Chuky es una mascota y su dueño le proporciona refugio, un sitio caliente donde dormir y le da de comer. A veces, hasta le deja subirse a la cama. Todo normal, si no fuese porque Chuky es una serpiente pitón albina (Python molurus bivittatus) de casi dos metros de largo y su dueño le alimenta con ratones y conejos vivos.
Ayer se le escapó de casa.
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El municipio coruñés de Narón es un frío apósito de Ferrol. Crece informe a su alrededor mientras la más céntrica zona vieja ferrolana se viene abajo piedra a piedra. La humedad, pero también la desidia consistorial, campan aquí a sus anchas.
Es domingo por la noche y los que no se arrebujan ya entre las sábanas, se preparan para acostarse. Mañana toca trabajar. En ese trámite se encuentra Iris, vecina del barrio residencial naronés de A Solaina. Ahora que sus hijos de tres y cinco años hace ya un rato que duermen, se sienta confiada en el retrete de casa antes de irse a la cama.
Lo primero que oye es un ruido fuerte y sordo, seguido de un chapoteo. Antes de que se quiera dar cuenta, siente un potente mordisco en la nalga, que hace que se levante como un resorte. Grita, le domina el pánico y solo acierta a tirar rápidamente de la cadena, pero con el agua de la cisterna ve perderse la cola de una serpiente de color amarillo intenso y verde de unos 20 centímetros de longitud y de considerable grosor.
Con esas características, casi con total seguridad se trata de una serpiente pitón albina, una especie constrictora asiática que no es venenosa, pero esa misma noche a Iris, peluquera de profesión, le aplican el protocolo habitual de vacunas y corticoides en el hospital.
Ahora, al igual que sus vecinos, no va al baño si no tira antes por el inodoro un litro de lejía o de aguafuerte para espantar al animal. Con el miedo metido en el cuerpo se hace más difícil pensar en la protección del medio ambiente.
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Puede que en ese caso la huella que deje una serpiente exótica en nuestro entorno se reduzca a una mordedura en salva sea la parte, pero en el archipiélago canario el tema es más que preocupante. En la fauna local de las islas no existían las serpientes, pero eso era hasta hace unos pocos años.
En la actualidad, la también constrictora culebra real californiana (Lampropeltis getula californiae), originaria de California y el norte de México, se ha introducido en la isla de Gran Canaria. En tan solo dos de sus localidades, Valsequillo y Telde, se han llegado a capturar más de 300 ejemplares en un periodo de dos años.
La procedencia de la invasión parece clara: serpientes compradas como mascotas que son liberadas o se escapan y que, ante la ausencia de depredadores naturales u otros factores que controlen su censo, se adaptan y colonizan un nuevo ecosistema, distinto del que son originarias. Es la mejor definición de una especie exótica invasora.
El impacto medioambiental también es evidente: se alimentan de pequeños reptiles y huevos de aves únicas de la isla, diezmando sus poblaciones naturales. Se sospecha que incluso podrían estar desplazando por competencia al endémico lagarto gigante de la isla (Galliota steblini). Los planes de erradicación de esta plaga le están ocasionando a la Administración canaria cuantiosos gastos, estimados en más de un cuarto de millón de euros, aunque el coste total para el control de esta especie es mucho mayor. Ya solo el proyecto Life Lampropeltis (1) cuenta con una financiación de más de un millón de euros. Ante el problema de las especies invasoras parece que sale más caro intentar curar que prevenir.
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Otros episodios, sin ser tan llamativas como el de Iris y sus vecinos, están llegando a afectar a zonas mucho más amplias con efectos devastadores para los ecosistemas europeos.
En el Mediterráneo, por ejemplo, el caso del alga Caulerpa taxifolia (bautizada por los periodistas como “el alga asesina”) es un ejemplo de libro. Mediante un proceso de conquista paulatina de sus hábitats acuáticos naturales, esta especie, originaria de mares tropicales y muy utilizada como ornamental en acuarios de medio mundo, está acabando con las praderas submarinas de posidonia (Posidonia oceánica), una planta marina endémica mediterránea cuyo valor ecológico va mucho más allá de la simple protección de la línea costera frente a la erosión. Supone el sustento y refugio de innumerables y valiosas comunidades acuáticas.
En la competencia por los recursos naturales (la luz solar y los nutrientes del agua) el alga es mucho más efectiva y tiene literalmente arrinconada a la posidonia en amplias áreas de la costa mediterránea, incluida la española.
Distintos expertos apuntan a que es altamente probable que su introducción en este mar nuestro comenzase en el acuario del muy notable Museo Oceanográfico de Mónaco, institución pionera a la hora de implicarse en la conservación de la biodiversidad. En sus inmediaciones se empezó a constatar por vez primera la presencia del alga. No se puede demostrar, pero parece lógico pensar que sea una consecuencia de la práctica de verter las aguas de sus acuarios al mar durante las labores de limpieza, algo muy habitual, por otra parte, en los complejos acuáticos de última generación con sistemas abiertos al entorno, es decir, con reciclaje e intercambio de aguas con el exterior.
Aún no se sabe muy bien cómo frenar este proceso de desplazamiento, ni siquiera si será posible hacerlo, pero, siendo realistas, hay que reconocer que las posibilidades son escasas, dada la gran capacidad de adaptación al ecosistema marino mediterráneo que ha mostrado el alga hasta ahora.
El hecho de que esta especie pueda desarrollar un nuevo individuo a partir de cualquier fragmento de su cuerpo hace que redes de pesca y anclas de embarcaciones se conviertan en un eficaz sistema de dispersión al arrancar trozos de esta del fondo marino. Investigadores españoles (2) han comprobado que Caulerpa taxifolia puede subsistir fuera del agua hasta 11 días en condiciones adecuadas de oscuridad y humedad, condiciones que se dan en ocasiones en anclas recogidas y redes amontonadas.
