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AcordeónEl marqués y la esvástica. González-Ruano y los judíos en el París...

El marqués y la esvástica. González-Ruano y los judíos en el París ocupado

 

Hemos quedado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.  De ella sólo conozco su voz, por teléfono.

 

Doblo por Marqués de Casa Riera hacia la entrada lateral de Bellas Artes. A mi espalda dejo la calle de Alcalá y, caminando, observo el asfalto.

 

Ella me espera en la puerta.

 

—Ya sabes por qué te he citado aquí —le digo después de presentarme. Es una manera de preguntarle si le molesta la elección. De disculparme, quizá.

 

—Sí. Lo sé —me mira con curiosidad.

 

Antes de entrar observo la perspectiva hacia Alcalá. Miro el asfalto y me pregunto en qué punto cayó.

 

“Todo se hace sobre algo”, escribió César González-Ruano. “Debajo de cualquier cosa que se ve, hay otra. Debajo de una actitud, otra actitud, parece inevitable”.

 

—En mi casa todo empezó de cero —dice ella mientras comemos en el restaurante de Bellas Artes.

 

Hemos pedido el cocido madrileño del menú. Lola —así se llama— me habla de su vida, de la vida de su padre, y yo le hablo de lo que Rosa ha encontrado de él en los archivos de Berlín.

 

Su padre, Antonio Bermúdez Cañete, periodista cordobés y colega de Ruano, es una historia sensacional en la Europa suicida de los años treinta. Atraído por el ideal, escribió en La Conquista del Estado —la primera publicación de signo fascista en España— y fue el primero en traducir al español capítulos de Mein Kampf. Y, horrorizado por la realidad, no se calló y Joseph Goebbels acabó por expulsarlo de Berlín.

 

Bermúdez Cañete en un viaje de Londres a Alemania en 1928

Bermúdez Cañete en un viaje de Londres a Alemania en 1928

 

¿Se podía, en el Madrid bipolar de los años treinta, ser de derechas y plantar cara a los nazis? ¿Se podía ser muy de derechas y no quedar succionado por la esvástica?

 

Ruano, en el Berlín de 1933, quedó succionado. O simplemente comprado. Pero quedó. Miguel Pardeza, responsable de su impecable antología periodística, explica por qué los textos de Ruano fueron pro nazis: “Es claro que algunas de esas crónicas, que tan poco sentido crítico exhibían con las maniobras políticas que allí se estaban dando, debieron escocer a los lectores poco asiduos de ABC. Pero no era a ese público a quien Ruano se dirigía, sino a la burguesía asustada por los gritos revolucionarios que desafiaban su porvenir”.

 

¿Es lo que quería leer toda la derecha española de sus corresponsales en Berlín? ¿Cerrar los ojos ante las leyes genéticas, ante la caza de judíos tan burgueses como ellos y el asesinato de políticos tan católicos como ellos?

 

A veces, además de escribir las historias que ven, o las que son capaces de ver, los corresponsales de prensa se describen los unos a los otros y observan mutuamente sus rostros, sus obsesiones, sus muertes. Es un clásico de la literatura periodística que también practicó el grupo de españoles destacados en Berlín cuando Hitler abrazaba el poder.

 

En sus memorias, Ruano retrata a Eugeni Xammar, corresponsal del diario Ahora. “No sé bien si catalán o mallorquín, era un tipo muy judío, expresivo e ingenioso. Con su nariz grande, su hongo, su manera de vestir un tanto de agente de Bolsa muy París 1920”.

 

Xammar, a su vez, describe a Antonio Bermúdez Cañete el día en que el Führer acarició la cancillería. “Uno de los hombres que corría de un lado a otro con aire anheloso y contento era el señor Bermúdez Cañete, corresponsal en Berlín del diario madrileño El Debate. Ante tanto entusiasmo por su parte no pude evitar decirle: ‘Está usted muy contento, Cañete. Está usted ya oliendo la repetición de una escena como ésta en Madrid. Para los nacionalsocialistas alemanes todo ha sido muy fácil, pero le advierto que para ustedes las cosas en España no lo serán tanto’”.

