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ArpaJamás me cansé de doblar una esquina

Jamás me cansé de doblar una esquina

 

Hace mucho que me calcé las botas y salí ahí afuera. En realidad hace casi tres décadas, cuando apenas era mayor de edad. Admito, por otro lado, que no es tanto si lo comparamos con los que llevan cincuenta años. O sesenta.

 

Todo y así, como digo, hace mucho que me eché al monte. Al mundo. Primero a conocer, a vivir. Luego a explicar lo conocido, lo vivido. Jamás me cansé de doblar una esquina más, de andar un kilómetro más allá, de preguntar a alguien más.  Si acaso, puedo estar cansado, eso si, de tanta ignominia, depravación, odio y crueldad.

 

También he vivido lo mejor de lo mejor. Moverse, ir siempre más allá da eso. Aunque, según mi opinión, lo mejor tiene sentido y justificación cuando vives –también– lo peor. En ocasiones, me autocomplazco pensando que sólo con haber ayudado a una persona –ejerciendo mi profesión al mismo tiempo– es suficiente. Que todo ha valido la pena y que lo que falta por llegar también valdrá la pena.

 

Pero otras mañanas se ve diferente. Patrañas. Las sombras de la rabia y de la impotencia planean en círculos sobre mi cabeza. Sobre mi ánimo. La verdad es que quisiera haber ayudado a muchos más, me digo ante el espejo. Fracaso, tal vez.

 

De tantos inviernos y tantas primaveras he cosechado una vida en forma de fotografía. A veces pienso que es lo único real que he vivido, todo aquello que conservo en forma de fotografías, que lo demás sea, quién sabe, una ilusión. Y es que, como decía García Márquez, quién no tiene memoria se construye una de papel.

 

Es asombroso el resultado del cálculo. Pongamos que a lo largo de estos años he realizado alrededor de un millón de fotografías. Supongamos que la media de exposición ha sido, por ejemplo, 1/250 partes de segundo. Apenas tres días captados con la cámara. Increíble.  Casi toda mi vida empleada para mostrarle a los demás setenta horas de lo que pasa en el mundo. De lo que es el mundo.

 

El corazón de las tinieblas, que nos decía Conrad, el purgatorio que nos hacía imaginar Dante, la espiral de la vida que dibujaban nuestros ancestros en las cuevas neolíticas hace miles de años. Estrechar la mano de la amistad, la mirada silenciosa de tu cómplice. La curiosidad de tu hijo y la responsabilidad de crear un ser humano con tus respuestas a sus preguntas. El apego de tu perro y su instinto y olor animal. El frío viento de un soleado día de invierno. Una bala en tu mano, el color de la sangre, la oscuridad, el llanto de una madre. Un hijo de puta violando la esencia de la vida, un niño que se muere de hambre y un contenedor lleno de sabrosa comida. El arte, la ciencia, la espiritualidad, el amor. El odio, el egoísmo, el final, la muerte. Todo a base de fotos.

 

El hecho fotográfico, opino, puede plasmar todo lo anterior. Y en sólo tres días. Aunque para ello gastemos toda una vida, habrá valido la pena.

 

Quiero ser optimista, pero sólo consigo ser realista. Puede que sea otro de mis fracasos. O de mis éxitos.

 

 

P. D.: Me gustaría dedicar este portafolio a Paco Elvira, un grandísimo profesional del fotoperiodismo, que nos dejó el pasado 3 de abril. Se fue mirando al Mediterráneo, con sol y un horizonte limpio y eterno.

 

 

 

 

Alfons Rodríguez (Barcelona, 1968) es fotógrafo documentalista.. En FronteraD ha publicado El tercer jinete. Un mundo hambriento

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