Y todavía hay más motivos para el pesimismo. Otra especie de alga del mismo género, Caulerpa racemosa, está siguiendo el mismo camino invasivo en el Mediterráneo (aunque esta a través de su entrada desde el Mar Rojo y no como consecuencia de su importación como ornamental) que su pariente cercana, pero a una velocidad endiabladamente mayor.
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A Gonzalo le encantan los acuarios. La elegancia de los coloridos peces en sus reposados movimientos sumergidos le transmiten una gran tranquilidad y hacen que pierda la noción del tiempo mientras los observa.
Pero su hobby, que nada tiene que ver con su trabajo de informático, le está generando una profunda preocupación en el último año. Se podría decir que incluso le está complicando la vida, a él, que es un gran amante de los animales e incapaz de infringirles daño alguno.
Resulta que las tres parejas de guppys (Poecilia reticulata) que se compró, uno de los peces más comercializados para acuarios caseros en todo el mundo, han resultado ser un grupo de cría muy productivo y la descendencia no para de crecer. Seguro que ya hay más de cien en su pecera. Lo que al principio resultaba ser de lo más interesante, ver nacer a los pececillos (esta especie es ovovivípara, lo que significa que la hembra retiene internamente los huevos hasta su eclosión, liberando entonces crías vivas a modo de falso parto), en la actualidad se ha convertido casi en una pesadilla. No sabe qué hacer con tanto pez y no acaba de aceptar el hecho de sacrificarlos, sin duda la opción más sencilla y efectiva. Sin embargo, la capacidad del filtro de su acuario está superada con creces y ya le han advertido de que cualquier día de estos revienta y se mueren todos los ejemplares. Y él no puede permitir que se mueran sus peces.
Las soluciones que ha ido encontrando hasta ahora ya no son viables. Ha saturado de guppys a todos sus amigos y compañeros de afición, e incluso a la tienda del barrio en la que los compró. Pero ya no quieren más ni regalados.
Lleva semanas pensado que a lo mejor sobreviven si los suelta en alguno de los ríos que discurren cerca de su casa.
Gonzalo, sin quererlo, ha dado con el quid de la cuestión: el problema, que él no es capaz de ver, ya sea por desinformación o por dejadez, es el mismo hecho de que sobrevivan. En la mayor parte de la geografía ibérica lo más probable es que eso no pase y que, con la llegada de las temperaturas invernales, acaben muriendo de frío, si no han perecido antes por otros motivos. Así sucede en áreas con crudos y duros inviernos continentales, como el centro y norte peninsular, pero en otras zonas más templadas, especialmente en el archipiélago canario, puede no suceder así. ¿Y alguien sabe dónde vive Gonzalo? Ese es un dato muy importante, pero nadie se lo preguntó cuando compró los peces.
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Ya en 2001, Ignacio Doadrio, ictiólogo del Museo Nacional de Ciencias Naturales y editor del Atlas y Libro rojo de peces continentales de España (3), incluyó en este una población estable de guppy en el río Mijares, que discurre entre las provincias de Teruel y Castellón. Pero, al parecer, ahora hay más casos en Andalucía y sobre todo en Canarias. Y es que este inocente pececillo tiene comprobados antecedentes como especie invasora desde antes de la década de los 70 del siglo pasado, con poblaciones establecidas incluso en Australia (4), por poner un ejemplo de lo más lejano de su área de origen: Suramérica.
Aunque en su descargo se debe resaltar que ha sido introducido en algunas zonas del mundo para controlar las poblaciones de mosquitos dentro de los programas de lucha contra la malaria, en la actualidad no queda muy clara su capacidad de depredar las larvas acuáticas de estos y, en cambio, si se han notificado efectos ecológicos negativos sobre otras especies de peces locales. En España parece que puede competir directamente con un grupo de pececillos autóctonos, los ciprinodóntidos, que ya de por sí están en una situación muy vulnerable y complicada, intentando no extinguirse.
Y eso que se trata de guppys, que son peces de origen subtropical, pero el peligro de naturalización es mayor en especies con menores exigencias térmicas, capaces de aclimatarse mejor a regiones con temperaturas más bajas, como es el caso de los peces rojos o goldfish (Carassius auratus) y los kois (Cyprinus carpio). Están entre los peces más vendidos como mascota en España y pertenecen a la familia de los ciprínidos, que cuenta con otros muchos representantes, autóctonos e introducidos, en la fauna acuática española, como los barbos o las archifamosas carpas.
Parece evidente que el origen de casos como este se encuentra en ejemplares vendidos a aficionados particulares a la acuariofilia que finalmente acaban en ríos, embalses y otras masas naturales de agua, bien por escape accidental, las menos de las veces, o bien por suelta deliberada, mucho más frecuente. El dueño de los peces se deshace de ellos porque desmonta el acuario o simplemente no puede mantenerlos porque han crecido demasiado en tamaño o en número, como en el caso de nuestro amigo Gonzalo. ¿Cómo se puede controlar esto?
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El comercio de plantas, peces y otros animales ornamentales para acuario empieza a estar señalado en la actualidad como una vía o vector importante de entrada de especies acuáticas invasivas. Esto, que viene siendo estudiado desde hace años en Norteamérica, ahora empieza a tomar forma en Europa.
En España, un reciente estudio de 2013 (5), elaborado por científicos de centros de investigación catalanes, coincide con esta afirmación. Llega a la conclusión de que muchas especies comercializadas para acuario tienen un potencial y reconocido peligro invasor y que es necesario legislar este asunto.
