guerra como elemento de actuación política. Todo sin olvidar la dependencia energética de Europa. La posibilidad de recurrir a la energía nuclear en el futuro se incrementa en caso de necesidad.

En Rusia hay manifestaciones en contra de la guerra, pocas y reprimidas con dureza, pero también las hay a favor de la intervención por medio de una “operación especial” contra un régimen nazi de un país inexistente. Decididamente, aunque no guste oírlo, Putin cuenta con el apoyo de la mayoría de los rusos, rebozados en nacionalismo.

Tal y como está la situación tras una semana y media desde la invasión rusa, cabe hacer alguna previsión, que seguramente está condenada a equivocarse. Ya se decía en aquel viejo grupo de trabajo de Prospectiva, en el Instituto de Estudios Estratégicos, que saber lo que va a pasar es fácil, lo difícil es acertar. Dicho esto, creo que el futuro de Ucrania probablemente pasa por dos posibilidades. La primera, la más radical y complicada, es la ocupación de toda Ucrania por Rusia, algo que, no se nos olvide, hay que llevar a cabo, cosa que hoy, dada la marcha de las operaciones, es una posibilidad que parece muy lejana. Una opción poco probable pues Ucrania es un país casi tan grande como Francia, con más de cuarenta millones de habitantes, y controlarlo, tras su conquista, supone el despliegue en el terreno de unas fuerzas considerables. Esta ocupación seguramente daría lugar a una guerrilla urbana en contra de las fuerzas rusas, que contaría con el apoyo de Estados Unidos y de Europa en forma de armamento y financiación de la insurgencia por cualquier medio. La situación recordaría algo al Afganistán de 1979 por lo que tendría de conflicto interminable y costoso, y supondría un riesgo tremendo de extensión del conflicto a países miembros de la OTAN como Polonia.

La siguiente opción, que también implica la victoria rusa sobre los ucranianos, se limitaría a la ocupación de la Ucrania oriental, la situada al Este del Dniéper. Esta posibilidad supondría la incorporación de esta zona a la Federación Rusa, que tendría un gobierno títere, y la cesión a Rusia de Crimea y de las repúblicas del Donbás. La duda está en el sur, en el litoral del Mar Negro. Si Rusia consigue llegar y ocupar Odesa Ucrania dejaría de tener salida al mar y Rusia tendría la tentación de enlazar con Transnistria o Transdniéster, el territorio moldavo bajo control de Rusia de manera indirecta, lo que supondría ampliar el conflicto más allá de las fronteras de Ucrania, algo que podría tener consecuencias indeseables. En la zona occidental Lvov se convertiría en la capital del legítimo gobierno de Volodomir Zelenski, si es que sobrevive a los intentos de asesinato, quien contaría con el apoyo occidental en todos los aspectos, incluidos los militares. Veremos si acierto en algo, pues todo, y lo contrario, puede pasar.

El ministro de Asuntos Exteriores ucraniano, Dimitri Kuleba, ha declarado que las tropas rusas están llevando a cabo violaciones de mujeres. Quizás sea la guerra de la propaganda que se apoya en el recuerdo de las atrocidades del Ejército Rojo con las mujeres alemanas en 1945. Esperemos que sea eso, si no será el regreso al pasado más espantoso. Apurar de nuevo el cáliz del horror.

Parece que un miembro de la delegación ucraniana en las conversaciones de paz celebradas en Bielorrusia ha sido ejecutado por los servicios de seguridad de Kiev. Probablemente, era un espía de Moscú. No hay muchos datos sobre el asunto, pero le da un tinte oscuro a un Kiev sitiado que le hace todavía más complejo, pero también más literario. Ahí hay algo del mundo de La extraña retaguardia, un mundo oscuro y difícil que también surgió en los confusos días de la Revolución de Octubre que adelantaron tanto Mijaíl Bulgákov en La Guardia Blanca como Iliá Ehrenburg en sus memorias, Gente, años, vida, los dos nacidos en la capital ucraniana. En estas páginas, Ehrenburg recuerda la realidad del trepidante Kiev en los días en los que coincidían alemanes, nacionalistas ucranianos, blancos y bolcheviques, convirtiendo a la ciudad en un lugar tan extraño como interesante por la actividad cultural y política que registraba y por los personajes que coincidían.

 

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