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El pánico de las cobras fumadoras. ‘A Estrada 47’, soldados brasileños en la Segunda Guerra Mundial

 

La respiración es agitada, su voz naufraga en el susurro mientras repite: “Ellos van a subir y nos van a matar”. Una frazada gris cubre su uniforme verde oliva. Con la mano derecha raspa la pared. Sus ojos desorbitados parece que se escapan a un paisaje más cálido y menos gélido.

 

“¡Padre!, la amenaza de la muerte parece que me mata poco a poco. Es cómo si mi sangre se saliera gota en gota”. (Carta del soldado Guima a su padre). Un soldado advierte a la tropa: “¡Prepárense! Y ese loco ahí sollozando, sabrá qué es la patria”.

 

“¡Agarra el equipo qué vamos a descender!”, grita un compañero a Guima. “Mis pies están sometidos al hormigueo, será que esos animales me van a comer toda mi carne hasta volverse locos”. Guima se levanta. Su compañero de la mirada perdida parece consumido  por el pánico.  

 

El sonido del detector de minas que aparenta ser un Mark 1 comienza a hacer ruido. Tres soldados se arrastran por la nieve. “¿Qué pasó carioca?”, murmura el que está al mando de la operación. “¿Alguna cosa?”. “Nada”, responde el que le sigue a poca distancia. “Parece que el hormigueo ya tomó cuenta de todo mi cuerpo, pero no de mi espíritu”. “¡Guima!, ¡Guima!, ¿dónde estás? ¡Ven! ¡Guima!”. “Dame fuerza, papá. Vamos, ayúdame a seguir de pie. ¡Ese hijo de puta se quedó parado! ¡Anda, carajo!”.

 

“¡Mira, es de madera! ¿Tú ya desarmaste una de esas? Guima, ¿dónde estás?” ¡Pum! Uu estallido. A lo lejos se ve cómo la nieve se levanta.

 

Así comienza la película A Estrada 47. Desde el principio atrapa al espectador. La tensión se mantiene hasta el final. Más que una película de guerra es un thriller psicológico sobre los soldados brasileños en la Segunda Guerra Mundial.

 

El filme fue escrito y dirigido por el brasileño Vicente Ferraz, que en 2005 estrenó su primer largometraje: Soy Cuba. El mamut siberiano, que fue premiado en los festivales de Gramado, Recife, Guadalajara, Lima, Chicago y Valladolid, y fue seleccionado rn los festivales de Sundance, Estados Unidos, y e IDFA, de Holanda.

 

En 2007 dirigió dos episodios del filme O estado do mundo, que fue exhibido dentro de la Quincena de realizadores del Festival de Cannes. En 2010 participó con la película Arquitectos del poder en el festival de documentales É tudo verdade (Todo es verdad), y finalizó el largometraje de ficción O último comandante, trabajo seleccionado en los festivales de Río, São Paulo, Fortaleza, Chicago, Pekín y Trieste, entre otros. A Estrada 47 es su última obra, una co-producción entre Brasil, Italia y Portugal. Premiado como mejor película en los festivales de Gramado y Fortaleza, ganó el premio Signs en el de La Habana.  

 

A Estrada 47 es una ficción que reconstruye el pánico, la ansiedad, la depresión y la experiencia de las tropas pertenecientes a la FEB (Força Expedicionária Brasileña) que lucharon entre 1943 y 1944 en Italia durante la Segunda Guerra Mundial. La FEB llevó a Europa más de 25.000 soldados, la mayoría de ellos pertenecía a infantería, pero también existían reclutas civiles que habían desempeñado oficios varios. La participación de Brasil en la Segunda Guerra Mundial se debió a la influencia de Estados Unidos. Los estadounidenses no querían más países al mando de un dictador absoluto cómo Getúlio Vargas (1930–1934, gobierno provisional; 1934–1937, gobierno constitucional; 1937–1945, Estado Novo; 1951–1954, presidente electo por voto directo), es por eso que obligaron a Vargas a situarse contra de los estados totalitarios europeos: Italia (fascismo), España (falangismo) y Alemania (nazismo). En aquella época existieron rumores de que algunos barcos brasileños fueron hundidos por submarinos alemanes. Eso hizo que aumentara la presión para que Brasil declarase la guerra. De esa manera, el país más grande de Suramérica se convirtió en el único ejército latinoamericano en el segundo conflicto mundial del siglo XX.

