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AcordeónSer poeta y ser poesía. Hagámonos cargo. Sobre educación, familia y amor...

Ser poeta y ser poesía. Hagámonos cargo. Sobre educación, familia y amor en la era de internet

 

Especies en peligro

 

—Y vea, es así, nomás, don Zoilo: ¡Lo encerraron!

¿Quién lo hubiera creído? Porque mire que era fiero, taimado y ladino…

—Y así son estas cosas de la posmodernidad, no respetan nada.

—Bueno, m’ hijito, si va a leer, lea en voz alta.

 

 

El animal bípedo por excelencia finalmente: ¿ha sucumbido?

(Titular amarillista con cierto toque intelectual)

 

Por su propia cuenta y designio ha decidido recluirse en su propia madriguera, sin embargo eso no resultaría lo más sorprendente, lo más asombroso es su conveniente y viciosa determinación de permanecer aislado entre sus propios congéneres.

 

Sociable naturalmente, ha quebrado su herencia milenaria para permanecer en lo que supone le brinda un hábitat seguro y complaciente; modificando sus interrelaciones: por hacinamientos de varios individuos que coexisten en el mismo espacio físico, ocupando diferentes cubículos, aunque con la notable peculiaridad de no establecer acercamientos entre sí.

 

La búsqueda de pareja no ha recibido mejor fortuna, llegando a obviar las necesidades primarias, ésta se ha resumido a contactos aislados y fortuitos con ocasionales convivencias que proporcionan, en el más exitoso de los casos, una o dos crías.

 

Salvo excepciones menos inhóspitas, los cachorros no permanecen con ambos progenitores, replegándose la crianza usualmente a uno de ellos o a una alternancia entre ambos, lo cual les brinda un marco propicio para que puedan realizar su voluntad a destajo y transcurrir en una existencia libre de patrones fieles de conducta; ya que los mencionados padres se acercan cada vez más a su marco generacional, resultando poco más que adolescentes sociales. De ese modo, y dado que los adultos están inmersos en su propia andanada de caprichos y crisis, las crías carecen de un referente a quien presentar su rebeldía, instancia fundamental para determinar su carácter.

 

Tales displicencias acuña una población juvenil inerte y vacua que perfila su temperamento a los mandatos masivos de consumo y venta.

 

Asimismo, y de manera casi aleatoria, el adiestramiento y adaptación de la especie está sujeto a vaivenes formativos de las economías. Avaros que dibujan los recortes en los costos simulando una emperifollada vanguardia, y copiosamente: todos están conectados a nadie. Los rostros son invisibles y cambiables.

 

¿Y qué habrá de suceder a un animal que contraría tanto su propia esencia? Varias resultan las respuestas, aunque el espectro no abanica venideras predicciones ventajosas; el siglo de la locura ha dejado paso al de la soledad, la cual se regodeará para tender estragos en la frágil psiquis ya existente.

 

—¿Y, don Zolio?

—Vea m’ hijito, la explicación está muy bonita aunque bastante complicadita; como inicio recién abre el garguero. Así que lo convido a que siga leyendo: “soy todo oídos”.

 

 

Adaptaciones del cachorro humano[1]

 

Usualmente encuentro textos sobre las “nuevas infancias, las nuevas adolescencias” y es un tema que lejos de trivializar me ocupa por la carga que conlleva la palabra “nuevo”.

 

 

Primer indicio

 

La infancia y la adolescencia fueron inventos atribuidos al siglo XX, aunque la primera se atribuye al XVIII, demoró casi dos siglos en ser visible y autentificada, sin embargo que no se advirtieran no implica que no existieran; inclusive si recortamos una imagen de un niño minero o de una niña en una fábrica textil, podremos observar que, en cuanto podía, iba a jugar. Y aquí me detengo, porque creo que es allí dónde estamos encontrando uno de los causales: los niños ahora no juegan, sumadas a las cientos de actividades regladas o a los ratos lúdicos con compañeros del momento en un parque o en cualquier sitio que se los permita, no juegan con amigos. ¿Y cómo van a comprender, recrear o soportar el mundo que los lastima, mercantiliza, ignora y envuelve si no es con el juego? Han existido siempre infancias castigadas, sometidas, envilecidas en guerras, campos de exterminio o trabajos esclavizadores sin embargo: podían jugar, y me refiero al juego entre pares, concretamente al juego con los amigos.

 

¿Cómo hará el cachorro humano, naturalmente entidad social, para enfrentar la soledad del siglo XXI?

 

 

Posible primera adaptación

 

Más allá de las usuales, como extremar los recreos en la escuela o cualquier posibilidad que se le permita de juego no reglado, aun aislándose a hurtadillas de los organizadores en las fiestas de cumpleaños; es evidente la búsqueda en internet de sus pares en el surgimiento de las tribus urbanas y hasta las pandillas.

 

La constante necesidad de comunicarse por chat, blog, redes, fotolog, facebook, twitter, juegos en línea y todo aquello que se ha inventado y ha de inventar para estar al lado del otro, aunque resulte un otro que jamás se llegue a conocer.

 

 

Segundo indicio

 

De padres exigentes, se acunan hijos exigidos que devienen en sí mismos como padres con la premisa de lograr ser perfectos, y aquí encontramos varios escollos. En ansias de no emular a nuestros progenitores, y con la tan mentada y a nuestro alcance sabiduría en crianza de niños; léase: psicología infantil, estimulación temprana, escuela para padres, psicopedagogía, pedagogía, nutrición, terapias alternativas, y cuanta receta de éxito se acuse, y encontremos o nos encuentre, hemos criado hijos tiranos, cuasi sultanes que terminan agotando la paciencia del más encumbrado prototipo pacifista.

 

Sin duda, hemos sido muy demandados por nuestros padres pero al lado de nuestros retoños estos resultan principiantes, así que, en definitiva, antes o después, diremos: ¡Basta! ¿Y qué harán nuestros hijos, que no están acostumbrados a esta nueva altanería que ostentamos?

 

 

Posible segunda adaptación

 

Entre las deliciosas estrategias, utilizarán la culpa, seremos nosotros los culpables por haberles dado todo o directamente lo será la sociedad que no les brinda todo lo que ellos por derecho que consideran natural, demanden. Y así justificarán –porque si algo hemos realizado con pericia es enseñarles a argumentar–: la pereza, el aburrimiento, la desidia, el descontrol, los abusos porque ellos son los castigados, olvidados, sometidos… ¿A qué? ¿A vivir? Menudo cuento, en eso estamos todos.

 

Asimismo: la tácita revancha, ¿surgirá cuando ellos mismos resulten ser padres? Ya se están vislumbrando los adelantos y algunos sólo representan más de ellos mismos, es decir: kilos de argumentaciones y escusas para que la culpa siga siendo de otros.

 

 

Tercer indicio

 

Todos hemos formado nuestro carácter enfrentando a nuestros padres y maestros, que simbolizan a la sociedad adulta. Pero qué deberán hacer estos niños o adolescentes para ser tenidos en cuenta, cuando los límites están tan desdibujados que el “todo está permitido” invalida cualquier accionar de rebeldía.

 

¿Cómo manejarse ante las autoridades escolares, representados en sus profesores, maestros, directivos, si presencian a diario cómo estos son defenestrados por violencias explícitas de progenitores que deberían estar colaborando con ellos? ¿Cómo ese director conseguirá mantener su imprescindible autoridad utilizando sus buenos modales, ejemplos, educación… si es quebrada su confianza con cualquier padre que decida “hacerlo bailar” porque es completamente ignorado en todos los otros sitios?

 

De las tibias, o no tan tibias, protestas que podíamos esgrimir por levantarnos un lunes para ir a la escuela, al actual “pobrecito, que se quede durmiendo, que falte a la escuela, total por un día de clases, se acostó tan tarde”.

 

Maduremos, los jóvenes no pueden enfrentar a un adulto “compinche”. ¿O deberíamos llamarlo cómplice?

 

 

Posible tercera adaptación

 

Difícil que una manifestación, una sentada o pancartas siembren asombro; lo inmediato y categórico es la violencia: destrozan horarios, juguetes, reglas, modales, salud, costumbres y hasta afectos.

 

Frente al enorme vacío de valores, metas, e inclusive sueños, se declaran llenando este vacío con el “nada importa”, y en esa dejadez aparece la más terrible de las rebeldías: “Lo hacen porque sí”. No necesitan justificación ni explicaciones. Denigran su sexualidad con apuros y la idea de amor romántico queda casi en alternancia con la perfidia; se someten a vicios extremos, e inclusive se arroban de cirugías estéticas a la edad de los barritos.

 

 

Cuarto indicio

 

Y acá sería oportuno crear un a, un b y un c.

 

a. Los educadores han sido sometidos a las vanguardias de las modas pedagógicas, y se han creado desmadres al punto de que hasta se les cuestionaba la corrección; adicione también todas las vacilaciones que les proporcionan las nuevas tecnologías y el hecho de que los alumnos en ciertas –y destaco muy bien el ciertas– áreas simplemente saben más. Es categórico: los nativos digitales nos dejan boquiabiertos, no hay preparación posible que nos logre ubicar en su espontáneo desenvolvimiento tecnológico; algunos de nosotros lograremos con esfuerzo y persistencia alcanzar a ser inmigrantes digitales; los más, apenas llegaremos a ser turistas o directamente, eternos extranjeros. Por lo tanto: jamás conquistaremos el entendimiento preciso de por qué se ríen o cómo manejan un celular nuevo cómo si su funcionamiento alguna vez les hubiera sido explicado.

 

b. El aburrimiento, ¿por qué se asocia el aburrimiento escolar a las nuevas generaciones? Nosotros, y antes de nosotros, en la escuela nos aburríamos. La diferencia era la docilidad, en la mayoría de los casos aprendíamos junto al teorema de Pitágoras o el predicativo obligatorio la paciencia para tolerar estoicamente lo que no nos interesaba y al maestro o al profesor que también estaba aburrido e impartía clases que tampoco le interesaban. No son originales en ese punto, todos los alumnos o los educadores en algún momento o en la mayoría de los momentos se han aburrido. ¿Quién dijo que debía ser siempre entretenido?

 

Podemos señalar que somos curiosos y que el aprender es una necesidad en casi todos, pero ¿cuántos están capacitados para enseñar? ¿Cuántos educadores recuerdan que hayan logrado enseñarles? De todos modos, y probablemente en respuesta a nuestros padres, “nos portábamos bien”, y los pocos que no lo hicieron eran considerados inadaptados. Así como también esos maestros que nos enseñaron pasaron a ser memorables.

 

c. La velocidad. Hace un tiempo que decimos: “detengan al mundo, me quiero bajar”, y sin embargo, más allá de la humorada de querer detenerlo, lo que nos resulta difícil es no caernos. ¿Cómo sostener la paradoja de la tensión de la permanente aceleración con la apatía casi inanimada de los alumnos?