 

Ese mismo día, en la crónica que envió a Madrid, Bermúdez Cañete definió el nacionalsocialismo como un movimiento “que lucha por un ideal enraizado en la patria. Y contra eso, ni puede triunfar el absurdo del liberalismo ni es de eficacia el exotismo de Sión o Moscú”.

 

La metástasis se extendía y el corresponsal de El Debate se sentía parte de ella.

 

“Hasta el Berlín de la savia judía marxista ha doblado la hoz y el martillo para convertirlos en cruces gamadas”, escribió el 5 de marzo de 1933, el día en que los nazis obtenían el 44 % de los votos y secuestraban el poder.

 

“Es evidente”, subrayaba cuatro días después, “que el pueblo alemán tiene una profunda aversión a los judíos, lo que si no es justificable, es explicable. […] Porque en la vida todo se paga. […] Y los judíos, que quieren destruir la civilización de un pueblo, caen al fin bajo él”.

 

Tras leer esta última crónica, “en la vida todo se paga”, el embajador alemán en Madrid, el conde Johannes Bernhard von Welczeck, calificó a Bermúdez Cañete de “extraordinario amigo de Alemania”. Y el corresponsal siguió enviando a El Debate crónicas de simpatía hacia los nazis y desprecio hacia los judíos:

 

“Es un progreso”, escribía, “que un católico austriaco [Hitler] proclame en Berlín, ante el entusiasmo delirante de Prusia, que está por la paz interior y exterior, por la lucha contra el materialismo, por la iglesia cristiana y por una labor de protección a los pobres”.

 

“Lo que sí veo”, publicaba otro día, “es a Alemania como un pueblo totalmente ilusionado y unido que abre un nuevo período de la historia mundial”.

 

“Viendo que la campaña semítica mundial sigue contra Alemania”, aseguraba días después, “los ciudadanos del Reich, poco hechos a sufrir las calumnias de la Internacional de Sión, anuncian esta noche por bocas oficiales que, de seguir la hostilidad, se defenderán de los judíos boicoteando sus negocios. […] Si supieran la historia de España, no serían tan optimistas. Contra los tanques y los aviones, un pueblo se puede defender. Contra el capitalismo judío y la intelectualidad masónica, no hay protección posible. Después de tres siglos aún empaña su baba la memoria del gran rey de la más grande España”.

 

Pero algo se cruzó entre los ideales políticos de Bermúdez Cañete y su bloc de notas: la realidad. La realidad y un reportero, él, que los propios nazis, casi asombrados, calificarían de periodista que se posiciona “partiendo de su conciencia y de su modo de hacer las cosas”.

 

La conciencia, en su caso, nacía de dos fuerzas. De una profunda fe católica y de un instinto de reportero, primario, de esos que agarran la libreta y se plantan en el lugar de los hechos. No fue un cambio súbito. Bermúdez Cañete mantuvo un fuerte pulso interno, con meses de dudas, de tiras y aflojas, entre el ideal y la realidad. Pero la libreta de periodista se impuso. Denunció cada vez con más fuerza el hostigamiento de los nazis al sector más crítico de los católicos alemanes. Y, a partir del dolor católico, entendió el dolor judío.

 

El embajador alemán en Madrid lanzó su primera advertencia el 7 de febrero de 1934 en una carta dirigida al Ministerio de Exteriores en Berlín.

 

“Los círculos católicos españoles”, informó el conde Von Welczeck, “están lanzando una fuerte campaña contra Alemania. La ley del Reich contra la proliferación de enfermedades genéticas [ley de eutanasia] ha encontrado en España duras críticas.

 

La información del corresponsal de El Debate ha excitado todavía más a la opinión pública con sus informes increíblemente exagerados sobre persecuciones de católicos en Alemania. La prensa de derechas española […] se muestra cauta. En la poderosa prensa católica, hasta ahora muy germanófila, empiezan a encontrarse declaraciones muy despectivas. […] Es un duro golpe. […] Sería útil que desde Berlín se influyera de forma adecuada sobre el corresponsal de El Debate”.

