Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
ArpaSalitre. Los trabajos y los días en una casa-patera de senegaleses en...

Salitre. Los trabajos y los días en una casa-patera de senegaleses en Lavapiés

 

Salitre. (Del prov. y cat. salnitre, y este del lat. sal nitrum).

 

1. m. Sustancia salina, especialmente la que aflora en tierras y paredes.

 

2. m. Durante la navegación, la mezcla de sudor y sal que queda pegada a la piel.

 

3. m. Calle de Lavapiés (Madrid) donde vivían doce senegaleses en una casa-patera.

 

4. m. Experiencia de edición y fotografía compartida que tiene como resultado una caja con 12+1 libros.

 

 

 

Una casa llena de fotos y personas

 

Recuerdo ver africanos de camino a Europa en la medina de Tánger en el año 2000. Casi todos eran hombres, había unas pocas mujeres de pelo corto, con sus bebés a la espalda amarrados con pañuelos. Pasaban los días en los locutorios o sentados en la placita que mira al puerto. Esperando.

 

La primera vez que, en el año 2009, entré en la casa-patera de Salitre me impresionó el día a día de doce hombres viviendo juntos en un espacio tan pequeño y me fascinó la veracidad que trasmitían las fotografías que guardaban. Aquel día escaneé en el pasillo unas pocas imágenes de las muchas que tenían. Fotos que compartían entre ellos y que viajaban continuamente entre España y Senegal, por correo postal o en las maletas de compatriotas que iban y venían. Me di cuenta de la importancia que las fotografías tenían para esas personas y de cómo las usaban para certificar que estaban bien, para olvidar algo o para recordar a los que quedaban lejos. En otras ocasiones eran un complejo ejercicio de apropiación de nuevos estatus, reales o simulados, con algunos códigos propios que tardé en comprender. Todo ello hacía que tuvieran para mí un gran interés estético y documental: me parecía que las imágenes que venían de Senegal seguían la tradición africana del retrato formal en estudio, mientras que las que se hacían en España, presentaban elementos de mayor espontaneidad propiciados por las nuevas cámaras digitales, los teléfonos móviles y la comunicación online.

 

Empecé a visitar a menudo la casa-patera: un bajo de unos cincuenta metros cuadrados con dos habitaciones, un salón, un baño, una cocina y un pequeño patio interior, el único lugar con luz natural y cobertura de móvil. No había apenas muebles ni armarios; sólo camas, colchones, mantas, maletas y bolsas. Vivían doce personas y entre todos pagaban 850 euros al mes.

 

Se llamaban Ababacar, Alioune, Assane, Bamba, Daouda, Djibril, Ibrahima G., Ibrahima N., Momar, Modou, Lamine y Thiam. Casi todos habían venido a España en el verano de 2006, en la primera oleada de cayucos que llegó a las Islas Canarias. Muchos eran de Kayar, un pueblo costero cerca de Dakar. Procedían de familias tradicionalmente dedicadas a la pesca, bastantes tenían mujer e hijos a los que no habían visto en años, pero con los que mantenían comunicación diaria. Me dijeron que eran musulmanes mouride y que ninguno tenía papeles. Unos pocos hablaban español correctamente, pero a la mayoría les costaba seguir una conversación sencilla.

 

Poco después, empezamos una experiencia de fotografía y edición compartida. Quisimos buscar un espacio individual propio para cada uno: dieciséis páginas en blanco que suplieran de algún modo las necesidades de espacio íntimo, personal, laboral y público del que carecían en aquellos días. Fotografía documental sin intermediarios en la que cada habitante de la casa-patera construía libremente en primera persona un libro que contara su historia mediante fotografías, palabras, dibujos y documentos. Doce personas, doce libros.