 

Todo parece ser ayer, sin embargo el ahora es un mamut extinto e implacable; nos demandan una actualización rabiosa para el desenfreno insurgente de sabernos obsoletos, pero ¿es así? Tranquilos: aprender a enseñar es atemporal, nunca se termina de aprender a enseñar como tampoco nunca finalizamos de aprender todo lo que se nos enseña.

 

 

Posible cuarta adaptación

 

La inmediata y directa: se niegan a estudiar pero atención: no se niegan a aprender –y allí, encontramos la brecha para enseñar–.

 

Descartan a los educadores con la indiferencia: envíos de mensajes de texto en plena clase, uso de auriculares y cuanta manifestación antagónica al arcaico profesor les parezca oportuna.

 

Asumen como natural la eternidad en repeticiones del secundario o la consistencia de iniciar y dejar tantas carreras como los bolsillos y la paciencia paterna puedan soportar.

 

Esgrimen que no hay profesiones que los satisfagan y que las que existen no van a proporcionarles un futuro, dado que el futuro avanza ignorando cuáles serán los trabajos que sobrevivirán.

 

 

Quinto indicio

 

Los niños son para la mayoría: sujetos de consumo, inacabables y productivos sujetos de consumo. No necesitan nacer para que ya se les ofrezca lo que precisarán que se les compre. Y en este tener ser infame, no nos engañemos: si un juego de computadora reemplazó a un abrazo deberíamos cuestionarnos qué ocurrió con ese abrazo. No somos seres de compra venta, no hay publicidad posible que pueda tergiversarnos, siguen siendo los sentimientos, las emociones, aún la pérfida avaricia, lo que mueve al mundo.

 

Ya lo dijeron los poetas: “sólo necesita amor”, y me gustaría conocer una sola persona que fuera capaz de cambiarlo por una lavadora o un coche deportivo. Entonces, ¿por qué asumimos que una hamburguesa feliz en un sitio idílicamente preparado va a suplantar a las galletitas húmedas del termo que siempre pierde, compartidas en una salida con la barra de amigos o cómo un chat puede suplantar la maravilla del primer beso?

 

Lo mediático nos acosa, nada parece importar más de un día o en el mejor de los casos una semana. Todos necesitan su minuto de fama para existir: ¿Dónde? ¿En la pantallita? ¿Cuánto tiempo de vida real nos demandará ese simplón minuto? ¿Qué corromperemos para poder ser vistos? ¿Por qué desperdiciar vida en el cuento de una fama tan insulsa?

 

 

Posible quinta adaptación

 

No nos mintamos. Lo importante lo sigue siendo, los espejitos de colores no pueden cubrirlo y ésa es una de las razones de que los niños o los adolescentes estén tan tristes y apáticos, les están vendiendo una realidad sintética e insípida, y ellos intuyen el fraude. ¿Necesitarán suicidarse para demostrarnos que no les consolaba lo que había para comprar? ¿Embarazarse a edades cada vez más temprana para sentir que pueden amar? ¿Vestirse como mini adultos para que la ropa sólo sea algo que debe ensuciarse al jugar? ¿Atiborrarse de vicios para que los atiendan como niños? ¿Volverse insensible para que los horrores diarios no los mortifiquen? ¿Paralizarse en continuas quejas?

 

¿Cambiar de canal, apagar el televisor y crear sus propios medios de comunicación en línea?

 

 

Sexto indicio

 

La familia. Se considera a la familia nuclear una especie en extinción, pero en esa vitrina de película, ¿cuántas familias de otros tiempos hubieran sido fidedignamente aceptadas? Consulten, y van a encontrarse a abuelas que soportaron lo indecible en aras de las apariencias y las buenas costumbres porque los sacrificios para sostener los casamientos eran un bien sin discusión; no obstante siempre existieron los hijos fuera del matrimonio –todos conocemos a varios de nuestros ilustres héroes contemporáneos que ingresaron en ese papel, aunque las apariencias quisieran disimularlos–; y también, hombres o mujeres homosexuales que reprimían o escondían una vida paralela en un penoso sufrimiento. Entonces, si vemos que existían aunque no se develaran, ¿podemos mencionar estadísticas, cuando no se pueden obtener datos? 

 

También cabría señalar que hemos aumentado considerablemente nuestro promedio de vida, y que el “para toda la vida” es cada vez más difícil cuando ésta sobrepasa con holgura los 40, y convengamos que en las muy favorables condiciones que se sobreviene a los cuarenta. ¿Abuelito a los 40? Posible, pero ¿qué abuelito? Seguro que no, él que se sentaba en la plaza con otros abuelos a ver las palomas.

 

Divorcios, familias disfuncionales, abuelos criando nietos, tíos criando sobrinos, padres homosexuales, padres solteros, madres solteras, ¿cuál es la familia común? ¿Se puede tildar a la ausencia de la familia común como la culpable de los niños actuales, cuando son precisamente en la cotidianeidad social, mayoría, las familias que no lo son?

 

 

Posible sexta adaptación

 

Y he aquí uno de los temas en que se evidencia que lo de siempre funciona para los hijos. No importa la organización familiar sino cómo ésta se interesa por ellos. Nos asomamos a familias de todo tipo y la generalización de resultados no es matemática, casi como la misma naturaleza humana, las estadísticas no importan cuando se trata de uno mismo, ser el único o uno de los 99, no es un dato que nos asegure el vivir y lograrlo. Y, si existe el amor, la familia como tal asumió el tipo necesario para que el cachorro humano encuentre en su hogar la intención de ser feliz, porque de eso se trata el asunto.

 

Porque por lo visto las familias también se están adaptando, transforman sus hogares en permanentes sitios de reunión para que sus hijos y los amigos de sus hijos tengan espacios de juego y, ya adolescentes, prosigan con el hábito de ese deambular seguro entre casas. Crean límites definidos de respeto basados en las necesidades de la convivencia. Establecen situaciones de diálogo en donde el no del adulto debe ser creíble desde el ejemplo y la confianza en la autoridad. Estimulan sus inclinaciones artísticas para que encuentren una forma auténtica de expresión de la genialidad y la rebeldía, los miedos y las angustias. Les enseñan a cuestionar la masificación del consumo porque a ellos también les resulta arduo evadirla. En definitiva: están para ellos, aun cansados, equivocados o acertados, temerosos y azotados por las miles de injusticias diarias, son familias que están para ellos y ésa es la familia que necesitan.

 

 

En conclusión abierta

 

El cachorro humano se está adaptando, muchos lo harán de manera exitosa, otros tropezarán y caerán en la marcha, algunos podrán ser ayudados, otros serán ellos mismos los que se ayudarán o brindarán ayuda. Lo cierto es que nos necesitan; nos están pidiendo a gritos sordos, con demandas inverosímiles, con exigencias inauditas y soluciones impensadas.

 

Es más, en este encierro urbano al que nos sometemos –porque también los adultos estamos en las mismas– no coexistimos ilesos, están surgiendo tantas enfermedades como situaciones de infelicidad padecemos, y en este aspecto, son ellos los que llevan ventaja porque están utilizando la era de la comunicación para no aislarse. En lo que está deviniendo, ya al hablar de nuestra niñez, parece un relato de ciencia ficción.

 

Lo primero como familia será: no estar solos nosotros, tampoco el adulto está preparado para la soledad. Y luego, no los dejemos solos, el castigo resultaría en una adaptación que nos abandonaría en una escasa categoría de humanidad.

 

Sobre lo segundo, ¿qué puede hacer la escuela con su añejada estructura? Exactamente: hacer. Un hacer transgresor, sanguíneo, pasional, entregado que contrarreste a estos tiempos fraudulentos, tibios y licuados; ser maestro no es una profesión para cualquiera; vapuleados y relegados a ser los domésticos educativos, en sueldo y categorización social, son sin embargo los que están dando rostro a una sociedad que se envilece en la impunidad y el desasosiego; creando en la escuela, uno de los pocos lugares saludables donde muchos niños encuentran la normalidad.

 

No estamos siendo felices, y la reflexión arroja la poca paciencia que generamos para vivir, y vivir no puede ser un acto vacío de espera.

 

Si el maestro enseña, el alumno aprende; una solución evidente que ataca una  plataforma compleja y de avances educativos en inflación permanente, y la respuesta se ubica en la escuela, en el laboratorio real de prácticas docentes innovadoras y desafiantes. ¿Quién nos obliga a estancarnos en lo vetusto, por qué no podemos ser cómo nuestros alumnos y exigir no aburrirnos? ¿Por qué si la infancia es el arte en esencia no lo aprovechamos cómo estrategia para vencer triunfalmente la grieta?

 

¿Por qué, simplemente, no permiten a las escuelas que eduquen? ¿A los padres, la crianza? ¿A todos, vivir?

 

 

Sultanato de los retoños

 

Las opresiones, monarquías absolutistas, despotismos, dictaduras y hierbas por el estilo han padecido un enemigo común: el tiempo. No han subsistido porque ellas también han debido enfrentarse al más inmisericorde de los tiranos: nada puede ser eterno. Establecida esta analogía me referiré a una actual y cotidiana, aunque no menos simple dominación, la designaré: Sultanato de los retoños. ¿Cómo ha devenido su acoso? La génesis de tan pintoresca gobernación reside en nuestros propios progenitores, aferrados al deseo de no querer emularlos en sus desaciertos hemos creado con holgura los  nuestros.

 

Al alejarnos de la crianza por mirada –nuestros padres nos dominaban con una mirada–, hemos caldeado un clima de explicaciones, argumentaciones y esclarecimientos en el que nuestros niños han bebido generosamente y que actualmente nos funciona como búmeran. Los nuevos reyes domésticos arbitran a su antojo nuestros horarios, necesidades y esparcimientos, atados a su mandato despótico y doblegados por nuestra férrea autoimposición de perfección parental hemos sucumbido en una trampa que con el devenir de los años resulta harto, hartísimo, harta.

 

Nuestra modalidad de crianza, léase: total dedicación, crea un peso tan atosigador que deviene en un final de desahogo: “Arreglatelás, me tenés podrido”. Asimismo, varias aguas cruzarán los puentes antes del público hartazgo.

 

Veamos la postura inicial materna: no sólo intenta ser una madre abnegada, sino que además le agrega su desempeño extraoficial no remunerativo e in eternum como ama de casa y su trabajo oficial remunerativo. En consecuencia y dado que el día sólo contempla veinticuatro horas, finaliza su semana erizada como una gata, o lo que se denominaba histérica y ha devenido en llamarse estrés. Los padres tampoco lo tienen fácil, a su carga de sustento del hogar –actualmente compartido– ha agregado la de padre modelo, contemplativo, partícipe y tanto o más sacrificado que la versión femenina. En consecuencia, el “ya verás cuando llegue tu padre” no quiere ser asumido por nadie, la actual postura de comprensión ha ilimitado los oídos a las verborragias y justificaciones de los infantes que han utilizado lo aprendido en su total beneficio, sin advertir que lo mejor que logran es acabar la paciencia hasta reducirla a un bosquejo maniatado y confuso que se les devuelve en un subibaja emocional de padres verdaderamente agotados.