 

Dos meses después, un funcionario de la embajada volvía a la carga en otra carta dirigida al ministerio. “Las crónicas del corresponsal de El Debate contienen de nuevo críticas tan duras que la opinión pública española está adquiriendo una imagen totalmente distorsionada de nuestra realidad. […] En una crónica informa de que ‘bárbaros hitlerianos’ atropellaron a 1.500 niños católicos que celebraban una fiesta cerca de Berlín con permiso de las autoridades. En la misma crónica dice que el católico alemán no puede vivir en paz, que los enemigos de Cristo hablan ahora a través de la máscara nacionalista a fin de conducir el renacimiento religioso hacia el paganismo. […] Ruego se vuelva a advertir a este corresponsal de que la amistad del pueblo español, de la que habla en su artículo, no se vulnera en Alemania más que con sus artículos, con sus deformaciones y exageraciones, que están alterando el ambiente en España”.

 

El ministerio pidió tranquilidad a la embajada. Aseguraba que Bermúdez Cañete “no sólo habla bien de la nueva Alemania, sino incluso con aprobación. […] Mantenemos con él las mejores relaciones. […] Es evidente que se deja influir más por el discurso de los centros eclesiásticos superiores que por las explicaciones que podamos dar desde aquí”. El ministerio adjuntaba tres folletos sobre la política de esterilización y describía a Bermúdez Cañete como no hizo nunca con Ruano: un periodista “totalmente independiente”.

 

Los dos periodistas se conocían bien. Un año antes, Bermúdez Cañete había ayudado a Ruano a situarse en Berlín. Esa amistad no impidió que Ruano —como ya veremos— se prestara ahora a desacreditarlo a cambio de dinero.

 

La embajada alemana insistió al ministerio en que “resultaría conveniente una dura advertencia al corresponsal de El Debate. […] Que un diario [de izquierdas] como El Sol rompa una lanza a favor de la Iglesia católica […] muestra hasta qué punto se ha extendido ya por España la falsa crítica contra nosotros”. 

 

Pero Bermúdez Cañete no calló y empezó a denunciar, también, el acoso a los judíos. “Con intensidad creciente, jefes y jefecillos del racismo están realizando una ofensiva cultural contra el cristianismo, contra los judíos y contra la Prensa”, escribió en una crónica. “La revista del jefe fascista del distrito de Franconia, miembro del Consejo de ministros bávaro, ha publicado un número especial contra los judíos destinado a probar que beben sangre humana”.

 

Tras leer esta crónica, el embajador volvió a la carga. Estaba tan inquieto que sólo se explicaba la transigencia del ministerio hacia Bermúdez Cañete –y así lo transmitió– en la posibilidad de que las cartas anteriores no hubiesen llegado a Berlín. “Me permito subrayar”, escribió el conde Von Welczeck, “que no se trata tanto de cómo se evalúa en Berlín la forma de informar de un periodista, sino de cómo influye en el país a las que van dirigidas sus crónicas y a cuya mentalidad se han adaptado, y esto sólo puede juzgarlo la embajada, que está en situación de observar su eco y tiene el deber de procurar que se mantenga una atmósfera germanófila, al menos entre los viejos amigos de Alemania. Todas las críticas al Führer en diarios socialistas y de izquierda no tienen, ni de lejos, el mismo efecto devastador que los artículos sobre la política eclesiástica de nuestro Gobierno, la introducción de una nueva doctrina y la persecución y detención de religiosos católicos tienen en la prensa de la derecha local”.

 

“Sus crónicas están escritas de tal modo que, sin una palabra de crítica, describen un hecho no siempre cierto y normalmente exagerado, y que tanto en la forma de la exposición como en los paralelismos con España resultan más perjudiciales que si informaran de manera objetiva y ejercieran una crítica manifiesta. […] Agradecería que, teniendo en cuenta el efecto político, se actuara sobre Bermúdez Cañete de manera pertinente. […] Sin duda le será posible afilar la conciencia del corresponsal y encaminarlo hacia una información más objetiva”.

