Con un plantel de actrices en estado de gracia, encabezado por una sobrecogedora Amparo Baró, pero secundada por una Carmen Machi, Sonsoles Benedicto, Alicia Borrachero, Clara Sanchís e Irene Lozano, Gerardo Vera inicia su despedida como director del Centro Dramático Nacional con “Agosto (Condado de Osage)”, el demoledor retrato de una familia de Oklahoma que le valió a Tracy Letts un premio Pulitzer. Una de las grandes piezas del teatro estadounidense de los últimos años, bebe de maestros como Eugene O’Neill o Edward Albee. Suena bien en español la versión del poeta Luis García Montero. Como señala el propio Vera en el programa de mano, “es la historia de una familia que no es ni más ni menos que una epidemia, un grupo de seres humanos encerrados en una casa destartalada a través de cuyas grietas empieza a rezumar el sumidero de putrefacción, de aguas estancadas”. Las tiradas verbales son lanzadas como cuchillos contra los otros. El duelo entre la Baró y la Machi es memorable. Una velada tan dura como divertida, bien servida por la caja de muñecas envenenada del escenógrafo Max Glaenzel y las canciones de Angelo Badalamenti, Eric Clapton, Bob Dylan, Mariano Marín y Paolo Nutini. En paradójica, higiénica y meliflua contradicción con el corrosivo texto, el programa se cura en salud diciendo que “los cigarrillos que se fuman en escena no contienen tabaco”. ¿Y la marihuana no es marihuana, claro?