 

Durante ese tiempo, el deterioro de la casa-patera fue paulatino, sobre todo en el baño, la cocina y el patio. El espacio físico fue reduciéndose poco a poco a medida que la vivienda iba llenándose de personas y cosas. Simultáneamente la situación de los habitantes fue empeorando de modo radical: el beneficio por la venta ambulante cayó desde 30 euros diarios a 5 euros en los mejores días. La comida seguía costando 15 euros; cada jornada, uno cocinaba para todos: pollo frito con cebolla, normalmente. En los peores años salían de casa lo imprescindible. Pasaban los días viendo la tele, tomando café o té con mucho azúcar, jugando a las cartas, discutiendo de religión o de fútbol y hablando por teléfono. Se acostaban tarde. Se levantaban tarde. La posibilidad de encontrar un trabajo, incluso con papeles alquilados, se convirtió en remota. La presencia policial en el barrio era muy intensa, especialmente los lunes, martes y jueves. Después fue relajándose la situación en la calle. No así la presión familiar, que nunca ha remitido y ha mantenido constante la demanda de dinero. Los problemas siguieron creciendo: los habitantes fueron acumulando deudas, juicios y detenciones. La convivencia en la casa-patera se hizo cada vez mas difícil. El lugar de los que fueron marchando fuera de Madrid para buscarse la vida era ocupado por otros senegaleses en la misma, o peor, situación. El tiempo pasaba y todos ellos llevaban en Europa los años suficientes como para, en mejores circunstancias, solicitar el arraigo y conseguir permiso de residencia con una oferta de trabajo y un certificado penal. Los que finalmente conseguían papeles lo hacían casándose con mujeres españolas o dándose de alta como empleados de hogar, aunque sus ingresos seguían procediendo de pequeños trabajos y de la venta ambulante.

 

Llegó una carta en la que se notificaba que la vivienda iba a ser subastada por impago; el propietario, un hombre de Pakistán, no estaba pagando la hipoteca al banco pese a que les cobraba el alquiler todos los meses.

 

Desde ese instante, los habitantes dejaron de pagar dinero alguno y podían ser desalojados en cualquier momento.

 

El desahucio tuvo lugar el 16 de abril de 2012.

 

 

La última noche

 

Cenamos juntos. Comimos con la mano arroz con carne picante.

 

Después, todo se aceleró y en menos de una hora la casa estaba completamente vacía.

 

Sólo dejaron una cama y un colchón que no cabía por las escaleras, eso y las huellas de las fotos y los pósteres sobre las paredes. 

 

Barrieron el suelo e hicieron tres montones, uno por cada habitación.

 

Me dejaron solo.

 

Recogí algunas cosas del suelo.

 

Arranqué la última lista del butano con muchos nombres de personas a las que apenas conocía y la tabla de horarios para las oraciones del mes de abril.

 

Guardé mis cámaras y, en silencio, fui apagando las luces habitación por habitación.

 

Cerré la puerta.

 

 

El presente

 

La casa volvió a ocuparse unas semanas después de que viniera la policía a poner un candado en la puerta. Con los centros de acogida cerrados por los recortes, algunos menores, que no tenían un sitio dónde estar, se hicieron con el mando de la casa. La situación se hizo insostenible, el edificio pasó a estar permanentemente vigilado por sospechas de tráfico de drogas y mercancías. Hace unos meses Momar encontró otra vivienda mejor y consiguió que Djibril, Daouda, Lamine y algunos otros se fueran con él. 

 

El nuevo piso es un primero, tiene tres habitaciones y viven diez personas. Alioune viene todas las tardes a verlos. Dicen que quieren cuidar la casa. Algunos han conseguido papeles. Varios han ido a Senegal, han visto a sus familias y han vuelto. Casi todos están mejor.

 

 

Los habitantes (autores de los libros)

 

 

Ibrahima G.

 

Treinta y cinco años. Una mujer y una novia. Dos hijos. Al pequeño no lo había visto hasta que la última primavera pudo viajar a Senegal. Su familia sigue en Kayar. Su padre trabajaba en pesqueros franceses, ahora tienen allí dos barcos propios. Estudió un poco de francés. No hablaba apenas español. Llegó en avión a Madrid desde Dakar en septiembre de 2007. Trabajó seis meses en los invernaderos de Pulpí (Almería), donde llegó a tener una tarjeta de residencia que expiró un año después. Vivió en la casa desde 2008 hasta el otoño de 2010. Llegó allí porque conocía a Momar. Se acostaba en un colchón en el pasillo y se quejaba de que siempre pasaba gente, había mucho ruido y dormía poco. Es muy religioso, llevaba tres amuletos de cintura que le dio su padre. Se buscaba la vida comerciando con películas, bolsos y paraguas en la calle y en el metro de Madrid, aunque los veranos los pasaba en la costa vendiendo gafas de sol y cinturones. Su sueño era vivir legalmente en Europa, decía que en Senegal la vida era muy dura. Su palabra favorita en wolof es waaw, que quiere decir sí, y la que menos le gusta era déedéet, que significa no. Corría más de una hora al día, decía que así no pensaba en nada. Se fue a Italia con Assane. Ahora vive en Florencia, donde ha conseguido papeles.