Sin duda, también son necesarias la formación y la información de todos los que intervienen en este trasiego de emigrantes forzosos y no deseados. Por un lado, formación para los profesionales del comercio ornamental, desde los importadores mayoristas, que mueven las mascotas entre distintos lugares del planeta, a los responsables del comercio minorista, que las venden en sus tiendas. A este respecto deberían tener mucho que decir las asociaciones empresariales del sector, como la Asociación del Sector de Animales de Compañía (ASAC) o la Asociación Española de Distribuidores de Productos para Animales de Compañía (AEDPAC). De hecho han mantenido reuniones al respecto con autoridades nacionales y europeas para participar en la regulación del sector. En ese foro, AEDPAC ha dejado clara recientemente su postura, y así lo ha reflejado una publicación especializada para comercios de animales de compañía (6): recomienda a sus asociados apostar por un comercio ornamental ético y responsable, que excluya la comercialización de cualquier especie si se ha detectado la posibilidad de que se pueda convertir en invasora.
Y por otro lado, información para el consumidor final, que adquiere mascotas y debe ser consciente de su responsabilidad en este asunto, que no es poca y no se limita a pagar el precio que le piden. No se trata de culpabilizar a todo el mundo (aunque no cabe duda de que algún culpable hay en ciertos casos), sino de concienciar y establecer unas obligaciones claras para todos. Y, por supuesto, todas estas acciones deberían estar adecuadamente reguladas y supervisadas por la administración pertinente en cada caso, nacional o autonómica, además de respaldadas por una legislación actualizada, eficaz y realista que identifique y vigile aquellas especies que se comercializan y son o pueden ser potenciales invasores.
Aunque también tienen cabida iniciativas de entidades no gubernamentales, como por ejemplo las que viene llevando a cabo WWF España (en las que colabora con la Comunidad de Madrid) para implicar a los comercios de mascotas en la sensibilización de los consumidores, para tratar de implantar una red de comercios responsables o simplemente en el reparto de materiales didácticos al respecto.
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Pero los peces no son los únicos personajes en este pantanoso cuento. Fijémonos en otros dos.
Unos, los caracoles manzana (del género Pomacea), a pesar de que se les considera unos novatos en esta liga acuática, ya han llamado alarmantemente la atención de la mayoría de los ojeadores nacionales e internacionales. Los otros, los galápagos exóticos son ya unos veteranos en este terreno de juego.
En ambos casos queda patente la importancia de una correcta identificación científica de la especie o especies a regular. A este respecto, Isabel Lorenzo, una técnico de la empresa Tragsatec que participó en la redacción del Real Decreto de Invasoras 1628 de 2011 (7), asegura que el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) colaboró con la redacción de ese primer Real Decreto y que pareció quedar “contento” con la propuesta.
Sin embargo, hubo cambios a posteriori. “Las modificaciones se produjeron por otro tipo de presiones y no por no haber contado con los científicos”, aclara la ingeniera agrónoma mientras con la mano derecha juega nerviosa con un mechón de su pelo negro azabache. Pero no da más detalles.
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Adolfo es una más de los millones de víctimas anónimas de la crisis. Lleva más de dos años y medio en paro discontinuo. Aunque en todo este tiempo ha conseguido siete contratos laborales en tres empresas diferentes, en realidad no ha logrado encadenar más de tres meses de trabajo continuado.
A pesar de su delicada situación financiera se niega a abandonar del todo su afición a la acuariofilia. Las únicas novedades que han entrado en su acuario desde hace ya demasiados meses han sido los guppys que le regaló su amigo Gonzalo y unas cuantas plantas que compró por un precio ridículo, casi simbólico si se compara con lo que le hubiera costado en una tienda, a otro aficionado al que conoció a través de una página web.
Estos intercambios entre particulares, unos desinteresados y otros mediante desembolso económico, parecen encontrarse en un limbo administrativo y legal que, por supuesto, no ofrece las garantías de un comercio. Aun así, Adolfo tiene claro que a día de hoy es el único sistema de adquirir nuevos inquilinos para su acuario, dado el pírrico presupuesto con el que cuenta para ello.
Buscando en internet, salta sin descanso de una página a otra en busca de algún bicho diferente. Casi por casualidad acaba en un anuncio, de un tal Fernando, que ofrece, entre otras cosas, una pareja de caracoles manzana por ocho euros. Este molusco, además de un eficaz limpia-algas para el acuario, puede ser ese algo nuevo que andaba buscando.
Dándole vueltas al asunto, Adolfo se acuerda de que ha leído algo acerca de la reciente prohibición de los caracoles manzana para acuario por ser una especie invasora en los campos de arroz. En una rápida incursión por la red lo confirma en otro foro de acuariofilia del que es habitual que, además, le remite a un demoledor informe emitido el pasado mes de abril de 2014 por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) (8), que advierte del riesgo “masivo” de estos ejemplares para especies y hábitats autóctonos y para la biodiversidad general de los humedales del sur de Europa.
Adolfo se queda con la boca abierta, pensando. ¿Cómo es posible que se siga permitiendo la venta en internet de un grupo animal prohibido? Por un momento duda si denunciar al tal Fernando ante el moderador de la página por delincuente ecológico. Esto no puede ser legal, piensa.
Y efectivamente no lo es, pero antes de juzgar al vendedor quizás se debería profundizar algo más en el tema.
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Bajo el nombre común de caracol manzana se agrupan varias especies diferentes, algunas de ellas consideradas feroces plagas (y no solo para el cultivo del arroz). Actualmente son un problema a escala mundial como invasoras.
