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AcordeónEl muelle de Budapest. Verdades y mentiras sobre los judíos salvados por...

El muelle de Budapest. Verdades y mentiras sobre los judíos salvados por un diplomático de Franco

 

Budapest es una ciudad llena de placas, que son lápidas, recordatorios para el que pasa distraído. Las hay de todos los tamaños, con un bajorrelieve de bronce, como la de Zoltán Farkas, fundida por él mismo antes de saber que iban a clavarla a un muro, no en vano además de abogado y experto jurista de la legación española durante una época terrible era también escultor. Las hay con las letras talladas sobre mármol blancuzco, o iluminadas de oro, como la del diplomático Ángel Sanz Briz en la casa del número 35 de Szent István Park, frente al parque del mismo nombre, es decir de San Esteban, y junto al Danubio. Es un edificio sólido, de aire art-decó, uno de las que sirvieron de acogida a judíos amparados por la embajada de España en la capital de Hungría cuando el nazismo daba sus últimos, y sanguinarios, coletazos.

El viaje arranca, como deben arrancar todos los viajes, a juicio de Arcadi Espada, con un libro. Cuando se puso a la venta su libro En nombre de Franco. Los héroes de la embajada de España en Budapest, a la editorial Espasa, seguramente persuadida por la perspicacia del autor, no se le ocurrió mejor forma de atraer a la prensa para que le dedicaran un poco de atención que llevándose a un grupo de compatriotas de Sanz Briz y de Espada a recorrer los escenarios del crimen y del heroísmo, del sufrimiento y de la compasión, de la leyenda y de la verdad. El combate infinito entre faction y fiction. De hecho, no le incomodaría al autor que le caracterizaran como “el apóstol laico –subraya lo de laico– de la verdad”. Es uno de los temas de Espada, no tanto hacer justicia (que en este caso, más que un daño, sería un bien colateral. A él no le gusta definirse en términos de patriotismo: lleva demasiado tiempo combatiendo el catalán como para dedicarse al español) como por tratar de desmontar la leyenda y de acercarse al máximo a la verdad buscando documentos que prueben su intuición de que un impostor le había arrebatado al encargado de negocios de la embajada de España en Budapest el invierno de 1944 el mérito que le correspondía: un impostor llamado italiano Giorgio Perlasca, que de momento se ha salido con la suya.

Arcadi Espada se ganó la mirada desdeñosa y el inmediato desplante del director del Museo del Holocausto de Budapest cuando, al término de la visita, una vez llegaron al friso de los héroes que culmina un recorrido estremecedor por la historia de la deportación y el exterminio de los judíos húngaros, le preguntó: “¿Dónde está Ángel Sanz Briz?”.

De la lectura de En nombre de Franco se puede decir que es mucho más interesante que muchas novelas, porque es un viaje en pos de la verdad, y porque en su construcción (como apreciaría la cronista argentina Leila Guerriero) el autor no descarta los recursos de la lengua y la sintaxis que puedan hacer más apasionante y adictivo el viaje. Y poder examinar sobre el terreno los vestigios y las contradicciones del héroe que se ha apoderado de la memoria es un lujo. De hecho, me gustaría animar a los hipotéticos lectores de En nombre de Franco que si no conocen Budapest la visiten con el libro de Arcadi Espada y un buen mapa de la ciudad, y si ya conocen esta antigua co-capital del imperio austro-húngaro instarles a que repitan la visita con las páginas de esta minuciosa reconstrucción histórica bien vivas en la retina. Será una forma insólita de acercarse a uno de los episodios más deplorables de la destrucción de los judíos en Europa Central. Tal vez una asignatura pendiente más en el currículum de muchos estudiantes españoles.

El hotel NH es un buen punto de partida. Está situado en el viejo Pest, concretamente en la llamada Ciudad Nueva de Lepoldo, en el Distrito 13, en pleno gueto internacional, donde muchos judíos fueron confinados: al menos los que podían alegar orígenes en alguno de los países neutrales que mantuvieron abiertas sus embajadas y legaciones en Budapest durante buena parte de la Segunda Guerra Mundial, como Suecia, Suiza, Portugal, España, o la Santa Sede (que no es un país, sino algo más).

