Cuando conocí a Amalia Piccinini fue con ocasión de su última muestra individual en Manhattan. Recuerdo que sus pinturas me impresionaron muchísimo, su belleza y complejidad rivalizaban por mi atención frente al lienzo. Su gran talento como pintora era evidente. Luego de hablar con ella, también descubrí que es una artista de múltiples talentos: no es solamente una pintora, sino también una escritora muy especial. No me sorprendió, mientras conversaba largamente con ella, que además de sus considerables conocimientos sobre arte esté interesada en la literatura, la crítica de arte y la poesía. Incluso desde que vivía en Europa, se dispuso a leer a numerosos escritores estadounidenses. En la actualidad, a pesar de ser italiana, está inmersa en el panorama artístico neoyorkino y la cultura estadounidense en general. En 2005 se mudó a Nueva York para emprender su carrera como pintora y desde 2007 es la autora de la conocida columna New York New York, una visión sobre el arte contemporáneo estadounidense en la prestigiosa revista italiana Flash Art. Como crítico de arte, soy admirador de ambas, la Amalia Piccinini pintora y la crítica de arte. La lectura de su columna proporciona un acceso directo al interior de los estudios de los pintores más famosos residentes en Nueva York en la actualidad y constituye mucho más que una simple visita a los estudios, es una nueva visión de la crítica de arte. Y es su visión, una voz única en el medio.
—¿Cómo surgió su columna?
—Me mudé a Nueva York en 2005. Dos años después, en 2007, Giancarlo Politi, director de Flash Art, me dio la oportunidad de escribir la columna. Tengo que agradecerle por haber percibido un potencial en mí y confiar en mi profesionalismo, mi pasión por el arte en todas sus expresiones, mi pasión por escribir, y mi pasión por la ciudad de Nueva York. Tuvo la intuición de crear una columna que consistiera en mis visitas a los artistas, lo que implicó que hubiera una voz distinta a las demás voces en el ámbito de la crítica de arte. Había comprendido (antes que yo misma) que yo podía escribir no solo sobre la obra sino también sobre el artista –sus dificultades de la vida real y a todos los niveles–. Mi columna explora la vida y las obras de artistas nuevos y desconocidos así como la vida y las obras de artistas famosos.
Tengo que agradecerle a Politi la gran libertad y la confianza que ha puesto en mí durante los casi cinco años en que he estado escribiendo para Flash Art. Siempre ha apoyado y estimulado mis ideas. Cuando selecciono los artistas o las exposiciones sobre los que quiero escribir en la columna, Politi siempre está interesado en leer y publicar mis experiencias de Nueva York. Para decirlo de un modo metafórico, me ha dado libertad para esculpir el estilo de la columna, para darle una visión innovadora a la apreciación del arte nuevo. Esa libertad le insufla un gran entusiasmo a mi trabajo.
—En la actualidad su voz es respetada y conocida tanto en el panorama artístico de Nueva York como en el de Italia. Los artistas desconocidos le buscan y los famosos le abren las puertas de sus estudios. Se ha convertido en un punto de referencia para los artistas y los lectores. ¿Cómo pudo hacerse con tal reputación en tan poco tiempo?
—Me imagino que en algún momento determinado, en la medida en que el elenco de visitas iba creciendo, los artistas hablaban acerca de la calidad de mis artículos. Algunos artistas de renombre sobre los que escribí me recomendaron a sus colegas para que los entrevistara. De hecho, me pasaron los contactos de sus colegas. Me aconsejaron que los llamara en su nombre, para que no fuera a pasar que ellos me los volvieran a recomendar a su vez. Fue gracias a eso que, en algunos casos, no llegué a los artistas a través de sus galerías, sino de modo directo. Me aceptaron por mi profesionalismo, la calidad de mi escritura y un tono diferente al de otros críticos. Mi enfoque llegaba al ámbito privado del estudio, donde yo lograba discernir todo lo que me interesaba. Nueva York es súper competitiva y cara, pero llena de artistas serios, que mantienen sus estudios cerrados cada día mientras buscan el modo de mostrar su trabajo en muestras colectivas o preparan la próxima exposición para la Gagosian.
—Hasta ahora ha conocido a muchos artistas consolidados y no solo ha indagado acerca de su trabajo sino también de detalles de su vida en sus estudios o en sus casas. ¿Tiene algún recuerdo especial, algo o algún artista que le haya marcado?