En España, sin embargo, se ha actuado muy rápido desde su descubrimiento en 2010 en los arrozales del delta del Ebro. En agosto de 2011 se publicó en el BOE la Orden ARM/2294/2011 (9), que modificaba otra anterior del 22 de julio, la ARM\2090\2011 (10), por la que se establecen las medidas provisionales de protección frente al caracol manzana, lo que de facto prohibía la comercialización, cría y tenencia de caracoles manzana de las especies Pomacea insularum y Pomacea canaliculata. También se ha legislado la exigencia de un certificado que garantice que las plantas de acuario importadas de países ajenos a la Unión Europea estén libres de puestas de huevos y otras formas vivas de dichos caracoles.
En un principio no se incluyó en esa norma a otra especie, Pomacea bridgsesi difusa, que se comercializa como animal de acuario y se denomina caracol manzana dorado o amarillo, y de la que hasta ahora no se tiene constancia de que sea dañino para el cultivo del arroz. Pero diferenciar ésta de las otras dos especies no es fácil, ni siquiera para especialistas.
Para el reconocimiento por su aspecto externo se usa el encaje de la última espiral de la concha con la anterior: si el ángulo que forma es de 90 grados, entonces se trata del caracol manzana dorado, inofensivo para las zonas arroceras. Pero en la práctica esto es complejo y ya se presumía que no iba a ser viable.
Así resultó ser al final y, cerca de dos años más tarde, las autoridades europeas optaron por ampliar la prohibición a toda la familia Ampullariidae (en la que se enmarca el género Pomacea, que ya se incluía en el Real Decreto de Invasoras de 2011), argumentando que la identificación específica es muy difícil. En este caso han pagado justos por pecadores y es el sector comercial el que debe hacer frente a las consiguientes pérdidas (o disminución de ganancias).
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Las típicas tortuguitas acuáticas, que tan frecuentemente se regalan a los niños como mascota, son uno de los ejemplos más mediáticos de mascotas invasoras. La tortuga o galápago de Florida (Trachemis scripta elegans), también denominada tortuga de oreja roja, está catalogada como una de las cien especies invasoras más dañinas del mundo (11).
En zonas templadas, su época de reproducción se inicia en primavera y la hembra practica un nido de unos 12 o 15 centímetros de diámetro en las proximidades de los hábitats acuáticos, donde deposita hasta 18 huevos. Las hembras más grandes pueden realizar hasta tres puestas al año. Tras 75 días de incubación, eclosionan los huevos y, en las puestas tardías, las crías recién nacidas pueden permanecer en el nido hasta la primavera siguiente.
Los juveniles de esta especie han estado durante décadas entre las mascotas mas apreciadas en el mundo, debido principalmente a su popularidad, fácil mantenimiento y bajo precio. Sin embargo, la combinación de una longevidad que puede alcanzar los 40 años y una talla máxima de adulto en torno a los 25 centímetros hace que, con demasiada frecuencia, se quede pequeño el acuaterrario en el que se mantienen y la simpática mascotita se convierta en un maloliente y molesto bicho del que hay que deshacerse lo antes posible y del mejor modo que se pueda. Por ello, respecto a esta especie, la mayoría de ejemplares que llegan al medio natural proceden de la suelta intencionada. Ante tal evidencia, ya en 1997 se prohibió su importación en la Unión Europea.
Entonces, para dar un rodeo a la legislación vigente con un juego de manos digno del mejor ilusionista, se pasó a importar otras especies y (sobre todo) subespecies similares. Es decir, algunas eran Trachemis pero con otro apellido y otras eran incluso Trachemis scripta, pero con un segundo apellido diferente a elegans. Se sabe que algunas de ellas son igualmente potenciales invasoras y, de hecho, todo el género Trachemis y también Chrysemys picta, ya están en el catálogo español de invasoras.
Aunque el aumento de su número se deba en gran parte a la suelta de animales adquiridos hace años que continúa en la actualidad, la reproducción natural de estas especies ha quedado sobradamente constatada y sus poblaciones en libertad no paran de aumentar. En la Comunidad Valenciana, por ejemplo, se pasó de unas 300 capturas en 2003 a más de 20.000 en 2012 (12). Es posible que sólo se haya cambiado de invasor, pero no se ha evitado el problema.
¿Y esto cómo se para? ¿Poniendo agentes de los servicios de protección de la naturaleza a visitar todos los domicilios con tortugas para ver qué se ha hecho con ellas? En ninguna cabeza cabe que eso sea viable. La legislación tiene que ser realista.
“No se pretende ir casa por casa”, defiende vehemente Isabel Lorenzo, que explica que lo que se busca es “la prohibición de la importación, el comercio y la posesión en su conjunto, para que se pueda cerrar todo el ciclo de uso”. Además, añade que las tortugas compradas con anterioridad al 4 de agosto de 2013 “son legales, siempre que se informe de ello”.
Por eso, marcar los animales exóticos, algo similar a los chips que ya llevan otras mascotas, puede ser viable en determinadas especies para la identificación del animal y del dueño. La práctica habitual del anillado de aves es otro excelente ejemplo, y en los cocodrilos es común el marcaje con una chapa metálica en el espacio interdigital de alguna de sus extremidades. En las tortugas también sería posible en el caparazón. Pero seamos sinceros, esto se hace con animales valiosos, caros, como ciertas especies terrestres que cuestan miles de euros y no con tortugas cuyo precio no supera unas cuantas decenas de euros.