 

El ministerio intentó calmar de nuevo al embajador. Aseguró que Bermúdez Cañete se había comprometido a frenar sus críticas y, una vez más, lo describió como nunca haría con Ruano: como “un periodista fiable y serio”. En la misma carta, con un cierto desconocimiento de la derecha española, el ministerio pidió al embajador algo irreal: “Habría que animar a los círculos más germanófilos de España, sobre todo a los antirreligiosos, para que luchen contra la Iglesia”.

 

Pero Bermúdez Cañete se mantuvo firme. “La Prensa alemana”, escribía, “sin otra excepción que la oficial racista, dedica artículos especiales a tratar de la Ascensión del Señor. […] Hasta el judío Frankfurter Zeitung publica la traducción de la vida de Cristo que Dickens escribiera para sus hijos”.

 

El embajador Von Welczeck no conseguía que el ministerio reaccionara y siguió enviando informes negativos a Berlín. “Artículo en El Debate típico de su manera de escribir. Bermúdez Cañete vuelve a su táctica de destacar en primeras líneas algo digno de reconocimiento para después despotricar de manera tanto o más venenosa contra los líderes de la nueva Alemania. Hitler normalmente suele ser excluido [de la lista de líderes que critica], pero en el siguiente párrafo dice que sus ministros y órganos no le obedecen y llevan a cabo una política propia en la que nunca se sabe hasta qué punto el Gobierno conoce y está secretamente de acuerdo con las medidas de dichos órganos […]. Y si es cierto que actúa de buena fe, no es necesariamente preciso que un corresponsal de la prensa española de derechas […] eleve este tipo de reproches contra nuestros líderes como lo hace la prensa calumniosa francesa y rusa”.

 

“Sé lo poco efectivos que son los artículos pro nacionalsocialistas al cien por cien”, añadía el embajador. “En las crónicas de Bermúdez Cañete hay que prestar menos atención al contenido que al tono, que finalmente dicta la música, y esa música en España tiene una resonancia muy negativa para nuestros intereses. No lo conozco tan bien como para saber si reaccionaría mejor con el palo, con la zanahoria o con un procedimiento combinado, pero creo que si se le hace notar el efecto catastrófico, seguramente desconocido para él, de muchos de sus artículos y se le recuerdan las obligaciones morales que tiene para con su país anfitrión, podría ser que en el futuro sometiera su modo de escribir a una cierta revisión”.

 

No hubo revisión. No tardó el corresponsal en despacharse a gusto con ocasión de la fiesta del Pentecostés. “El extremismo y la adulación [pagana] lleva a algún periódico, como el Deutsche Zeitung, a titular el domingo: ‘El Espíritu Santo de los alemanes’, así. De esta literatura se destaca por la finalidad, profundidad y valentía de su exposición un largo editorial del judío Frankfurter Zeitung sobre la Iglesia y el Estado”.

 

El ministerio barajó lo del palo y la zanahoria, y no optó ni por una cosa ni por otra. “Bermúdez Cañete aparece a diario por el departamento de prensa y nos lo trabajamos. En todos los asuntos no religiosos resulta fácilmente influenciable y cae como debe. Pero no es sólo un católico convencido, sino un alma pura que lucha consigo misma y también contra nosotros, y está convencido de que en asuntos religiosos es preciso decir la verdad a toda costa y sin tapujos. No nos cansamos de hablarle en buenos términos: el palo no serviría de nada, tampoco combinarlo con la zanahoria”.

 

Unas semanas después, el embajador Von Welczeck informó al ministerio de que el corresponsal había cruzado ya la línea roja. “Su manera de informar ha vuelto a ser en los últimos días tan inauditamente tendenciosa que, en estos momentos, El  Debate forma parte de nuestros enemigos más acérrimos”.

 

Berlín, finalmente, reaccionó. “Seguimos tratando por todos los medios de influir sobre Bermúdez Cañete”, comunicó el ministerio al embajador.“Desgraciadamente, tengo que darle razón en que el tono de la prensa de derechas española se nos ha vuelto desfavorable, pero, como usted sabe, ya no sólo por los artículos de Bermúdez Cañete”.