—Tengo muchos recuerdos. En general, cuando voy a visitar a los artistas me siento muy bien y llena de curiosidad por ver su obra y comprender los aspectos más humanos de la persona, que no puedo aprehender en la galería. Sin embargo, cuando fui a la casa de Louise Bourgeois en 2008 me sentía un poco nerviosa. Llevaba un gran lienzo entre manos que iba a presentar un domingo a sus invitados, cuyos nombres ni siquiera conocía. Cuando llegué frente a su casa me di cuenta de que no me atrevía a tocar el timbre y pensé… voy a conocer a Louise Bourgeois. Entonces lo hice, y cuando la vi me llamó la atención su mirada intensa, muy seria, en cierto modo hasta melodramática. No sonrió ni me saludó, pero me siguió con el rabillo del ojo. Sentí que me estudiaba. Cuando Robert Storr, el anfitrión de la recepción, me pidió que le mostrara mi cuadro a Bourgeois, ella hizo una seña. Me preguntó por qué estaba triste y cómo me llamaba. Creo que vio tristeza en los negros y verdes oscuros de mi pintura. Su reacción me sorprendió. Todavía me pregunto qué fue lo que mi pintura provocó en ella.
Otra anécdota que me viene a la mente sucedió en 2008, cuando visité el estudio de Terence Koh. Nuestra conversación se celebró en una habitación completamente pintada de blanco, mientras la voz grabada de María Callas prácticamente ahogaba nuestras palabras. Nunca se le ocurrió bajar el volumen, y como los dos hablamos bastante bajo no pude oírlo bien, y él tampoco a mí. Tuve que esforzarme mucho para llegar a él. Su presencia me impresionó, parecía muy suave en sus maneras, en la manera en que se movía, en su voz. No sé por qué me había hecho la idea de un Koh más excéntrico o excesivo, pero no era el caso. Con demasiada frecuencia uno tiene determinadas expectativas, o se deja influenciar por las historias que circulan en el mundo del arte. Tengo muchas más historias, ¿cree que sus lectores están interesados?
—Sí, estoy seguro de que quieren saber más.
—Cuando fui al estudio de Damian Loeb recuerdo que cuando abrió la puerta me miró y dijo: “Pasa”. Entonces se sentó en una silla roja y no dijo nada, me miró sin invitarme a sentarme. En ese momento rompí el hielo y dije algo sobre la columna. Por su parte, se relajó y nuestra conversación duró más de dos horas. Más adelante me escribió un email para darme las gracias por haberle visitado y dijo que estaba inmensamente complacido de haber hablado conmigo. Realmente usó esa palabra: inmensamente. No solo eso. Me dijo que podía visitarlo cuando quisiera, lo que hice. Lo visité dos veces más, dejando un intervalo de varios meses entre cada visita. Todavía estamos en contacto. Pienso que es un artista sofisticado y un hombre tímido y encantador. Otra anécdota que recuerdo con afecto fue la visita al estudio de Agathe Snow. Fui a su casa, los cuadros estaban colgados por todas partes y en la cocina. Como iba a fumar un cigarrillo me preguntó si quería ver la azotea. Le respondí: “Claro”. En la azotea había un banco de madera y nos sentamos. Fue allí donde transcurrió toda la visita. Fue una noche preciosa, no hizo frío. Su cigarrillo se consumió, pero ella seguía hablando y los rascacielos de Wall Street comenzaron a iluminarse. La noche cayó. Para mí fue surreal y poético. Lo más interesante de Nueva York es que todos hacen lo que sienten, el hecho de que sea en una azotea o una habitación no cambia nada. ¿Continúo?
—Sí, por favor, un recuerdo más.
—Fui al estudio de Cecily Brown en 2009. Era enorme, un estudio de ensueño. Tenía un sofá rojo muy bonito, con pequeñas ruedas. Ella empujaba el sofá para colocarlo frente a sus cuadros, a veces nos sentábamos y me explicaba algo acerca de la pintura. Entonces nos levantábamos e íbamos a ver otra pieza. Inevitablemente, se me ocurrió comprarme el mismo sofá. Era muy agradable poder sentarnos frente a sus cuadros y simplemente mover el sofá de un lugar a otro.
—En su columna no solo se refiere a artistas de renombre, sino también a artistas emergentes. Y en efecto, tiene un buen ojo para descubrirlos. ¿Disfruta de su compañía?
—Sí, todos los artistas emergentes me han proporcionada una gran satisfacción. Los he conocido cuando han venido a Nueva York, en la mayoría de los casos por primera vez, en el marco de residencias artísticas. Han logrado mucho a los pocos meses de haberlos conocido. A todos se la han otorgado otras residencias prestigiosas, además de oportunidades y exposiciones. Se han publicado reseñas sobre su trabajo, han editado libros, han sido invitados a formar parte de proyectos importantes, exhibiciones, bienales. Cada vez que recibo una invitación me siento orgullosa de haberlos descubierto en Nueva York. Cuando llegaron a Estados Unidos en muchos casos fui la primera que escribió acerca de su trabajo, pero más que nada les proporcioné la oportunidad de hacer un recuento de sus experiencias en Estados Unidos a través de mi columna. No me sorprende que hayan alcanzado logros importantes. Recuerdo su determinación y la gran concentración con que trabajaban en sus estudios. Eran muy serios con respecto a su trabajo.
