«Yo quería hacer una película en la que mi inspiración de un momento concreto se plasmara directa e instantáneamente en la película acabada. En este sentido “Dispongo de barcos” es un capricho absoluto y un absoluto lujo. La he rodado sin un duro y la he montado, sonorizado y retocado durante casi un año hasta tener el producto que a mí me daba la gana y que no responde a nada. Es una comedia, un dramón, una película de terror, un viaje alucinógeno, un documental, una escena de teatro, una pesadilla, una idea. Es exactamente lo que me imaginé que iba a ser, cosa que no me ha pasado con nada de lo que he hecho nunca. Es como escribir un relato corto, acabarlo y decir: qué bien, esto era justo lo que quería. La rodé a ratos sueltos con actores que hicieron el increíble sacrificio de no preguntarme nunca qué coño estábamos haciendo. Ibamos por la calle y rodábamos donde podíamos y nos parecía bien: el metro, un mercado, un descampado, una delegación de Hacienda, etétera». Son confesiones del autor y director de una película que ahonda en la esetla de «Guerreros», «Gente de mala calidad» y «El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo», una pasión que compagina con sus incursiones tetrales con Animalario (ahora en otro escenario de Madrid, el Matadero, «Penumbra», que ha co-escrito con el dramaturgo Juan Mayorga).