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Saquemos la cabeza fuera del agua. Por encima de su superficie también se pueden encontrar infinitos ejemplos de emigrantes forzosos…
Ana vive muy próxima al parque del Oeste de Madrid y se despierta cada mañana con el sonido de los pájaros al otro lado de la ventana. Sin embargo, los estridentes graznidos de las cotorras, tanto la argentina (Myiopsitta monachus) como la de Kramer (Psittacula krameri), originarias de Suramérica y de África y el sur de Asia, respectivamente, han ido sustituyendo con rapidez a los más tranquilos trinos de las especies que solían habitar este enclave natural en la capital española.
Las cotorras construyen nidos comunales en las copas de los árboles más grandes y debido a que son unas aves muy territoriales han ido echando violentamente de sus barrios a palomas (Columba species ‘especie’), mirlos (Turdus merula) y otras especies antaño comunes del cielo madrileño. Incluso las inteligentes urracas (Pica pica) no saben muy bien a qué atenerse con sus ruidosos vecinos.
De camino a su facultad en la Ciudad Universitaria, Ana no deja de ver y escuchar a los chillones pájaros de intenso color verde que, como consecuencia de escapes o de sueltas más o menos intencionadas, se han hecho en poco tiempo amos y señores de casi todos los castizos jardines de Madrid. Están por todas partes.
Hasta no hace mucho (diciembre de 2011) seguían siendo vendidas como mascotas y hoy se permite y fomenta su captura y muerte durante la práctica de cualquier actividad cinegética autorizada. Las vueltas que da la vida…
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En estas últimas semanas Carlos piensa casi a diario en qué hacer con Miko, el mapache (Procyon lotor) que compró hace un par de años para complacer a sus dos hijas y, de paso, acallar sus reiteradas y ruidosas peticiones al respecto, tras ver por enésima vez la película Pocahontas de Disney. El nombre de la mascota no es casual, como se ve.
Últimamente está desesperado. La dulce mascota de la película se ha convertido en una fiera que muerde y araña cada vez que pretenden cogerla o tocarla. Además, no hay modo de que esté suelto por casa sin que destroce las cortinas o la tapicería. ¡Con el pastón que se gastó en acondicionar un enorme terrario en el sótano del chalet! Encima, el veterinario le ha dicho que incluso con la castración no le garantiza que vaya a ser menos agresivo.
Su amigo y vecino, que también tuvo uno, le ha sugerido una salida: soltarlo en el parque. El mapache que él tenía, y que compraron juntos en la misma tienda, se escapó de su jaula hace casi un año y no lo han vuelto a ver. Carlos se lo está pensando; al fin y al cabo te deshaces del problema y el animal no sufre ningún daño.
En el periodo que va de 2007 a finales de 2013, la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio de la Comunidad de Madrid ha capturado más de 400 ejemplares de esta especie que se encontraban en libertad. El mapache se ha convertido en un auténtico problema, tanto de salubridad (su mordisco puede ser una potencial vía de transmisión de rabia y otras enfermedades infecciosas) como medioambiental, por su repercusión en el ecosistema autóctono (es una amenaza real para las muy escasas poblaciones locales de nutria, Lutra lutra, entre otras). La situación es especialmente complicada en el Parque Regional del Sureste, de donde se recogieron más de la mitad de los individuos. A pesar de que la Administración está tomando medidas para su erradicación y control, medidas que se iniciaron ya en el 2007 y que implican a otras comunidades limítrofes e incluso a estamentos ministeriales, a día de hoy no se sabe cuántos mapaches quedan sueltos en la comunidad.
Es cierto que los mapaches son unos consumados especialistas en escapar del recinto en el que están confinados, como le sucedió al vecino de Carlos, pero lo que debería ser exigible al propietario de una mascota exótica y potencialmente invasora es su compromiso de hacer todo lo necesario para que ésta no acabe en libertad. Y si no lo cumple, no sería descabellado solicitarle una compensación o, como mínimo, prohibirle la adquisición de otra.
Quizás la idea de buscar (y ofertar, en el caso de las Administraciones públicas) alternativas viables al abandono pudiera ofrecer una solución aceptable. Con algunas especies es posible. La mayoría de los zoos (antes receptores de numerosos animales) ya no suelen aceptar más ejemplares, pero existen otras opciones. En Madrid se abrió en 2010 el Centro de Recuperación de Animales Silvestres (CRAS), dependiente de la comunidad autónoma, y, si bien no es su función principal, también podría encargarse en determinados casos (como el de algunos mapaches) de acoger animales exóticos. Se encargan buscar una salida al problema, aunque desgraciadamente en algunos casos la única viable acabe siendo el sacrificio de los ejemplares.
Las entidades de carácter público o privado de acogida y adopción para exóticos podrían ser otra posibilidad, como ya ocurre ahora con perros y gatos.
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La ruta que ha seguido el picudo rojo de las palmeras (Rhynchophorus ferrugineus), una de las plagas más devastadoras del mundo, desde su lugar de origen en el sureste asiático y la Polinesia hasta los países del entorno mediterráneo, es la épica historia de una migración forzosa. El viaje de este insecto hacia el oeste comenzó hace ahora 25 años y aún no ha terminado.
En aquella época, escondido en el interior de plantas ornamentales en apariencia sanas, realizó sus primeras incursiones fuera de su hábitat natural atacando las palmeras datileras de los países del sur de Asia, la Península Arábica e Irán. Su adaptación al nuevo entorno fue un éxito rotundo. Poco después, la importación de estas especies vegetales a todo el mundo (esta plaga no tiene preferencia por un determinado género de palmeras en particular) hizo que se introdujera también en el norte de África a través de Egipto y más tarde se expandiese por las naciones del sur de Europa.
Pero su odisea no acabó ahí. A comienzos del 2009 su presencia era ya un hecho probado en la región del Caribe, concretamente en la isla de Curaçao, frente a la costa venezolana.
