Sus afectos por el relato policial sucedieron en la adolescencia, cuando Javier Sinay (Buenos Aires, 1980) empezó devorar clásicos de la novela negra, crónicas de largo aliento y piezas periodísticas de grandes como Rodolfo Walsh o Tomás Eloy Martínez. Tal vez por eso, una vez ingresado en el oficio de contar historias reales, le impactó sobremanera su primera visita a una dependencia policial, una comisaría o una morgue: “fue tal cual lo habían narrado algunos autores en sus libros”.
Javier Sinay estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Ha colaborado con varios suplementos y revistas dentro y fuera de su país. Es autor de los libros de no ficción Sangre Joven: matar y morir antes de la adultez y Los crímenes de Moisés Ville: una historia de gauchos y judíos, que inició con el hallazgo de un artículo escrito por su bisabuelo en el que narra 22 asesinatos perpetrados entre 1889 e inicios del siglo XX. Actualmente, se desempeña como uno de los editores de Rolling Stone Argentina. Su crónica Rápido, furioso, muerto, en la que relata la historia de un adolescente que roba una moto y es asesinado por un policía fuera de servicio en La Plata, le valió este año el primer lugar, en la categoría texto, en los premios que otorga la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. Desde su casa en Buenos Aires, Sinay rinde su versión de los hechos.
—¿De dónde viene tu motivación por las historias de crimen?
—La verdad es que llegué casi por casualidad al periodismo policial. Empecé trabajando en un suplemento que se llama Sí!, del diario Clarín, y después en la revista Rolling Stone Argentina. Inicié con notas sobre rock y cultura joven, y de algún modo empecé a hacer notas sobre crímenes relacionados con jóvenes. No muchas, dos o tres, digamos, pero me interesó muchísimo todo lo que se jugaba en ese tipo de temas: que hubiese gente viviendo historias tan al límite, lo cual hace de la materia prima de este trabajo (la información) algo tan delicado. Luego estuve en la producción periodística de un programa de televisión que se llama Forenses, y contaba cómo crímenes reales en Argentina habían sido resueltos gracias al trabajo científico de algunos médicos. Mi labor era buscar esos crímenes y a los forenses que habían trabajado en ellos, a los fiscales, los peritos. Ese fue un trabajo de seis meses del que salí totalmente transformado, porque me di cuenta de que me resultaba apasionante investigar ese tipo de historias. Y me di cuenta también de que me apasionaba el tema de la muerte, desde un punto de vista personal, pero también social: ¿Qué hacemos, como sociedad, cuando hay un crimen? ¿Qué discursos operan desde la justicia, la policía, el periodismo, la literatura? ¿De qué manera la sociedad trata de sublimar o de darle algún tipo de sentido al instante cuando una persona la quita la vida a otra?…
—¿Por qué ese interés personal en la muerte?
—La verdad es que no lo sé, porque tampoco es que venga de una familia que haya vivido tragedias. Pero siempre me pregunto: ¿Qué es la muerte? ¿Qué hacemos cómo sociedad con ella? ¿Qué hacen otras sociedades? ¿Qué hace nuestra burocracia con la muerte?, por la cantidad infinita de papeles que empiezan a generarse cuando alguien muere. Entonces, no sabría decir bien por qué mi interés. Aunque tal vez sea por una suerte de curiosidad existencial que me lleva a acercarme a estos temas y después a hacer una construcción intelectual (un texto) que puede servir como excusa para discutir temas de interés general.
—Por la fuerza de sus acontecimientos, la crónica policial puede prestarse con facilidad para el sensacionalismo y el morbo. ¿Cómo controlar eso?
—Lo principal es no quedarnos con una sola versión o una sola idea. Este tipo de historias siempre son complejas, y tienen que servirnos para hablar de otra cosa. Es decir, podemos relatar un crimen con detalle, incluso sin ahorrar sangre, pólvora o gritos, pero tiene que haber un equilibrio entre el acontecimiento y una discusión de fondo. Una nota policial sirve también para tratar los temas que rodean a esos crímenes. Y me parece que siempre tenemos que buscar algo más en las historias que contamos, algo en el ámbito social, cultural, moral, o alguna reflexión sobre la condición humana. Además debe haber un uso responsable del lenguaje. Buena parte del morbo se funda en que se escribe cómo si fuera ficción, sin respeto a las víctimas o a los victimarios.
Yo aprendí eso una vez que escribía sobre un chico de quince años que vivía en la ciudad de Carmen de Patagones, y una mañana en el colegio, antes de que el profesor llegara, se fue donde estaba el pizarrón y empezó a disparar a todos sus compañeros. Yo entrevisté cuatro años después al padre de uno de los chicos muertos, y el hombre me dijo: ustedes los periodistas vienen acá, se llevan sus historias y se van. Entonces yo le pregunté cuál creía que era la forma correcta en la que yo debía hacer mi trabajo. Y él me respondió: cuando estés escribiendo la nota pensá en que mi hijo te va a estar mirando desde el cielo. Y para mí eso fue algo muy fuerte, sentí un escalofrío, pero al final me vino bien, porque me recordó que lo que investigaba no era un cuento, que iba a escribir sobre un chico de quince años al que habían matado y no iba a volver.
—¿Cómo generar equilibrio entre la descripción de un hecho violento y la discusión de un problema social?