 

 

Alioune

 

Treinta y cinco años. Tenía una novia que lo esperó durante años. En 2014 volvió para casarse con ella. Quiere tener hijos. Cuenta con pena que no pudo dejarla embarazada. Toda su familia es de Kayar. Su padre se ha jubilado de profesor de francés en la escuela del pueblo. Tiene diez hermanos de dos madres distintas. Estudió hasta los 20 años. Se sacó el título de Bachillerato. Aprendió castellano con un diccionario español-francés. Tardó siete días en barco desde Kayar a La Gomera. Lo llevaron en avión a Alicante, luego vino en autobús a Madrid con Ibrahima N. Un día, por casualidad, se encontró en Lavapiés a Momar y Ababacar y se fue a vivir con ellos. Era uno de los primeros habitantes de la casa. Se marchó cuando llegó Modou, le cedió su cama porque es como si fuera su hermano mayor. Rezaba sólo a veces. Los primeros años estuvo en la construcción, después en la venta ambulante, hasta que encontró trabajo cuidando a una persona minusválida. Su sueño era conseguir los papeles gracias al contrato que le hicieron, quería trabajar en una ONG para poder volver a África a ayudar a la gente. Lo primero lo ha conseguido; lo segundo, aún no. Lo que más le gusta decir en wolof es dama begg sama yaay (quiero a mi madre). Sólo venía al barrio de visita, pasaba las noches en la casa donde trabajaba. Sigue haciendo lo mismo.

 

 

Assane

 

Treinta y cuatro años. No tiene ni mujer ni hijos. Tampoco novia. Su padre es profesor en Pout, un pueblo costero a 50 kilómetros de Dakar. Es el único de sus hermanos que vive en Europa. Sabía leer y escribir en árabe y francés. Estudió español en el Centro de San Nicolás. Estaba orgulloso de sus dos diplomas. Llegó a Canarias el 18 de noviembre de 2007 después de ocho días de navegación desde Ziginchor a Tenerife. El viaje fue bueno, no hubo muertos. Estuvo en la casa desde noviembre de 2008 hasta el otoño de 2010. Dormía en el pasillo.  Se despertaba al amanecer para rezar, luego se volvía a acostar y se levantaba el último, siempre después del mediodía. Musulmán muy practicante, llevaba tres amuletos de cintura que le protegían y se echaba todos los días un líquido con el que hacía un pequeño ritual. Vendía películas desde que llegó. Su sueño era casarse con una española, conseguir los papeles y quedarse. Su expresión en wolof es ba yangi tane. Hew ak much, algo que se dice para curar y evitar los dolores. Decía siempre que lo mejor era no llevar el pasaporte encima, para que la policía no te identificara rápidamente. Se fue a vivir a Italia, donde se suponía que había menos presión policial y era más fácil regularizarse pagando la seguridad social. Nadie sabe dónde vive ahora. No responde al teléfono.