 

Cinco meses después, el 2 de enero de 1935, el corresponsal denunció en una crónica haber sufrido constantes ataques de los “extremistas del racismo” a su “religión y meridionalidad”, y eso encendió de nuevo al embajador. “Me permito enviarle dos flores más de Bermúdez Cañete”, advertía en una enésima carta al ministerio. “Su crítica puramente negativa y de información deformada sobre cuestiones políticas se extiende ahora a todos los acontecimientos en Alemania y ya no sólo a las cuestiones religiosas y raciales”.

 

Sólo era cuestión de tiempo. De días. De honestidad. La embajada del Tercer Reich en Madrid leía con lupa cada una de sus crónicas y Bermúdez Cañete quedó sentenciado por la que publicó el 18 de enero, después de un discurso radiado por Hitler desde Berchtesgaden. “Como […] se le notaba la voz muy ronca”, escribió el corresponsal, “la gente anda diciendo que padece un cáncer en la garganta. Doy esta versión sólo a título pintoresco y sin que, naturalmente, pueda responder de su exactitud”.

 

La combinación de estas tres palabras, “Hilter”, “cáncer” y “pintoresco”, enfureció a los alemanes. La embajada informó de inmediato a Berlín y, ese mismo día, recibía por telegrama la respuesta. “PROMI [Ministerio para la Ilustración Pública y la Propaganda] desea expulsión de Bermúdez Cañete. Stop. Ruego télex si allí [en Madrid] objeciones. Stop. Aschmann”.

 

Seis días después de la publicación del artículo, un policía se presentó en el domicilio de Bermúdez Cañete y le entregó la orden de expulsión, en el término de ocho días, por “actividades contra el Estado”.

 

 

Bermúdez Cañete junto a su esposa y su hijo, recién nacido

Bermúdez Cañete junto a su esposa y su hijo, recién nacido

 

El corresponsal de El Debate intentó retrasar su expulsión alegando, entre otras razones, que su mujer —Augusta Orth, bávara— se recuperaba de una infección contraída cuatro meses antes en el parto de su primer hijo. Pero Goebbels en persona se negó.

 

“El señor ministro del Reich, doctor Goebbels, ha decidido que un nuevo aplazamiento de la expulsión resulta intolerable”, notificaba el Ministerio de Propaganda al de Exteriores. “Bermúdez Cañete sigue informando de manera terriblemente hostil. […] Además, desde España se nos informa que su expulsión ha sido recibida con gran satisfacción en todos los círculos nacionales españoles. La señora Bermúdez Cañete, alemana, puede, si está enferma, quedarse en Alemania sin ningún problema. Heil Hitler!”.

 

Pero no bastaba con expulsarlo. Había que desacreditarlo, y la embajada en Madrid, a través de Gustav Reder, encargó a Ruano un artículo que lo pusiera a parir. De los tres niveles en los que Ruano se vendía a los nazis –firmando textos sólo “inspirados”, “parcialmente completados” o totalmente escritos por Reder–, este texto entraba en la primera categoría: “inspirado”.

 

Y mientras Ruano recibía en Madrid la inspiración, Bermúdez Cañete apuraba sus últimos días en Berlín escribiendo desde la propia conciencia. Informando sobre el anticristianismo de los nazis, denunciando el acoso a los judíos y criticando la incipiente carrera armamentística. Hasta que le obligaron a hacer las maletas.

 

Escribía en su penúltima crónica: “En Hagen, pequeña ciudad de Westfalia, se llegó a suspender la representación de un drama anticristiano y antilatino sobre Widukind [líder pagano sajón enemigo de Carlomagno]. Miembros de las Juventudes católicas, al grito de ‘falsificadores de la historia’, tuvieron interrumpida la representación hasta que fueron desalojados por la Policía y la SA. Se trata del primer acto de claro y ruidoso ataque a una manifestación racista”.

