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AcordeónUn tesoro oculto en la Casa Azul. Frida Kahlo y León Trotsky

Un tesoro oculto en la Casa Azul. Frida Kahlo y León Trotsky

Desde que era una niña, la californiana Lilia Stapleton (Guadalajara, 1949) sintió una fuerte atracción hacia México. Sus padres emigraron a Estados Unidos cuando tenía tres años y llevaron consigo decenas de cartas, recuerdos y fotografías. Su abuelo, José Escudero Andrade, fue coronel, diputado y policía mexicano en los años cuarenta, en una  de las épocas de mayor efervescencia cultural del país. “Desde niña me gustaba hablar con mi abuelo de sus recuerdos mexicanos. Me fascinaba ese mundo”, me cuenta desde California. Los recuerdos permanecieron ocultos en un cajón durante décadas, hasta que, en 1996, su sobrina pequeña, Nicole Camalich, llevó una de las fotografías familiares a sus clases de español. Cuando la maestra vio la imagen sus ojos se abrieron como globos. “Se emocionó mucho al ver la foto y le escribió una carta a mi mamá diciéndole que era un tesoro. Hasta pidió permiso para hacer una copia grande para su salón”.

La fotografía en blanco y negro es vieja, está algo sucia y carcomida por el paso del tiempo. En ella vemos a cinco personas que mantienen un semblante serio y solemne. Los dos del centro son los protagonistas absolutos, aunque nada parecen tener en común. Uno es alto, sesentón y canoso, de rasgos caucásicos, frente amplia, pelo abultado, anteojos redondos y perilla picuda. La mujer es menuda, delgada y morena. Su cuello es largo como el de un cisne, sus cejas pobladas y ensambladas a lo largo de su frente y sus labios aparecen subrayados por un ligero bigote. Y a pesar de ello, su belleza resalta sobre el resto de la imagen. Se trata de Frida Kahlo y León Trotsky. La pintora más enigmática del país y el exiliado que lideró la revolución más controvertida, longeva e influyente del siglo XX.

En noviembre de 2003 Lilia visitó la casa museo de Frida Kahlo en el barrio de Coyoacán (al sur del DF). Aunque ya conocía la historia de Frida y Diego, quedó sorprendida por el imaginario cultural de la pareja de pintores. Los rincones de la Casa Azul (en la que vivieron la mayor parte de su vida) quedaron grabados en su retina. “Me emocioné mucho al ver el cuarto en donde se tomó esta foto y los muebles y las pinturas originales de Frida”.

Cuando regresó a California decidió ponerse en contacto con los gestores de la casa museo. Tras años de gestiones e intercambios de emails, hace unos meses la Casa Azul recibió la foto en la que aparecen de izquierda a derecha el licenciado Antonio Villalobos (diputado y jefe del Departamento central de la Ciudad de México), León Trotsky, Frida Kahlo, Jean van Heijenoort (guardaespaldas y secretario del político ruso), y el mencionado José Escudero Andrade, su abuelo.

La imagen fue captada durante la realización de una de las sesiones de la Comisión Dewey, cuya sede en México fue el hogar de Diego y Frida en la calle Londres de Coyoacán. Presidida por John Dewey, filósofo y psicólogo estadounidense, la comisión se encargó de investigar las acusaciones filtradas por la propaganda estalinista contra el revolucionario ruso León Trotsky durante los procesos de Moscú de agosto de 1936 y 1937. Desde que llegó al poder en 1922, Stalin emprendió una cruzada a muerte contra cualquier bolchevique que se le opusiera. Trotsky, quien fue el número dos de la revolución del 17, fue considerado el enemigo público de la patria socialista y fue repetidamente difamado, acusado de fascista y de traidor y perseguido por todo el mundo hasta su llegada a México, donde finalmente fue asesinado. La historia de su exilio y su muerte es una de las odiseas más perturbadoras del siglo XX y ha sido contada en numerosas películas, libros, novelas y documentales.

Gracias a Lilia este pedazo de historia regresa a su lugar natural. “Es un ejemplo inmejorable de lo importante que es fomentar la cultura de la donación en México”, asegura Hilda Trujillo, directora del museo. La pieza será sometida a un proceso de restauración y formará parte de manera permanente de la colección del Museo Frida Kahlo.