 

 

Thiam

 

Treinta y cinco años. Tiene una mujer y dos hijos. Del menor únicamente conoce su voz por teléfono y su cara por fotos. Su familia vive en Kayar, se dedican a la agricultura. Son hermanos suyos Momar y Ababacar, aunque solamente por parte de padre. Aprendió el Corán en la escuela y el francés con la tele. Llegó a Tenerife el 8 de septiembre de 2006 tras un duro viaje de seis días desde Kayar. Casi todos sus compañeros de travesía fueron devueltos a Senegal. Después de 45 días en el Centro de Internamiento lo montaron en un avión a Madrid. Intentó vivir en Málaga, pero Momar le mandó dinero para que viniera a Lavapiés. Vivió en la casa desde el comienzo, dormía en la habitación amarilla compartiendo colchón. Juraba que sólo comía, dormía, trabajaba y rezaba, y que llevaba años sin acercarse a una mujer. Al principio trabajó en la construcción con los papeles de otro africano: ganaba 1.200 euros al mes. Cuando llegó la crisis, se acabó la obra y se puso a vender, ganaba unos 800 euros los mejores meses. La situación fue empeorando y, antes de irse de la casa, apenas podía conseguir la cuarta parte, con lo que era imposible mandar nada a su familia. Su sueño era conseguir papeles. Su último intento en Madrid fue pagar 500 euros (los ahorros de cuatro meses) a un tal Marcos que le iba a hacer una oferta de trabajo que nunca llegó. Poco después se fue. La forma de saludo en wolof es decir na nga def, que significa algo como ¿qué haces?, a lo que hay que responder man gui fi. Le gustaba pasear y hacerse fotos por Madrid. Ahora tiene papeles italianos y pasa los veranos en Mallorca, vendiendo.

 

 

Daouda

 

Treinta y cuatro años. No tiene mujer ni hijos. Tampoco novia. Su familia vive en Dakar. Estudió Letras en la Universidad de Dakar. Gracias a sus buenas notas pudo conseguir un visado de estudiante en Francia. Viajó en avión hasta París al final de 2006. Estudió en Montpellier durante dos años hasta que se quedó sin trabajo y sin dinero y no quería pedir más a sus padres. Pensó que en España tendría más suerte. Llegó a la casa a finales de 2008. Vivió poco tiempo en ella. No hablaba nunca de religión. Jamás se dedicó a la venta ambulante porque decía que tenía mala suerte, que siempre lo detenían y le quitaban la mercancía. Desde hace años trabaja repartiendo propaganda de una inmobiliaria. Ya no tiene ningún sueño: sabe que no ha cumplido sus objetivos. Se pregunta si valía la pena venir a Europa. No sabe cuál es su palabra favorita en wolof. Dice que no hay tiempo para arrepentirse y que siempre hay que seguir adelante.

 

 

Bamba

 

Treinta y siete años. Tres hijos en Senegal. La pequeña tiene poco más de un año; su mujer se quedó embarazada una de las veces que pudo volver a su país. Su padre murió cuando estaba en España y él estaba sin papeles. Ahora tiene que sostener a su propia familia y a su madre y a sus dos hermanos pequeños, que viven todos juntos de alquiler en las afueras de Dakar. Estudió el Bachillerato de Ciencias y habla perfectamente francés, inglés y español. Su viaje fue muy duro. Llegó a El Hierro el 2 de septiembre de 2006, recuerda el olor de los hombres blancos que los recibieron. Estuvo en la casa desde diciembre de 2007, cuando sólo eran seis inquilinos. Tenía cinco amuletos que nunca se ponía. Cuando consiguió papeles trabajó repartiendo periódicos gratuitos, pero el permiso de residencia no le fue prorrogado por problemas legales. Su sueño era conseguir un buen trabajo, para después volver a Senegal y crear en Kayar una empresa relacionada con el negocio de la pesca y su conservación, almacenamiento y distribución. Su palabra en wolof es ellek (futuro). En 2010 participó en un proyecto artístico y consiguió papeles, volvió a Senegal, pudo ver a su familia y trajo a la casa maletas llenas de regalos, fotos, noticias y especias. En abril de 2011 se marchó de Madrid. Pasó por Granada y Bilbao. Un año después recuperó sus papeles tras ganar un juicio: una mujer senegalesa le acusó falsamente de malos tratos. Dice que aprendió la lección y cambió de vida. Ahora vive en un pequeño pueblo de Toledo, vende cosas en los mercadillos de la comarca. Quiere sacarse el carné de conducir y comprarse un coche.