Una de las primeras placas es la de Raoul Wallenberg, en la calle del mismo nombre. Si a Sanz Briz no se le ha hecho justicia ni en Hungría ni en España, del paradero y las circunstancias que llevaron a la muerte al diplomático sueco enviado por Estocolmo a la capital húngara en aquellos días sombríos nada se sabe. Ni siquiera la breve apertura de los archivos de la inteligencia soviética ha arrojado luz sobre su desaparición, aunque la mayor parte de las sospechas recaen en el lado soviético.

Las paradojas comienzan pronto. La primera placa que se atornilló junto a la puerta del número 35 del edificio de San Esteban estuvo dedicada a Giorgio Perlasca. Arcadi Espada no niega que este italiano que al parecer combatió junto a las fuerzas de Musolini en la guerra de España ayudara a Sanz Briz y a otros funcionarios de la embajada a atender a los judíos bajo su amparo, “pero todo lo que sabemos de Perlasca procede de su propia boca”. Declaraciones que hizo a un diario húngaro después de la guerra, cartas que envió al propio Sanz Briz y a las autoridades españolas, y a los periodistas que le dedicaron un libro en el que le atribuyen cometidos, misiones y heroicidades que, según se encarga de probar de forma persuasiva En nombre de Franco, correspondían a Sanz Briz. “Todo lo que se sabe de Perlasca lo explotó, lo contó Perlasca”, concluye Espada. La segunda placa, a instancias de la familia y de la diplomacia española, no está junto a la de Perlasca, al lado de la puerta principal del edificio donde estuvieron acogidos y a salvo judíos húngaros bajo pabellón español, sino en la fachada que da al río, impávido Danubio a veces azul, doblando la esquina de la calle. La familia (conocedora de las maniobras de quien consideraba en cierta medida un aprovechado, para Arcadi “un impostor”) no quiso que la placa del héroe, que se instaló mucho después, compartieran pared.

En la ciudad hay muchos más monumentos levantados a la memoria de Perlasca. En la galería del Museo del Holocausto, donde un mapa interactivo da cuenta del emplazamiento de las legaciones y embajadas que prestaron amparo y salvaron a miles de judíos de una muerte segura en Auschwitz, al pinchar España aparece enseguida la fotografía de Perlasca y su biografía. Ni rastro de Sanz Briz. Tras el desplante del director del museo al inquérito de Espada, la pantalla situada al final del recorrido, en la sinagoga vacía, en el friso de los héroes que comienza con Perlasca, ya se ha introducido la foto y lo que hizo Sanz Briz. Pero el día que visitamos el museo la pantalla estaba inactiva. Una fatalidad. En cualquier caso, que el reconocimiento se lo haya llevado Perlasca es para Espada “un absurdo”.

La primera placa de la casa del número 35, en la que hubo más judíos refugiados, situada a unos dos kilómetros y medio de la legación española, la de Perlasca, ratifica que el italiano es el héroe oficial para la comunidad húngara. La segunda, colocada años después, y menos airosa, reza: “Esta placa guarda la memoria del encargado de negocios español Ángel Sanz Briz, que salvó la vida de varios miles de judíos. Bendita sea su memoria”. Atzél Kinga, la traductora, admite que el nombre de Sanz Briz es apenas conocido en Budapest, y por lo tanto apenas reconocido.

Dice Arcadi Espada: El gobierno español tiene un problema con esta memoria. Lo que Sanz Briz hizo en Budapest por los judíos no mereció ninguna honra por parte del gobierno español, ni entonces ni ahora, y solo tardíamente por parte internacional. Cierto que recibió importantes condecoraciones, pero no por lo que hizo en Budapest. España es un país extravagante, tiene agujeros negros en su historia. Que los héroes de la embajada de España fueran franquistas le vino muy bien a mucha gente. La verdad es que ASB no actuó por su cuenta, sino que obedeció órdenes de su gobierno. ¡Qué le vamos a hacer! Habría que analizar las razones de la actitud generosa del gobierno de Franco hacia los judíos húngaros, pero a la hora de poner en práctica esas órdenes parece evidente que Sanz Briz se extralimitó en su fervor humanitario.