 

El tesoro del baño

Atravesamos la puerta de la Casa Azul y nos sumergimos en un patio de ínfulas folclóricas lleno de vegetación, figuras prehispánicas y ofrendas florales. Allí nos recibe Hilda Trujillo junto al equipo de restauradoras comandadas por Liliana Dávila, que desarrolla su trabajo en la casita situada en una esquina del patio. Mientras supervisa la reparación de roturas y grietas, la limpieza y el laminado, nos comenta cómo se desarrolla su trabajo: “Buscamos mantener la fidelidad de las fotografías, evitando interpretaciones”.

Las imágenes, algunas recortadas, deterioradas por el tiempo y la microfauna de Coyoacán, muestran a una pareja que parece sacada del realismo mágico garcimarquiano. Ella, menuda como una paloma; él, gigante y excéntrico como un personaje de Rabelais. Fueron famosos en su época y lo siguen siendo hoy. Desde que se casaron en 1929, Frida Kalho (1907-1954) y Diego Rivera (1886-1957) formaron la pareja de artistas más insólita de México. Por su casa pasó la crema y nata de la intelectualidad mundial, desde el poeta chileno Pablo Neruda hasta el surrealista francés André Bretón. Diego era el artista más famoso del mundo y ella una mujer rebelde y seductora, coleccionista de amantes, tanto hombres como mujeres. Los pormenores de su matrimonio fueron la comidilla de la prensa. Y sin embargo, los detalles más interesantes permanecieron ocultos muchos años.

Ambos cultivaban el espectáculo, pero a la vez lo usaban como máscara para proteger su intimidad. Tanto es así que, poco antes de morir en 1957, Diego guardó miles de objetos personales en uno de los baños de la casa con la orden de que no se mostraran en un periodo de 15 años. La albacea de la casa, Dolores Olmedo, fue aún más precavida y preservó el legado hasta su muerte en 2002 por temor a escándalos. Desde 2004 la casa museo ha llevado a cabo un laborioso trabajo de restauración que aún no ha terminado. En 2007 fueron expuestas decenas de prendas de vestir, corsés, documentos y cartas y en 2009 se mostraron unas 400 imágenes encontradas en ese baño. “Pero aún hay mucho más”, asegura Hilda Trujillo, directora del museo. “En total hay más de 6.000 fotos, y la mayoría son inéditas, nadie las ha visto”. Desde el pasado octubre, gracias a una donación de 600.000 dólares de la fundación Bank of América Merril Lynch, se están restaurando 369 nuevas fotos. La Casa Azul continuará revelando secretos ocultos de la, aún hoy, pareja más famosa de México.

Café en mano, Trujillo nos cuenta emocionada cómo fue el momento en el que abrieron el baño, el descubrimiento de los estantes llenos de polvo y repletos de objetos valiosos maltratados por la lluvia y los insectos y animales que se habían colado dentro.

“Fue un momento emocionante. Cuando vimos las fotos comenzamos a descubrir nuevas anécdotas de su vida. Los fotógrafos más célebres pasaron por esta casa porque aquí vivía el famoso Diego Rivera”, explica, “pero no esperaban encontrarse con Frida, una mujer misteriosa, que resultaba ser una gran anfitriona y una buena modelo para todos esos fotógrafos”. Y nos muestra imágenes de algunos de los grandes fotógrafos del siglo XX como Man Ray, Nickolas Muray, Edward Weston, Tina Modotti, Martin Munkácsi y Manuel Álvarez Bravo. En algunas aparece Frida posando con gesto altivo, mirada penetrante y ese cuello larguísimo que parecía alejar su rostro del adolorido cuerpo. También hay fotografías documentales de arquitectura y maquinaria industrial que Diego y Frida usaban para componer sus cuadros.

En una de las imágenes se la ve junto a Tina Modotti, la malograda fotógrafa italiana reconvertida en agente estalinista, cuya historia narró Elena Poniatowska en su novela Tinísima. En la imagen aparecen juntas en Coyoacán, posiblemente en el comienzo de la calle Francisco Sosa. Se dice que Tina introdujo a Frida en el ambiente comunista mexicano, y que a través de ella conoció a Rivera. “También hemos descubierto nuevas cartas de Tina dirigidas a Frida”, comenta Trujillo. Y, ante la emoción del interlocutor, se apresura a matizar: “Esas cartas no hablan de su vida privada. Solo le explica los procesos de revelado, pero eso ratifica el gran interés de Frida por la fotografía”.

