Toda la gente normal es normal en la misma forma
que cada persona loca es loca en su propia forma…
Adolfina Freud, la desposeída
Es presentado en el auditorio central un hombre plácido, mesurado, que luce un traje verde botella, con encajes tonales verde limón dispuestos longitudinalmente, camisa de vestir con cuello almidonado celeste-veteada, tal como una vieja bandera de pirata noruego, zapatos de calzar imitación cuero austral, corbata amarillo resplandeciente adornada con tubos de ensayo y gafas de lentes oscuras, polarizados, que no alcanzan a ocultar la ausencia de pestañas. El personaje toma el pódium y aclara micrófono en mano –soy asesor de múltiples compañías farmacéuticas, así como de las entidades de vigilancia gubernamental para nuevos medicamentos–. Luego de beber un poco de agua tibia de grifo, dice:
—Hoy hablaré sobre los ensayos clínicos para el tratamiento de un mal extremadamente oscuro en origen y forma llamado crisis de pánico. Para el tratamiento de esta condición se han sugerido empíricamente alrededor de ciento veinte medicamentos y lo que presentaré es el resultado de años de análisis. La lista de tratamientos esta acá…
Y el verdolaga promotor de drogas saca de su manga una interminable retahíla de sustancias que podrían componer el libro de historia de las apotecas austro-húngaras.
Los tratamientos no clásicos para esta anomalía explosiva del comportamiento incluyen ciertas pócimas mágico-culturales que proponen una sanación pronta y ciega tal como: gotas de valeriana, perlas de ajo, piedra-lumbre alcanforada, bromuro de potasio, resina de uña de gato y alhucema.
Entre los psicofármacos convencionales y no mejor conocidos en su forma de acción se encuentran en primer lugar el Valium, seguido por Prozac, Ativan, Celexa, litio y otros que el escribiente no alcanzó a consignar, debido a su letargo intelectual.
—En la segunda parte de mi exposición esclareceré el hecho y dejaré consignado lo que nosotros los distribuidores de sabiduría inculcamos, el take-home message [desafortunada expresión norteña usada a manera de plegaria religiosa y en ocasiones como una forma pagana de la acción incoherente llamada fe], – asintió el ponente.
La transmisión de la pantalla del recinto tuvo una interferencia, que algunos creen se debió a un sabotaje de una compañía de drogas enemiga. Sea como fuere, se observa un joven de traje negro zaino a rayas grises, cuasi invisibles, espejuelos dorados, sonrisa de quien distribuye papel moneda falso, que juiciosamente adorna con un cepillo de retrete su hombro izquierdo a manera de insinuación tardía sobre la inminencia del desenlace.
Y al fondo una madrileña que canta Mambrú se fue a la guerra, qué dolor, qué dolor, qué pena. Mambrú se fue a la guerra no sé cuándo vendrá… Y no acaba de entender la beata española que Mambrú es el Marlboro contemporáneo, el invasor que llegó para jamás irse, y que esta guerra no cesará hasta que el nefasto individuo desaparezca.
Un avezado técnico consiguió retomar la señal y entonces desapareció la intromisión y prosiguió el verdadero ponente:
—Primero observen este meticuloso estudio basado en la estadística del padre Bayes –y levantando su robusto brazo, con el puño hermético señala algo que para él fue un hallazgo fundamental–. En todos y cada uno de los casos la comparación entre un tratamiento convencional clásico o de pócima contra el placebo siempre se obtuvieron mejores resultados con el placebo. Pero la selección y uso del placebo per se es un arte fantástico, el recurso de la lógica fuzzy (lógica creativa) sobre el utensilio, pero no entremos en campos minados –dice el doctor Verdolaga–. Hemos comparado por ejemplo el Prozac, medicina que alivia el dolor del perro abandonado por su amo, mientras este sale a pasear a otro perro. Si Prozac se compara a una sustancia inerte del mismo color, olor y textura, entonces Prozac es ligeramente más beneficioso, es decir las crisis aparecen solo en las tardes oscuras. Pero si se compara cabeza a cabeza (como en el tango) con un “medicamento” de color intenso, preferiblemente inyectable, que su inoculación produzca dolor y con valor comercial de al menos el triple, entonces el pánico desaparece casi por completo en aquellos que recibieron el placebo colorido e inactivo bioquímicamente, pero imantador de la criatura creadora que es el pensamiento subjetivo. Lo mismo ocurre con la uña de gato o cualquier otra de las terapias descritas. La falencia de las artimañas farmacológicas y mágicas es rotunda, señala con entusiasmo y desapego el vejete, pero aun más interesante es la transitoriedad del efecto placebo y por ello mi nuevo lema reza. Apresúrate a comprar la nueva medicina antes que deje de tener efecto.
El expositor fue abucheado por fenicios y troyanos, psiquiatras y homeópatas, neurólogos y esenciólogos florales, acupunturistas y ayahuaceros. Pero él no ceso de reír y de sacar de la manga un sinnúmero de etiquetas doradas que marcan las consignas de algunos de los neófitos allí presentes, mientras el lorito que extrae la papeleta delatora del destino fue degollado en público por los incisivos de su propia madre.
Todos se retiran cabizbajos excepto el loro. Y así concluye otra jornada académica. Al día siguiente asisten los apabullados terapeutas en grupo a la mansión de madame Blavatsky, que prepara su nueva cátedra de teosofía en Midtown Manhattan y cuarenta y ocho horas mas tarde regresan a formular el Valium, Prozac, la ayahuasca y no sabemos qué reciente arsenal y todos esperan que la cortina no caiga ni el pánico desaparezca.
[Escrito en un incómodo avión que sobrevuela la región de Sri Jayawardenepura, antes de la plática sobre el albur farmacológico, 19 de febrero del año del conejo, en todo el esplendor de la palabra conejo].
Herman Moreno es ensayista y profesor de Neurobiología de las universidades de SUNY y Columbia en Nueva York