Lo que permitió que más vidas fueran salvadas. Mientras Espada habla de esas incongruencias, una barcaza remonta la corriente del Danubio y el sol de la tarde templa el aire. Es una preciosa y suave tarde de invierno en Budapest, perfecta para recorrer y recordar. «El temor a que la victoria de los aliados tuviera como consecuencia que entraran en España y pusieran fin al régimen de Franco puede que jugara a favor de la decisión de encargar a Sanz Briz que prestara ayuda a los judíos», y así se le hizo saber a las comunidades judías en capitales como Washington, donde el embajador de España se reunió en más de una ocasión con ellas a petición del Ministerio de Asuntos Exteriores.

Aunque Perlasca se atribuye alegremente, y sin pruebas, la salvación de unos 5.200 judíos, Arcadi Espada cree que los salvados, y gracias a la intervención de Sanz Briz, que no del italiano, fueron entre 2.000 y 3.000. “Pero son solo cifras indicativas. No olvidemos nunca que los más importantes son los que mueren, esas masas inmensas que fueron llevadas al matadero”. Se explaya Espada hablando de la famosa “conspiración judeo-masónica” que habitualmente se pone en boca de Franco, para concluir que del examen de los discursos de Franco cabe deducir que el caudillo “jamás empleó esa expresión. Cuando uno escribe un libro como este lo más divertido es lo que aprende, lo que va descubriendo. Y lo cierto es que en ningún discurso empleó Franco esas palabras referidas al contubernio”, y bromea diciendo que tal vez fueron una invención de Manuel Vázquez Montalbán.

Es muy interesante en el libro la petición que le hace el ministro de Exteriores a un eximio falangista para que examine si en esa ideología hay rasgos o rastros antisemitas. La conclusión es que no. En esa línea abunda también la última novela de Juan Manuel de Prada, en parte centrada en la División Azul, Me hallará la muerte. Aunque en su caso se trata de fiction, De Prada hace hincapié en la incomodidad de muchos soldados y mandos españoles de la división enviada a combatir codo con codo con los alemanes frente a los bolcheviques ante las actitudes racistas contra los judíos. Espada recuerda, sin embargo, que esas tropas prestaron juramento al Führer.

Arcadi Espada, autor de investigaciones que han incomodado a muchas conciencias en España, como Raval, del amor a los niños, ha elaborado En nombre de Franco con la inapreciable ayuda de Sergio Campos, bibliotecario del Instituto Cervantes de Berlín, que co-firma el libro, y que luce los pendientes (aunque discretos) que menciona el propio autor principal cuando refiere sus incansables pesquisas en busca de testigos, descendientes de los verdaderos héroes de la embajada de España en Budapest. Espada hizo hincapié en los dos días fructíferos que pasamos en la capital húngara en dos hechos probados en los archivos del Ministerio español de Asuntos Exteriores y en otros ámbitos: que Ángel Sanz Briz “no actuaba de forma espontánea, sino que atendió a los intereses de España, cambiantes, sobre todo cuando Franco comprendió que la Alemania nazi iba a perder la contienda”, pero también que Ángel Sanz Briz “forzó las normas y trató de salvar cuantos más judíos pudo, e incluso, contra las órdenes recibidas, alojó a varias decenas de judíos en los propios sótanos de la embajada”.

Tras la casa del parque de San Esteban, donde por cierto se levanta un vistoso monumento a la memoria de Raoul Wallenberg, pasamos por la calle Pannónia, otra vía que merece ser recorrida parsimoniosamente y sobre todo detenerse en los números 40, 44, 48 y 64, porque allí había pisos alquilados por la legación española para acoger a judíos, para salvarlos de los nyilas, los despiadados nazis húngaros del partido de la Cruz Flechada, que sembraron el terror antes de la llegada de las tropas alemanas. Acaso convenga mencionar como dato nada anecdótico que la extrema derecha es hoy día el tercer partido en número de diputados en el deslumbrante Parlamento húngaro levantado como una catedral política a orillas del Danubio, aunque no reivindica el atroz pasado nyila, sí el nacionalismo y el anti-europeísmo. Al extremo de la misma calle hay varios “edificios nyila”, comenta la traductora, y nos hace observar el artístico forjado de las altas puertas: “le han quitado a la esvástica uno de sus brazos para disimular su origen”, pero es fácil reconstruirlo. No hay que echarle mucha imaginación.

