

En memoria de Carmen Rodríguez Baladrón
La reposición de una producción propia de un teatro normalmente se debe a que dicha producción tiene algún interés concreto para su equipo artístico y, por supuesto, para el público. Por eso no le faltaba interés al anuncio de la reposición del montaje de 2015 de Parsifal de Wagner de la Staatsoper Unter den Linden de Berlín, teniendo en cuenta la polémica que generó la visión de Dmitri Tcherniakov, el director de escena.
Tampoco es que Parsifal se represente tanto como para perderse una representación de esta ópera en un teatro como este de Berlín. Además, el tema religioso o espiritual, su relación con los poderes de la lanza que provocó la muerte de Cristo y el Santo Grial el cáliz donde se recogió su sangre y mana inaccesamente, la hace una obra adecuada para la Semana Santa Cristiana.
Pues bien, Tcherniakov apuesta claramente por desacralizar esta obra. El mensaje está claro ya que su puesta en escena sucede en una iglesia abandonada, sin santos ni cruces, pero donde todavía cabe el rito y la religión, entendida como el acto de (re)unirse a otros como nosotros.
Allí vive una corte de desarrapados, que siguen a un iluminado, Amfortas. Alguien herido, con una herida que no deja de manar sangre y de doler. Al que todos cuidan para aliviar su dolor y mantenerlo con vida. Pues piensan que su sangre es lo que les da la vida. Un poder por el que le hacen su líder.
A esa corte de los milagros llega un joven ingenuo que lo mismo da una patada a una piedra que mata a un cisne que le sale al paso. ¿Por qué? Por jugar. Para el sumo sacerdote, protector de Amfortas, en el que en una banda mafiosa sería el segundo que se encarga de los asuntos prácticos, ese joven ingenuo y atolondrado que no es capaz de respetar la vida por capricho representa la encarnación de una promesa que en el original es una profecía. Será él el que consiga curar al santón iluminado y el que lo sustituirá.
Pero mientras el joven adquiere la experiencia necesaria para asumir el rol que la profecía le tiene asignado, lo único que podrán hacer es darle al santón iluminado un producto que viene de Arabia y que le calmará el dolor. La procedencia de dicha medicina y su carácter analgésico hizo que cuando esta producción se representó por primera vez se considerase que esta corte era una corte de adictos a la heroína. Del tipo que se concentra en zonas depauperadas y semiabandonadas de las ciudades, tipo la Rosilla madrileña, donde bien podría estar esta iglesia abandonada.
Esta medicina milagrosa y adictiva la porta Kundry. Una mujer misteriosa de la que todos desconfían ya que es la enviada del enemigo, Klingsor, y posiblemente, la que engañó a Amfortas para que dicho enemigo le produjese esa grave herida de la que no deja de manar sangre. Herida y dolor que empeora con el rito que todos se empeñan en repetir. Y al que el joven e inexperto Parsifal asiste asombrado.
Como Parsifal no tiene todavía las luces para poder pasar de promesa a certeza. Le mandan a tomar vientos para que adquiera experiencia. Y en ese vagabundeo azaroso llega al castillo de Klingsor, el enemigo de Amfortas. Una especie de harén tirolés de bellezas aniñadas rubias de trenzas. Allí descubre a las muchachas en flor y con ellas se le desata el deseo sexual. Son tantas que hay demasiado estímulo. Vamos que se las tiraría a todas.
Sin embargo, no lo hará. Esa es la experiencia que tenía que adquirir, la continencia sexual. Con las ninfas y niñas es fácil porque para ellas y para él aquello es solo un juego. Lo difícil será resistirse a la adulta, experimentada y sucia Kundry. Ella, con una camiseta larga manchada con la sangre de Amfortas, que parece la mancha de un sangrado menstrual, insiste.
Esa experiencia le da un nombre, el de Parsifal que no conocía hasta ese momento, le da una historia, la de los cuidados y el celo puesto por su madre en él, y le hace un hombre. Pasa de ser un adolescente de camiseta y pantalón corto a un adulto. En lo externo, con un pantalón largo y chupa de cuero, adquiere el aspecto de un castigador, que, sin embargo, no castiga, ni tiene intención. Y en lo interno, adquiriendo individualidad, especificidad, gracias a que le ponen nombre e historia de vida.
