Apareció con un paso apresurado y resuelto, como lo haría un boxeador o un jugador de baloncesto entrando en una cancha. Estaba dispuesto a exponer sus impresiones y debatir sin ambages sobre lo que más sabe: la crónica.
Alberto Salcedo Ramos colocó su bolso negro a un lado del escritorio y, después de la presentación de su persona, se apoderó del micrófono para entrar en la materia. Lo hizo sin estiramientos, sin saltos de calentamiento. Nada.
¿Sabía en ese momento Alberto Salcedo cuál iba a ser el título de este relato?
Lo cierto es que no perdió un solo segundo, ni siquiera para mirar el pasillo de treinta metros que había recorrido antes de subirse a la tarima del auditorio. Sin apoyo de ninguna clase de texto, el periodista se lanzó en esa aventura impredecible e infinita que invita a perderse en los recuerdos y reconstruir un contexto.
“La crónica fue un género que empecé a cultivar desde muy joven”, explica Salcedo Ramos. En aquella época, Juan José Hoyos publicaba su crónica en El Tiempo, cada viernes. Era uno de los pocos espacios en los que se podía degustar este género. Como todo, el periodismo impone sus pautas, sus modas, sus periferias.
“Es el único género que tolera el término subjetividad”, comenta el ponente y, desde ese instante, nos conduce a la frontera que divide la crónica: el periodismo y la literatura. La firma, las impresiones y vivencias se convierten en elementos destacados, en testimonios que sirven para alimentar el hecho narrado. “Es un periodismo de autor”, subraya.
El carácter, la observación, la curiosidad, la originalidad –atributos que Alberto Salcedo considera esenciales para elaborar una buena crónica– intervienen de manera crucial en unos tiempos en los que la información se encuentra en todas partes, a un solo click de distancia, y Wikipedia termina siendo la enciclopedia casera de todos. En este contexto, el cronista viene a reivindicar la importancia de la primera persona, del estar presente, de ser testigo, y se interpone en esa amenaza que ejerce internet sobre el periodismo tradicional.
Ese temperamento inherente a la crónica se impuso de repente cuando Alberto Salcedo percibió que un rumor iba creciendo en la sala al mismo tiempo que el personal servía un refrigerio a los asistentes. “¿Me paro?”, preguntó. Su rostro inquisitivo se dirigió hacia los organizadores del evento, pero no encontró respuesta inmediata.
¿Quiso Alberto Salcedo que este artículo tuviera esta forma? Todo parece que sí.
Incómodo por el ruido, el periodista se alzó para marcar una pausa. “¡Si no me paran bolas, yo me paro!”, manifestó. Al instante, conocidos ubicados en la primera línea, artistas y analistas de la música vallenata, se acercaron para saludarlo. “¿Qué más, Alberto?”. “¿Cuánto tiempo?”.
Las fotos sociales se impusieron. Una con Félix. Otra con Julio, Efraín, Herlency. Así durante diez minutos. Y antes de cada instantánea, el respectivo saludo. Lo que normalmente se hace al final de una conferencia, se adelantó por las buenas. Alberto Salcedo mostraba su lado espontáneo y cercano, se dejaba fotografiar sin que el hecho de alterar el orden de su presentación supusiera un problema.
En ese lapso de tiempo el cronista se dio cuenta del error cometido en un cartel ubicado en el fondo de la tarima. Se le presentaba como Alberto Salcedo Uribe en lugar de Alberto Salcedo Ramos. “¡Uribe está de moda!”, expresó jocoso uno de los espectadores con el fin de picarle. Era un simple comentario de un asistente conocido, pero Alberto Salcedo no hizo caso omiso. En plenas elecciones presidenciales, un periodista tan crítico como él no deja que su nombre caiga en las sombras del poder.
Enseguida recordó una crónica que escribió dos años antes para la revista Soho. Visitó un colegio donde en lugar de Pablo Neruda se había escrito Pedro Neruda por error en una pared. “Pregunté por qué Pedro, y me dijeron: ¡Eso no importa!”, comenta el cronista con el fin de subrayar el poco profesionalismo e interés de los directores de la escuela.
¿Era consciente el periodista que esta nota iba a relatar lo que no suele contarse?
Quizás. Por eso también mencionó un extracto de su crónica Viaje al Macondo real en la que describe una anécdota del escritor Ramón Illán Bacca quien, conversando con un tipo que mencionó erróneamente “la espada de Demóstenes”, no aguantó la tentación de corregirlo: “Es la espada de Damocles”, dijo. Pero el hombre, sin una pizca de vergüenza, le contestó: “Bueno, da lo mismo que sea Demóstenes o Damocles porque en esa época todo el mundo andaba armado con espada”.
Tras otra anécdota que nos traslada a la liberación de Ingrid Betancourt, el periodista no puede reprimir una muestra de temperamento y un regaño suave. “Eso pasa hoy en día porque la gente es muy folclórica –manifiesta Salcedo indicando el afiche con el error en su nombre–. La gente no se toma en serio las cosas. La gente es muy chapucera. […] A un profesional no le puede pasar eso”.
