De un vaso largo de tubo bebe zumo de pulpa de damasco. Encorbatado, y con el uniforme azul lapislázuli, atorado por sus traspiés, inseguro en elegir asiento y noble por la pureza de sus ideas, el estudiante Javier Riquelme (Viña del Mar, Chile, 1991) presta más atención a su pareja, azafata en ciernes, que a los ponentes del seminario internacional que lleva por título Tendencias innovadoras en la formación de ingenieros, organizado por el Colegio de Ingenieros de Chile (“marcando excelencia”) y celebrado el pasado noviembre en el salón Quintay del Hotel Diego de Almagro de Valparaíso.
Estudiante de cuarto curso de ingeniería civil industrial en la Universidad de Valparaíso (UV), el año pasado obtuvo una beca del Estado. Su familia, que costea su carrera, se pudo ahorrar así dos millones de pesos (unos tres mil euros), dos terceras partes de lo que cuesta un año académico. “Hay una brecha entre los que tienen poder adquisitivo para estudiar y los que no lo tienen, sí, y debe haber más apoyo del Estado. Aun así, yo creo que el problema no es que haya pocas becas –a quienes tienen poquísimo y sueldos muy bajos, casi siempre se les concede–, sino el nulo rendimiento académico; a algunos les han quitado la ayuda por obtener malas notas, por no tomarse en serio los estudios”, precisa Javier, concienzudo en sus palabras, metodológico en su visión, retraído en ocasiones. Javier, que se ha liberado del lastre de la segregación (división en clases sociales), es uno de los jóvenes a los que se dirigen los cabeza de lista de los partidos políticos chilenos, en campaña electoral para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales [que se celebraron el pasado 15 de diciembre]. Las candidatas Evelyn Matthei (Alianza, “yo no creo en la educación gratuita para todos”) y Michelle Bachelet (Nueva Mayoría, “la educación debe ser gratuita, de calidad y sin lucro”) han enarbolado la bandera de la educación pública, uno de los puntos de sus respectivos programas. En este sentido, y a tenor de la adaptación curricular en la enseñanza chilena, el coordinador de promoción y relaciones públicas de la Universidad de Valparaíso, Daniel Miranda (Santiago de Chile, 1968) se pregunta cuál ha de ser el futuro de Chile: “¿Qué ocurrirá de aquí a treinta años en nuestros centros? ¿Cuál será el futuro de nuestros hijos?”.
Las universidades públicas en Chile (16 de 59 centros, que forman parte del Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas) cubren su presupuesto con una ayuda del Estado que oscila entre el 7% (Universidad de Valparaíso) y el 14% (Universidad de Chile). La insuficiente partida presupuestaria deriva de la economía “neoliberal” que se desarrolló como consecuencia del Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, a cargo de la Junta Militar de Gobierno presidida por el comandante en jefe del Ejército, Augusto Pinochet, conocido popularmente como Pinocho.
Chile tiene una población de 17 millones de personas. En programas de educación superior, participan 1,2 millones de estudiantes. De ellos, 800.000 son universitarios. Y el 3% de estos estudia en la Universidad de Valparaíso, alrededor de 14.000 estudiantes. Cada año, se matriculan unas dos mil quinientas personas en la Facultad de Ingeniería de Valparaíso.
“Cumplo 40 años de trabajo académico en esta universidad, y te he de decir que no tengo un color político específico. Aquel sistema que se implantó en la dictadura [1973-1990] llegó a extremos increíbles. Y todo el modelo de educación superior estatal abandonó el principio de solidaridad por el cual se creó”, refiere el ingeniero civil y profesor de análisis estructural de ingeniería de la construcción de la UV Christian Rasmussen (Valparaíso, 1948), de piel de loza, de talante moderado y con la prestancia que da el oficio. “Para sobrevivir, las universidades públicas han funcionado con recursos privados, por lo que se puede decir que son semiprivadas. Esta distorsión es reversible, se puede cambiar. Se ha de cambiar”.
Licenciado por la Universidad Técnica Federico Santa María y evaluador de calidad en las carreras de ingeniería de Chile y de México, Christian Rasmussen es respetado en las aulas por sus clases clarificadoras. En su fuero interno, y mostrándose con dureza, como un motón, lo que ansía es atraer a los mejores, captar talento, perseguir la excelencia y formar en valores positivos.
“Yo soy uno de aquellos privilegiados que en los años sesenta pudo estudiar gratis mediante la Fundación Isabel Caces de Brown, señora que, seguramente, nos está mirando desde el cielo, porque es un ángel. Ella se hizo cargo de mis matrículas; yo sólo pagaba un precio simbólico. Pero llegó el régimen dictatorial, en 1973, y la universidad cambió. Y se tuvo que autofinanciar, porque el círculo empresarial de Pinochet redujo el Estado a la mínima expresión. Ellos pensaban que las instalaciones docentes se tenían que sostener por sí mismas. Decían que puesto que el dinero es escaso, se ha de dedicar a las prioridades. Y consideraban que la enseñanza universitaria no era una prioridad, que era una cosa de élites: ‘Si quieren estudiar, que se lo paguen’, opinaban”, dice el director de la Escuela de Construcción Civil de la Facultad de Ingeniería de la UV Albert Moya (Viña del Mar, Chile, 1947). Albert, que contrae las aletas de la nariz y respira rítmicamente para absorber más conocimientos, rubrica que la universidad apoye con dinero al alumno. “¿Cómo romper esta situación en Chile? Tenemos un problema: el alumno sale de nuestras universidades con una mochila de costos. Lo que hemos de plantear es un reforma tributaria para modificar la tendencia y que el Estado, así, se implique más”.