 

—Esas tropas fueron olvidadas o más bien dicho silenciadas cuando volvieron de Europa, porque en nuestra nación el ejército brasileño cuenta con simpatizantes del fascismo y el nazismo, desde la época del presidente Getúlio Vargas y luego después del golpe militar de 1964, incluso el mariscal Humberto Alencar Castelo Branco, primer presidente después del golpe, a pesar de que fue veterano de la FEB y estuvo en Monte Castelo, no reconoció el valor de los combatientes brasileros –explica el director de Estrada 47.

 

La Segunda Guerra Mundial estalló el 1 de septiembre de 1939 y en las calles de Río de Janeiro las personas se mofaban de su ejército y decían que antes de ver un soldado brasileño en Europa se vería en la “ciudad maravillosa”, una cobra fumando una pipa. Después de cinco años, el 2 de julio de 1944, los soldados también llamados de pracinhas fueron rumbo al viejo continente para desembarcar en el puerto italiano de Nápoles, al mando del coronel João Batista Mascarenhas de Morais y con el lema en su uniforme: A cobra está fumando (La cobra está fumando).

 

—El nombre de pracinhas viene por el término de Plaza de Armas, que viene de España. En portugués los bautizamos así y en diminutivo, que es lamentable. Cuando llegó la dictadura militar yo asociaba ese sobrenombre a un cierto chovinismo.

 

Los pracinhas o cobras fumadoras, en septiembre de 1944, ya al final de la guerra, en su primera campaña tomaron la ciudad de Lucca, luego Massarosa, Camaiore y Monte Prano, y sufrieron algunos inconvenientes, como la batalla en Barga. Luego fueron enviados por los aliados a Monte Castello, que fue un duro escollo nazi para el ejército latinoamericano ya que en esa campaña no peleaban junto a los estadounidenses. En 1945 incluso avanzaron hasta la paradisíaca costa de Sua al este de Túnez. Según el historiador Antonio Gasparetto Junior la FEB tuvo en su campaña de Italia un saldo de 450 soldados, 13 oficiales y 8 pilotos muertos, con unos 12.000 heridos por los combates. Los pracinhas capturaron a 20.000 soldados enemigos, además de 80 cañones, 1.500 vías y 4.000 caballos.

 

—El 12 de diciembre de 1944 fue el día más violento entre la FEB y los alemanes en la toma o batalla de Monte Castelo. Según los combatientes brasileños ese invierno está considerado como uno de los más duros del siglo pasado en Italia, con temperatura casi siempre bajo cero. En mi película coloco lo que pasaron esos soldados, los que procedían por ejemplo del nordeste brasileño y los mismos paulistas del centro y cariocas. Hubo mucho pánico. Ese fue el eje fundamental para mi película y claro, la condición climática del frío.

 

 

El recuerdo del canto sin palabras

 

Los pájaros cantan, el sol ilumina las montañas cubiertas de nevisca. Las aves interrumpen su canto por un sonido más fuerte que parece venir de una persona que está canturreando alguna melodía. El soldado (Piauí), con ojos desorbitados y una frazada gris, camina solo. Grita, canta o entona algo como llamando a algo o a alguien. Deambula con la mirada perdida por la nieve espesa que cubre todo el suelo. El paisaje podría ser comparado con la arena de un desierto, pero los árboles también se dejan ver. El soldado camina hacia un bosque no muy lejano y sigue gritando.

 

—Ese canto se llama aboio. Es típico en el nordeste brasilero. Es un canto sin palabras que emplean los vaqueros cuando conducen su ganado y sirve sobre todo para llamar al buey.  Ese aboio es tradicional en Piauí, que es uno de los 26 estados de Brasil y limita con los estados de Maranhão, Ceará, Pernambuco, Bahía y Tocantins. Su nombre es peculiar y así apodé a ese personaje porque representa a esa región. Lo que sufrió ese soldado fue un efecto de estrés postraumático, su reacción fue aboiar para imaginar que volvió a su casa y así olvidarse de lo que vivió en la guerra. En el filme yo intenté mostrar una especie de nostalgia en ese canto. Tal vez cuando él caminaba estaba contemplando en la nevada espesa italiana ese árido desierto nordestino.