 

¿Cómo equilibrar la búsqueda a las siete de la mañana del mapa de Santa Fe porque la susodicha criatura se olvidó de avisar ayer puesto que tuvo miles de tareas entre ellas: natación, ajedrez o el curso de teñido de telas plásticas se vuelve imprescindible dado que no puede ir a jugar porque la calle es peligrosa, y los padres deben ocuparlo, pues ellos mismos están ocupados en ciento un trabajos para solventar todas las actividades, necesidades y otros indispensables tan costosos de los vástagos, y por lo dicho, repito, cómo equilibrar la búsqueda del mapa –a sabiendas, acto irresponsable, en jerga popular: continuamente salvar las papas del fuego– con la culpa que tan prolijamente nos hemos inculcado en nuestro afán perfeccionista: “no queremos ser como nuestros viejos”?

 

En la respuesta está el vivir, el cual, curiosa o salomónicamente llevará a nuestros hijos también a ser padres, ¿se resumirá la paternidad a una cuestión de justicia cíclica? Aprender es enseñar, la ventaja es paradójica: el amor que une es lo que lo hace tan importante y tan difícil. Equivocarse es vital. Solucionarlo, también.

 

—En un rato, llamo a mi vieja—.

 

 

Adaptaciones e indicios en la escuela

 

1. Fauna docente 

 

Especimen I: Juana Papelito 

 

En la fauna docente, hace varios años que reina la cautivadora Juana Papelito. Sumergida en cientos de vistosos proyectos, es la majestad absoluta e indiscutida del Verso pedagógico. Jamás la encontrarán trabajando en un hacer real y productivo. Lo de ella es de una creatividad superior, única e impertérrita. Sus alumnos de ningún modo repiten de grado, son los mejores, los más ingeniosos, los más de lo más. Han sido por ella alentados a su máxima expresión, eso sí, no cometa la chabacanería de pretender que sepan algo totalmente inservible como la ubicación de un río, las tablas de multiplicar o simplemente leer. Son los alumnos de la falacia consentida de las muy buenas calificaciones, en aras de aprendizajes que se darán mágicamente porque, como es bien sabido, los alumnos aprenden con o sin el maestro ¿Entonces? ¿Para qué hostigarlos con evaluaciones obsoletas y precisas que puedan demostrar que los susodichos genios no saben casi absolutamente nada? Eso deberá averiguarlo la sufrida maestra que las preceda y que deberá lidiar con progenitores exacerbados que han sido convencidos de la ocurrente y aguda inteligencia superlativa de sus vástagos. Maestra que si osa cometer la imprudencia de sospechar y aún más insolente, mencionar, que Juana Papelito es un frívolo fraude se verá en más que un aprieto porque Juana Papelito domina el arte excelso del ya mencionado Verso pedagógico que hará que la desfachatada maestra pise el polvo del conductismo y de todo el yuyaje retrógrado y arcaico que ha “bloqueado” la autoestima de sus maravillosos alumnos y no les permite aprender.

 

¡Qué poder el de estas Juanas! Inclusive convencieron e hicieron garra de la corrección, maestras de décadas no osaban ni marcar una tilde con rojo, guay del que increpase un error y detuviese la creatividad. ¡A aprender del error y que éste lo descubra Montoto porque Juana Papelito jamás osará desalentar la idílica producción de sus alumnos con turbios trabajos de laboriosa dedicación y esmero, no es una represora, vade retro!

 

¡Y qué comunicación con la familia, con qué arte les manejará la culpa de la falta de cantidad de tiempo a sus hijos y conseguirá que dediquen calidad de horas a maquetas, experiencias, láminas y cuánta original ocurrencia surja del Proyecto que hará lucir a Juana Papelito a dimensiones celestiales, eso sí y por supuesto, en el más absoluto secreto del origen de los trabajos, ya que tácitamente los padres, abuelos, tíos y quien adulto se ofrezca jamás admitirán ser los artífices del tamaño logro que dejará tan bien parado al apático retoño!

 

Especimen II: Juana Beso 

 

Pero hete aquí la cuestión: sin definir si es una evolución o una nueva especie ha surgido recientemente Juana Beso. Esta ocurrente mutante ni siquiera necesita leer ni asistir a los millones de cursos que frecuentaba con altanería y dominio Juana Papelito. A ella le basta el amor, es la deliciosa manipuladora del Verso afectivo, ella es la que con amor todo lo puede; lógicamente, exceptuando el panfletario amor al trabajo, al estudio, a la preparación de ejercitaciones, a las horas de corrección y tantas otras pérdidas de tiempo que realizan las maestras comunes y ordinarias que logran con salvaje esfuerzo enseñar para que sus alumnos aprendan. Porque, ¿qué se obtiene pretendiendo torturar a los alumnos con mapas, problemas, lecturas y odiosas y nefastas actividades extraescolares, vulgarmente denominadas tareas? ¿No es sabido acaso lo que sufren los alumnos en este mundo de tanta crueldad adulta, no ven los conflictos de odio en las noticias?

 

Si tiene oportunidad de encontrar alguna, observe la maestría de su utilización reciclada de los Derechos del Niño, ¡vamos! ¡Atrévase a enfrentarla! Tendrá hasta temor de que por su falta de amor los alumnos quieran apedrearla porque usted cometió la insolencia de pedirles que ingresen a clase. ¿No vio cómo disfrutaban el recreo, cuánto necesitaban esas criaturas su independencia, es tan ignorante que desprestigia los aprendizajes que se obtienen a través del juego? Horrible de los horribles, ¿es usted una envidiosa resentida discriminadora que no sabe lo que es el amor de los niños, quiere coartarles la libertad, acaso usted no tiene un niño soberano en su interior? No se reprima, suéltese, sea rebelde, transgresora y sobre todo, abogue por reglas más permisivas que le permitan crecer en un interior de auto-conocimiento, porque ya sabe, que quien no se quiere a sí mismo no puede querer a otros y que mejor que quererse a sí mismo y mucho, mucho, y utilizar todo el tiempo que pueda y el que no pueda, en usted.

 

Especimen III: Juana virtualidad

 

Actualmente está en construcción Juana Virtualidad, pero esta metamorfosis todavía no ha definido bien sus alcances y logros, se encuentra en plena génesis sin embargo, ¡estén muy atentos! Porque la tecnología que trae esta nueva Juana es devastadora. Ella es la nativa del Verso informático, ni siquiera deberá moverse de la silla, con sólo buscar, copiar y pegar logrará los más inauditos brillos. Aunque jamás alcance a sobrepasar las operaciones básicas de una calculadora científica su informada sabiduría es incuestionable. Ni destacar la fértil tierra de fábulas que le otorga a las computadoras poderes y habilidades casi insondables. Misteriosos e intrincados dominios extraordinarios que no serán alcanzados por un maestro anticuado que se enreda con el tono del teléfono celular y pretende que sus alumnos conozcan de memoria, sí leyó bien, ¡de memoria!, el abecedario.

 

Especimen original: Juana carpeta prestada

 

Y así es, como de la simplona Juana carpeta prestada –no es necesario ni describirla–, se ha llegado al virtuosismo de la pereza y haraganería de las otras Juanas, porque no perdamos el candil; lo que motiva a estas Juanas, y en eso no hay modificaciones, es la simpleza de trabajar lo menos y parecer lo más.

 

¡Avancen las ociosas Juanas con sus versos libertinos! ¡El disoluto mundo de la ignorancia es inmensurablemente vasto y gracias a la globalización del estado mercado y al desinterés de los padres, totalmente a su cómodo alcance!

 

 

2. ¿Maestra o la “imprescindible doméstica educativa”?[2] 

 

Mi primer acercamiento al des-funcionamiento del sistema educativo lo percibí estando recién recibida de profesora de enseñanza primaria –título ampuloso que se traduce como: maestra. Después vendrían otras linduras que involucraron la temible EGB (Educación General Básica), y que debe alcanzar singularidades más pintorescas según el lugar del orbe que se sugiera. Como señalaba: maestra novísima, había iniciado seis cursos para contemplar la aspirada capacitación desde un plano directo, y ¿qué encontré? Entre los cinco olvidables –tendría que recurrir a los diplomas porque las dos neuronas que se desempeñan en la memoria están atascadas desde el siglo pasado lidiando con información inútil–, el que me encandiló: Taller de escritura.

 

Devoré las clases, me maravillé, hasta que llevada por mi prolífica curiosidad espié el título del libro, que siempre estaba en manos de la licenciada: Taller de escritura. Suponen bien, de inmediato lo compré, lo leí, y ¡devastada!, descubrí que el curso que me embelesaba era el plagio activo del libro de otro.

 

Difícil reencontrar la inocencia del perfeccionamiento perdido. Años de cursos, cursitos y cursadas: emblemáticas horas apenas salvadas por algún magistral y aplicable recurso o estrategia, o herramienta, o receta, o disparador, o “como la moda del momento le defina”, me resultaba útil para aplicar. Porque mi habilidad es enseñar, soy maestra y no soy maestra porque me titulé como tal. Lo soy porque mis alumnos aprenden. ¿Parece sencillo y evidente? No se confundan, no lo es: enseñar es un arte, un arte exclusivo, y a los hechos me remito: ¿Por qué los alumnos no aprenden? Y, ¿no será…? Porque no se les enseña.

 

 

Mediar entre los aprendizajes y el aprendiz

 

En cualquier tribu decente, por más mínima que ésta resultase, la educación se dejaba para el más idóneo, “el más vivo de la tribu”. Y sin duda la situación evolucionó hasta llegar a las universidades. Entonces, ¿por qué se nos niega el Templo del Saber?[3] Y ustedes me dirán que no, y es cierto, yo puedo estudiar en la universidad. Sin embargo, y he aquí el escollo, no mi carrera. Para seguir mi carrera, deberé estudiar otra. No interesa si soy una exitosa y brillante maestra, deberé iniciar una carrera afín: Ciencias de la Educación o Pedagogía. Ambas muy interesantes, pero que no me identifican, y el hecho es contundente, en ninguna de las dos carreras se les exige ser maestra. Por lo tanto no constituyen su enriquecida continuación.

 

Un biólogo no supervisaría a un médico porque resulta más inclusivo –genial comentario oído entre los asistentes de un congreso, lamentablemente, no registré su autora–, entonces, ¿qué argumento valedero hará que resulte creíble que una titulada en Ciencias de la Educación que se asoma por primera vez en quinto año a la escuela primaria pueda, luego, iluminarme? Y ahí, precisamente ahí, se inicia el divorcio educativo: la maestra convive con maestras, compartiendo feliz su recetario hasta que descubre que la paella a la valenciana, a la vasca y hasta para celíacos que hace veinte años viene preparando ahora le resulta insípida porque se encandiló con la parafernalia idiomática de los tres tomos de la hermenéutica diatópica del arráuz blank (arroz blanco). Y lo más triste: abandonó su sabrosa paella por el publicitado y prestigioso arroz blanco, porque… ¿cómo seguir preparando con seguridad paella cuando se ignoran los pormenores significativos, la historicidad geográfica, o la diatriba ética del origen etimológico: “del árabe hispano arráwz, del árabe clásico aruz o del griego ὄρυζα”, arroz blanco? Mordacidades metafóricas a un costado –no muy lejos, he de admitir–, tanto como nos apasiona enseñar: nos enamora aprender y de allí el origen de mi texto.