 

Y la última crónica es fantástica. El corresponsal de El Debate agarró su libreta y se plantó en el Sportpalast de Berlín para tomar notas de cómo el ministro de Propaganda manipulaba a las masas. “A Goebbels le atrae su público como una chica bonita el espejo. […] El cronista sufre lo indecible viendo a estos buenos nórdicos arrastrados hasta el delirio por un orador típicamente mediterráneo. […] El nacionalsocialismo, y éste es su gran éxito, ha sabido, como Goebbels decía, infundir al obrero alemán la conciencia de que antes que obrero es alemán y antes que necesitado es patriota. El aplauso máximo estalló cuando el orador afirmó que los salarios son bajos porque se está trabajando para la libertad; entiéndase en los armamentos. […] En Múnich se ha inaugurado una campaña demagógica de boicot contra los judíos. El SA [milicia de asalto], de paisano, apostado ante las tiendas con letreros alusivos, impide que se compre en ellas”.

 

El mismo día en que Bermúdez Cañete dictaba por teléfono esta crónica, la última desde Berlín, los madrileños leían en Informaciones el artículo encargado en su contra por la embajada alemana. Ruano lo firmó con uno de sus seudónimos, César de Alda, y se publicó en primera página bajo un título inequívocamente ruánico, ‘Cuentos de los corresponsales de todos los países en cualquier país’.

 

“Se está haciendo prácticamente imposible la imparcialidad, el puro amor y el alegre deber de lo objetivo, internacionalmente hablando”, se lamentaba Ruano en el arranque del artículo. “Hasta no hace mucho [los corresponsales de prensa en el extranjero] solían tender hacia un objetivismo desinteresado” y “toda la verdad [era] reflejada de un modo insobornable”.

 

“Sobre el esfuerzo y triunfo del nacionalsocialismo alemán, en cuya victoria tenemos que ver los occidentales siquiera el levantamiento de una barrera o bastión frente al avance soviético, se cierne una labor interesada que procura el descrédito del régimen que libremente se dio Alemania”.

 

Para Ruano, las fuerzas oscuras que cargaban contra Hitler eran tres. En primer lugar, “los esbirros de las fuerzas secretas de la revolución: masonería y judaísmo”. En segundo lugar, y aquí apuntaba directo contra Bermúdez Cañete, “la oposición equivocada […] de quienes con un expediente personal irreprochable combaten el régimen nacionalsocialista sin querer darse cuenta de que aun para sus propias aspiraciones (monarquismo, política católica) es, en el peor de los casos, un mal menor”. Y, en tercer y extraño lugar, “una minoría intelectual, enemiga del racismo y de la ‘democracia de lo aparentemente antidemocrático, cuyas razones sutiles y su posición filosófica puede ser, a la hora vulgar de las realidades inmediatas, un modo triste de ‘pasarse de listo’”.

 

“De una u otra manera, los cuentos de los corresponsales de todos los países en cualquier país son cada día más frecuentes. Conviene que el lector establezca la individual censura del buen criterio para correspondencias sospechosas…”, concluía el artículo.

 

Hasta la irrupción de Hitler, sostenía Ruano, los corresponsales estaban definidos por la “imparcialidad”, el “desinterés” y lo “insobornable”. ¿Se refería a sí mismo como corresponsal en Berlín, cuando describió el nazismo como un “imperio de simpatía”?

 

Ahora, según Ruano, los corresponsales ya sólo contaban “cuentos” de los nazis. Se habían convertido en parciales, interesados y sobornables… La perversidad de estos adjetivos, cobrados por debajo de la mesa, es tan sublime como el enigma que se desliza por este libro: ¿era Ruano consciente, al componer el artículo, de que estaba escribiendo un imponente autorretrato?

 

 

A Bermúdez Cañete lo expulsaron por decir lo que pensaba y a Ruano le pagaban por decir ¿lo que no pensaba? ¿Qué pensaba realmente Ruano?