El enganche está hecho. La virtud principal del periodismo es el profesionalismo. Son palabras textuales de Alberto Salcedo. Errores como éstos no pueden tolerarse en un artículo periodístico y menos en un evento que se quiere de tamaño nacional. Pero las prisas, la falta de rigor y la poca ética profesional lo invaden todo. Esto se ve multiplicado por el uso de internet y se traduce también en el trabajo diario de un periodista.
“El periodismo se ha convertido en el rehén de la entrevistitis aguda. Todo el mundo anda con una grabadora tratando de conseguir las cosas a la fuerza, tratando de conseguir las cosas en entrevistas rápidas –explica–. Te entrevistan al pie del ascensor, te entrevistan en un restaurante, te entrevistan en todas partes y, casi siempre, terminan diciendo lo que uno no ha dicho. Hoy la vida consiste en sobrevivir a la mala interpretación que le hacen de los tuits de Twitter y en las revistas apresuradas”.
Después de estas declaraciones, ¿quería Alberto Salcedo que otro asunto figurara en este espacio? Parece que sí.
Su crónica sobre Diomedes Díaz no podía quedarse por fuera. Esa obra, que tanto ruido ha generado entre amantes y fanáticos de la música vallenata, puede ayudarnos a entender lo que es la crónica: un género que no viene a complacer ni tampoco a maquillar estéticamente una escena.
La crónica es un acto de memoria, un reflejo honesto de la realidad. Un acto de conciencia Por eso, se valora el estilo y las formas, el tono y la creatividad, para presentar la verdad y no desnudarla de sentido.
“Mi crónica sobre Diomedes Díaz no fue la más amable […] –reconoce Alberto Salcedo–. Pero mi propósito no era lincharlo. Era entender qué tenía ese personaje”.
Ahora, vuelvo y pregunto: ¿Sabía en ese momento Alberto Salcedo cuál iba a ser el título de esta crónica?
Con esta pregunta cerré la crónica publicada en Colombia a principios del mes de junio del 2014. Escogí esta estructura de “llamadas y respuestas” con un simple fin: crear un ritmo de lectura rápido y cíclico, casi musical, que permitiera introducir paulatinamente la información almacenada en ese encuentro insólito.
También reconozco que otro mensaje venía implícito en ese documento: el deseo de entablar un diálogo con el cronista costeño. Durante la presentación sólo tuve tiempo de hacerle una pregunta y, como el público no quería irse sin compartir antes algunas anécdotas o tomarse unas fotos de recuerdo con él, sentí que lo mejor era dar tiempo al tiempo.
¿Sintió Alberto Salcedo que este escrito le iba especialmente dirigido?
Quizás, uno nunca sabe. La escritura tiene ese poder de transmitir grandes mensajes sin haberlos expresado. Lo cierto es que cuatro días después de publicarlo, recibí un correo electrónico de Alberto Salcedo Ramos (y no Uribe) con el título Gracias en mayúsculas.
Mi primera sorpresa fue que el cronista consiguiera mi contacto –se lo dio una compañera periodista de RCN La Radio–, pero más todavía que se tomara unos segundos para decirme que esperaba seguir en contacto conmigo.
Al instante se me vino a la cabeza la pregunta que le hice durante la conferencia: si la fama había alterado o no su rutina de trabajo y su manera de elaborar sus crónicas. Alberto Salcedo contestó categóricamente que no. “La fama es cuando no te conocen e insultan a tu madre”, me respondió antes de aclarar que todavía no había llegado a ese nivel. De hecho, explicó que seguía presentándose de la misma forma a sus entrevistas, en chándal y en tenis.
La respuesta era convincente, pero no tanto como este último gesto. Y ese detalle me hizo entender que mi crónica era inconclusa. Algo le faltaba. Por eso llegué naturalmente a esta otra pregunta:
¿Me estaba sugiriendo Alberto Salcedo con ese correo que incorporara los otros elementos que se discutieron en la conferencia y que yo omití voluntariamente?
Es posible. Pero sólo me di cuenta de ello después de entrar en contacto con los editores de fronterad, que mostraron un gran interés en divulgar en su revista un perfil “a fondo” del cronista. Desde ese momento no dejé de darle vueltas al asunto.
Recordé las ya conocidas pautas de Alberto Salcedo para ser un buen cronista. Primero tener una gran capacidad de observación. Luego, saber escuchar y ser curioso. “El motor del cronista es la curiosidad”, insistió. Pero por encima de todo me quedé con ese comentario de que la crónica era un género atemporal y emocional. Dejar que una emoción se sostenga en el tiempo es, al fin y al cabo, el gran reto del cronista.
Con todo esto, he de reconocer que es la primera crónica que escribo en dos tiempos. Puede que ésta sea su forma definitiva. Puede que no. En realidad, el tiempo lo dirá.
Johari Gautier Carmona es periodista. En fronterad ha publicado, entre otros artículos, La islamofobia: el nuevo rostro de la ultraderecha europea y Ben Okri y la luz de África. En Twitter: @JohariGautier
Dos textos de Alberto Salcedo Ramos en fronterad:
Qué hacer para sobrevivir como reportero al primer portazo en la cara