Egresado de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Albert Moya departe a menudo con Christian Rasmussen, con quien coincide acerca de las funciones que debe desempeñar la Administración en la educación del país. Director de la Escuela de Construcción Civil (las otras cinco escuelas de la Facultad son la de Ingeniería Civil, la de Ingeniería Civil Biomédica, la de Ingeniería Civil Oceánica y la de Ingeniería Civil Industrial) valora el trabajo en equipo y suscribe las palabras de sus superiores.
“En Chile, la educación es sostenida por la familia. Existen becas y líneas de crédito blando, pero la familia juega un papel primordial. Debido a la cordillera [de los Andes], Chile es como una isla, aislada. Por ello, todos nuestros modelos son experimentales: tuvimos un comunismo democrático y, posteriormente, un capitalismo puro. Así, el experimento educacional generó tensiones. Y hoy en día, se ha conseguido que la educación superior se entienda como un derecho”, afirma el decano de la Facultad de Ingeniería de la UV, David Jamet (Valparaíso, Chile, 1964). Robusto, ufano, constante, David Jamet conoce los baremos que en España se utilizan para hacer realidad la educación gratuita y universal. (Por ejemplo, la financiación privada de la Universitat de Barcelona solamente llega al 3%. En España, alrededor del 80% de los gastos universitarios los cubre el Estado.) En 1993, cursó estudios en la Universitat Politècnica de Catalunya. “Tiene que haber un aporte estatal, y bajar los aranceles [tasas universitarias]. Y podemos abrir dos vías: aumentar los impuestos al grupo socioeconómico con rentas más altas, o bien contribuir directamente a la demanda, es decir, al alumnado. Lo que ocurre ahora es que las carreras han de ser productivas. Y, por ende, las universidades se han convertido en un mercado cualquiera”. Alimentado por buenos auspicios, David Janet se mueve con autoridad por las salas, como el mar que galopa. Sus brazos son dos falconetes, y sus piernas, porta relojes que le marcan la velocidad.
“Las mejores universidades de Brasil son públicas”, subraya el ingeniero biomédico y profesor de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo John Paul Lima, fan de los Beatles (“John como John Lennon y Paul como Paul McCartney”; São Paulo, Brasil, 1980). Con la barba recortada, con el porte de Emerson Sheik, jugador del Sport Club Corinthians Paulista, y con una habilidad innata para ganarse el favor del público, John apuesta por buscar alternativas para que los jóvenes puedan dedicarse de lleno a sus estudios, sin otras preocupaciones que les enturbien la mente. “En Brasil, el 25% del alumnado consigue una beca. Sabemos que, quizá, la gratuidad total no es posible, pero podemos buscar otras fórmulas para aliviar la carga económica. Por ejemplo, que los chicos trabajen en puestos de asistencia de los diferentes departamentos facultativos”. El ingeniero John Paul, invitado al seminario internacional de la Universidad de Valparaíso, impulsa la modernización de los centros docentes, busca su transformación, para que no vuelvan a dormirse en los laureles, lo que él denomina “zonas de conforto” (confort).
El rector de la UV, Aldo Valle (Santiago de Chile, 1955) forma parte de los rectores críticos con las estructuras de financiación de la universidad en Chile. Adusto y cercano, silencioso y revoloteador, cálido y cartesiano, Aldo es un abogado que prefiere el campus que el habeas corpus. “Las universidades en Chile han terminado expuestas al dirigismo de los mercados. Han tenido que sobrevivir y transformarse en poco más o menos que acciones de empresa, con carácter comercial”, se lamenta, cansado por el pez que se muerde la cola.
Los ítems del discurso que pronunció durante veinte minutos, en la sesión de apertura del seminario internacional sobre ingeniería, reflejan su frustración, asumida: “responsabilidad de las universidades con los saberes”; “esfuerzo por la eficiencia y la confianza”; “mejorar la calidad de vida”; “vocación pública”; “recuperar el tiempo perdido”…
Con su intervención, quería salvar las resistencias del profesorado para reciclarse (“se acumulan acervos, culturas internas, tradiciones y creencias en las disciplinas y en las profesiones”).
El rector de la Universidad de Valparaíso, Aldo Valle, llama a la transgresión, tocado por la gracia del otrora presidente de la República Salvador Allende, que se despidió a través de las ondas de Radio Magallanes con la épica de los espartanos. Aldo Valle le va a la zaga: “La juventud tiene antes sí una ancha llanura bajo un cielo infinito de oportunidades”.
En el restaurante Casablanca, paredaño con el salón Quintay del Hotel Diego de Almagro de Valparaíso, el veinteañero Javier Riquelme, recientemente becado, engulle quiche de verduras y profiteroles de chocolate. Gratis.
Jesús Martínez es periodista. En FronteraD ha publicado, entre otros artículos, El diablo. Visita al campo de exterminio nazi de Treblinka, Mitigando el efecto de los terremotos en las construcciones, ‘West Side Story’ suena con fuerza en el cuartel de El Bruch, Cenizas gitanas en Hungría y Corazón de hierro
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