 

 

Momar

 

Treinta y seis años. Dos mujeres; con la segunda se casó por poderes desde España. Tiene tres hijos. Su familia vive en Kayar. Su padre murió en 2005; tenía campos, taxis, coches… y cuatro mujeres a quienes ha dejado una casa a cada una. Su madre le dice por teléfono todos los días cuánto lo necesita. Trabajó de pescador desde los 14 años. Apenas fue a la escuela: estudió árabe. Llegó a Gran Canaria en 2006, después de tres días de navegación desde Kayar: el viaje fue muy duro y hubo un momento en el que alguien quitó el motor y amenazó con tirarlo al agua si la gente no se calmaba. Ha vivido en Madrid desde que llegó, primero en Ave María y luego en Salitre, donde el contrato de alquiler estaba a su nombre. Dormía solo en la cama del jefe, en la habitación amarilla. Siempre está hablando por teléfono. Se dedica a la compra y venta de cosas, ropa especialmente. Su sueño era tener papeles y volver a Senegal: en su momento decía que España le engañó, que su país era mejor y que allí nunca tuvo problemas con la policía. En 2013 consiguió papeles y pudo volver a Senegal por unos meses, dice que lo trataron como a un rey, pero que prefirió volverse porque allí no hay nada. No tiene palabra favorita en wolof. Le gusta mucho el dinero y el Real Madrid.

 

 

Ababacar

 

Treinta y nueve años. Tiene mujer y una hija. También una novia muy joven a la que no ha visto más que en foto. La mayor parte de su familia vive en Kayar. Su padre está muerto. Aquí tiene a sus hermanos Momar y Thiam. Apenas estudió. De pequeño siempre se peleaba en el colegio y lo mandaron con su tío. Al volver a Kayar se puso a trabajar en el mar. Nunca ha querido hablar de su viaje: de cómo la gente lloraba y se volvía loca. No le gustaba recordar que algunos hombres murieron al tirarse por la borda. Pasó por los centros de Tenerife y de Fuerteventura antes de acabar en Madrid en una pensión en el barrio de Estrecho. Fue uno de los primeros en llegar a la casa. Dormía con quien le tocaba en las nuevas literas del salón. Sólo salía para ir al locutorio a buscar chicas por internet; cuando estaba en casa, se pasaba el tiempo viendo telenovelas. Su sueño era poder regularizarse. La palabra wolof que más le gusta es mei ma (dame esto). Todos se metían con él, pero cuando casi fue deportado a Senegal en septiembre de 2010 –cras más de 45 días de detención en el CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros) de Aluche– en la casa lo echaban mucho de menos. A finales de 2012 decidió probar suerte en Italia. Vive en Roma. Sigue sin papeles.

 

 

Lamine

 

Treinta y siete años. Tiene una novia que vive en Senegal. Su padre murió, el resto de su familia vive en Dakar. Vendió su tienda de ropa para venir a España. Estudió francés hasta los 23 años. El barco desde Sokone a El Hierro le costó 500.000 CFA (unos 700 euros). El viaje fue bueno, no faltó ni agua ni comida para ninguno de los 127 pasajeros: había gente de Guinea, de Senegal, de Malí y de Gambia. Llegó a la casa a finales de 2007, por medio de un amigo de un amigo de Ababacar. Ponía su colchón en el suelo de la habitación de la ventana. Todos sus días son, y fueron, iguales desde hace años: se levanta a las 12:00, se ducha, reza y come algo. Sale a la calle con cuidado por la policía, vuelve a casa a almorzar. Entra y sale hasta las 20:00. Va a vender en el metro, cada día a una estación distinta. Vuelve a las 23:00 para cenar. Luego se queda en casa hablando o viendo la tele. Se duerme a las 03:00. Desde el comienzo de la crisis saca unos 15 euros al día. Quiere volver a Senegal. Su palabra favorita en wolof es degg, que quiere decir “la verdad”. Creía que en Europa había trabajo, pero todo era mentira: dice que gana menos dinero aquí del que ganaba allí. Sigue sin papeles.