Se sabe que a España llegó en 1993, como consecuencia del boom inmobiliario: apareció por primera vez en el municipio granadino de Almuñecar, pero rápidamente se extendió por el Levante español al tiempo que se incrementaba la demanda de palmeras, sin apenas controles fitosanitarios, para la urbanización de avenidas y nuevas zonas residenciales. A día de hoy pone en riesgo al singular palmeral canario, aunque el de Elche está incluso más amenazado.
Sus formidables armas biológicas, entre las que destacan una gran capacidad reproductiva (tiene como mínimo tres generaciones al año, lo que permite que se solapen hasta mil individuos dentro de una sola planta) y la voracidad de sus larvas (capaces de excavar galerías de hasta un metro de longitud), unidas al hecho de que en el interior de las palmeras encuentra protección frente a las condiciones climáticas, los depredadores y la acción del ser humano, hacen que Italia, Francia, Portugal y España estén ya gastando millones de euros en la búsqueda de herramientas eficaces para lucha contra esta especie.
Y pensar que fue el descontrolado afán comercial del hombre lo que abrió las puertas a la dispersión de esta poderosa plaga… y de muchas otras también.
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Y es que el comercio de especies ornamentales es uno de los factores más a tener en cuenta en el complejo collage biológico en el que se ha convertido la introducción y dispersión de especies invasoras en todo el mundo.
Este tráfico mercantil de mascotas mueve cantidades de dinero astronómicas. Como siempre en estos asuntos, no es fácil encontrar cifras realistas fiables y, además, hay que tener en cuenta que a la venta de mascotas per se se debe sumar también el mercado que existe alrededor de ellas (desde piensos para perros o tortugas hasta acondicionadores de agua para acuarios o ponchos para iguanas), que es aún mucho más importante desde un punto de vista económico. Constituye un negocio empresarial de gran calado que sostiene un enorme número de puestos de trabajo. La FEDIAF (Federación Europea de Industrias de Alimentos para Mascotas) (13) estima que, en toda Europa, este sector genera unos 50.000 empleos directos, además de otros 500.000 indirectos.
La misma FEDIAF calcula que el negocio de las mascotas factura anualmente cerca de 25.000 millones de euros solo en la Unión Europea. Son cifras de 2012. Las que se barajan para España también son importantes: 1.500 millones de euros anuales facturados (1.000 millones en alimentación y 500 en accesorios). Y es que el sector del animal de compañía está resistiendo mejor la crisis que otras muchas actividades económicas.
Hay que matizar que estos datos incluyen toda clase de mascotas, cuyas estrellas indiscutibles (y de las que dependen el grueso de las ventas) son perros y gatos. Pero tampoco se puede pasar por alto que la cuota de mercado de las denominadas mascotas exóticas (fundamentalmente peces, reptiles, anfibios y otros mamíferos) es cada vez más importante en volumen de negocio.
Otro impactante dato que maneja esta organización es que son ya 71 millones el número de hogares europeos en los que hay al menos una mascota. De ellas, unos 8,5 millones son reptiles y casi 15 millones están en un acuario. Las aves y los pequeños mamíferos son incluso más numerosos: casi 54 millones y unos 28,5 millones, respectivamente.
En España, según los datos manejados en Iberzoo 2013, una de las principales ferias profesionales del sector, en seis de cada diez hogares vive al menos un animal, gastándose cada español de media entre 700 y 1.500 euros al año en este concepto, ya sea en la compra de los mismos o en los gastos que estos ocasionan. La misma fuente estima que el número total de animales mantenidos como mascotas en España sobrepasa los 22 millones y, si bien entre perros y gatos superan los 8 millones, hay además unos 4 millones de pájaros, 6,5 millones de peces y 3,5 millones de roedores, reptiles y otros tipos diferentes de animales. Obviamente son cifras aproximadas, pero permiten hacerse una idea general de la situación y de por qué el económico es uno de los elementos de más peso en este asunto de las invasoras, tan complejo y de tan difícil solución.
Por supuesto, todo este negocio es totalmente respetable y legal.
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Del tráfico ilegal de especies, como era imaginable, no existen datos oficiales, pero no son pocos los que indican que el dinero que mueve no queda muy lejos de los otros tres grandes negocios ilícitos: armas, drogas y personas. Está claro que no es fácil dar cifras reales en este asunto, pero WWF España asegura en su página web que el mercado ilegal de especies “es el tercer crimen organizado a escala global en volumen de negocio, por detrás de las drogas y las armas”, con un volumen de negocio de entre 13.000 y 20.000 millones de euros al año. En sus últimos informes cifra la cantidad en algo más de 14.000 millones de euros.
Informaciones recientes apuntan a que puede que actualmente esta valoración se quedé corta y ya se haya convertido en una actividad criminal incluso más lucrativa y de menor riesgo para los delincuentes que cualquier otra, ya que las penas previstas en la legislación son mucho más leves. Al menos así parece demostrarlo el hecho de que el movimiento ilegal de especies esté utilizando en ocasiones las rutas habituales en el tráfico de estupefacientes. Y, al parecer, España es un punto caliente de entrada de estas transacciones desde Latinoamérica hacia Europa.
Aunque es cierto que el tráfico de partes u órganos de animales, como pieles, huesos y colmillos es el principal componente de este negocio ilegal (14), no lo es menos que el tráfico de ejemplares como mascotas exóticas para adinerados coleccionistas particulares o locales de exhibición ilegales también forma parte de toda esta trama internacional.