Las fotografías de Frida Kahlo revelan muchas de las cualidades que la caracterizaron como persona y pintora: su valor e indomable alegría frente al sufrimiento físico y su pasión por la sorpresa, la fiesta y el espectáculo. Entre ellas vemos escenas de la vida cotidiana, fiestas con amigos, reuniones, viajes y varias fotos dedicadas con mensajes personales. En una de ellas aparece de niña, vestida de primera comunión y con el mensaje ¡Idiota!, escrito sin duda en una época posterior, cuando la artista abrazó los ideales marxistas. En dos de las fotografías más interesantes de la muestra aparece posando con la cadera desnuda para su amigo y amante, el fotógrafo Nickolas Muray. Son, sin duda, las imágenes más eróticas e íntimas de la artista.

 

De la Casa Azul al búnker de Trotsky

 Liliana Dávila nos muestra la foto original en la que aparecen Frida y Trotsky junto a los tres hombres. En el reverso, una frase garabateada: “Mi papá con Trotsky y Frida”. Entre las más de 300 imágenes que actualmente están en proceso de restauración, la foto con el ruso es sin duda una de las más preciadas. “Aunque ya conocíamos la existencia de esta imagen, tiene mucho valor por toda la historia que encierra”, explica sujetando el ejemplar con sumo cuidado.

En 1937 Frida y Diego convencieron al general Lázaro Cárdenas para que concediera asilo político a León Trotsky. Durante aquellos años la pareja predicaba con la ideología del ruso, una figura más intelectual, menos dogmática y radical que Stalin. Tras una vida de represión y persecución, tras décadas de exilio en Kazajistán, Turquía, Francia y Noruega, tras haber perdido a sus hijos y a sus camaradas asesinados por Stalin, el exilio mexicano supuso un último periodo de felicidad para el llamado “profeta armado”. Trotsky impresionó a la pintora mexicana y ésta a su vez enloqueció al exiliado ruso, que le enviaba cartas secretas e incluso aprovechaba los despistes de los comensales para meterle mano por debajo de la mesa. Se dice incluso que mantuvieron una intensa relación de amantes a escondidas. “Algunos aún lo niegan, pero sus mismos guardaespaldas fueron testigos de sus encuentros secretos”, comenta la directora Hilda Trujillo.

En 1939 Diego Rivera y Trotsky rompieron su relación por desavenencias políticas. El ruso se mudó a dos manzanas, a un viejo caserón ubicado en la calle Viena. Consciente de que su vida corría peligro, convirtió su nuevo hogar en un auténtico búnker con puertas blindadas y torretas de vigilancia con hombres armados las 24 horas del día. A pesar de estas medidas de seguridad, en mayo de 1940 su casa fue tiroteada por hombres armados con metralletas entre los que se encontraba el muralista estalinista David Alfaro Siqueiros. Ametrallaron la casa disparando más de 400 balas, pero el único herido fue Esteban Volkov, el nieto de Trotsky, que recibió el roce de una bala en el pie. Esteban, que por entonces tenía 10 años, aún vive en Coyoacán y ha recordado en infinidad de veces el momento del atentado: “Dispararon seis veces en mi colchón, pero me refugié debajo. Tuve mucha suerte. Recuerdo el olor a pólvora y ese ruido terrible”.

Trotsky salió milagrosamente ileso, pero finalmente el 20 de julio de 1940 le llegó la hora. Un joven y apuesto agente estalinista español, Ramón Mercader, consiguió infiltrarse en su casa-búnker gracias a una estrategia digna de James Bond. Durante años se hizo pasar por un belga acaudalado y apolítico para enamorar a una de las secretarias privadas de Trotsky, la norteamericana Sylvia Agelof. Ya en Coyoacán, acompañaba cada día a su novia a la casa búnker del ruso. Se ganó la amistad de los vigilantes y del entorno de Trotsky, pero durante meses rechazó entrar a la casa con el pretexto de que no le interesaba la política. Cuando recibió la orden no le fue difícil quedarse solo con Trotsky. Le pidió que le corrigiera un texto que pensaba publicar en la prensa. Mientras el ruso lo leía en su despacho, Mercader le clavó un piolet en la cabeza. Dicen que el grito de Trotsky y la paliza posterior, y los años de cárcel y decadencia acompañaron al español hasta su muerte en La Habana 1978.