 

 

Modou

 

Cuarenta y nueve años. Tiene una mujer de la que está divorciado y con la que tuvo cinco hijos. Se vino cuando ella estaba embarazada. Su familia vive en Kayar y siempre se ha dedicado a la pesca, aunque su padre es ahora el jefe de una mezquita. No recuerda qué estudió. Habla muy poco español. Viajó siete días desde Kayar a Fuerteventura en un barco con otras 81 personas. Todos llegaron bien. Estuvo internado en la isla 25 días y, tras pasar por Valencia, llegó a Madrid el 17 de septiembre de 2006. Estuvo un tiempo viviendo en Villa de Vallecas donde trabajaba en la construcción con papeles alquilados. Llegó a la casa cuando la crisis de 2008 lo dejó sin trabajo, vivió allí hasta el desalojo de 2012. Era el mayor de todos y dormía en la litera de abajo de la habitación de la ventana, en la cama que había sido de Alioune. Es un buen musulmán, su padre le dice a diario que todas las medicinas del mundo están en el Corán. En Madrid repartía propaganda, caminaba 20 kilómetros diarios. Su sueño era trabajar con papeles en España, hacer un poco de dinero y volver a Senegal. Su palabra favorita en wolof es sothiou, el nombre de un palo que lleva en la boca para tener los dientes limpios y blancos. Finalmente ha conseguido papeles después inscribirse como pareja hecho con una mujer española a la que quiere mucho. Vive en Santander, trabaja en un barco pesquero.

 

 

Djibril

 

Cuarenta y dos años. Divorciado de la mujer con la que tuvo dos hijos. Tiene una novia. Sus hijos viven con sus padres en Kayar. Estudió francés e inglés en Senegal; español e informática cuando llegó a España. Tuvo mala mar en los seis días y medio que duró su viaje desde Kayar a La Gomera: hambre, lluvia, frío y muertes. Recordaba que resistió bien porque había sido pescador y no se mareaba. Vivió en la casa desde el principio. Su opinión era muy tenida en cuenta. Compartía colchón con Lamine en la habitación de la ventana. Es muy religioso y sigue implicado en la organización de la comunidad mouride en Madrid. Siempre madruga para buscarse la vida en la calle: ha limpiado casas, ha hecho carga y descarga y, la mayor parte de los días, vende CD y collares. Deseaba poder ir a Senegal a ver a su familia. Soñaba con poder trabajar en España como soldador o fontanero. En wolof le gusta decir noflay moungui thi guinaw thiono, que quiere decir algo así como “el descanso está detrás del cansado”. Se casó con una española. Los papeles tardaron casi tres años, pero al final llegaron. Ha podido ir a Senegal un par de veces desde entonces. Dice estar más tranquilo.

 

 

Ibrahima N.

 

Treinta y cinco años. Tiene nueve hijos (entre ellos, tres pares de gemelos) con tres mujeres distintas. El mayor de todos tiene 18 años y al pequeño nunca lo ha visto. Procede de una humilde familia de pescadores de Kayar. Trabajaba en pesqueros coreanos que hacían mareas de tres meses por las costas africanas. Nunca fue a la escuela. Hubo ocho días de temporal en su viaje desde Kayar a La Gomera: mucha hambre, muchas lluvias… Llegó el mismo día que Djibril, pero en otro barco. En la casa pasaba las noches de verano en una cama en el patio, en invierno dormía en la litera de arriba de Modou. Ha trabajado en la venta de CD y DVD y también haciendo compañía a un vecino anciano. Dice que ha vendido su vida para alimentar a su familia y que tiene veinticinco personas a su cargo. Siempre soñó con poner un negocio en Kayar, una tienda grande que diera trabajo a su familia y a sus amigos. Su saludo en wolof es mba yenagui thi diam (¡que vosotros estéis bien!). Siempre está en la esquina de Salitre con Argumosa, sentado en un banco o en una moto. Conoce a todo el mundo en el barrio. Está esperando los papeles. Le gustan mucho las mujeres, fumar y escuchar música en español.

 

 

 

 

 

Juan Valbuena es fotógrafo, fundador del colectivo NOPHOTO y director de la editorial PHREE. En FronteraD ha publicado Noray. Viaje por la ancha fronteraColeccionando crisis, y con Jonás Bel, y Carlos Sanva, Cuatro visiones de Guinea Ecuatorial.

Más del autor