 

Resulta harto inmediato crear la carrera maestra o maestro y que la misma arbitre su propia órbita de especificidad. No podemos avanzar entre tardías devoluciones, el laboratorio escolar no puede estar fuera de la escuela y sus científicos e investigadores no ser en inicio: maestros. Considerar a los ascensos directivos como eslabón de la carrera no es alentador, primero porque los hechos nos arrojan la aleatoriedad con los que estos pueden ocurrir –innumerables veces, sólo se requiere antigüedad: haber vivido y envejecer– y segundo, porque la simpleza de los números evidencia que existe una directora o director por escuela, es decir: una sola persona que desarrollaría su carrera, al menos económicamente.

 

Fíjense qué irónico, la palabra maestría significa: arte y destreza de ejecutar algo, título de maestro, por lo tanto: ¿una maestra sin maestría?

 

Pero continuemos. abramos el título del escrito Imprescindible doméstica educativa. ¿Qué acusa tamaña mordacidad? La categorización del sueldo, la estigmatización social y el desprestigio profesional no son gratuitos. La maestra ha sido embutida en infinidad de tareas que han relegado su función de enseñar. Sus haberes salariales entran en competencia con una empleada de limpieza por horas y su preparación académica ha sido abandonada al extremo de no habilitarla en el manejo de la ortografía o la caligrafía cursiva, y sin embargo se necesitan masivamente, redundantemente: cada vez más.

 

El vocablo recordar acusa una etimología exquisita: del latín recordare se compone del prefijo re –de nuevo– y cordare, que proviene de cordis –corazón–, que es donde se pensaba que residían las facultades de la memoria. Y aunque esa bella figura resulte errónea, lo ponderables es que esta obrera artesana de la educación no puede ser simplificada, en sus manos está la transmisión de la cultura de nuestra sociedad, entonces: ¿Qué pasado estamos generando? ¿Qué recuerdos del corazón se acuñarán en ésta insípida y escasa fábrica de la memoria? ¿Con esta mezquindad de recursos se construirán los recuerdos?

 

Don Zoilo, yo recuerdo a mi maestra: la señorita Palmira, de vez en cuando nos tiraba la oreja pero eso sí: con cariño, y parejo, no hacía diferencia en su cariño. Si se habrá encariñado con mi oreja…

Así es m’hijo. Nadie nace zonzo.

¿Zonzo?

Y usté’, ¿qué cree?

Que los extremos terminan en lo mismo. Si escucha los relatos de las maestras de ahora, parece ciencia ficción.

—M’ hijito, nunca la culpa es del chancho.

—Si no, del que le da de comer…

—Y, ¡cómo comen!

 

 

Adaptaciones del orden

 

1. Conformismo etiquetado

 

Belleza. Nuestros cuerpos y nuestro planeta es un arraigado H2 O sin embargo el aullar de las sirenas mediáticas nos convence.

 

Los bosques se desagotan en un devenir que se nos antoja lejano y ajeno, se parodia a los defensores de los recursos subestimando su jerga de profecías. Nos hemos acostumbrado a los oráculos verdes y sus previsiones para las escaseces de vida, los aliamos a un futuro remoto que alguien deberá salvar, mientras tanto, patrocinamos ahorros minúsculos y protestamos desaforados por el aumento de cualquier recorte a nuestro confort.

 

Lo urbano enajena y la comodidad engorda; el animal humano se desequilibró del árbol y lo transformó en vivienda, en fuego y en lectura. Ahora se parasita y el planeta lo rechaza, lo desconoce y lo sacude. Los residuos acumulados desentierran su grito, y las calamidades se entonan en coros de climas, derrumbes y catástrofes de cualquier plaga que le sirva.

 

La humanidad no ha creado una ciencia ficción tan adelantada, y pena el mundo, y la deuda se acerca.

 

Sin embargo, las gárgolas operan desparejas, una mirada al ocaso puede ser suculenta maniobra para otorgar pureza a un trozo de muerte aunque ya desde hace años el cilindro blanco previene en su estuche las enfermedades, el devenir de la impronta se ha trasladado a otros vicios.

 

El producto belleza ha desplazado a cualquier otro insumo que apetezca; el espejo consume con voracidad fenicia.

 

Diferentes modas han revelado matices humanos inverosímiles: argollas para estirar agujeros que no existían, colirio para miradas lánguidas y casi ciegas, corsés para afinar la cintura y esterilizar en un paso, pelucas para sostener peinados irrisorios y encarcelar la comezón de tribus de pedículos capitis, plástico para crear pechos del tamaño de ubres anti gravedad, pieles blancas achicharrándose al sol para adquirir una melanina que se logra en milenios, pieles negras destiñéndose con provisiones de farmacias… y el listado dejaría de sorprendernos si éste se hubiera cerrado, pero no, cada generación mercado crea su cliente para desatarnos a lo establecido por las adaptaciones de nuestra naturaleza.

 

No se prima a la belleza como un acto de salud. Encadenamos nuestra autonomía a cualquier prestigiado artículo que nos ofrezca felicidad, y la felicidad actual se codicia dietética.

 

 

2. Arquitecturas de mando 

 

¿Psicópatas con Superyo? ¿Ególatras mediáticos? ¿Gestores corrosivos? 

 

En la animalada de cualquier bicho es frecuente la jerarquía de mando por dominación, y no es una dominación precisamente pacífica.

 

En la animalada de los humanos, y en especial de los adultos, es atractivo plantearse la anarquía: cero mando. No obstante, por más evolucionado que se pretenda al humanita, lo cierto es que hasta la tribu más tribu tiene que organizarse.

 

La adolescencia suele engendrar los líderes y el tiempo definirlos. En mínimo número son los que persisten en una contienda que dure toda la vida. El altruismo y el bien común no sustentan una profesión de décadas, parece agotarse en menos de una y, de tal modo, el hacer se abandona a un discurso vacío cuajado de cebos.

 

Sin embargo el planteamiento que me tienta –moviendo a un costadito el seductor síndrome de Hubris o los rasgos psicópatas–, es simple: ¿cuándo trabajan los políticos? Yo, y tantos como yo –disculpen el orden de ombligo, pero invertido destrozaba la cadencia–, somos de los simplones que para hacer algo lo hacemos y el hacerlo nos lleva tiempo, entonces, ¿cuándo los políticos trabajan en lo que tienen que trabajar: gobernar?

 

El día tiene veinticuatro horas, suponiendo que sólo duerman cinco. S;e aseen en dos –incluido todo el protocolo: desde la sonrisa perfecta, el zapato a tono y los cabellos de héroe de arcaica película holliwodense–. Se transporten en dos –convengamos que el helicóptero es lo que logra el teletransportador del Enterprise–. Ingieran alimentos en cuatro –aludiendo a las “reuniones: desayunos, almuerzos, meriendas y cenas” de trabajo–. Aparezcan en los medios: dos. Estén en su casa: tres. Inauguren las piedras que inauguran: dos. Hagan pueblo: dos. Deteniéndome ahí sumarían 20 horas.

 

¿Sólo cuatro horas para gobernar?

 

Evidente, fue un garabato de horario, porque no creo que una conferencia por cadena nacional se resuma en dos horas, y menos una visita del adorado líder esperada por el pueblo. Porque lo anterior, si bien no los deja quietos un minuto, gobernar debe ser otra cosa. Dedicarse horas a lograr que lo vanaglorien y obedezcan no ofrece efectividad a la hora de los resultados. Esos países tranquilitos, de pueblos satisfechos, tienen gobernantes desconocidos.

 

Aunque es importante aclarar: la psicopatía es imputable.

 

 

3. Ética de la inmoralidad

 

La persona ha sufrido el envilecimiento de todas las atrocidades posibles. Sin embargo: ¿Por qué, siendo que estamos en tiempos en que la humanidad ha alcanzado sus más altos valores, estos se atrofian al uso? Cuando se instala la impunidad, la inseguridad pasa a ser lo cotidiano.

 

Cada plausible oportunidad de cambio aborta inmisericorde.

 

¿La selva nos sigue controlando? ¿Qué virulencia civilizada impulsa los destrozos masivos?

 

Cuando un acto cotidiano, como salir a comprar el pan, conlleva un alto índice de riesgo aleatorio, se instala un período de oscuridad. Así se produzca por una crisis de seguridad o por una guerra internacional, la vida se opaca y pasa a ser la sobrevivencia el acto luminoso y fugaz. Y en ese vivir a toda costa la medida de los cambios ignora y embrutece el justificativo ético.

 

Los extremos se unen en perfidia y la masificación de la crueldad es lo recurrente.

 

Cualquier horror ya ha sido perpetrado. Sin embargo parece que el sentirlo crea la necesidad de absolverlo. Sabernos más buenos porque los hay peores no aspira ni a mediocre consuelo, pero funciona.

 

¿Existe un plan maquiavélico de dominación? ¿Así ocurre? Lo que sí es cierto, es que la maldad ocupa el plano de lo literario, la ficción genera malos impecables. En la realidad los malos nunca asumen su obra, la degeneran con argumentos y viandas de oratorias. Cada ser perverso y malévolo ha sometido su acción a una moral conveniente y justificada que les permite continuar para sí mismos, comúnmente, sostenida por una manada de beneficiados obsecuentes. Hasta se les podría observar cierta candidez al ignorar cualquier tipo de denuncia.

 

Esas míticas epopeyas que han asolado a la humanidad: forjan la historia pero siempre ha prevalecido el liderazgo de lo general, de lo trascendente para el mayor número de perjudicados o favorecidos. Sin embargo, ¿qué ocurre con la humanidad común? La que vive todos los días y sale a comprar el pan –disculpen nuevamente la misma comparación, pero no es por carencia de otras sino por lo gráfica qué resulta–. ¿Una estrategia a veinte años? ¿Qué otorga, si coincide con nuestros primeros veinte años? ¿Nos ultrajan lo mejor? Porque coincidamos, en escasísimas y míseras ocasiones esos grandes latifundios de conquistas y proyectos faraónicos favorecen la actividad de los comunes.

 

Y cinco años sin poder comer siquiera un huevo es mucho para protagonizar porque alguien sostuvo la patraña de querer mejorar el mundo a sus desolados e inmundos intereses.

 

Comprendamos: somos volátiles seres suspendidos de sueños y realidades yuxtapuestas. Y lo insidioso es que cuando finalmente se equilibran la costumbre las relega a la queja y necesitamos el cambio. Incluso la felicidad puede aburrirse de ser rutina y provocar el peligro porque no todas las revoluciones se iniciaron en la brecha de las necesidades y las carencias; ni todos sus ejecutantes eran seres castigados por las injusticias.