Fue uno de los crímenes más impactantes y dostoievskianos del siglo XX. El escritor cubano Leonardo Padura lo detalla en su extraordinaria novela El hombre que amaba a los perros (Tusquets, 2009). Una de las historias más terribles y a la vez más fascinantes, la historia de una época intensa, violenta e irrepetible en la que México fue el punto de encuentro cultural y político entre los artistas y los revolucionarios exiliados de medio mundo.

 

La fridamanía, un boom constante

A lo largo de los años ha habido varios booms de fridamanía que se han reflejado en un espectacular aumento de las visitas a la Casa Azul de Coyoacán. “Uno de los primeros momentos fue en los años 70, cuando las feministas usaron la obra de Frida como bandera”, explica la directora del museo. En los 80 hubo otro repunte cuando Madonna compró dos cuadros de la artista. La publicación del diario en 1995 también fue importante. “Otro de los grandes momentos de Frida fue el estreno de la película protagonizada por Salma Hayek en 2003. Fue una verdadera explosión”, recuerda Trujillo. “Después de eso, solo ha habido otro año comparable, en 2007, cuando se expusieron los corsés, los vestidos y las joyas de Frida que también encontramos en el baño”.

Actualmente la casa museo Frida Kahlo es, en cuanto a dimensiones, el segundo museo más visitado de México después del de Antropología, y el quinto por número total de visitas. Los pormenores de la vida de esta pintora adolorida siguen provocando interés a nivel mundial. Pero quien quiera conocer de primera mano los detalles de su historia tendrá que viajar forzosamente a México. El culpable, de nuevo, es el afán de secretismo de Diego Rivera: el pintor dejó escrito en su testamento que ninguno de los objetos personales podrá salir jamás de la casa. ¿Por qué motivo haría esto? “Siempre se llevó muy mal con el Gobierno mexicano”, concluye la directora de la Casa Azul.

 

Musa, santa y amante

Hayden Herrera, responsable de la biografía más completa sobre la pintora, la definió como “casi bella”, con sus cejas en línea continua a través de la frente, con ese bigotillo que acentuaba los labios sensuales y con unos ojos que, según todos sus conocidos, revelaban un estado de ánimo devorador o marchito, que resplandecían de inteligencia y humor y que desnudaban y desenmascaraban a quien miraban. “Como si los mirara una fiera”.

Sus carcajadas eran sonoras, su voz, bronca y vibrante, y su habla ruda y llena de improperios. Disfrutaba observando el efecto que palabras como “chingada madre” o “pendejo” causaban a su alrededor. Un efecto mayor si cabe, viniendo de alguien tan femenino y oropelado, con esos vestidos indígenas, con ese cuello largo de reina persa, con esa mirada única y misteriosa.

El escritor Carlos Fuentes la retrató una de sus novelas más famosas, Los años con Laura Díaz, y la evocó como la materialización de Coatlicue. Sus palabras son la mejor definición del espíritu de esa artista irrepetible: “Madre envuelta en falda de serpientes, muestra su cuerpo lacerado y sus manos ensangrentadas como otras mujeres muestran sus broches (…) Es Frida Kahlo diciéndole a todos los presentes que el sufrimiento no marchitaría, ni la enfermedad haría rancia, su infinita variedad femenina”.

 

 

Javier Molina es reportero, licenciado en Historia, doctorado en Literatura hispanoamericana y narrador. Ha publicado libros académicos sobre los hispanoamericanos en la Guerra Civil española y ha escrito en El PaísLetras Libres, Vice y otros medios hispanoamericanos. En FronteraD ha publicado la crónica La sonrisa de Alberto Patishtán, indígena de Chiapas indultado y mantiene el blog Reportero salvaje. En Twitter: @javimolinav

 

 

 

 

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