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Cenizas. El pintor Ramón Trigo se rehace tras la quema de una colección

 

Como cada día durante los últimos cuatro años, el pintor, escultor e ilustrador Ramón Trigo (Vigo, 1965) atraviesa las calles de su ciudad rumbo a la zona portuaria de Guixar, en el barrio de Teis. Allí, en una antigua fábrica de conservas que emplea como estudio, ultima los detalles de su próxima exposición, Transit Revisited, una serie de cuadros de gran formato con los que pretende cerrar el círculo abierto con Transit, la exposición que se presentó en la Fundación Caixanova en el año 2010.

 

Tras cuatro años de trabajo, los lienzos ya están casi listos. Cuatro años con sus cuatro inviernos en una ciudad como Vigo, donde el frío y la humedad se instalan en los huesos como un inquilino incómodo; máxime en esa nave-taller de techos desdentados, con tejas que se precipitan desde lo alto sin previo aviso. No hay luz eléctrica. Tampoco agua, sólo la que llega de las nubes a través de los huecos del tejado. Un lugar donde caminar es un arte. Y a pesar de todo allí están, casi listos, recostados contra una pared. Cuatro cuadros. Cuatro sillas rotas, con esos trazos y texturas en los que resulta fácil reconocer la mano inconfundible del autor. El resto, ya terminados, espera en otra sala igual de inquietante. Son, en total, doce grandes lienzos que en apenas dos semanas verán por fin la luz. Ése es el plan, la idea sobre la que trabaja el autor, un artista honesto, cercano, sin artificio y con mitones.

 

Jueves. Primero de mayo. Once de la mañana. Ramón Trigo abre una pequeña puerta metálica en la cara norte de la fábrica de conservas y accede a su estudio. El frío de siempre. La humedad de siempre. Nada, salvo un ligero regusto a humo flotando en el aire, hace presagiar el desastre. Los cuadros, las cuatro sillas rotas, los otros ya terminados en una sala contigua, yacen carbonizados en el centro de la nave, reducidos a cenizas. Una imagen desoladora. Un tributo a la brutalidad, la estupidez y la ignorancia que Ramón Trigo observa con incredulidad, trazando círculos alrededor de la montaña de escombros en busca de algo que todavía pueda salvarse, pero ya no queda nada. Todo ha sido arrasado.

 

¿Cómo sobreponerse? ¿Cómo responder a la barbarie con un pincel como única arma arrojadiza? La respuesta es Cinzas, prueba inequívoca de que las ideas no arden y título de la exposición que estuvo abierta en el Aula de Cultura Ponte de Rosas, en Gondomar, Pontevedra, hasta el pasado 4 de julio.

 

Sorprende y a la vez reconforta ver cuatro de los cuadros que cuelgan de una de la paredes de la sala. Cuatro sillas, algunas rotas, otras en llamas. Le acompañan una serie de obras que se salvaron del fuego fruto del azar y de la ausencia de tejas en el techo del estudio. Unos días antes de la transmutación, del instante purificador en que los lienzos abandonan su estado de lienzo para convertirse en finísimas partículas de ceniza, la lluvia filtrándose desde el tejado empapó varios lienzos que el autor tuvo el acierto de rescatar para proceder a su restauración.

 

El círculo abierto con la exposición Transit en 2010 se cierra por fin con Cinzas. Y como recordatorio del drama, de la capacidad de Ramón Trigo para renacer de sus cenizas y hacer frente a la barbarie, el obsequio del autor a los visitantes de la exposición: una bolsita de plástico de 12 x 7 centímetros. Ahí, en el interior, está todo. Los lienzos, los bastidores, los pigmentos y pinturas. También lo intangible. Una deconstrucción en toda regla en forma de polvo de ceniza y algún que otro pedrusco fruto de una mala combustión. Y es que no siempre resulta fácil quemar como es debido una obra de arte.

 

—Entonces, ¿qué es Cinzas? ¿Ramón Trigo con una pala llenando de ceniza bolsitas de plástico de 12 x 7 centímetros?

—Si, entre otras cosas. En realidad, Cinzas es un intento, no de recuperar lo perdido (las cosas no tienen vuelta atrás por mucho que nos empeñemos), sino un intento de sobreponerse a ese hecho y no solo superarlo sino utilizarlo haciendo que forme parte de mi obra. Lo cual no me resultó difícil,  ya que mi obra es, en  muchos aspectos, autobiográfica y un suceso como este es una pieza más en el puzle que intentaba formar con Transit.