 

¿Tan poderoso es el carisma? ¿Tan mítica su influencia? ¿Tan creíble su postura de bonanza? Difícil modificar lo que no se advierte porque el bichito común, el humano usual y de todos los días, está abocado a trabajar, porque trabajar y vivir en familia lleva tiempo, y en esa desocupación de la tarea social avanzan los indeseables. Se relegan las obligaciones por una cuestión simple: es imposible ocuparse de todo, y al delegar –aun resulte con el democrático voto–, se confía, y cuando se comprende el error la demora ha ganado victoriosa y la trampa ya se ejecutó. Y únicamente queda salir o gastarse entre nostalgias.

 

 

4. Enraizados en el énfasis 

 

Uno comprueba con un malestar horrorizado que la jerga popular que asegura que quienes se aferran a la vida lo logran. Es una anarquía de falacias. La primera vez que uno choca con esta mentira duele. Por lo general no suele ser un casi extraño si no un ser querido y amado. Y en ese verlo luchar con tanto ahínco contra la muerte uno se suma a lo creído y lo posibilita esperanzado en que concurra vencedor.

 

Aprender del error no gratifica, sólo sumerge en la andanada de quimeras que los humanos orquestamos para sostenernos a la vida.

 

Pero sin irnos a la última tragedia, aunemos a lo diario: Aducen lo aleatorio como un aval seguro en los avances. La suerte y sus caprichos encumbra al mejor de los inútiles. Y uno advierte con ciertos rencores cómo la susodicha maquinadora ubica a axiomáticos especímenes humanos en que la idiotez y la paupérrima luminaria casi en competencia con el más oscuro de los apagones nos deja pasmados e inmunes al razonamiento: ¿Cómo lo logró? Disculpen, pero el anterior atropello palabrero responde al atraganto que uno consume todos los días.

 

¿Cómo alcanzó tremendo idiota avasallar los genuinos méritos ajenos y ubicarse en esa posición envidiable? Ante semejante naufragio de la lógica hasta la teoría del caos o el más prestigioso de los horóscopos auxilia.

 

Hay un entramado que no percibimos, tal vez un progenitor conocedor de los límites de su vástago, ¿propició la subida? Posible, hemos descubierto incluso presidentes en esas analogías. Aunque sin embargo, no es la falta de candiles lo que más nos encona por la injusticia. No, lo que nos empapa de cólera, es sin duda la pereza y la queja, esos seres que ocupan arbitrariamente puestos que no son de ningún modo para ellos, son quejosos y haraganes, artífices perpetuos de la inconformidad. No sólo nos engordan la bilis con la impunidad de su cargo si no que, además, nos ensucian con la mitigada y relamida ponderación de sus dotes no aprovechados. Es un asco pero no tiene refutación: ellos lo lograron, ¿cómo no van a promulgar que lo merecen, e incluso que son subestimados?

 

Y para el resto, ¿cómo sostener la capacidad de tolerancia cuando todo parece regirse al vaivén de lo casual?

 

Y no me refiero a la verde, la encrestada envidia, si no a la real y consecuente reflexión. Un escritor como Kafka, un poeta como Rimbaud, un pintor como Van Gogh, en una trama de vida que los reducía a sentirse mediocres, y recién llegar a la muerte para que sus obras modificaran al mundo. ¿Qué otorga? Un saber que lo genial, aún entre demoras, ¿finaliza venciendo? Efímero consuelo, especialmente para ellos que jamás lo vieron.

 

Y aún más necrológico, ¿y si esa idea de iniquidad cubre con astucia nuestra propia insignificancia? Terrible y desolador, pero sin duda motivador aval para tentarse con oráculos y artilugios que posibiliten una mínima regalía de éxito.

 

Y lo grotesco y casi bizarro es la consumación de la parábola, porque esas perfidias que han padecido los grandes sostienen a cantidad de futuros talentos que se creen posibles.

 

Lo positivo es que, mientras tanto, muchas cosas buenas continúan ocurriendo y es a manos de esos seres ignotos que desde el anonimato flagelado por las circunstancias no desisten y trabajan los cambios porque el éxito necesita del esfuerzo y del trabajo. No es la suerte entre antojos y azar.

 

—Y, de la internet, ¿no va a leerme nada? Me dijeron que hay un feibú en que la gente muestra todo.

—Don Zoilo, es que la tecnología avanza. ¿Se acuerda de la Pirucha?

—La que era su novia, y se fue con el Basualdo.

—Ésa, se separó del Basualdo, y la encontré por internet.

—Qué le voy a decir, m´hijo, yo cuando busco algo, se lo pido a San Expedito.

 

 

Adaptaciones de las relaciones

 

1. Era virtual

 

Denominarla Era virtual puede ser sugerente; y en el atractivo: ¿qué acomoda? Un embrión gestado líquido; sin embargo, nada fecunda un cambio más exagerado que la actual internet. ¿Consecuencias?

 

Y acá la caverna de Platón parece acudirnos, ¿estaremos ligados a vivir entre sombras? ¿Qué proyecta la realidad? ¿Alguien puede verla, cuando la velocidad de todo nos inmoviliza?

 

¿Ocurrirá como cuando la imprenta revolucionó todo? Esperemos.

 

Internet, tal como en su momento fue la televisión, resulta acusada de casi todos los males de la época. Situarla como villano es cómodo, pero lo visible debe ser, ¿por qué? ¿Qué nos mueve a entablar estos andariegos lazos virtuales? ¿Se convertirá en el héroe que nos permita no aislarnos?

 

El viento junta sólo las hojas muertas.

 

 

—Don Zoilo, ¿se  durmió?

—No, me quedé pensando en la interné y una artista que conocí de mozo.

— ¿Se puso colorado? ¡Cuente, cuente!

—Eso es para un libro, mejor siga usté, que lo veo entusiasmado.

 

 

2. Cortejo 

 

Hasta el pavo real se esfuerza en el plumaje. Primero dijeron que veníamos de una costilla, luego fueron miles de décadas condenadas a ser las causantes de la ausencia de un hijo varón; finalmente ambas injurias han sido defenestradas: el sexo del hijo varón lo determina el padre, y aún más reivindicativo: recién a la octava semana de gestación la famosa y reorientará el diseño y se fabricara un varón, porque lo cierto es que la humanidad se inicia como hembra, de ahí las tetillas como resabios en los hombres, y sus tan mentados testículos devienen de los ovarios y el poderoso pene del clítoris.

 

Ausentados ambos mitos, subyace la misma historia de la humanidad que señala su inicio como matriarcado ante la relevancia que se le daba a la mujer como productora de hijos.

 

¿Entonces? El macho de la especie acusa más fuerza física y la historia la cuentan los más fuertes, ¿eso ocurrió?

 

En el ahora, la mujer ha soltado la correa, y la libertad no es algo tan simple como bonito suena.

 

Son tiempos de acomodo.

 

Pero en esos acomodos: ¿dónde quedó el cortejo?

 

Los machos de cualquier especie cortejan a la hembra para procrear; adelantados unos saltos al plumaje del pavo real o a la imagen del hombre de la caverna que arrastraba del cabello a la hembra a la cueva, el cortejo actual oscila entre idílicas fórmulas cinéfilas y el porrazo de la colisión anónima.

 

Y ese tema ocupa la  libido, el deseo, la pasión no se sujetan a la nada, conlleva un sutil y enmarañado tramado en el que inclusive lo prohibido la alienta.

 

Sin el cortejo del varón, ¿qué ocurrirá? Lo disímil no propicia soluciones, compararlo con un antes incluso acarrea nostalgias.

 

¿Deberá la mujer realizar el cortejo?

 

¿Por qué alentaría ser “como un hombre”? Equilibremos: mis derechos y deberes como persona, pero sin mitigar mi bella condición de mujer.

 

Tiempo de acomodos, millones de acomodos convergiendo juntos. Tironeados y asediados.

 

¿El amor convertido en un narcótico de venta masiva?

 

¿El amor convertido en una simulación?

 

¿Los mejores cortejos serán artífices de mentira?

 

Un gigantesco fraude. 

 

Eso es el chat:

 

Pirita: Se le llama así al oro falso. Los mineros le decían: “el oro de los tontos…”.

 

Adolescentes que se inician al amor, sin hacerlo.

Besos de fuego, sin labios, sin humedad, sin lengua.

Caricias sin manos, sin roces, sin tacto.

Amor de cuentos.

Sexo de un erotismo idílico.

 

Este nuevo siglo nos arroja la era de la masturbación virtual. Una sofisticación tan exquisita como escalofriante.

 

Vamos a estar tan próximos y tan lejanos…

Encerrados en nuestras cómodas cajitas.

Contando intimidades a extraños.

El mundo de lo prohibido al alcance de cualquiera, incluso de los cobardes.

 

Certezas nigromantes de vanguardia


I. Insomne clausura

 

Ausente sin aviso, el vapuleado Eros,

resucita los fagocitados simientes.

 

Insólitos supervivientes acuden a la cita.

 

Moradores de un tiempo escarnio

se atropellan en los cristales

de la fastuosa modernidad ágata.

 

El teclado descansa permisivos encuentros.

 

Una licencia transparente auxilia

a los prófugos enamorados.

 

La tecnología simiesca

insume ridículas tesituras.

 

La soledad navega satisfecha

entre horarios continuos.

Salta en lumínica / perpetua danza

sobre el orbe terruño. 

 

Su ladino camuflaje ha vencido.

 

II. Licencias cotidianas 

 

Un sucedáneo marfil opaca los límites del silencio.

La aurora traspasa los acuses de un  miedo tibio.

Lisonjas en harapos secuestran al cadáver de tu onírico azulado.

 

¿Alfombrarás la tarde con pantallas de céfiros?

¿Enroscarás en pasadizos monocordes  todos tus sueños?

 

No navegues.

Los noctámbulos misioneros están recogiendo fetiches.

Necesitan señuelos frescos para birlar a las horas,

un camuflaje de inmortalidad.

 

III. Convencimientos femeninos pluscuamperfectos en rimero de inicio iracundo 

Primero los cuentos…

Unos relatos magníficos

de princesas idiotas  aguardando siglos a quien

la trenza arrojar.

¡Ay, córtala… ya  crecerá

y desciende liberada en auténtica fuga!

 

Después el cine…

Desde la piernita levantada y el beso de puntitas,

–miles de sandeces: te amo, te adoro, no te toco–

hasta las prostitutas cenicientas cinéfilas

que enamoran mercaderes vacías promesas.

¡Ay, deja de soñar con paneles recortados!

¿Qué hombre acomodaría su rostro en posición de perfecta toma,

no te despeino un pelo pero te vuelve loca con un beso?

 

Ahora internet…

Koalas verseros por chat,

navegando mentiras de: “soy alto / rubio y bonito”;

“te idolatro, eres magia y hechizo de luna nocturno”;

aunque resulte un mofletudo y castaño pigmeo,

no toca una teta ni pagando argenta.

Por encantamiento virtual

de ósculo pantalla tecleado

más las pericias de alquimias / Coello

el sapo es transformado en Valentino corsario.