Las aves, especialmente las psitácidas (loros, cacatúas, guacamayos, cotorras y similares), están entre las más aireadas en el mercado negro español de mascotas exóticas, llegando a pagarse para determinadas especies de loros hasta varios miles de euros por huevo o polluelo.
Pero no son las únicas. Anfibios y reptiles, como por ejemplo tortugas amenazadas sacadas del norte de África, también son frecuentes.
Con respecto a las mascotas, poca responsabilidad ecológica se le puede pedir a quien ha sido capaz de adquirirla de modo ilegal.
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En palabras de Serafín González, presidente de la Sociedade Galega de Historia Natural (SGHN) e investigador del Instituto de Investigaciones Agrobiológicas del CSIC desde hace casi dos décadas, nos encontramos ante “uno de los problemas medioambientales globales más importantes de este siglo”. González recalca que eso es “indudable, sobre todo a nivel de conservación de la biodiversidad”, pero que también se ha convertido en un problema económico “de enorme magnitud”, que puede incluso afectar a nuestra vida cotidiana. Para ilustrarlo explica el caso de la planta invasora Reynoutria (Fallopia) japónica, nativa de Asia oriental, cuyas raíces invasivas y de fuerte crecimiento son capaces de deshacer hasta el hormigón. “En Reino Unido, antes se utilizaba como ornamental en jardines, y ahora se considera tan dañina que para poder vender un solar o un terreno es imprescindible contar con un certificado de que no la tienes en tu suelo”. Ya ha llegado a Galicia.
Y es que los expertos lo tienen claro: las especies alóctonas (las que se han visto desplazadas por mediación directa o indirecta del hombre desde su lugar de origen a otro diferente) son uno de los principales caballos de batalla en la conservación de la biodiversidad. Benigno Elvira, profesor de la Facultad de Biología en la Universidad Complutense de Madrid y especialista en peces exóticos introducidos, lo expresa en el mencionado Atlas y Libro rojo de los peces continentales de España con la siguiente frase: “la introducción de especies alóctonas, junto con la pérdida de hábitats naturales, son las principales responsables de las extinciones conocidas de especies animales en los últimos siglos”.
En Europa, por poner un ejemplo, es tal la preocupación por los efectos de estos organismos que el pasado mes de abril de 2014 el grupo de trabajo para el medio ambiente, la salud pública y la seguridad alimentaria del Parlamento Europeo aprobó (por 606 votos a favor, 36 en contra y 4 abstenciones) (15) retomar de manera urgente los planes comunitarios para detener la entrada y la dispersión de estas especies dentro de su territorio. El objetivo es proporcionar un instrumento jurídico específico y global en toda la Unión Europea, utilizando y adaptando la legislación vigente, que impida bajar la guardia en el futuro.
Los datos hablan por sí solos. El daño que causan las invasoras en suelo europeo se estima en al menos 12 billones de euros cada año (12 veces el PIB español, para hacernos una idea aproximada del dispendio). Parece claro que estamos perdiendo la batalla.
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En el caso concreto de España, en agosto del 2013 se aprobó en consejo de ministros el Real Decreto 630/2013 (16), que deroga el ya mencionado 1628 de 2011, y regula el Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras. En el vigente desaparece por arte de birlibirloque el listado de especies exóticas potencialmente invasoras, recogido en el Real Decreto de 2011, que ya nació (in extremis al final del último gobierno presidido por José Luis Rodríguez Zapatero) con el rechazo de ciertos sectores empresariales. Casualmente las compañías del ramo ornamental no estaban siendo las más beligerantes.
Una reclamación emprendida por un grupo de presión, que englobaba a ciertos colectivos de pescadores, logró incluso que el Tribunal Supremo suspendiera cautelarmente la inclusión en el catálogo de un pez, el black bass (Micropterus salmoides), de gran interés para la pesca deportiva (se estima que genera un negocio de 250 millones de euros al año), pero considerado una gran amenaza para innumerables especies autóctonas por su carnívora voracidad.
Por su implicación directa en el proceso, Isabel Lorenzo debe ser de las pocas personas que tiene clara la evolución del a veces farragoso entramado legal que es de aplicación en este asunto de las invasoras. “El Real Decreto 1628/2011 incluía el Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras en su Anexo I, además de una Lista de Especies con Potencial Invasor en el Anexo II. El Real Decreto 630/2013 mantiene el Catálogo de especies invasoras e incluso lo refuerza, ya que el número de taxones [grupo de organismos emparentados] recogidos pasa de 136 a 180, pero elimina la Lista de potenciales invasores”.
En sustitución de aquel discutido listado (ese desaparecido Anexo II), que limitaba la introducción de organismos en el medio natural, lo que propone el RD 630/2013 es elaborar una lista indicativa similar, consensuada entre el organismo estatal pertinente (la Comisión Estatal para el Patrimonio Natural y la Biodiversidad) y las Comunidades Autónomas, pero que solo obligue a hacer un seguimiento de las especies. “Además de las listas por comunidades autónomas, se elaborará, y seguramente antes que estas, un inventario común que deberá aprobar la Comisión”, concluye Lorenzo.
Con todo y con eso, puede llegar a darse el perogrullesco caso de que una misma especie sea invasora en una zona geográfica concreta, pero deje de serlo desde el punto en el que entre en una comunidad autónoma diferente.
Las especies de esta futura lista deberán, por tanto, estar sometidas a control y vigilancia y, a petición de las partes, pueden ser incluidas en el mencionado Catálogo, con las restricciones comerciales que ello implica.
Algunos han visto en esto una flexibilización en la normativa estatal frente a las especies exóticas invasoras. Uno de ellos es Miguel Ángel Hernández, responsable en España de conservación de especies de Ecologistas en Acción, quien literalmente asegura que es un Real Decreto “lleno de trampas”.
