Luis Pelayo transmite una sensación envolvente de intensidad y tranquilidad, como si uno estuviera hablando con alguien que ha transitado por lugares complejos y regresara ya de vuelta de ese viaje dispuesto a compartir su secreto. Tiene 78 años, y aunque ha bajado algo el ritmo, sigue trabajando y promete publicar algo pronto, para que lo que ha aprendido pueda quedar para el futuro. Todavía sigue formando a nuevos terapeutas y una vez al mes organiza una sesión con un grupo de pacientes que acuden al Instituto de Terapia Bioenergética Anthos, en Madrid. Y es que se encuentra bien. Primera reflexión interesante: “la vejez no existe, existe el envejecimiento. Es una cualidad del yo. Y cuando el yo envejece, el cuerpo envejece. Pero aquí hay gente que viene con setenta años y está estupendamente. Su cuerpo sigue evolucionando y transformándose. Otra cosa es que a muchos políticos o sociólogos les interese que haya viejos, gente más bien pasiva que se dedique a levantarse, comer y dormir. Nadie debería dejar de trabajar nunca. Durante una época, en lo que debas hacer para mantenerte. Y en otra, en lo que te guste. Así el cuerpo no envejece”.
El cuerpo, esa es la obsesión de Luis Pelayo desde que comenzó a estudiar Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid, a finales de los cincuenta. Luego cursó estudios en la Escuela de Psicología y consiguió una beca de la UNESCO para marcharse a París, a la Universidad de Vincennes, creada tras mayo del 68 y lugar de encuentro para los pensadores radicales más importantes de la época, como Michel Foucault, Alain Badiou o Felix Guattari. “La universidad española de aquella época tenía un enfoque muy racionalista. También había algo de psicoanálisis, pero yo estaba buscando otra cosa. En París comencé a trabajar mucho la dinámica de grupo en la terapia e incorporamos sistemas nuevos que venían de América. Poco tiempo después llegaron a la universidad unos psicoterapeutas ingleses que habían sido formados por un americano llamado Alexander Lowen, que se dedicaba a trabajar en la terapia corporal. Aquello me interesó mucho. Yo tenía la inquietud del cuerpo, sabía que el cuerpo tenía que ser un libro de lectura del ser, una manifestación del yo más profundo”. Así empezó la larga relación de Luis Pelayo con la bioenergética.
La bioenergética es hija de Wilhelm Reich, uno de los discípulos aventajados de Freud. Tras su ruptura con el padre del psicoanálisis, Reich realizó un largo periplo que lo llevó a la extinta RDA (República Democrática Alemana) y finalmente a Estados Unidos, donde formó a Alexander Lowen, uno de los maestros de Luis Pelayo. “Los freudianos creían que el inconsciente era un oscuro mundo que se encontraba en la mente y con un lenguaje que se manifestaba de manera extraña, muy difícil de entender. La bioenergética demostró algo importantísimo, que el inconsciente es algo real, es algo corporal, el cuerpo tiene memoria de lo que nos ha pasado, se queda torcido, la respiración se vuelve entrecortada. Sólo hay que saber interpretar esos signos que refleja el cuerpo para poder curarnos”.
A la vuelta de París, Luis Pelayo estuvo en el departamento de Psicología Social de la Universidad Complutense de Madrid, con el catedrático José M. Torregruesa. Ahí comenzó una de las dos tesis que nunca ha terminado. Quienes conocen a Luis Pelayo saben que el suyo es un magisterio discreto, incluso espartano, más parecido a un maestro zen que a un profesor universitario. Dejó la universidad y se volcó en su trabajo como terapeuta. Viajó con asiduidad a Estados Unidos, frecuentó a Lowen y entró en contacto con el Esalen Institute, otra institución clave en su formación.
Situado en San Francisco, California, el Esalen Institute se encuentra en un antiguo asentamiento de indios americanos y ha sido un icono intelectual de la contracultura norteamericana. Luis Pelayo matiza: “una contracultura entendida como una forma de desarrollo armónico, basado en la salud física y emocional”. Por allí pasaron escritores como Aldous Huxley, Henry Miller, Ray Bradbury y Susan Sontag o los miembros más destacados de la psicología humanista, como Abraham Manslow o Carl Rogers.