Esas son las cualidades que me hacen querer escribir acerca de un artista. En algunos casos, si su trabajo no era lo suficientemente maduro los volvía a visitar meses después, siempre con gran placer y curiosidad. También me gustaría añadir que la mayoría de los artistas que se han ido de Nueva York tienen contactos en las galerías, además de personales. De hecho, muchos regresan al menos una vez al año y lo que me conmueve es que todos me contactan en cada ocasión. Estos artistas me llaman para tomar un trago o para almorzar, o para invitarme a sus exposiciones. Su actitud demuestra que el aspecto humano es una parte importante del éxito.
—Me consta que sus lectores interactúan con usted con frecuencia. ¿Cuáles son sus interrogantes acerca del mundo artístico neoyorquino?
—Son muy curiosos. Siempre quieren saber cuáles son las mejores exposiciones de Nueva York. Me preguntan cuáles son absolutamente imprescindibles, tanto en galerías como en museos. Incluso me preguntan acerca de fiestas y otros eventos sociales. Sienten curiosidad por los dos: el arte y la ciudad. También hay artistas recién graduados que me contactan para que les aconseje cuál es el mejor modo de abordar a las galerías, cómo iniciar sus carreras, cómo dar sus primeros pasos.
En 2008 sucedió algo interesante. Me di cuenta de que me había convertido en un ejemplo para muchos artistas, en especial italianos que, después de leer acerca de mi experiencia durante la exposición dominical de Louise Bourgeois, querían conocer a la artista en persona. Empezaron a preguntarme cómo ser invitados, los horarios, etcétera. Desafortunadamente, solo un par de mis colegas lograron ser invitados a la recepción dominical. Meses después, Louise Bourgeois canceló las exposiciones. Eso fue a finales de 2008. Dos años más tarde, falleció. Fui muy afortunada de haber podido experimentar tal honor en mi vida. Los lectores y amigos que quisieron seguir mi ejemplo llegaron demasiado tarde.
—Es cierto, el mundo artístico sufrió mucho la pérdida de Louise Bourgeois. Siento curiosidad sobre su audiencia. ¿Qué tipo de lectores le siguen?
—Diría que lectores del mundo artístico neoyorquino y de Italia. Muchos son jóvenes, y muchos de ellos son artistas jóvenes. Todos son muy ambiciosos. También hay estudiantes que piden consejo acerca de la bibliografía a consultar para sus tesis sobre arte. Hay también amantes del arte y coleccionistas que me piden mi opinión sobre algún artista específico. Además, me contactan galerías y personas de otros ámbitos como escritores, músicos, poetas y viajeros.
—¿Cuáles son los artistas que más han influencia han tenido en su trabajo?
—Más que ningún artista visual mencionaría a Proust, Kafka, Dostoievski… Los mundos que crearon son una especie de fuegos inapagables dentro de mi cerebro. Mi admiración por su legado no tiene límites. Por ejemplo, si nos ponemos a pensar que Kafka logró hacernos amar una cucaracha… convertirla en la criatura más noble, nos damos cuenta de que algo extraordinario ha sucedido.
—¿Y cuál es su obra de arte favorita?
—Todas las pinturas sombrías de Bacon, todos los dibujos de Van Gogh, cualquier retrato de Rembrandt. En mi opinión, esas obras alcanzaron la cúspide de la visión, intensidad, calidad y tensión en el arte.
—Para mí, su columna ha sido una fuente constante de información y sensaciones. Ha logrado que pueda sentir el olor de los estudios que ha visitado. ¿Cree que el hecho de ser pintora ha tenido una influencia positiva en su escritura?
—Sí, ser pintora me ha ayudado a acercarme al trabajo de los otros artistas. Yo también tengo un estudio como ellos, recibo visitas en mi estudio y me he enfrentado problemas similares del medio artístico. Eso hace que sea más sensible a todos los aspectos del ambiente artístico de Nueva York. Además, como pintora tengo conciencia de todo lo que hay detrás de una pieza artística –que es en general muchísimo trabajo–.
No estoy segura de que otros críticos puedan ver lo que yo veo durante una visita a un estudio. El punto de vista es diferente; el contacto es más íntimo. Dos críticos que se reúnen pueden hablar en el mismo idioma, dos artistas que se reúnen pueden respirar el mismo aire. En el caso de los olores a los que se refiere, los conozco bien, de modo que puedo hacer que el lector se los imagine.