Con todo, la norma contiene cierto tinte realista, como el de permitir a los propietarios la tenencia de animales de compañía incluidos en el catálogo de especies exóticas invasoras, regularizándolos, siempre y cuando hayan sido adquiridas antes de la aprobación del Real Decreto, y lo hayan comunicado en tiempo y forma a las autoridades pertinentes.
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Para complicar aún más la situación, se añade el hecho de que las especies originarias de otras partes del mundo también son a menudo portadoras de enfermedades propias de esas zonas, trastornos que bien pueden suponer una gran amenaza para la salud de las especies autóctonas, incluida la humana. Ahí está el ejemplo de los mosquitos tigre (Aedes albopictus), originarios del sudeste de Asia y que, además de aparecer en la tristemente famosa lista de la cien especies invasoras más dañinas del mundo, son el vehículo de trasmisión de importantes enfermedades (sobre todo el virus chikunguña) que no existían hasta ahora en Europa.
Este es un tema que daría por si solo para discutir durante días, pero pueden servir como reveladores ejemplos un par de potenciales problemas de salubridad asociados a mascotas invasoras. Uno, ya mencionado, es el de los mapaches. Su mordisco puede ser una potencial vía de transmisión de rabia y otras enfermedades infecciosas.
Y otro, es el de las tortugas. Está de sobra probado que una parte (pequeña, pero una parte al fin y al cabo) de los ejemplares de galápagos exóticos de Florida son portadores de salmonella, un género de bacterias productoras de zoonosis (enfermedades que se trasmiten de los animales al hombre) y potenciales contaminantes tanto de alimentos como de la fauna local.
Este es un factor a tener muy en cuenta cuando son niños los que pueden estar jugando con los animales, si bien en el momento en que las partidas importadas de estos animales llegan a territorio europeo se efectúan controles específicos de este patógeno y son incineradas en su totalidad si la detección es positiva.
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Sin embargo, lo verdaderamente dramático de la introducción de especies invasoras, un asunto que hace ya tiempo que se nos ha ido a todos de las manos, es que ni conoce fronteras ni hay muros que puedan parar su expansión.
Y todo apunta a que estos emigrantes forzosos han llegado para quedarse.
Referencias:
(1) Proyecto Life Lampropeltis.
(2) Ballesteros, E. 2008. La rápida expansión de algas del género Caulerpa por el litoral meditarráneo. En: Invasiones Biológicas. Vilá, M., Valladares, F., Traveset, A., Santamaría, L. y Castro. P. (coordinadores). Colección Divulgación. Consejo Superior Investigaciones Científicas CSIC.
(3) Doadrio, I. (editor). 2001. Atlas y Libro rojo de peces continentales de España. Dirección General de Conservación de la Naturaleza y Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
(4) Allen, G.R., Midgley, S.H. & Allen, M. 2002. Field guide to the freshwater fishes of Australia. Western Australian Museum, Perth, Western Australia. 394 páginas.
(5) Maceda-Veiga, A., Escribano-Alacid E., de Sostoa, A. & García-Berthou, E. 2013. The aquarium trade as a potential source of fish introductions in southwestern Europe. Biol. Invasions 15: 2707-2716.
(6) Especies nº 139 (Octubre 2010) y nº 145 (Mayo 2011).
(7) Real Decreto de Invasoras 1628 de 2011.
(8) La EFSA califica de “masivo” el impacto ambiental del caracol manzana (2014).
(9) Orden ARM/2294/2011, del 19 de agosto, para la protección frente al caracol manzana.
(10) Orden ARM\2090\2011, del 22 de julio, para la protección frente al caracol manzana.
(11) La lista de las 100 especies invasoras más dañinas del mundo.
(12) Campaña de erradicación de galápagos exóticos en la Comunidad Valenciana (2012).
(13) La Federación Europea de Industrias de Alimentos para Mascotas.
(14) El comercio ilegal se extiende a cada vez más especies amenazadas (El País).
(15) El Parlamento Europeo contra las especies invasoras (2014).
(16) Real Decreto de Invasoras 630 de 2013.
Esteban G. R. Luna (Madrid, 1979) es científico de vocación periodística. Educado en la Institución Libre de Enseñanza, se formó como ingeniero de montes, más tarde se doctoró en ciencias agrarias y, ya exhausto, realizó el máster de periodismo de El País.Por todo ello, teme haberse convertido en una especie en vías de extinción. Además de en el CSIC, el INIA y la Universidad de La Rioja, ha trabajado en la delegación gallega de El País y en la sección de opinión de Cinco Días, periódico con el que aún colabora esporádicamente. En FronteraD ha publicado ¿Sueñan los científicos con abejas robóticas? Ante la inquietante desaparición de las abejas de la miel, y mantiene el blog Por ciencia infusa. En Twitter: @egr_luna
Ángel L. Garvía Rodríguez es licenciado en Biología por la Universidad Complutense de Madrid. Ha trabajado durante más de una década en el comercio mayorista y minorista de especies ornamentales, principalmente con peces para acuario. Desde hace quince años desarrolla su actividad profesional en otras áreas diferentes en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, primero en el Museo Nacional de Ciencias Naturales y más tarde en el Centro de Investigaciones Biológicas; pero siempre ha continuado ligado de algún modo al sector ornamental, aunque en la actualidad no como profesional sino como asesor y colaborador ocasional. Ha publicado varios libros, capítulos de manuales y más de 200 artículos técnicos y divulgativos sobre acuariología, terrariofilia, ictiología y museología en diversas revistas, portales webs y otras publicaciones especializadas, como boletines de asociaciones.