 

Mañana…

Tal vez, despertemos y afrontemos con una sonrisa,

esta simple evidencia:

Nosotras necesitamos enamorarnos y ellos acostarnos.

(Por lo  menos al principio, después tamiza el tiempo).

Lo demás, son historias o versos.

 

(Y esto lo sé del hombre que me ama, sin falacias ni poemas,

 en manojos de hechos contundentes, simples y honestos

que jamás serán libro o una película / candil / robo de sueños)

 

 

—Se puso romántico el asunto, faltaría un tema. Yo ya me estoy acercando, lo’ hueso ya duelen nada más que para recordarme que vivo.

—Don Zoilo, si usté’ está hecho un pibe.

 

 

Adaptaciones del devenir humano

 

Iluminada o purgada: ¿qué hay?

–En serio, ¿qué hay? –.

 

Dijeron: “Dios ha muerto”

Entonces, de inmediato, hay que preguntarse:

¿Había nacido? 

 

Sirope en tránsito


Pertenecer a la religión mayoritaria en Occidente otorgaría un punto de credibilidad, pero sin evocar cinismos: criticar es tan simple en estos casos. Y si siendo iglesia nada hago, ¿desde qué tarima puedo objetar con juicios tan estrictos como veo a diario? ¿Involucrar la diatriba hacia las otras religiones? Más cómodo aún.

 

Por lo tanto, lo llevo a mí, y a cada uno de ustedes.

A lo básico, a rascarse cuando pica.

 

¿Creés en el alma, el cuerpo, la mente?

 

En el ser humano son tres: ¿Podés sentirte, en vos mismo, las diferencias? Y salvo este inicio que acusa trillado ante tanta mansalva de autoayuda, el resto puede interesar.

 

De más señalar que el nombre que –y ahora, ya envalentonada, le hablo/escribo a varios–quieran brindarle resulta indiferente, la señalo como alma como bien podría decírsele espíritu, esencia inmaterial, luz, divinidad o queso gruyere, todos sabemos a qué me estoy refiriendo.

 

Y en devaneo singular, me convino a plantearla con la imagen de esas lámparas de lava, en ese desprendimiento y unión: parsimonioso pero nunca inmóvil. Las asumo como un todo, tal como las llamas de una vela o de cualquier fuego que se pegan y se separan pero no dejan de ser llamas. Una gran bola de almas sirope de la cual se gotea hacia esos cuerpos humanos naciendo.

 

Sirope, voy a utilizarlo como consistencia de metáfora.

 

 

Posibilidad de sirope, 1

 

En los niños, las almas sirope bajan nuevas, inquietas, poderosas, es fácil sentirlas, verlas. En los adultos o en la multitud de adultos, se diluyen, se aburren y se marchan: regresan al sitio de donde vinieron –y a dónde irán, los científicos ya la han pesado, es título de una película aunque otros científicos lo desmintieron y dijeron que esos gramos no son del alma sino… disculpen, sigo con lo mío, que de ciencias apenas lo mínimo–, y de tal modo, desertan del animal de mentalidad superior que igual continuará funcionando, logrando en algunos que ni siquiera  se advierta su partida.

 

¿Se comprende? El alma sirope se aburre y huye. Los adultos suelen resultar desoladoramente aburridos, quejosos y predecibles.

 

 

Posibilidad de sirope, 2

 

Solía concluir, que las almas sirope terminaban encerrándose, atrapadas en los cuerpos y en las mentes; entre tanta compra y venta, entre tanta gula y abulia; ahora me apetece la idea de que los abandonan.

 

Y bajan de vez en cuando –cotidianamente, en un sentido figurativo, ya que la lógica indicaría otros planos y no un arriba o abajo–, cuando  algo las atrae, como el amor pero la mayoría de las veces se asfixian y se alejan.

 

Son almas sirope de a ratitos, como visitas.

 

Algunas son tenaces, y se empeñan esperanzadas y permanecen pero es tal su fragilidad que terminan haciendo colapsar al ser que ocupan, o tal vez, ese ser con esa mente y ese cuerpo desolado ante la visita auto forzada del alma sirope no resiste y prefiere desistir.

 

 

Posibilidad de sirope, 3

 

Internet, tan misterioso para los adultos, los aboca a una real desorientación, al punto de creer ver mágicas conexiones entre almas sirope –suficiente con leer los comentarios en las redes–. Sin embargo, y afortunadamente, este furtivo despiste se soluciona con los nativos digitales que de ningún modo creen en sortilegios ridículos y en segundos te ubican en la realidad utilitaria de la nueva tecnología.

 

 

Posibilidad de sirope, 4, 5 y 6

 

A veces ocurre que varias almas sirope regresan a una sola persona, atraídas por su pasión, y prefieren ir a ese único cuerpo que estar desdibujadas en otros. Esos son los artistas, son seres con excesos de almas sirope; seguramente deben iniciar con una, como todos, pero las otras por solidaridad o escape, intuyen la salida y van al artista.

 

El arte es producido por el alma sirope, ella lo dirige, lo crea; le enseña a ser cuerpo y mente, a poder expresarla. Por eso el arte es cosa del alma y sólo el alma puede captarlo; el cuerpo podrá verlo, tocarlo, olerlo… la mente entenderlo, analizarlo, reflexionarlo pero sólo el alma sentirlo, por eso hay tan poco arte y tanta artistada.

 

Sin embargo, no debe ser cómodo ese exceso de almas, esa enorme bola de almas siropes y mucho menos: fácil de llevar, asuman semejante coordinación. ¿Será el motivo que articula al artista siempre en caos o cuasi locura?

 

Aunque menos, que menos bueno, cuando sólo lidera el cuerpo con sus infinitas hambres o la mente con sus suculentas reflexiones.

 

¿Y esos seres que parecen olvidarse del cuerpo y la mente, y vivir en un permanente misticismo? Se me antoja, si bien de un altruismo más elevado, casi un desperdicio –desde toda mi simplona ignorancia y de lo glorioso que resulta el disfrute de  nuestros placenteros cuerpos–.

 

 

Posibilidad de sirope, 7

 

Creo que lo saludable seguirán siendo esos seres comunes, que van silbando bajito, sonrisa abierta: felices en alma, cuerpo y mente porque han consumado el: arte de vivir. ¡Repletitos y plenos con su alma sirope!

 

Engendros dorados 


Interpretar la realidad ocasiona engranajes vacíos y quejosos. Cada degustado párrafo arroba reflexiones tan nítidas como laberintos de espejos, piénselo como un juego, y distráigase encontrando la entrada, porque le aseguro que ingresa por la salida: Se acaricia la tristeza y se siente la agonía del mundo. Las apariencias no se agotan en el espejo. La constante asoma como una huida, sin embargo al rato un nuevo impuesto te vapulea en la realidad. La bohemia se recalcitra en perezas y dislates, ya no es más de una elite de niños mimados que podían dedicarle unos años, ahora se asoman desde todos los círculos.

 

El cúmulo de aspavientos y donaires informan la cercanía de lo inmediato y crujiente, nada puede carcomer más que la idea de que el tiempo se muere si no se usa.

 

Ser del otro, no es ya generosidad, es un desprendimiento tildado de arrogante, aconsejan amarse a uno mismo como la fortuna preciada de éxito. No existen ardides ni silencios, la desdicha del no tener invade con ímpetu heroico y la humanidad fenece en la mezquindad del minuto de asombro.

 

Las rutas prosaicas de la caridad sacuden ornamentos gastados, poco y nada ilumina sin envilecer; la divinidad dinero no sucumbe ante la ternura, fanáticos berrean mamando golosos, nunca es suficiente.

 

La violencia corroe lo cotidiano y se instala oronda y fétida.

 

Usemos un evento democrático: el fútbol. Una pasión que unía en vítores o desdichas al sacerdote, al verdulero y al médico; a la pianista, la abogada y la portera; a los hijos, los nietos y los bisabuelos: todos ahogando furias y dolores, todos soltando adrenalina en colores y furibundos epítetos. Encomiables horas en discusiones por una mano que no es de dios pero provoca un campeonato.

 

Ahora, unidos en el miedo, y la ausencia de su presencia en la cancha.

 

Los demonios desayunan asfalto, parapléjicos y raquíticos compiten con la desolación de ser ignorados. Los retratos de la egolatría se envasan en oropeles quirúrgicos. Y la defensa del aburrimiento avala cualquier intentona aparente.

 

Fetiches hambrientos malhumoran la noche, las estrellas son dibujadas a mano por un pintor ciego y moribundo; y en el ocaso los perfiles de los noctámbulos recién comienzan a  despertar. Noria de cisnes.

 

 

Adaptaciones: Misceláneas del siglo XXI

 

1. S. R. L

 

Empresas empeñadas en apresar todo. Desde los límites de los paisitos que cada vez más desdibujan su nacionalidad hasta las matrices de compañías que no acompañan nada porque no consta un rostro para tamizar la identidad. No hay culpables si no existe a quien culpar: la industria del desparpajo amoral es tan descomunal que nadie puede ser objetado pues no aparecen los sujetos.

 

Sea objetivo, no se olvide.

 

Una excelencia en la gestión producirá dividendos que dividirán la ganancia entre los ganados –¿resultaría un exabrupto de ironía recalcitrante dejarlo en: ganado humano?– que a su vez proveerán de sus ganas a la maquinal ganadera multinacional. No se puede caer en la simpleza de otrora y ejemplificar como culpable al magnífico primer mundo puesto que ellos también son engullidos en el mismo productivo e impersonal usurero útero.

 

Inclusive lo intentaron con las escuelas, pero la falta de presupuesto y lucro metálico y por ende efectivo e interesante las dejó nuevamente libres a las buenas voluntades de los siempre vanguardistas bomberos asistencialistas, contenedores y, si el tiempo lo permite, educadores.

 

¿Escucha los engranajes? El aceite defectuoso expiró junto al último rostro. El retrato de nadie ocupa el lugar del empleado del mes. Congratúlese y recuerde que hasta los cementerios tributan.

 

2. Cajas                                                                                   

 

El culpable es prismático, los prismas no configuran entre las condiciones naturales y han propiciado la avenencia de un saturado mundo de cajas:

 

—Cajas para vivir, apiladas o de a una, no obstante mayormente amontonadas.

 

—Cajas para guardar todo lo que puede caber: desperdicios, caudales, obsequios, alimentos, recuerdos, premios y hasta muertos.

 

—Cajas rodantes para viajar, trasladarse en solitario o en hacinamiento solitario.

 

—Cajas para oír, musicales, fonólogas, insípidas o altruistas. Eso sí, monologan.

 

—Cajas para entretenerse –monólogos ídem–, chatas o más gruesas, portátiles o fijas, a colores o blanco y negro, y sin discusión: todas luminosas, visuales, amorales y adictivas.

 

—Cajas para dialogar con otras cajas telefónicas, funcionales, pequeñitas, estresantes y en continua compañía.

 

—Cajas para comunicarse –¿?–, innovadoras, veloces, se enchufan a una red de nadies que se encargan de someterse felices a la epidemia del  anonimato de alma.