Todos los artistas que he visitado han sentido que yo comprendía lo que me estaban diciendo. No tenían que esforzarse ni interpretar un papel para convencerme de lo que habían logrado. Yo escucho, observo, absorbo, y estudio su trabajo, internalizo mi experiencia y comienzo a escribir después de haber repasado internamente todo lo que sucedió durante la visita. Lo primero que hago cuando me encuentro con los artistas, después de agradecerles su invitación, es explicarles que solo comenzaré a escribir después de haber digerido nuestro encuentro. Sonríen, pero saben que les estoy hablando en serio.
—¿Cuáles son las exposiciones de Nueva York que más le han impresionado durante los últimos cinco años?
—Siento mucha gratitud por Larry Gagosian, que constantemente proporciona oportunidades únicas para tener acceso a piezas que de otro modo sería muy difícil disfrutar. A menudo expone obras de coleccionistas privados y recientemente ha organizado exposiciones con calidad museística. Le recomendé a todos mis lectores, amigos y colegas que fueran a ver Picasso y Marie-Therèse: L’amour fou (Galería Gagosian, 2011). También recuerdo que recomendé mucho el trabajo Infinity Room, de Yayoi Kusama (Gagosian, 2009). Su instalación consistía en una pequeña habitación en la que se entraba… Era extraordinaria. Me hubiera gustado que todo el mundo la hubiera visto. También recomendé la último performance de Terence Koh (Mary Boone, 2011), la retrospectiva de Louise Bourgeois en el Guggenheim, la retrospectiva de Bacon, los dibujos de Van Gogh, la retrospectiva de Diane Arbus, todas en el Museo Metropolitano de Arte. Más recientemente, me gustó mucho el show de Alexander McQueen. Estoy convencida de que olvido otras exposiciones increíbles, como las pinturas de Giacometti y los trabajos de Piero Manzoni, los dos en la Gagosian.
Siempre recomiendo a los lectores que vienen a Nueva York desde Italia que no se pierdan la colección Frick. Recientemente vi pinturas increíbles de Matisse de la colección Cone Sisters de Baltimore en el Museo Judío, Edward Hopper en el Whitney hace unos años, Paul Thek el año pasado, y más…
—Parecería que la mayoría de las exhibiciones que le gustaron se celebraron en museos.
—Sinceramente, lo que he visto en las galerías en general no me ha impresionado. Por supuesto que siempre hay algunas que se destacan, pero no hay muchos trabajos impresionantes, deberíamos ser honestos. Hace dos semanas estuve en el Museo de Arte Moderno para ver la retrospectiva de Willen de Kooning, que también recomiendo. Escuché a una señora que estaba conversando con un amigo. Él le preguntó: ¿Qué te parece? Ella respondió: Bueno, por lo menos son obras de arte inteligibles. Pienso que esa señora bien podría representar a los aficionados de arte neoyorquinos que cuando visitan las galerías de Chelsea van perdiendo interés debido al hermetismo de la piezas. Entonces van a museos para ver arte que despierte sus emociones.
¿Es la verdad, no? En todo caso siempre estoy visitando galerías, nunca he cesado de hacerlo. Quiero que mi generación me sorprenda.
—¿Cuál es el cumplido más halagador que le han hecho a tu columna?
—Dijeron que yo era la Hemingway de la crítica de arte porque tengo un estilo sencillo y animado. Soy popular porque los lectores entienden lo que escribo, incluso quien no entienda el arte contemporáneo puede hacer un acercamiento a través de mis historias. Eso hace que me sienta más cerca de la gente. No sé si les sucede a todos los críticos. Considero que fue un gran cumplido.
—¿Crees que ha creado una nueva forma de ejercer la crítica de arte?
—Sí, tal vez llamaría a mi modo de escribir como crítica de ficción. No porque me invente las cosas: todo lo que escribo es cierto. Me refiero a que en mis escritos hay una atmósfera, fragmentos de la vida, partes de Nueva York, fragmentos de un atardecer, con el arte contemporáneo como protagonista.
Jonathan Goodman es poeta y crítico de arte. Ha escrito artículos sobre el mundo del arte para publicaciones como Art in America, Sculpture y Art Asia Pacific entre otras. Enseña crítica del arte en el Pratt Institute de Nueva York. En FronteraD ha publicado, entre otros, Hermanos Gao: “Con el Partido Comunista Chino la sociedad se convirtió en una tina para lavar el cerebro”, Pablo Carpio: la vida de un artista en Nueva York, Elegía al vacío: Mengyun Han, John Cage: ¿Místico, innovador musical o charlatán? y Josef Albers: la improvisación disciplinada.
Traducción: Vanessa Pujol Pedroso