 

 

Quince relatos para una historia

 

Un jeep verde con el nombre de Osvaldinho inscrito debajo de su parabrisas y a un costado en el parachoques la matrícula FEB 20711994 se detiene y estaciona en el centro de una plaza de un pueblo azotado por las bombas, metrallas y balas. De Osvaldinho se baja un tipo con un uniforme verde y un gorro del mismo color. A su lado hay una fuente todavía no congelada a pesar de la nieve espesa. En sus manos lleva una cámara de cajón, de esas grandes y negras de marca Graflex Speed. Camina despacio y comienza a inspeccionar el lugar, se detiene por un momento y fotografía una pared llena de agujeros. Justo cuando se da vuelta un soldado con frazada gris lo encañona con un fusil. 

 

El cronista habla en inglés: “Donˊt shoot me, journalist, Brazilian journalist”. El soldado de la frazada gris le responde: “¡Por qué no hablaste antes, Capa! ¡Te iba a matar!”. Se estrechan la mano. De repente, detrás de ellos aparece un negro corpulento. Es el sargento Laurindo, que alza la voz y pregunta: “¿Piauí, donde estabas?”. Piauí responde: “¿Ahora estás con pena, no?”, y enseguida los presenta.

 

El sargento se lleva al fotógrafo a un solar con la bandera de Estados Unidos. “¡No sabía que tenía brasileños de este lado!”, dice el reportero. “Somos parte del cuerpo de ingenieros de la FEB”, responde un teniente llamado Penha. De repente el sargento Laurindo lanza una pregunta: “¿Quién te autorizó a subir aquí?”. El cronista responde: “¡El coronel Lorenzo!”. “¡El coronel Lorenzo!” repite Laurindo, y agrega: “¡Creo que el coronel Lorenzo no te autorizó a subir por las condiciones en que se encuentra todo por aquí!”. El periodista ve que el soldado Guima se encuentra manipulando su Graflex Speed y le increpa: “No es fácil capturar una imagen”. El soldado se la devuelve y el cronista llamado Rui le dice a Laurindo: “¡Me contaron que algunos hombres de su pelotón llegaron hoy al amanecer!”. A la pregunta “¿qué historia es esa?”, que plantea el sargento. A lo que replica Rui, el cronista: “¡Del pánico estoy hablando!”.

 

—El ataque de miedo de los pracinhas fue lo que me iluminó. Yo no quería construir una película de guerra que contara los hechos históricos. Para eso está el documental. Mi intención era más profunda. Porque yo no quería entrar en el dilema de la importancia militar. A mí me importó más lo que sintieron esos muchachos lejos de casa y en esas condiciones que para ellos era nueva.

 

El director y guionista de Estrada 47 trabajó en su guion durante cuatro meses. Primero elaboró un borrador y luego ese texto pasó por una revisión de diez tratamientos, como él lo describe. Además, Ferraz se apoyó en 15 libros sobre ese episodio histórico poco conocido del ejército brasileño. Uno de esos libros son las crónicas del escritor brasilero Rubem Braga, Com a FEB na Itália. Otro fue Cruzes brancas, de Joaquim Xavier da Silveira, y el del ex pracinha Roberto de Mello Souza, Mina R, que revela mucho el sentimiento de la soledad de los soldados. También se sirvió de Guerra em Surdina: histórias do Brasil na Segunda Guerra Mundial, de Boris Schnaiderman.

 

—Los libros fundamentales que me ayudaron a construir el guion fueron el de Rubem Braga. Creo que cada crónica de su libro es una película. Mina R, de Mello Souza, fue vital para la escritura de la historia. Habla de una mina con una plataforma de madera. Sirvió bastante para construir el principio del filme. En este relato se retrata la sensación de pánico que afligía a esos soldados expertos en colocar y desactivar minas, por ejemplo Guima, que redacta la carta a su padre, es uno de esos. La novela de Boris Schnaiderman también es un gran registro sobre las emociones de los pracinhas. Otro que me sirvió fue la novela de Sven Hassel, Monte Cassino, que trata sobre la abadía benedectina de Monte Cassino, conquistada por los nazis. Ahí se refleja mucho la visión del soldado alemán.