La geografía se vuelve elocuente cuando se pasa de los mapas y los libros a la escala de la realidad. Hay muy poca distancia entre la embajada de España y la casa del terror, en la avenida Andrássy, una de las principales de esta ciudad monumental que empequeñece Madrid: en los sótanos de esa casa del terror los nyilas torturaron y mataron a muchos judíos y disidentes tras el golpe de Estado que llevó al poder a Ferenc Salazi, líder de la Cruz Flechada que gobernó Hungría en los meses finales de la Segunda Guerra Mundial. Cuando los soviéticos ocuparon la ciudad y levantaron el telón de acero cogieron el relevo de los nyilas, ampliaron los sótanos y las torturas y exacciones. Ahora la casa relata pormenorizadamente la historia de los dos terrores fundamentales del siglo XX: el de los nazis y el de los comunistas. La diferencia, se atreve Arcadi Espada, es que mientras los judíos eran condenados solo por serlo, sin distinguir niños de ancianos, los disidentes lo eran sobre todo por anticomunistas.

También están obscenamente cerca el Parlamento el gueto internacional y el muelle del Danubio donde fueron ejecutados miles de judíos: atados por parejas, los nyilas le pegaban un tiro a uno y los arrojaban después a las heladas aguas del río. El muerto se llevaba consigo al vivo. Arcadi Espada no presta mucho crédito a la leyenda de que fuera para ahorrar balas. “Creo que no era más que otra muestra de crueldad”. Se habla de que unos 3.600 murieron de esa forma. El Danubio azul teñido de rojo. Aquí, donde la amplitud del río lo hace escenográfico, por la forma tan elegante con que ciñe la cintura de Budapest, trazando la gran frontera fluvial entre la llana Pest y la accidentada Buda, la industriosa Pest y la residencial Buda, uno tiene la sensación de que la ciudad ha sido levantada para rendir homenaje al río. Espada, autor de uno de los más ilustrativos y hondos libros escritos en España sobre un río, Ebro/Orbe, comenta divertido que mientras en Viena el Danubio se asoma en una bocacalle aquí se desliza en todo su esplendor. Y desde Buda, de noche, iluminados los puentes y las grandes obras pías y laicas, el asombro es aún mayor. Otra paradoja húngara, pero que se repite en muchos otros lugares donde la belleza y el espanto han hecho masa: “uno de los lugares más hermosos de Europa convertido en decorado del mayor horror, de la mayor crueldad”. Lo bello y lo siniestro, de la mano, como una pareja atroz. De ahí también lo conmovedor que resulte el homenaje instalado en 2005, obra del cineasta Can Togay y el escultor Gyula Pauer, ubicado en el muelle Oeste del Danubio, por la parte de Pest, cerca del Parlamento. En los originales Créditos de libre elección (que incluyen al final del libro códigos bidis, que permiten, mediante un lector óptico instalado, una aplicación de descarga gratuita en teléfonos inteligentes, que conduce a un blog donde se multiplica la información), se lee: «Se trata de sesenta pares de zapatos de hierro fundido, incrustados en un terraplén de piedra. La leyenda de las lápidas [siempre las lápidas en Budapest, ciudad de vivos levantada, como toda gran metrópoli, y más las que han conocido el azote de la guerra, sobre muertos] especifica que fue erigido el 16 de abril de 2005 a la memoria de las víctimas asesinadas y arrojadas al Danubio por las milicias del partido nazi húngaro en 1944-1945″.

Unas páginas antes se citan fragmentos del libro de Randolph L. Braham The politics of genocide: the Holocaust in Hungary, publicado en 1994 por Columbia University Press. Se lee: «El recuento de Braham suma 3.500 en dos meses. Una de las formas de asesinar a estos judíos, tal y como lo cuenta Braham, era atarlos de tres en tres. Disparaban al del medio, de tal forma que arrastrara a los otros dos vivos al agua. ‘Muchas de las más horribles de estas atrocidades fueron cometidas por una banda dirigida por András Kun, un sacerdote católico y furiosamente antisemita’. András Kun fue detenido por los rusos tras la toma de Budapest. Fue juzgado por un tribunal popular y condenado por el asesinato de 500 personas. Dio detalles muy concretos de sus acciones y le ahorcaron en Budapest el 19 de septiembre de 1945″.