 

El escritor Francisco Umbral lo calificó de “anarquista de derechas”, una manera de decir que era un jeta, aunque el discípulo lo afirmara con admiración. ¿O había algo más que jeta en su “anarquismo de derechas”? De hecho, al igual que los anarquistas de la FAI, Ruano no tenía inconveniente en ejecutar obispos. En pleno franquismo, refiriéndose al abad mitrado de Montserrat, escribió en su diario íntimo: “con todos los respetos, y por supuesto pidiendo a Dios por su alma, [yo le] habría fusilado”.

 

¿Decía la verdad? ¿En qué punto de su espectacular bucle ético nos encontramos?

 

“He llegado a la conclusión no sólo de que soy bastante partidario de la mentira, sino de que, con frecuencia, la mentira puede ser el camino real de los caballeros”, escribió ese mismo año (1962) en un polémico artículo publicado en primera página de ABC.

 

Ruano era partidario de la mentira, pero de ninguna manera toleraba la hipocresía. “[Los de nuestra generación] no fuimos hipócritas. Dios sabe por qué no, pero no lo fuimos y Él sabe lo mal que se nos ha pagado este lujo del alma”, anotó, casi con indignación, en su diario íntimo.

 

Un lujo del alma, efectivamente. En sus memorias, Ruano recuerda a Bermúdez Cañete y repite, sin despeinarse, la acusación de intransigente que le lanzó en 1935. “Era un hombre muy joven, con mucha voluntad de hacer cosas y una formación católica con todo lo bueno de ella y una dura intransigencia que le dificultaba la comprensión del mundo en que se movía”.

 

Ruano estaba en lo cierto. Bermúdez Cañete fue intransigente. Con los nazis, por ejemplo. Porque escribía lo que veía, no lo que le ordenaban y pagaban a escondidas, y eso le facilitó la comprensión del mundo: la comprensión, en esencia, de la oscuridad.

 

Entre 1935 y 1936, después de su expulsión, Bermúdez Cañete trabajó para El Debate como corresponsal en París y cubrió la guerra de Abisinia. Pocos meses antes de la Guerra Civil fue elegido diputado por la CEDA, alianza de partidos católicos de derechas.

 

El 20 de agosto de 1936, al mes de estallar la guerra, fue detenido por las patrullas republicanas y encerrado en una checa. Al día siguiente lo sacaron para darle el paseíllo. Se resistió y en la calle, frente a la checa, fue asesinado a tiros.

 

Es un epitafio del siglo XX: Antonio Bermúdez Cañete, expulsado por los nazis de Berlín y asesinado por los rojos en Madrid.

 

—Saquearon nuestra casa. Todo lo que nos quedó de mi padre fue un armario con libros —dice Lola.

 

Eugeni Xammar (catalanista hasta la médula y de izquierdas, en las antípodas políticas y nacionales de Bermúdez Cañete) recuerda en sus memorias, escritas en catalán, que el periodista cordobés fue asesinado al inicio de la guerra, y pone un adverbio a ese crimen: “baixament”, con bajeza, vilmente.

 

También Ruano (que compartía trinchera política y nacional con Bermúdez Cañete) recuerda el crimen en sus memorias. Pero sin adverbios. Con una frase seca: “Fue asesinado en España durante la guerra”.

 

Lola me enseña en su móvil la imagen del sepulcro de su padre, en el cementerio de La Almudena de Madrid.

 

—Mi madre prefirió no llevarlo al Valle de los Caídos. Quería tenerlo cerca.

 

Y me cuenta la transformación que vivió España a partir de los años cincuenta con una costumbre de su madre, que se trajo de Alemania la modernidad:

 

—En el colegio no podía decir que ella fumaba, y años más tarde me decían: “Qué suerte, tu madre fuma”.

 

Augusta Orth murió en Alemania en 1992 y sus cenizas descansan junto a su esposo.

 

—Me tiro de los pelos por no haberle preguntado más cosas de mi padre —se lamenta Lola.

 

El Debate no quiso enviar a otro corresponsal a Berlín. La embajada alemana, a través de Reder, siguió presionando para colar textos favorables en el diario católico. Pero, gracias al periodista andaluz, El Debate no dejó de cargar contra los nazis.