 

Asimismo, Ferraz revisó largometrajes de guerra como Masacre (Ven y mira), de Elen Klimov (Unión Soviética,1985); Ascensión, de Larissa Septico (Unión Soviética, 1977); Fuego en la llanura, de Kon Ishigawa (Japón, 1955); Os Fuzis, de Ruy Guerra (Brasil, 1964), y Let there be ligth, de John Houston.

 

—Por ejemplo, para mí supuso una aportación importante la escenografía y el tratamiento del  cineasta japonés Kon Ishigawa en su película Fuego en la llanura, que trata sobre el canibalismo de los soldados japoneses. La obra se convierte en un filme de terror. Esa no fue mi intención, pero sí me influyó ese hecho de explorar y analizar la psicología de los soldados, tal como hizo Ishigawa en su trabajo.

 

 

La angustia de los desertores

 

De una carta de Guima: “¿Dónde están los patriotas que inventaron ese destino de mierda para nosotros? ¿Quién puede parar eso ahora?”.

 

Un pelotón de soldados alemanes se aproxima a una casa abandonada. Una bengala alumbra el camino a la tropa germana. De repente suena un disparo. Noventa segundos de tiros. Las balas se apoderan del ambiente. Dentro de la vivienda se encuentra el pelotón desertor de la FEB al mando del teniente Penha, ahora con un nuevo integrante, un soldado italiano (Giovanni), desertor del ejército republicano. Incluso el cronista Rui dispara con una Colt calibre 45 para defender a sus compañeros.

 

—En 1943, Italia se divide: el emperador Víctor Manuel III junto a Mussolini lucha en contra de los aliados con un ejército llamado republicano. En el otro lado, tres grupos de resistencia comunista los combatieron en la región de Toscana: Comité de Liberación Nacional (CLN), Comité de la Liberación Nacional de la Alta Italia (CLNAI) y el famoso movimiento. Justicia y Libertad. Para la película elegí a un soldado desertor del ejército fascista (republicano), que más tarde se cambiaría de bando y se sumaría a las fuerzas de la resistencia. Cuando escapa de su pelotón, Giovanni es capturado por miembros de la Wehrmacht (el ejército alemán). Consigue huir de nuevo y se encuentra con las tropas del teniente Penha en su casa y con un pariente muerto. Toda su familia había escapado.

 

El filme de Ferraz también trata sobre desertores de todos los frentes. La angustia, la ansiedad y el nerviosismo son la sazón de la historia. Incluso en el interior de la Wehrmacht, en concreto un pelotón al mando del sargento Mayer. Se trata de una unidad que escapó de la aliados y de las SS. Lo interesante de este oficial alemán es que es un tipo carismático y sobre todo tiene valores, como saldrá a relucir cuando sea capturado por los brasileños.

 

 

Nieve, frío, samba y saudade

 

El soldado (Piauí) y el sargento (Laurindo) se refugian en un tanque abandonado con el prisionero alemán (sargento Mayer). Laurindo trata de curar el pie derecho de Piauí, y enseguida el prisionero ofrece medicinas, que ellos aceptan. El sargento se encarga de aplicar el medicamento en la zona afectada. El dolor remite. Mientras tanto, Guima, junto al teniente Penha, recoge los cadáveres de otros soldados para enterrarlos en la nieve. “Parece que existe una belleza en el soldado muerto, al contrario del qué está vivo. Si yo me quedo aquí es por ti, papá” (de la carta de Guima).