También impresionan las palabras de Erzébet Dobos, hispanista, autora de uno de los documentos más importantes sobre lo ocurrido en Budapest en aquellas semanas insufribles, su libro Salvados. Aunque no comparte al cien por cien las apreciaciones de Arcadi Espada sobre Giorgio Perlasca, señala sobre todo las “importantes revelaciones” que aporta En nombre de Franco: «Demuestra con hechos que el salvamento de los judíos en Budapest por parte de la legación española se hizo con órdenes de Franco y de su Ministerio de Asuntos Exteriores. Rescata la memoria de húngaros que prestaron importantes servicios en la embajada, como el asesor jurídico, Zoltán Farkas, y la secretaria, Elisabeth Tourné.» Reconoció la hispanista que hay pocos documentos sobre Perlasca, y que no se ha valorado bien hasta la fecha la labor de Sanz Briz, descompensada a favor de Perlasca. Dobos dijo que el libro estaba escrito con método científico y minucioso, aunque reconoció que no sabría decir a qué género pertenecía, aunque “una vez que lo empiezas no puedes dejar de leerlo”.

Espada volvió a reconocer que le siguen temblando las piernas cuando entra en lugares donde han sucedido los hechos, y más cuando fueron importantes. Como en la embajada de España en Budapest, el palacio Hatvany-Deutsch, construido según los planos del arquitecto Gyula Bukovics, situada en la calle Eötvös u. 13. “Nunca estamos los periodistas cuando algo sucede. Eso es lo que hace el periodismo. Ir después. El resto es electricidad. Unas pocas personas salvaron a muchas. Eso es lo que pasó”. Recalcó que no era cierto que “Sanz Briz había actuado por cuenta propia”, y si se excedió “lo hizo del lado del bien. Pero sigue siendo un absurdo decir que el gobierno de Franco no instruyó a su encargado de negocios para que actuara. Las razones puede que tuvieran que ver con los aliados. Pero la razón de Estado no es siempre incompatible con la razón moral, con la obediencia debida. La obediencia debida hay que relacionarla la mayor parte de las veces con la justicia y con el bien, y eso es lo que hizo Sanz Briz. Los que dieron las órdenes para proteger a los judíos no eran los de nuestra patria moral. Pero los hijos no son responsables de los crímenes de sus padres. Un estado adulto, complejo, es aquel capaz de proyectar sobre su pasado una mirada compleja e igualmente adulta”.

Aparte del torpedo contra la figura de Perlasca, que volvió a suscitar agria respuesta, sobre todo desde Italia, la tesis fundamental del libro de Espada fue rebatida, entre otros, por el historiador alemán Bernd Rother, autor de Franco y el Holocausto, que en un artículo publicado en El Confidencial aseguró que “España sólo a regañadientes y de una manera dubitativa protegió a los judíos y limitó la protección a los judíos españoles. A Rother le replicó Espada en el mismo diario digital con un estilo algo desabrido, como cuando dice: “Por si acaso, historiador Rother, y por lo que va a venir, repítalo despacio conmigo: ‘Franco ayudó a los judíos perseguidos por el nazismo’”.

En la embajada pude hablar con Iván Harsányi, nacido en 1930, profesor de Historia Moderna en la Universidad de Pécs, que ha escrito muy extensamente de las relaciones entre España y Hungría. Autor a sus 14 años de una obra de teatro titulada No pasarán, reconoce e insiste, frente a Espada, que a él le salvaron “diplomáticos españoles como Sanz Briz, no Franco”. En un aparte, Espada reitera: “Sería mucho más bonito salvar a la gente en nombre de Gary Cooper, pero la vida es así, la vida es mucho más compleja. Por eso el título es lógico: “En nombre de Franco… fueron salvados estos judíos”. Hacer novelas es muy barato, investigar es muy caro, y lleva mucho más tiempo.

 

—¿Qué fue lo que le llevó a escribir este libro?