 

Y ya lo dijo don Niegel Gómez, miembro honorario del ex Pago de los Arroyos y asiduo contertuliano de bacanales olvidables: “Si no le gusta, compre una nueva.”

 

3. Futura erudición

 

¿No comprendés? Es cero costos: mano de obra especializada cuasi profesional, absolutamente mendiga de oportunidades. La siembran en el sur, la dejan coser entre dádivas imposibles y luego el norte, cómodamente, seleccionándola y tulléndola, la recoge. Ni siquiera tienen que guiarlas, solitas van a dirigirse a la picadora, sufriendo lo indecible por ser  partícipe legal.

 

Ahora, viejo, eso sí, nada de altruistas reclamos, ni orfebres sarcasmos, vamos mita y mita. Que se rasque el salpullido el perro, los ingratos no necesitan vacunas, los piojos se matan con DDT.

 

—Y sí, a veces, se apiolan y se les ocurre asomarse. Será cuestión de colocar un espejo en el fondo del abismo, imagínate que si el fin puede verse a nadie va a interesarle pagar la entrada de la película.

—¿Qué película? Yo no pensé que te gustara el cine nacional.

—¿Y quién habla de cine? ¿No captás la metáfora? ¡A la miércoles!, que se nos fue la mano con eso de aguar el secundario, ya ni los de uno pueden pensar.

 

4. Paja ajena 

 

Y los loros se desataron llenando la aburrida siesta de cientos de voces: chismorrería clandestina y sabrosa. Las colorinches comadres viperean entre mates dulces con edulcorante –se echa un chorrito en el agua de la pava que arruina irremediablemente cualquier intento de mate decente– y bizcochitos de grasa pecadores.

 

El trato de usted acercaba el oído al susurro.

 

Las tardes de ahora no existen. Si pueden se refugian en un domingo, aunque la mayor parte de las veces se agotan antes del inicio, vencidas por la gloria de una siesta: un ratito de sueño que deja el alma nueva, recién comprada y felizmente atontada. Los laburos que nos supimos ganar han eliminado las probabilidades de despilfarros temporales.

 

Un licenciado café con una amiga permite dadivoso poner al día algunas confidencias, pero son tantas que el oído se vence por cansancio y la mente acorralada, decide olvidarlas.

 

La ambrosía que salpicaba cualquier anécdota merecedora de ser dicha ha marchitado empobrecida. Porque de primeras o de última siempre se puede ver la TV, cajita desprendida que jamás defrauda la necesidad del defecto en el otro –con la yapa que no ve nuestro zapato–.  

 

5. Colgados de yeso 

 

(Con alfileres, la partida no alcanzó para comprar la soga ni la tiza).

 

San Martín cruzó los Andes enfermo,

la reina no le dio sus joyas a Colón,

Washington amó a una mujer negra y

a Belgrano le rechazaron la bandera.

 

Tiempos desprolijos que se arrojan sobre la luna de marzo, el sistema colapsa y la caída es lo suficientemente profunda para que sus progenitores se salven: el pan y el circo mediático infla las balsas de donde reparten los espejitos de colores.

 

Las clases no inician, la huelga crece…

 

¿La detendrán los descuentos?

Probablemente logre sobrevivir un mes.

¿En qué estúpido momento, lo importante dejó de serlo?

 

¿Quién supone que un educador se sustenta con un sueldo que satisface el hambre y el techo? ¿Ayunarse de libros, música, pinturas, teatros o un diario?

 

—¿Importa?

—No.                                                         

 

De todos modos, no desesperen, los titiriteros no cortan los hilos de sus marionetas –éstas podrían huir– y no tendrían a quién arrojar la culpa del posible fracaso de la obra.

 

6. Ingesta

 

Muñeca de sol, desolada y alubia. Arquetipo de arlequín, fatídico y mutilado. Enternece a las sombras y pega su salpullido al espejo, nada satisface su hambre. Voraz y angurrienta, sus tripas monologan en el vacío.

 

Comer, morfar, alimentase, enyenarse hasta el hartazgo aja el reflejo, lo arruga y desorienta. Oráculo infame, nada pasa por la boca sin importar; la oralidad es un vicio recurrente: palabras, sexo, mentiras, cigarrillos y cualquier  ingesta.

 

¿Por qué necesitamos esa simuladora orgásmica? La falacia engendra chapuceros fantoches, la felicidad es dietética.

 

El arsénico es un polvo blanco que ya ha dejado de seducir. Los subterfugios actuales son delicados y extensos proyectos suicidas, en lenta y perezosa inmolación.

 

El lunes empiezo…

 

7. Impúdico

 

Y te ensuciaron siete veces: el oído, la piel, el nombre, la mano, la tierra, el perfume y el alma. No podías venderlo y nunca pudiste comprarlo. Soltaban fuegos artificiales y los bebías con las manos cargadas de sapos: sapos verdes y gordos, jugosos y nauseabundos. Aprendiste a rechazar con ímpetu los esqueléticos, sólo accedías si estos eran muchos o estabas desesperada.

 

Cada escuerzo era más grande y más suculento, más pestilente y harapiento… se alimentaba del anterior y jamás olvidaba apoderarse de todo. Así comenzó el cambio, al principio no comprendías… sonrisas de sol, hasta que lo supiste. Las cosas se substituyen por sapos verdes. Creés que al tenerlos todo nace, todo es posible… pero los sapos siempre serán sapos, a lo sumo ranas o escuerzos, nunca, por más alquimias, camuflajes u oropeles se convertirán en sueños.

 

La posmodernidad robó el verde de la esperanza y se lo regaló a los sapos.

 

Los príncipes-dolor fueron besados por las princesas- dólar, por eso siguen siendo sapos.

 

8. Polvo humano                                                                  

 

El tiempo se demoraba en morir, se iba aferrando a otros tiempos, estrujándolos y sofocándolos hasta vencerlos.

 

La gente no nacía, no soñaba, no amaba, envilecía su vida en el martirio mezquino de abarrotarse de nada. Nadas enormes, publicitadas como diáfanas e imprescindibles aunque en realidad el pútrido olor de su deformidad hubiera bastado para denunciarlas.

 

Los vehículos se mojaban en la humedad del silencio de las pisadas. Todo se pegoteaba hasta encerrarse en un aliento fétido y descontrolado.

 

Las viandas se acaramelaban con cientos de esencias artificiales que no lograban amparar el descontrol de las náuseas.

 

Los sofisticados cerrojos ofrecían la seguridad inútil de los vientos enjaulados, nadie tenía ni siquiera el salvador interés de desear algo más allá de su miedo. Miedo a todo, cualquiera que hubiera tocado lo de otro ya lo transformaba en algo oscuro y contaminado. La especie humana se abarrotaba de soledad y se mimetizaba en vidrio: templados corazones de vidrio transparente que nada escondían porque nada tenían.

 

La ciénaga del encierro empantanaba las ilusiones, los viejos se hacían más viejos y se negaban a morir. Los menos viejos no tenían ni al menos el recuerdo de su juventud, la edad era un accesorio adquirido a largo plazo con cheques al portador.

 

No hubo uno sólo de ellos que consiguiera darse cuenta, la rutina de la negación arraigaba desde hacía siglos. Finalmente, el tiempo se cansó o se agotó o seguramente ambos y decidió morirse.

 

No hubo nadie para barrer el polvo bajo la alfombra.

 

9. Tiempo de venganza 

 

Suena a culebrón, ¿verdad? Pero no se aflija, no voy a convertirme en una Corina Tellada ni siquiera en las ciento quince –¡con esta inflación! ¿50? ¡Vamos!– pornos para mamis Asombradas de Grey.

 

Me explico: Fulanita es una verdadera hijaep. Vive jodiendo a otros, es resentida y envidiosa, y jamás va a ser feliz o poder cambiar porque no puede verse –la culpa es siempre de otros–. Aunque vos resultes uno de los que ella vive jodiendo, imaginate despertar y ser Fulanita… ¿Terrible, verdad? Entonces, ¿qué peor castigo podés desearle a Fulanita que ser Fulanita? A algunas personas ser ellas mismas es el peor castigo que podéis desearles.

 

No perdás tiempo en venganzas ni en rencores. Deseale ser ella, o se él.

 

10. Los ñoquis 

 

Los ñoquis, en esta oportunidad, no se refieren a la sabrosa pasta de procedencia italiana que se come con tuco, en especial los días 29 por una tradición de San Pantaleón, a la cual se incluyó disfrutarlos esa fecha colocando dinero bajo el plato para atraer a la suerte monetaria del comensal; y es válido destacar lo atractivo del recurso para los restaurantes: fin de mes, merman los clientes, menú económico y sabroso. Al punto, los ñoquis, que se tratarán a continuación corresponden a una acepción pintoresca que se le otorga en mi país a un grupo, hasta podría denominarse de elite, considerando a la elite como una minoría selecta. En varias oportunidades me he preguntado de dónde habrá tomado origen la comparación, y asociando a un comentario masculino que escuché: “cuando estamos en las duchas del gimnasio, todos lo tenemos como un ñoqui”. Podría sugerir que el texto que sigue logra iluminar la análoga descripción, no obstante, consultando: el dicho popular lo atribuye  precisamente al citado 29, ya que los ñoquis aparecen ese día a “cobrar” y asimilando la ironía de ambas…

 

Entre los ñoquis estatales, se han definido dos modalidades:

 

El ñoqui tradicional que fiel a su inútil esencia: no trabaja[4]. Su fundamental ocupación es la de haber ingresado al estado con la maquinaria política, y emerger siempre en actitud de mando “lo veo todo, lo cuento todo” en cuanto alguien ose realizar el intento de mencionar “que no hace nada”, amén de endilgar con altisonante quejosa maestría todas las falencias sociales a la pereza de los empleados públicos. Sí: leyó bien, se defiende atacando y denunciando con precisión sin ver la piedra en su propio zapato, mejor expresado: eludiendo que él es la piedra; por eso mencioné “maestría” porque es una maestría de la apariencia, no interesa que se modifique el partido político con el que asumió, él sabrá subsanarlo y creará ese fabulado construido por una oportuna foto, o el reiterado discurso coincidiendo con el político de turno, y siempre representando complicidad, dejando al cuidado descuido para que se escuche y se repita el comentario “que cenaron anoche”, aunque en la cena coincidieran cientos, o hasta es íntimo amigo del padrino del hijo, lo cual se traduce a que es apenas un conocido de una tía que coincidió dos veces en la peluquería del barrio en donde se peinó la abuela que conocía al padrino del mencionado bautismo. ¿Se va captando, el camuflado arte de ser cuando ni siquiera se parece o estuvo? Si usted coincide con este tipo de ñoqui, le sugiero que sonría como tonto, asienta complaciente cuando él aluda a que todo funciona gracias a él, y en especial: lo evite; primero para no amargarse por la obvia injusticia y segundo para que no se tiente en intentar enfrentarlo, no lo haga, usted finalizará agotado, decepcionado y él indemne y aún más victorioso, y lo más probable, establecido que en definitiva quien no hace nada: se aburre; usted pasará a ser su nuevo entretenimiento y como tiempo para batallar le sobra, lo más seguro es que usted termine en el turno noche, trabajando hasta en Navidad y él, ascendido, porque si algo logra es aterrorizar a todos, y nada mejor que tenerlo lejos aun en un puesto superior porque si algo manejan los ñoquis son los códigos del acomodo, y de la famosa mano que lava a la otra.