La integración de una vertiente humanista en la terapia siempre ha sido una preocupación para Luis Pelayo. “Desde el principio me di cuenta de que la bioenergética necesitaba un giro para que pudiéramos adaptarla a las condiciones españolas, que es un país donde siempre se le ha dado mucha importancia a la profundidad y a la trascendencia. Los ejercicios que proponía Lowen eran muy físicos, consistían en mover músculos para intentar desbloquear emociones, pero no tenían ese componente metafísico. Necesitábamos integrar toda esa parte humanista que yo había hecho por mi lado en la facultad y que luego también estudié en San Francisco”.
Con todo este bagaje comenzó a funcionar el Instituto de Terapia Bioenergética Anthos en 1976, no sin algunas sorpresas. Por allí pasó la secreta, para ver si se estaba haciendo alguna actividad subversiva. Otros lo confundieron con un prostíbulo. “Venían y nos preguntaban si esto no era un sitio de masajes”. Pelayo reunió consigo a grupo muy heterogéneo, gente que había hecho psicodrama, psiquiatras, psicoanalistas. A veces organizaban cursos con Alexander Lowen o Carl Rogers, que venían de América. Hacer este tipo de terapias en la España de aquel momento era casi una excentricidad. Un país de educación nacional-católica para quien la trascendencia había estado siempre unida a la otra cara de la moneda, el pecado. “Queríamos recuperar las raíces de este país usando el cuerpo. Y eso era una idea que parecía estar destinada al fracaso. Aquí el cuerpo era malísimo: ‘malpasando por el cuerpo que es un dolor’, una pena y una desgracia, casi una carga con la que vivir. La carne, se decía”.
Durante estos años, Luis Pelayo ha combinado el trabajo individual con pacientes y los grupos de terapia. Para esas reuniones creó una pequeña sala en el Instituto, sin nada más que una moqueta bien cuidada y grandes cojines donde sentarse después de los ejercicios terapéuticos. Estas sesiones han sido siempre bastante intensas, momentos de éxtasis donde los pacientes descargan sus emociones gritando o llorando mientras corren alrededor de la sala. Luego se sientan para comentar sus sensaciones. La dinámica de grupo es importante, porque la personterapia bioenergética, como la llama Luis, tiene un componente transpersonal que entiende la individualidad como un sentimiento profundo en relación con el otro. “La personalidad como experiencia del individuo, pero estando en contacto con el otro. Siendo él o ella, pero dándose cuenta de que en el otro hay algo suyo, un eco suyo, una resonancia de lo que es”.
El perfil del paciente ha cambiado con los años. Ya no son “buscadores natos”, como antaño. Ahora viene gente que está más bien instalada en un orden y quiere profundizar en ese orden. También han desaparecido las personas con problemas religiosos o grandes sentimientos de culpa. Eso ha generado cambios en el centro, incluso físicos. Con el tiempo, ha reformado la sala de los grupos, que ahora tiene más luz y cristales, para no dar la sensación de que es un recinto cerrado, sino que de alguna manera se integra en el mundo. “Una apertura a la modernidad”. El programa de trabajo de estos últimos años ha estado relacionado con la crisis, entendida como una situación de deterioro, pero también como un momento de mutación. Pelayo dice que se acordó del viejo Ovidio. “El yo, y más hoy en día, está sujeto a todo tipo de mutaciones y hay que conseguir convertirlas en mutaciones sanas, conseguir transformarnos a pesar de vivir situaciones de soledad, abandono, pérdidas de afecto”. Y respecto a la actual situación de frustración generalizada, cree que el cambio vendrá cuando lo social y lo económico se unan a lo personal: “tal y como hemos estado funcionando en las últimas décadas, las personas han perdido el contacto con sus inquietudes profundas”.