 

El 8 de noviembre de 1935 publicó un artículo firmado con las iniciales J. G., que el diario presentó como una persona “imparcial” y “conocedora del país desde mucho antes del advenimiento del racismo”. No sabemos quién es —la embajada alemana lo identificó como Pedro Gamero del Castillo—, pero el texto, no importa quién lo escribiera, era una clarísima estela de Bermúdez Cañete.

 

Con ABC e Informaciones tapándose los ojos, la contundente denuncia del sufrimiento de los judíos en Alemania y del inquietante rearme del ejército, publicada por un diario de la derecha madrileña de 1935, convierten esta crónica en un texto empático, hermoso, excepcional. No está maravillosamente escrito, pero es literatura de verdad…

 

 

Augusta Orth a su regreso a España en 1938

Augusta Orth a su regreso a España en 1938

 

“Goebbels”, empieza la crónica, “decide, con el consentimiento de Hitler, que se dé vía libre a la demagogia anticatólica y antijudía. […] La agitación contra los judíos constituye un medio eficacísimo para distraer a la masa de otras preocupaciones más peligrosas para el régimen. […] El pueblo responde a esas incitaciones atacando personalmente a los judíos, pintarrajeando las placas que los artesanos o profesionales libres de esa religión colocan en sus puertas, etc. […] Tan formidables injusticias no pueden por menos de provocar una reacción entre las personas de buenos sentimientos. […] Es extraño que el Führer no recuerde que con martirios no se gobiernan los pueblos… ¡Pero se dominan! A la larga tampoco. […] Parece que Hitler tiene entretenida con gran habilidad a la Reichswehr [ejército] con el rearme. Como el niño con el juguete anhelado, ya no se ocupa de nada, ni aun siente sus dolores. […] Por católico que sea un oficial alemán, un oficial alemán es siempre, ante todo y sobre todo, eso: un oficial alemán”.

 

“No se hagan pues muchas ilusiones los enemigos del racismo”, concluye la crónica. “Esto ya no es una democracia, sino una tiranía (o al menos una dictadura), pero en esa forma seguirá mientras al pueblo se le dé de comer. Sólo el día que la economía se derrumbe se hundirá el régimen”.

 

Y el régimen se hundió, arrastrando a Alemania y los alemanes.

 

Cuatro años después del hundimiento, en 1949, Augusta se fue con sus dos hijos a pasar el verano a Múnich.

 

—Vi a los soldados americanos muy gordos. Supongo que era porque los alemanes estaban muy delgados —recuerda Lola con el café sobre la mesa.

 

—Háblame de los alemanes —le pido.

 

—En las colas, la gente hablaba sola.

 

¿Cómo habría descrito Ruano a los alemanes hablando solos ante sus ruinas?, me pregunto apurando el café.

 

Salimos del Círculo de Bellas Artes por la puerta lateral, la misma por la que un día sacaron a su padre: porque los republicanos lo encerraron aquí, en la checa de Bellas Artes, y en esta calle lo mataron.

 

Miro el asfalto y me pregunto en qué punto cayó.

 

 

 

 

Este texto corresponde a ‘Un punto en el asfalto’, capítulo 9 del libro El marqués y la esvástica. César González-Ruano y los judíos en el París ocupado, que la editorial Anagrama pondrá a la venta el 19 de marzo. 

 

 

 

 

Rosa Sala Rose es escritora, investigadora, germanista y traductora literaria. Es autora de Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo; El misterioso caso alemán. Un intento de comprender Alemania a través de sus letras; Lili Marleen. Canción de amor y muerte y La penúltima frontera. Fugitivos del nazismo en España.

 

Plàcid Garcia-Planas es reportero de La Vanguardia y autor de libros como Jazz en el despacho de Hitler y Como un ángel sin permiso. Cómo vendemos misiles, los disparamos y enterramos a los muertos. En FronteraD ha publicado Souvenirs de la muerte. El archivo del corresponsal de guerraEuropa. El ángel decapitadoMisiles y chupachups para la guerra futura. “El camino más corto hacia la verdad absoluta”El reportero, la literatura y las vías de metro y Muerte de un travesti en Afganistán

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