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‘El extranjero’, de Albert Camus, y su secuela. ¿Se puede verificar una obra literaria?

 

Ya se sabe que traducir es una tarea ardua. Pero cuando se trata de títulos de libros aún se pone más difícil y la traición implícita en el trabajo del traductor se hace más manifiesta. Es lo que sucede con el libro de Kamel Daoud Meursault, contre-enquête. Se publicó hace dos años en francés, y ahora sale en inglés, después de haber recibido el “premio Goncourt a la primera novela” 2015. En inglés le han puesto como título The Meursault investigation. Todo cambia: “enquête” es una investigación, pero una “contre-enquête” es una verificación de una investigación o de una historia anterior. En español han optado por Meursault, caso revisado.

 

El título del libro de Daoud se ajusta a su intención, a saber, la de construir una historia, más bien una contra-historia, mediante la cual verificar el relato que la novela de Albert Camus L’étranger narra y cuyo protagonista, usando la primera persona, es Meursault. La historia de Daoud está escrita también en primera persona, y el protagonista es Haroun, que sería el hermano del árabe al que Meursault mata en la novela de Camus.

 

Todo en esta contra-investigación o verificación es un doble de El extranjero. Pero se trata de un doble contrario, de una contra-historia, con un contra-protagonista, escrita a la contra. Kamel Daoud (Mostaganem, 1970, periodista del diario argelino Quotidien d’Oran) lo sabe y le hace decir a su protagonista Haroun que todo este relato, para que fuera verdadero, debería escribirse de derecha a izquierda (como se hace en árabe) y no de izquierda a derecha (como se hace en francés, en inglés o en español, entre otras lenguas). Haroun odia el café con leche, que a Meursault le encanta, y no le gusta en absoluto el mar, uno de los lugares en los que Meursault se siente más feliz. No se trata sólo de gustos diferentes, sino que, en realidad, son opuestos: lo que quiero decir es que Haroun ha sido inventado 70 años después de Meursault, Haroun necesita a Meursault para existir y se constituye contra Meursault. A eso, si lo llamamos “resentimiento”, Nietzsche nos daría la razón.

 

En efecto, Nietzsche dice que el resentido necesita al otro –un otro primero o anterior– para existir, necesita la acción del otro para constituir la propia como reacción. Haroun-Daoud, en un Orán del siglo XXI, se lamenta de que toda la gloria se la haya llevado Meursault-Camus y que en Argelia no haya quedado nada. Haroun declara que sería célebre, si al menos el autor de la historia de Meursault le hubiera puesto nombre al árabe asesinado, su hermano, del que nos hace saber que se llamaba Moussa. Ninguno de los millones de lectores se pregunta por el árabe, por su familia, por su pueblo –repite, dolorido, Haroun: “Todo sucede sin nosotros”–.

 

En un momento de la novela de Daoud, Haroun se ve a sí mismo como el auténtico Sísifo, empujando hasta la cima de la montaña el cadáver de su hermano, para que luego caiga de nuevo rodando, y así volver a empezar el ascenso una y otra vez, sin fin. Daoud está por supuesto en su derecho, si de derechos se trata, de concebir así a su personaje Haroun, aunque descuida un pequeño detalle. Camus pensó a su Sísifo feliz y Haroun nunca parece haber sido feliz: la muerte del hermano, la relación con su madre (“Hoy, M’Ma* sigue viva”, así comienza la contra-novela de Daoud, frente a la famosa frase inicial de Camus: “Hoy ha muerto mamá. O quizá fue ayer”), la guerra de liberación, su historia con Meriem, todo lo que arrastra en su vida lo hace desgraciado. Ni siquiera el azul del mar, la frescura de sus aguas, o el olor del tamarindo logran provocarle algo de alegría. Es un hombre perfecta y totalmente amargado. Una amargura que transita entre el autor y su personaje.

 

¿Un pequeño detalle eso de la felicidad? Si lo es, está lleno de grandes consecuencias. No puedo afirmar que porque el libro de Camus está escrito desde la felicidad es por lo que es una obra maestra, pero sí que puedo demostrar que todas las obras maestras han sido creadas en la felicidad. O dicho de otra manera, la creación es fuerte, potente, capaz de entusiasmar, vital, y todos los creadores se han dicho a sí mismos en algún momento, ante alguna de sus obras: “sí, ese soy yo, yo y la vida que se expresa a través de lo que hago, a la que dejo paso, a la que doy forma; eso es lo que anhelo, es mi deseo”. Es un momento de extrema franqueza con uno mismo, quizá incluso de desgarramiento. Puede llegar a destruir como un fuego que abrasa, pero un creador desearía volver a vivir una y otra vez ese momento por encima de cualquier otra cosa. Para que una palabra englobe todas esas sensaciones tendríamos que inventarla, “felicidad” se queda corta. “Eudaimonía” decían los griegos: el genio, el dios o el “daimon” que todos llevamos dentro se muestra como un buen (“eu”) espíritu. El creador, cuando lo logra, se siente bendecido por la vida y por su daimon.