—El periodismo narrativo es importante porque transmite experiencias. Entonces, no es solamente ahondar en palabreríos, sino que en todas las notas el lector debería entender el problema de fondo que estamos tratando. Si describes que hubo gritos o escenas de desesperación, por ejemplo, y eso va a servir para transmitir el sentido del crimen o de un problema, creo que se justifica. Pero de todas maneras, hay que ser siempre respetuoso con lo que se escribe. Y para eso es importante el uso que hagamos del lenguaje.
—¿El periodismo policial humaniza a víctimas y victimarios?
—En tanto hagamos una buena investigación y nos corramos de los lugares comunes, sí. No todas las personas son buenas ni malas al cien por cien. Por eso, incluso a la hora de contar la vida de un asesino en serie se debe tratar de mostrar los diferentes rasgos de su personalidad y, en ese sentido, se lo muestra más humano. También hay que pensar que las víctimas no necesariamente son gente débil, pobrecita. Entonces, siempre se debe tratar de mostrar personas en 3D, que no sean solo personajes, y para eso ayuda preguntar mucho e investigar. Creo que un buen modo de llegar a la esencia de las personas es ahondando en los detalles.
—El jurado del premio Gabriel García Márquez destacó el trabajo de investigación en su crónica Rápido, furioso, muerto, pero también la distancia que tomó frente a los protagonistas. ¿Cómo lograr eso, después de involucrarse tanto con una historia?
—Cuando la nota se publicó en Rolling Stone y en La Nación, que es el diario dueño de la licencia de la revista en Argentina, algunos lectores la criticaban porque decían que justificaba a un ladrón. Pero también había otros lectores que decían: no, a quien está justificando es a un policía que mató a un chico. Y lo que yo hacía realmente era tratar de entender a los dos: al ladrón y al policía. Pero lo que me quedó de la investigación fue que se trató de una tragedia, una historia muy desafortunada, y que el sistema no funciona bien. Porque hablamos de un chico que roba motos, ni siquiera para comer, sino simplemente como una diversión de adolescente, y de un policía que llevaba su arma reglamentaria, aunque estuviera fuera de servicio, porque todos los policías la llevan ya que no saben si la necesitarán para defenderse de sus enemigos en la calle. Entonces a mi me pareció una historia pequeña, en relación al contorno social, pero que desnuda lo mal que estamos como sociedad. Y la distancia de los protagonistas se dio por la cantidad de información que tenía, testimonios, datos [la investigación le llevó ocho meses], que hubiesen servido para descripciones más ricas, pero que al final, por espacio, no pude ponerlas todas. Y eso resultó positivo.
—Después de sumergirse por largo tiempo en la investigación de historias de crimen, supongo que el investigador termina también afectado de alguna forma.
—A estas alturas ya desarrollé cierto tipo de coraza con las historias policiales. Es una especie de autoprotección, que supongo que todos los que trabajamos en esto vamos desarrollando, desde el médico hasta el policía y el psicólogo. Es la única manera: hay que ser un poco frío, y pensar que uno no escribe para que se resuelva un caso como el de Axel Lucero (protagonista de Rápido, furioso, muerto) o para que su madre encuentre algún tipo de consuelo, que obviamente no va a encontrar en un artículo. Pero quizás con este tipo de notas se puede aportar a la opinión pública para que se discuta y se piensen estos problemas. Es decir, hay una utilidad. Y en la medida en que uno escriba con respecto y tratando de provocar una discusión dentro el texto, creo que mal o bien hay un aporte.
—¿El periodista de policiales necesita algún tipo de sensibilidad especial?
—Creo que sí. Hay que tener una mezcla de frialdad y sensibilidad. Hay que ser frío para ir y preguntarle a la madre de un adolescente muerto cómo fue su último día, cómo era el chico, qué hizo. Ese es un momento muy dramático, muy duro, pero uno no va a obligar a nadie a que le hable, aunque llega un punto en el que sientes que estás molestando. He pensado mucho en eso, y me di cuenta de que una madre, por ejemplo, con este tipo de notas puede presionar a que un caso se resuelva, o mantener viva la memoria del hijo, si es que ya está resuelto, o incluso le puede reconfortar hablar de aquello. Entonces, tampoco es que únicamente el periodista va y saca provecho. Me parece que, en general, este es un tema muy complejo. Pero en resumen, para contestar a su pregunta, hay que tener cierta frialdad para ir a los encuentros, y después sensibilidad al momento de escribir.
—¿Qué le ha quedado después de estos años de experiencia en el periodismo policial?
—Me sirvió para conocer el mundo. Me siento muy agradecido con el periodismo porque creo que fue una ventana importante para conocer mi ciudad, mi país. Pero también me ha ayudado a conocer al ser humano. He conocido a grandes personas entrevistándolas, pero también a malas. Y me parece que para alguien muy curioso como yo este era el único oficio posible.
—La curiosidad es el germen del oficio periodístico…
—Totalmente. Es el principal motor, lo que te hace preguntar por los detalles. No es solo una estrategia narrativa, es una curiosidad legítima por entender a la otra persona, saber cómo piensa, quién es, qué le ha pasado, cómo se constituyó de la persona que era a la que es hoy.
Este texto se publicó originalmente el 13 de diciembre en la revista cultural Cartón Piedra, que edita el diario El Telégrafo, de Ecuador.
Xavier Gómez Muñoz (Quito, Ecuador, 1982) es oeriodista independiente. Ha colaborado con una docena de diarios y revistas, entre ellas Soho Ecuador, Mundo Diners y Cartón Piedra. Especializado en la elaboración de crónicas, reportajes y entrevistas, formó parte de la antología de crónica contemporánea ecuatoriana La invención de la realidad. En Twitter: @xavogomez