Para Luis Pelayo, las mutaciones que se producen en distintos momentos de la vida demuestran los errores del psicoanálisis tradicional a la hora de buscar el origen de la enfermedad psiconeurótica. “No todo sucede en los primeros años de vida. La etiología de la enfermedad no hay que buscarla en la temporalidad, sino en la intensidad. Puede aparecer de repente, a los cincuenta años, aunque hayamos tenido una infancia muy feliz. Hay personas que han tenido una relación afectiva intensísima y después de una ruptura se les ha desencadenado una neurosis. La intensidad de un abandono o el sometimiento a una persona pueden ser una causa lo suficientemente fuerte, sin necesidad de acudir a la infancia”.
¿Y dónde está la curación para Luis Pelayo? “La curación viene de ‘caer en la cuenta’ de lo que nos pasa, no sólo de darnos cuenta. Hago esta distinción porque hay una diferencia entre lo que yo llamo conciencia, como nivel racional, más que ético, y consciencia que es una experiencia de tipo intuitivo y experiencial, súbita, un gran encuentro con lo que pasa dentro de nosotros y que normalmente no apreciamos. Eso es la consciencia”, dice Luis Pelayo, dejando caer la mano, como si ese ejercicio de gravedad simbolizara el acto repentino de ‘caer en la cuenta’. “La razón viene después, es secundaria, sirve para identificar mentalmente el proceso, hacer categorías de lo que nos ha pasado. Pero antes viene el proceso emocional, que es diferente del razonamiento”. Uno de los objetivos de la terapia es conseguir lo que Luis Pelayo llama el “asombro contemplativo, esa intuición que se logra cuando el cuerpo entra en una dimensión de pérdida de sí mismo y camina hacia un encuentro con lo que está más allá de él, sin temores, dejándolo libre, aunque sin olvidarse de uno mismo: más allá del cuerpo pero con el cuerpo. El yo relacionándose intensamente con lo que ocurre alrededor”.
Luis Pelayo sabe que todas estas cosas pueden parecer extrañas a algunas personas, sobre todo en España. “El hecho de que un terapeuta busque la profundidad del ser suena raro hoy”. Asuntos como la trascendencia o los fenómenos transpersonales forman parte de una amplia literatura alternativa en la que han participado pensadores y escritores como Huxley, Alejandro Maturana, Fritjof Capra o Carlos Castaneda, muchos de cuyos libros se han vendido ampliamente. En todo este mundo convergen aportaciones culturales y religiosas que van más allá del paradigma occidental. También hay una vertiente científica que intenta alimentarse de la teoría cuántica. En general, todas estas aproximaciones aportan una visión sistémica del mundo: la realidad no la forma la suma de elementos individuales, sino las relaciones entre cada uno de los elementos. En realidad, los elementos no se definen por características propias, sino por las relaciones que tienen entre ellos. Fritjof Capra dice en su libro La trama de la vida (Anagrama) que “la física cuántica pone en evidencia que no podemos descomponer el mundo en unidades elementales independientes. Al desplazar nuestra atención de objetos macroscópicos a átomos y partículas subatómicas, la naturaleza no nos muestra componentes aislados, sino que más bien se nos aparece como una compleja trama de relaciones entre las diversas partes de un todo unificado”.
“Se trata de entender la unidad en un sentido clásico, un uno entendido como multiplicidad de relaciones”. Luis Pelayo no tiene miedo a quienes hablan de esoterismo: “Las palabras lo aguantan todo”. Su trayectoria profesional lo avala y distingue su trabajo de aproximaciones New Age más o menos frívolas. Hoy en día preside la Sociedad Española de Terapia Bioenergética y es miembro-fundador de la Sociedad Española de Psicoterapia y Técnicas de Grupo, una de las más decanas del país y a la que ha estado muy vinculada desde que se fundó en los ochenta. También ha dado clases en numerosos másteres universitarios de psicoterapia. Y sobre todo, tiene la clínica, como se dice en psicología, la experiencia de años y años trabajando con pacientes. Con ellos siempre ha tenido una actitud muy entregada, aunque manteniendo una distancia terapéutica. En las sesiones de grupo, hay algunos psicólogos que mantienen una relación muy estrecha con la gente del grupo. Él no. “Hay momentos en los que no se puede hacer eso. La persona, el paciente, necesita sentirse sola y en esa soledad saber que hay un ser a tu servicio, pero que no tiene otra relación contigo que la de terapeuta-paciente”.