 

—Un conocido psicomago decía que para superar una pérdida trágica como puede ser la muerte de un padre bastaría con retratarlo mezclando con la pintura las propias cenizas del difunto. No es este el caso, pero parece que reutilizar las cenizas de alguna forma puede hacer más llevadera la pérdida de sus obras.

—El hecho de llenar las bolsas con cenizas y dárselas a los asistentes a la inauguración fue un acto puramente simbólico, una forma de que la obra calcinada estuviera también presente en la muestra. Pero no es más que un mero gesto. Para mí lo principal de  todo este cúmulo de sucesos es el intentar (no sé si lo habré logrado) transformar esos hechos en algo positivo o tangible. Mostrar que la esencia de las obras sigue ahí, que no se ha perdido.

 

—Lienzos, pintura, madera. Materiales todos de fácil combustión. Afortunadamente las ideas no arden. ¿Es posible la reconstrucción, empezar de cero, o la pérdida es ya irreparable?

—Como ya dije, lo que ardió se perdió. Es irrecuperable. Pero lo principal no es solamente que no se perdiera la idea que había tras la obra, sino que el hecho en sí de la destrucción de las obras genere otra idea o un concepto nuevo, otra faceta de la obra.

 

—Soy uno de los pocos afortunados que vieron algunas de las obras que fueron reducidas a cenizas. En concreto recuerdo cuatro cuadros, cada uno representado una silla desvencijada. En la nueva exposición también hay cuatro sillas. Se parecen, pero no son las mismas. ¿Por qué reconstruir precisamente esas obras, y no otras?

—Hace cuatro años, empecé a trabajar en este lugar (una antigua fábrica de conservas). Desde el momento en que entré por primera vez en este edificio me enamoré del lugar. Aquel espacio me atrajo de tal forma que decidí convertirlo en el protagonista de mi trabajo. De esta forma mis pinturas empezaron a representar fragmentos de aquel edificio ruinoso, detalles arquitectónicos, escaleras, cerchas… Y de toda la obra que surgió de esta etapa creo que las pinturas que más se aproximan a lo que yo pretendía transmitir son las que representan los restos de muebles que me encontré en la fábrica, mesas y sillas rotas que tenían para mí un magnetismo especial, primero por la sencillez casi primigenia del objeto desnudo y destrozado y en segundo lugar por la referencia directa a los fantasmas que poblaban aquel edificio. Cientos de personas que utilizaron y tocaron estos muebles ahora destrozados.

 

—Cuenta la leyenda que el Ave Fénix moría y renacía de sus cenizas cada quinientos años. ¿Cuánto tiempo le llevó a usted?

—No lo sé. Supongo que el tiempo suficiente para asimilar lo ocurrido y comprender que tenía que reaccionar.

 

—En el díptico de la exposición Cinzas, hay una serie de fotografías donde se le ve dando vueltas alrededor de las obras calcinadas. ¿Qué le pasaba por la cabeza en ese momento?

—Es difícil de explicar, creo que estaba en estado de shock. Solamente trataba de asimilar lo que había ocurrido.

 

—Vigo es una ciudad industrial, dura, con centros comerciales rebosantes y museos a la deriva ¿Cómo describiría el panorama cultural de la ciudad?

—Creo que Vigo siempre ha sido en este aspecto una ciudad extraña (o quizás no). Siempre ha habido una especie de corriente cultural subterránea que discurre al margen de los organismos oficiales. Esto demuestra que una ciudad está viva culturalmente.

 

—¿En que está trabajando ahora? ¿Y dónde? O prefiere no dar pistas.

—Últimamente diversifico mi trabajo (quizás demasiado) y abordo varios proyectos a la vez: libros, cómics, alguna portada de disco y unas esculturas en madera. Normalmente trabajo en el estudio que tengo en casa salvo que el tamaño o las características de la obra que realizo precisen de otro espacio más amplio.

 

—Y por último, ¿ya tiene extintor?

—Si quiero ser honesto y fiel al espíritu de la obra que estoy realizando no puedo, bajo ningún concepto, hacerme con un extintor. Como mucho, un cubo de latón lleno de agua, pero ha de estar oxidado y picado.

 

 

 

 

Eduardo Armada (Vigo, 1966) es fotógrafo, diseñador de páginas web, realizador de cortometrajes y coautor del proyecto lúdico-formativo Sabidurius

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