 

En este ñoqui clásico, existe una particular y hasta sufrida versión: el ñoqui clásico trucho o paria, es aquel agente que ingresó por un movimiento político pero fue un hecho desesperado de acomodo, necesitaba trabajar y tocó la puerta del mismo infierno para lograrlo. Va a advertirlo enseguida, se desvive por trabajar, siempre se ofrece para las tareas que todos eluden, es responsable, comprometido y ha quedado en esa postura de culpa permanente por su dudoso origen. Desde ya, será desdeñado por sus congéneres ñoquis tradicionales que lo verán como un traidor al colocarlos en la evidencia de su pereza y por sus colegas laburantes que siempre sentirán desconfianza “por las dudas, porque nunca se sabe”. Así establecido, le sugeriría que no se ensañe con él, porque el trabajo es algo que necesitamos todos, y a veces las circunstancias nos obligan de forma despiadada, ni mencionar que haríamos situaciones improcedentes por la familia, los hijos y los nietos.

 

El segundo tipo es el ñoqui con currículo o ñoqui con CV, compone una especie diferente y más peligrosa porque logra entorpecer aún más que el ñoqui tradicional, que sólo obstaculiza porque recarga a otros al no trabajar él y al que sólo hay que molestarlo para vernos involucrados en sus ataques. El ñoqui con CV suele aparecer por la necesidad de soluciones, se le requiere para algún proyecto vistoso con el propósito de remediar, en su peculiar enfoque, realidades enquistadas; el problema real es que el vanagloriado y publicitado proyecto no resulta operativo porque de serlo ya lo hubieran implementado o podrían implementarlo los que se encontraban trabajando en la tarea, razón por la cual, el fomentado proyecto para lograr ser sostenido, termina entorpeciendo a los que en realidad trabajan, con exigencias y resultados que acarrean el fracaso a otros, no a su propia inoperancia, es decir no se sostiene con el éxito sino atacando a los supuestos detractores que lo único que hicieron fue observar su inutilidad o a los que se envuelven atrapados en sus redes por encontrarse trabajando. De todos modos, el ñoqui con CV acusa una existencia en el sistema que el mismo percibe como más precaria aunque esto no resulte cierto porque esos proyectos son en equipos y de hundirse o apenas flotar, la culpa resultará de los otros, si tal cual pensaron, esos otros iniciales que se encontraban trabajando y seguirán haciéndolo porque los ñoquis con CV serán reciclados pero nunca despedidos. Igual, se sienten inseguros y sus ataques suelen ser despiadados, para tal faena, su CV viene de perillas como fuente académica para embeberse en fastuosos argumentos dado que nada más simple que quejarse de la inutilidad del sistema, del cual, por supuesto “no forman parte”, ellos eran los transgresores visionarios que vinieron a modificarlo. Frente a este ñoqui, le sugiero que intente adherirse a la postura de ser los que constituyen el lado de los que maquinan frondosas evaluaciones que alejan todo lo posible el resultado del fracaso inmediato, es decir: no quede pegado a formar la comitiva de los que comprenden las causas sino de los que eluden las consecuencias, así usted también será parte de los transgresores que adjudican las quejas a otros. No, no se preocupe, hacerlo no lo convierte en ñoqui, usted seguirá trabajando como todos los días pero al menos no resultará el chivo expiatorio.

 

Estos carismáticos ñoquis con CV si en algún momento perfilaron cierto espíritu de trabajador altruista, dado que su CV no surge por mágica herencia, suele diluirse en esas eternas reuniones de ocio creativo reflexivo “mucho por hacer / no se hace nada”, por lo cual, los que no se han enviciado en la comodidad de las eternas reuniones para proyectar, optarán por irse, y sí, como ya habrán advertido, estos –tal como los ñoquis tradicionales parias –nunca fueron auténticos ñoquis, igual, les costará incorporarse al trabajo cotidiano, real y agotador de respuesta inmediata e idoneidad en acción, permanecerán en esa condición de eterno inmigrante que añora regresar pero ya no puede porque cuando lo hace extraña las ventajas, es decir: se acostumbró a las ventajas de ser un ñoqui con CV.

 

Del ñoqui tradicional y del ñoqui con CV, se está acunando –y si, sutil, muy sutil la connotación– una versión que tal vez haya existido pero se ignoraba por ubicarse en los muy altos perfiles y que sólo la exposición a todo, está descubriendo. Son los “hijos, nietos o muy allegados a” que, luciendo un estruendoso CV abrevados en costosas y siempre seguras instituciones privadas, conservan las características del genuino “acomodo/no merece el cargo” de los ñoquis tradicionales. ¿Será el orgullo familiar del mentado retoño lo que lo pondere a esos cargos inusitadamente jerárquicos que los ubican apenas debajo del ministro? Reflexionemos: insume cierto mérito, el valiente riesgo de alcanzar la vitrina mediática pero considerando la brevedad del bochornoso y olvidable minuto, bien vale el trance por una vida de prestigio cuyo genuino génesis podrá achacarse a los envidiosos difamadores y no a la impunidad del imberbe.

 

  

Test de comprobación y cierre 

 

1.      Si usted al leer el texto anterior experimentó:

 

a. cierto desasosiego acompañado de una sutil tristeza es porque trabaja muy cerca de un ñoqui o bajo su dependencia.

 

b. una ira con toques de impotencia es porque usted comprende y reflexiona sobre el costo del ñoqueado para cualquier sociedad que quiera avanzar.

 

c. un estado de hilaridad que le provocó desde una tímida sonrisa apenas en las comisuras hasta incluso risas estridentes, puede ser por su potenciado sentido del humor producto de que se encuentre en esos países que todos imaginamos evolucionados o se haya jubilado o haya emigrado o recientemente haya padecido una situación momentánea con un ñoqui o…

 

2.      Si al leer el texto anterior y comprender que no se trataba de la pasta no continuó la lectura y se ofendió: usted es un genuino ñoqui, hágase cargo –y aquí lideraríamos con una perfecta paradoja: un ñoqui jamás se hará cargo–.

 

 

 

—M’ hijito, muy ingenioso todo, pero vaya cerrando. Que la Dominga se enoja si llego tarde pal’ puchero.

—Sí, don Zoilo.

 

 

Conclusión. Teoría expositiva del flato

 

Licencio el usual estilo –sí, aún más– para dar cabida a una introducción que intenta explicar el origen de tan notoria hipótesis.

 

Auguro sepan disculpar ya que este abrirme cierra el ensayo: nada más precario que mostrarse. Muchas gracias.

 

Es la teoría del flato, familiarmente denominado gas o pedo –consiento y le otorgo, en forma hilarante, una importancia en la sociedad que el pobrecito no reviste y espero no adquiera nunca–:

 

Algunos se tiran uno solo, que –aparato publicitario mediante– persiste olorosamente en el recuerdo, haciendo simular que viven a pestilencias diarias.

 

Otros lo dispensan en el momento preciso, para que todos le reconozcan la autoría. Aunque sea insignificante y esmirriado puede hacer suponer que hay otros mejores.

 

Varios, cómodamente, se adjudican gases ajenos. El conflicto que podría surgir de presentarse el propietario es tan incierto que amerita la audacia.

 

Los menos –presenta cierto margen de riesgo él no ser descubierto a tiempo– lo arrojan cuando casualmente alguien entra. Es él más artístico, sutilísima técnica de parecer modesto cuando en realidad se busca oportunismo.

 

Conjeturo que entro en la categoría de los huraños. Los libero en privado, en el sanitario y de preferencia utilizando el baño de mi casa.

 

¿En cuál me agradaría estar?

 

En él de la de la flatulencia grupal, ejercida desde un liderazgo digno, noble, a puro mérito y fundamentalmente sin envidias. Lo sé, casi utópico. He participado en varios, trato de disfrutarlos desde el hacer mismo porque ya me ha sucedido que al final alguien quiere adjudicarse ser el principal creador del aromatizante. De situarse en una ocasión semejante, le sugeriría que no los enfrente, aguarde en silencio y suprímalos del mapa. ¿Para qué lidiar con alguien que pudo engañarlo tan astutamente? No, debe ser consciente y huir. La salud no es negociable, la adolescencia demora segundos y tampoco es indestructible.

 

Sólo con alguien que respeta, y de yapa, le tenga afecto, discuta. Al resto, manipúlelos o ignórelos. Siempre surgirán nuevas ocasiones flatulentas en las qué pueda abocarse y dar lo mejor. [5]

 

¿Y, usted, a qué flato pertenece? ¡Hágase cargo!

 

 

 

 

Rita María Gardellini es directora de escuela primaria estatal y escritora. Docente investigadora, autora del anteproyecto de investigación y del libro Alumnos lectores, alumnos escritores, declarado de interés provincial y legislativo y editado por la Cámara Legislativa de la Provincia de Santa Fe, República Argentina, y de la novela No dejes que muera (Baile del sol. Tenerife, 2009) y del libro de relatos Después de comer perdices o por qué las mujeres son boludas e insisten en enamorarse (UNR. Rosario, 2011. Kindle Edition, 2011. Segunda edición en España, en la editorial Librando Mundos, 2015). En FronteraD ha publicado Los ñoquis. Tradicionales y con curriculo (que forma parte de este texto) y El maquinista es vagón, el último es maquinista. Echarle ingenio a la forma de enseñar.

 

 

 

 

Las pinturas son de Silvia Castagnino, residente en General Pico, La Pampa. Nació en Pellegrini, provincia de Buenos Aires. Egresó del Instituto Superior de Bellas Artes de la Ciudad de General Pico, graduada con los títulos de maestra de Artes Visuales y profesora de Dibujo en la especialidad de Pintura. Es profesora a cargo de la cátedra Imagen y Producción Visual – Pintura, de la carrera Profesorado de Artes en el Instituto Superior de Bellas Artes en General Pico, La Pampa.

 

 

 

 

 

 

Notas


 

[1]    En alusión a Jean-Jacques Rousseau, visor de la bondad innata del cachorro humano; Rosseau ya en siglo XVIII propuso proteger al niño de las perniciosas influencias de la sociedad.

 

[2]    Licencio un momento la mordacidad recalcitrante, y afino un poco la seriedad: Pasen y vean: Sobran los motivos.

 

[3]    Categorización aplicada en referencia a Argentina, sin embargo, acusando diferentes matices y singularidades, es susceptible de uso en casi todo el mundo: los maestros de la educación primaria no se forman en la universidad.

 

[4]    De allí la referencia a que sólo aparece los 29 a cobrar el sueldo.

 

[5]    Remítase al punto 9, Tiempo de venganza.

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