Con esa experiencia, después de muchos años, vuelve a la iglesia desacralizada de Amfortas. Donde una moribunda Kundry se recupera de su moribundez. Y Parsifal será por fin identificado como el elegido, y por ese motivo ungido y coronado como futuro líder o santón de esa corte de desharrapados. Es decir, curará a Amfortas y lo apartará de este ese cáliz. Y Kundry será asesinada posiblemente por ser el medio que produjo esta larga desgracia y travesía en el dolor y la miseria. Algo que se podría entender como vendetta, aunque se entiende mal porque el que la mata la había revivido todo lleno de amor y compasión.
¿Qué esta no es la sinopsis del original? Quien piense esto tiene razón. Esta es la dramatización que ha hecho Tcherniakov. Ajustando el hecho escénico para que lo que se canta y la música que se oye pueda entenderse.
¿Se entiende? Resulta que no. Los motivos que llevan a Parsifal a no acostarse con Kundry, a parte de que Kundry lleva una camiseta bien manchada de sangre, que como se ha dicho parece seca sangre menstrual, no se entienden. Ni una pequeña mueca de rechazo. Solo lo canta.
Menos cuando los momentos iniciales del segundo acto, en el que se produce ese intento de vis a vis entre los dos, parece que, excitado por las muchachas en flor, le interesa esta que no es muchacha pero que sí que esta abierta a quitarle la virginidad y darle experiencia en la cama.
Tampoco se entiende el que la rechazase porque piense que es mayor para él en una sociedad actual que ha encumbrado a las MILF como objeto de deseo de los jóvenes. Pensamiento posible ya que le ha contado que conoció a su madre cuando estuvo embarazada y que eran amigas, de lo que se podría inferir que podría ser de la misma edad que la madre. Por lo que esta parte de la puesta en escena hubiera necesitado una relectura para la reposición de esta producción y para que la música sonase en el espectador como quería Wagner.
El último acto, siguiendo la línea ya desbarra del todo. Porque se entiende mal, visto lo anterior, que Kundry le lave los pies a Parsifal o que coronarlo como el santón sea dar un ungüento en el pelo y ponérselos de punta. Si uno no se ríe es porque la música de Wagner no llama a la carcajada. Y menos esta que, aunque celebra la primavera y el renacer de la vida de esta estación, está hablando del significado del Viernes Santo cristiano siguiendo su tónica de música seria y ceñuda.
Sin embargo, en el primer acto funciona. Y cualquier director de orquesta y cantantes querrían poner música y palabra cantada a ese primer acto. Nada es al azar, como no le es la música. Y se produce una bellísima sinestesia, de las que entusiasman. Desde luego, los coros finales de este primer acto emocionarán a cualquier sensibilidad.
Pero a partir de ahí, a pesar de la excelente manera que cuenta el encuentro con las muchachas en flor en el segundo acto, como un escondite inglés sin mover las manos y los pies, la cosa da paso a un galimatías ininteligible. En el que lo que suena no se ve ni se siente en las butacas.
Llega un momento tal que impide apreciar el trabajo de Philippe Jordan, el director de orquesta, en el foso. Si quiera si los cantantes lo hacen bien o mal. Entre otras cosas porque la técnica del canto la dominan, pero no saben qué están cantando. Es decir, entienden la mecánica y la técnica con la que tiene que cantarse a Wagner. El cómo. Pero no saben, ni parece que nadie del montaje se lo ha explicado, para qué sus personajes cantan así. Qué persiguen. El canto es un canto vacío. Donde está ausente la poesía de la palabra cantada.
Todo ello hace que el último acto se pueda considerar insufrible. La mesmerizante música de Wagner con sus leitmotivs y la profundidad de su poesía y reflexión, se convierte en una música repetitiva y lo que se canta y se cuenta en un verdadero rollo. Mal asunto para un montaje que incluidos descansos dura cinco horas y media. En las que se malgasta el tiempo y el dinero del público y el prestigio y los recursos de un teatro como la Staatsoper Unter den Linden.