 

Piauí: “¿En Alemania no tenías otra cosa qué hacer? ¡Sólo guerra, guerra! ¿No tienen mujeres o fútbol?”. Laurindo: “¡Para! No estás hablando coherentemente”. Piauí: “¡Me dejas, negro, me dejas!”. Laurindo: “No entiende nada, vete a dormir”. Piauí (cogiendo dos velas blancas): “¡Alemán! ¿No tienen fútbol?”. Sargento Mayer: “Fußball? Sí, en América”. Piauí: “¡No americano! Ambos somos brasileños”. Sargento Mayer: “¿Brasil? ¿Qué hace Brasil por acá? Es absurdo. ¡Leonidas! Sonría”. Piauí: “¡Es bueno, Alemania entiende de fútbol!”. Piauí: “¿Tú tienes enamorada?”. Une sus índices como emitando un beso de novios. Sargento Mayer: “Sí. Una mujer y tres bambinos (niños)”. Le muestra una fotografía a Piauí. Dice de su mujer que es profesora. Laurindo, que también le enseña una foto al prisionero. Es de su hija: “Nosotros somos de la Escuela de la Portela. Soy compositor de samba junto a mi hija y mi compadre, Beto CorrêaW. El sargento comienza con sus dedos a batucar en su casco un samba que le viene a la memoria llamada Enxugue as lágrimas de Beto Corrêa.

 

—La FEB poseía bastantes civiles y pocos soldados profesionales. En la película el único soldado negro es el sargento Laurindo. Lo bauticé así en homenaje a un samba comunista muy conocido en esa época llamada Cabo Laurindo, obra del compositor Jorge Veiga. En lo personal creo que es una composición exageradamente patriótica. Fue una manera de homenajear a los pracinhas desertores que huyeron. Fue un himno para todos esos muchachos que sufrieron en Italia.

 

El director destaca que para elaborar su guion se basó en hechos reales y películas que demostraban la persistencia del racismo, por lo menos en el ejército estadounidense.

 

—En la Segunda Guerra Mundial el ejército americano todavía segregaba sus tropas. Entonces tenía un batallón compuesto solo de negros y que eran llamados búfalos. Spike Lee elaboró un filme espectacular sobre ese drama. Se titulaba Miracle at St. Anna. Trata de cuatro soldados afroamericanos de la División 92 Búfalo que se encuentran atrapados en un pueblo toscano. El quinto ejército de la FEB estaba al mismo nivel de los búfalos. Los estadounidenses pensaban que todos los brasileños eran negros. Pero cuando las tropas brasileñas llegaron a Italia no fue del todo así. Existen relatos que cuenta que los campamentos de los pracinhas y de los búfalos se encontraban muy cerca el uno del otro. Al principio los soldados brasileños, cuando no tenían nada que hacer, se pasaban el día batucando y cantando sambas. Cuentan que muchas veces los soldados estadounidenses de la División 92 se unían a esas celebraciones y se mezclaban el blues y la samba.

 

Entran en un pueblo los soldados italianos de la resistencia comunista. A su retaguardia aparecen unos blindados. El cronista Rui prepara su Graflex Speed. Está listo para fotografiar el tanque que se acerca a su posición. Se agacha, pero Guima le grita: “¡Rui, sal de ahí!”. Entonces lo agarra y lo saca por la fuerza. El reportero suelta la cámara, que el tanque tritura. Al cronista lo invaden el llanto y el desconsuelo.

 

Carta de Guima: “Por aquí termina esa carta, papá. Está vez no mandaré fotos. A decir verdad, no sé si llegarán hasta Brasil. Pero yo sí, y ahí va comenzar otra historia, donde cada uno de nosotros va a intentar reconstruirse, volver a aquella paz de antes, aquella que imperaba en nuestras pequeñas vidas en el universo. Pero no te preocupes. Voy a guardar en la memoria todo lo que pasamos por aquí. Cuando llegue voy a contar varias veces, una día tras otro, hasta que ustedes se aburran. Después me imagino que va llegar un día el que todo esto será olvidado. Un abrazo, papá”.

 

 

 

 

Andrés Lasso Ruales es cronista, nómada y aprendir insaciable con tres países a sus espaldas: Ecuador, Brasil y Argentenia. Ha colaborado con medios como Periodismo humano, InfonewsBuenos Aires Herald y Trivela. Huellas de un exterminio es su blog. Acaba de ganar el segundo premio en el concurso de ensayos Miradas de Iberoamérica ‘Memoria, migrantes y cultura’ con el ensayo El arma delicada para resistir el dolor, el susurro en la cultura armenia. En Twitter: @AndresEsperanto

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