 

L’étranger de Camus ha demostrado ser una obra universal, que seguirá leyéndose como sucede con una tragedia de Sófocles o de Shakespeare. Cierto es que se trata de una novela y no de una obra de teatro, pero podría serlo. Y desde luego, en ese caso se trataría de una tragedia. El propio Meursault tiene conciencia de que es el destino el que ha llamado a su puerta y al que ha dejado entrar, al haber descargado todas las balas de su revólver sobre el cuerpo del árabe.

 

Meursault posee la grandeza de una Antígona, de un Macbeth. La búsqueda del creador, quizá angustiosa, y la felicidad del encuentro, se traducen en la grandeza, el gigantismo de los personajes creados. Esos grandes personajes están lejos de ser una imitación o copia de personas existentes, lo que no les impide, sino todo lo contrario, recibir un fuerte reconocimiento por parte de los millones de personas que los leen y los disfrutan. Es como si esos gigantes, apartados de la realidad tal y como la vemos y describimos, tuvieran sin embargo un efecto de realidad, de creación de realidad. Si el Quijote fuera un trasunto de alguien, esa localización, ese anclaje al espacio y al tiempo de un momento, le habría restado universalidad. Nadie era Don Quijote y por eso mismo todos podemos ser un poco quijotescos.

 

El personaje Meursault vive dentro de una inocencia, hecha de ignorancia del pasado y falta de futuro, como la de un niño. Nunca expresa sentimientos: “amar” no quiere decir nada, repite Meursault. Cuando le preguntan, reconoce que no tiene costumbre de interrogarse sobre sus sentimientos o, como dice en una ocasión, sus impulsos físicos se le imponen, desplazan a sus sentimientos, toman la delantera. Le resulta indiferente estar en Argel o en París, le da igual casarse que no casarse. Disfruta con el cielo del atardecer, con la risa y los vestidos de Marie, con la natación o corriendo como un loco detrás de un autobús. Paradójicamente, será acusado de insensibilidad. Eso es lo que dicen los jueces, y pasando por alto el asesinato del árabe, formulan su horror ante alguien que se duerme, fuma o se toma un café con leche en el velatorio de su madre: Meursault, según ellos, se muestra insensible ante la madre muerta y le acusan de “haber enterrado a su madre con un corazón de criminal”.

 

Los jueces se equivocan trágicamente. Meursault no es insensible sino impasible, que es otra cosa. Todo el relato se mueve en la superficie de los sentidos y a años luz de las profundidades de los sentimientos. Los sentidos son verdaderos, aportan verdad: “el agua estaba fría y yo estaba contento de nadar”. Los sentidos reciben olores, gustos, visiones y estas sensaciones afectan nuestro ánimo, que pasa continuamente de la tristeza a la alegría y viceversa. “Estoy cansado”, “tengo sueño” son estados que varían al momento, por el efecto del encuentro con algo que modifica, en términos de placer o dolor, la situación inicial. Es tal su modo de deslizarse por la vida, de surfear, que, encerrado en su celda, busca una manera de entretenerse y aprende, dice Meursault, a recordar. Pero, ¿qué recuerda? Una persona normal recordaría sus vivencias; Meursault repasa mentalmente todos los objetos que había en la habitación de su casa: cada mueble y de cada mueble, sus detalles, una incrustación, una muesca, un color, una textura. Llega a la conclusión de que si un individuo viviera un sólo día en libertad podría pasarse cien años en la cárcel sin aburrirse gracias a poder hacer un inventario de sus recuerdos.

 

El que surfea sabe que la palabra “amor” no significa nada. Una continua miscelánea de impresiones y sensaciones que se suceden y que unificamos para entendernos. Cuando Camus escribió El extranjero nadie era Meursault, pero después de leerlo todos podemos descubrir algo de Meursault en nuestra experiencia.

 

Frente a esta tragedia, el libro de Daoud es un drama. Y la diferencia entre los dos géneros radica en la configuración de los personajes. No es que Haroun, su madre, su hermano asesinado Moussa, la chica Meriem estén sacados de la realidad, pero sí que representan tipos. El autor de un género dramático aísla elementos de la realidad exterior con los que construye a sus personajes. Es como si hiciera “corta” y “pega”. El resultado puede ser más o menos bueno, aunque nunca llegará a la universalidad de la obra maestra, siempre tendrá un lado importante circunstancial, justamente porque ha sido pergeñada con el método “corta-pega”. Lo deja bien claro Daoud-Haroun cuando se refiere a los colonos de origen francés en Argelia, como “todos los Meursault”.

 

Pero ni en mil años encontraremos en la realidad un solo Meursault. No ha salido de ahí. Ha salido de las entrañas de Camus. Y en la medida en que está hecho de la sangre de una experiencia que se interroga a sí misma con una extrema franqueza ha pasado a formar parte también de todos los cuerpos de sus lectores.