Los años en la clínica sirven para terminar la charla hablando sobre cómo afronta la gente hoy en día cuestiones universales como el amor y el sexo. ¿Por qué hay tanta gente que se casa y no tarda nada en divorciarse? “Hay mucha inmadurez afectiva. La gente está viviendo en la adolescencia. Los políticos y buena parte de los intelectuales parecen no darse cuenta de que la sociedad se está anclando en la adolescencia. Una etapa de maduración importante si tienes catorce años, pero no si tienes treinta o cuarenta. Hay mucha gente que quiere vivir enamorada toda la vida. Pero el enamoramiento es casi nada, es transitorio, genera mucho entusiasmo pero tiene que acabar en la relación. Si no, se hace un enamoramiento viejo y termina muriendo. Vivir enamorado es vivir relacionado. De la fascinación inicial hay que pasar a la fascinación que se cultiva y ese cultivo se hace en el invernadero, que es la relación”. Por esa razón, Luis Pelayo advierte contra la mentira del falso romanticismo, que considera típico del neurótico de nuestra época. “Hay gente que nunca ha sentido nada y sin embargo se pone unas velitas para intentar vivir el amor. A mí las velitas no me perecen mal, pero siempre que tengan algo profundo detrás. Lo verdaderamente romántico, es la autenticidad del sentimiento profundo. Es como comparar una figura de esas de semana santa, hechas de cartón piedra, con una talla de Berruguete, de madera maciza”.
A Luis Pelayo también le preocupa la relación entre sexos. Como no podía ser de otra manera, está a favor de la igualdad entre sexos y considera que Wilhelm Reich ha sido uno de los grandes impulsores de la liberación de la mujer. “Sus estudios sobre la sexualidad femenina fueron fundamentales. Las feministas deberían haberle levantado un monumento”. Pero advierte de que se está construyendo una ideología sobre la sexualidad que confunde desigualdad y la diferencia. “Hay una ideología de la sexualidad que es destructora de la raíz y que pretende eliminar las diferencias de sexo. Quieren ir a la base y en realidad caen en la infantilidad. La naturaleza pone a dos cuerpos diferentes para que se unan. No para que uno sea superior al otro, sino para que estén juntos, sean complementarios, dar y encontrarte en el otro, eso es lo fundamental”.
Para terminar la charla, una reflexión sobre el aumento del consumo de antidepresivos, que no para de aumentar cada año. “Tomar psicofármacos para tapar es malo. Hay que vivir las crisis emocionales y evolucionar. Evidentemente, si uno está muy mal, tiene que tomar este tipo de drogas. Yo mismo he enviado a pacientes para que un psiquiatra les recete algo. Pero debería combinarse con la psicoterapia. En realidad, psiquiatría y psicología cada vez estamos más cerca y muchos psiquiatras son hoy más psicoterapeutas que otra cosa. Yo siempre digo una cosa: si te recetan fármacos, vive los efectos que te producen, no los uses para seguir tirando. Vive en tu cuerpo los efectos de la relajación si te dan un tranquilizante. Vive los efectos de la euforia. Vívelos intensamente. Con el cuerpo, siempre con el cuerpo”.
Jorge Berástegui es periodista e investigador. Estudió en la Escuela de Periodismo UAM/El País y es doctor en Literatura Inglesa por la Universidad de Alcalá de Henares, donde se ha especializado en estudios poscoloniales y ficción multicultural en el Reino Unido. En FronteraD ha publicado Una librería para hablar de Guinea Ecuatorial y Katmandú: del espíritu al ladrillo