—La leyenda, cómo se construye la historia, y como se repiten fantasías. La contribución de la pereza de los periodistas al gato por liebre. Lo de Sanz Briz, mal que bien, se sabía. Pero cuando empecé a contrastar lo que se sabía con los documentos me di cuenta de que había un caso que decapar.

 

Decapar es un verbo que a Arcadi Espada le gusta utilizar.

 

—Cuando vi lo de Perlasca me di cuenta de que era un cúmulo de fantasías. Y que a Sanz Briz no se le había hecho justicia. Pero el libro, que es también un viaje, y así está construido, para que el lector me acompañe en la pesquisa, recoge todas mis obsesiones habituales, la fiction y la faction, la verdad y la leyenda.

 

Arcadi Espada es un apóstol de una verdad (por eso resulta persuasiva su definición de la objetividad: “la posibilidad de dar cuenta de los hechos al margen de las creencias”), a la que se puede uno acercar después de mucho decapar, es decir, de mucho trabajar, de mucho arremangarse.

 

—Es mucho más fácil la novela, insiste.

 

Las paradojas españolas, un país que lleva muy mal el caso de sus héroes, sobre todo cuando no encajan en lo políticamente correcto, están en el pantano, como le ocurre a “los franquistas buenos”, como los llama Arcadi Espada, en este libro que recorrimos por las calles de Budapest, tratando de recuperar la topografía exacta del terror, al menos la topografía, los lugares en los que ocurrieron hechos atroces, que conviene recordar.

En la estación del Oeste, que no parece que haya cambiado mucho desde que fuera uno de los puertos de embarque para centenares de miles de judíos húngaros. Se calcula que unos 500.000 fueron deportados en 1944, casi al final de la guerra, y casi todos fueron enviados a las cámaras de gas de Auschwitz. En la estación del Oeste Espada vuelve sobre el tema de su vida: «No solo la ficción llama a la imaginación. La visión calvinista de los hechos puede despertar la imaginación como nada. La relación ordenada de hechos puede ser apasionante. A mí lo que me gusta es la pintura realista. Vermeer o Velázquez son rigurosamente realistas. Esa idea de que la imaginación solo la alimenta la ficción es una idea literata

Tiempo después de los días de Budapest llegó a mis manos Bajo una estrella cruel. Una vida en Praga (1941-1968), la estremecedora autobiografía de Heda Margolius Kovály publicada por Libros del Asteroide, donde se lee: «Dos días más tarde nos subimos al tren. Aunque en los dos años siguientes iba a experimentar traslados infinitamente más penosos, aquel me pareció el peor por ser el primero. Si todo comienzo es duro, el comienzo de la desgracia lo es todavía más. Aún no nos habíamos acostumbrado al sonido de disparos seguido de gritos agónicos, ni a la sed insoportable ni al aire sofocante de los vagones abarrotados de ganado».

Arcadi Espada sigue su campaña a muerte contra la pérdida de tiempo de la novela y contra la pereza de los periodistas a la hora de comprobar los hechos, contra la leyenda. Por eso inicia su libro con una larga cita de Errol Morris a cuenta de El hombre que mató a Liberty Valance, a cuenta del Oeste. Aunque fue John Wayne quien lo mató, quien se hizo con la leyenda y la chica fue James Stewart, y al final se optó por imprimir la leyenda, no la verdad. Algo parecido ha sucedido con Giorgio Perlasca y Sanz Briz.

Impresiona, junto al lugar donde estuvo una de las entradas al gueto internacional de Budapest, el monumento en memoria del diplomático suizo Carl Lutz. Una placa recoge una cita del Talmud: “Cualquiera que salva una vida es como si salvara a la humanidad”. Otra recuerda que Lutz salvó a miles de personas de las garras de los nacional-socialistas. Los suizos llegaron a tener 30 casas protegidas. En una piedra está esculpida una cita del diario de Lutz: “Me enloquece cuando tengo que decidir de repente a quién salvar. ¿Dónde está Dios?”.

 

 

 

 

Alfonso Armada es periodista y editor de FronteraD, donde ha publicado, entre otros, Tres episodios de barbarie y miedo: Sarajevo, Ruanda, Nueva YorkSombras sobre KapuscinskiAdiós a Matiora, y mantiene el blog El mirador 

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