 

Camus escribió L’étranger cuando tenía 29 años. Fue su primer gran libro. Este, al igual que sus otros escritos de esa época, están totalmente impregnados de Nietzsche. El juez instructor que se ocupa de Meursault se dirige a él como “el señor Anti-Cristo”. Y por una vez, el juez juzga con justicia. Meursault no cree en Dios y lo declara, no se arrepiente de nada y también lo dice. Le espeta al cura que lo visita en la prisión que él está seguro de sí mismo, de su vida y de su muerte. Piensa que estaría dispuesto a vivir de nuevo su vida, a relanzar la jugada tal cual se ha desarrollado, sin modificar ningún elemento. Y siente que él, indiferente a todo, está en armonía con un mundo al que también todo le es indiferente. Esa fraternidad, esa sintonía con el mundo, es la raíz de su felicidad.

 

Con Meursault, Camus ha creado el personaje que encarna a la perfección lo que filosóficamente llamará “el ciclo del absurdo”: la primera etapa de su obra y de su pensamiento. Meursault es el nihilista por antonomasia, el que sabe que, después de la muerte de Dios, el mundo ha perdido sentido y todo es absurdo. De esa constatación extrae su alegría, su valentía y su fuerza. Y puesto que está dispuesto a volver a empezar, es Sísifo feliz.

 

Sabemos que Camus no se conformó con la respuesta nihilista. Ese era el primer paso, al igual que Nietzsche muestra que el nihilista tiene que caminar por el desierto antes de ser capaz de dar un nuevo sentido a su existencia. “El ciclo de la rebelión” será su segunda etapa: el nihilista se convierte en un rebelde porque no puede cerrar los ojos ante las injusticias. Y a partir de ese momento la lucha será fuente de sentido. Pero esa es otra historia.

 

Volviendo sobre la novela de Daoud, entiendo el descontento y la rabia del escritor y de su personaje, Haroun; han llegado a contar las veces que Camus y su personaje, Meursault, se refieren a quienes no son colonos como “árabes”: 25 veces. Le parece que esta denominación encierra un desprecio, una injusticia, otro crimen más. Pero cuando afirma que si el asesinado en la novela de Camus hubiera tenido nombre, entonces su asesino, Mersault, sí que habría tenido un problema de conciencia, con esto demuestra que no ha entendido nada.

 

Eso no quiere decir que yo ignore que cualquier obra, por magnífica y universal que sea, también posee siempre un lado temporal, sujeto al espíritu de un época. Como mujer, estaría ciega si no lo viera. Justamente el feminismo es una mirada retrospectiva sobre la historia y sus obras, que denuncia todo lo que es fruto de un punto de vista, aunque se quiera hacer pasar como algo objetivo. De esta manera señala y hace visibles los elementos que contribuyen a perpetuar durante siglos un estado de cosas, en este caso, a perpetuar el patriarcado. ¿Está diciendo Daoud que hoy podemos echar una mirada sobre L’étranger y desvelar que Camus se dirige a los que no son como él con una palabra cargada de significado colonial? Pues sí, le doy la razón. Como se la doy a Gramsci cuando afirma que en Italia hay que cambiar algunos de los libros de lectura obligatoria en las escuelas si se quiere un cambio en las mentalidades y en el sentido común: en los años 20 del siglo pasado los alumnos tenían que leer el libro de Manzoni, I promessi sposi (Los novios), un libro en el que las clases populares aparecen continuamente ridiculizadas (entre paréntesis: sigue siendo lectura obligatoria en 2015). Ahora bien, el que denuncia la parcialidad de un punto de vista también es víctima de un punto de vista: es curioso que Gramsci clame contra el consenso que la novela de Manzoni genera en torno a los ricos y poderosos y pasa por alto, porque ni lo percibe, el punto de vista patriarcal que el comportamiento de la protagonista femenina apuntala: Lucía se pasa la novela entera llorando, y ella no tiene discurso propio de ninguna clase, ni ridículo ni inteligente. En L’étranger el vecino de Meursault es un proxeneta que, con la connivencia de Meursault, maltrata físicamente a la hermana prostituta del árabe que será asesinado. En la novela de Daoud, Haroun dice que eso no es verdad, que él no tenía más hermano que Moussa, el asesinado. No sabiendo cómo colocar en su historia a una hermana prostituta víctima de violencia la elimina. 

 

He verificado, siguiendo la indicación de Daoud, y para hacerlo he leído por tercera vez en mi vida L’étranger. Ha sido un gran placer. Lo releeré una y otra vez. No puedo decir lo mismo del libro de Daoud. Con una, basta.

 

 

 

 

* Nota de Teresa Lanero, traductora de Meursault, caso revisado, publicado en España por la editorial Almuzara: “Palabra del árabe magrebí, variante del término clásico ummi, que significa “madre”. Se utiliza sobre todo en las zonas rurales de Argelia y norte de Marruecos e implica una fuerte carga de respeto del hijo hacia la madre”.

 

 

 

 

Maite Larrauri es escritora y profesora jubilada. En FronteraD, donde mantiene el blog Filosofía para profanos, ha publicado, entre otros artículos, En torno a ‘Sumisión’, el último libro de Michel Houellebecq: ¡Es feo!, La valentía es Hannah Arendt y ¿Qué es ser de izquierdas? Rosa Luxemburg: atreverse a criticar a Marx.

 

 

 

 

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