Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
AcordeónLa marimba: transcontinental de la música negra, patrimonio de todos

La marimba: transcontinental de la música negra, patrimonio de todos

 

Láminas de chonta reciben el golpe sutil de bolillos o vaquetas. La vibración se hace sonido. Pasa por resonantes de caña guadua. Y en el aire navega una melodía dulce, juguetona, que entusiasma el espíritu y conduce –quizás por aquello de la memoria genética– hacia África. Y también hacia América, a los tiempos en los que esclavos africanos pusieron el hombro –la espalda desnuda– para ayudar a construir el Nuevo Mundo que Europa había soñado.

 

Así, entre los años finales del siglo XV y los albores del XVI, la marimba llegó a América. En barcos cargados de historia, cultura, tradiciones, saberes…, que constituyeron la base para la construcción de una América negra, o una identidad afroamericana –si se puede hablar de una sola–. Y de expresiones como la marimba esmeraldeña (Ecuador) y del Pacífico Sur colombiano, que en diciembre del año pasado fueron inscritas en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.  

 

La designación llegó desde Namibia, África, donde se reunió la X Sesión del Comité Intergubernamental para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, de la Unesco. Se reconoció a la marimba afroesmeraldeña y del Pacífico Sur colombiano como una sola, por ser ambas regiones lo que los antropólogos llaman una misma área cultural. Y por considerar a esta música, danza, instrumento (los tres llevan el nombre de marimba) y a la expresión, en su conjunto, una suerte de vehículo que hizo posible la resistencia cultural de sus pueblos y la construcción de una identidad propia.

 

Pablo Minda Batallas es el antropólogo ecuatoriano a quien se le encargó armar el expediente en el que se basó la Unesco para la declaración. Minda tiene 55 años, vive en Esmeraldas y es candidato a un doctorado en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Andina Simón Bolívar. Él define a la marimba como un “complejo cultural en el que están inmersos varios elementos: el instrumento, como la parte material, pero también la música, la danza y los cantos tradiciones, que están relacionados con la espiritualidad”. La marimba es, entonces, una manifestación que puede expresar alegría y resistencia, sí, pero también una concepción de lo divino: en los chigualos que se cantan a los niños cuando mueren, los cantos de alabanza que se hacen a los santos y se conocen como arrullos. O en los salves y alabados que sirven para acompañar a los difuntos en velaciones y traslados.

 

Respecto a la fuerza, ritmo y cadencia, que son características fundamentales del baile de marimba, una de las descripciones mejor logradas le corresponde al escritor Nelson Estupiñán Bass:

 

“[…] Una de las características de los bailes de marimba es el estruendo, ventana por la que el hombre negro trasiega su júbilo, con el que cubre momentáneamente su nostalgia y su anterior condición infrahumana. El torbellino, el bunde, el currulao, la cumbia, la caderona, el Andarele, la juga, el bambuco, el fabriciano son sofisticadas naves en las que el hombre negro se embarca, esta vez voluntario y sin otra brújula que el gozo, para un viaje a un continente de anhelos, de sueños y de olvidos [ …] la mujer negra, en mayor grado que el hombre, con sus cinco sentidos puestos en la música y la letra, es ola espumeante de sensualidad, dialecto retórico de voluptuosidad, culminante e imantada escultura del gozo, frugal geometría que tienta y escabulle presta del varón, torrencial lluvia de incitaciones, fulgurante obelisco del vaivén, partícula gigantesca del huracán marino, copioso muestrario de premeditados esguinces para volver más Eva azabache de lo que de suyo ya lo es”. 

 

Fue, tal vez, por similar frenesí que la Iglesia consideró a la marimba como una representación del mal en la época colonial. A través de aquel instrumento y los tambores –precisa el antropólogo Minda– la gente no solo se comunicaba con otras comunidades, sino que también expresaba goce y alegría, en sociedades esclavizadas donde lo lúdico estaba restringido –era pecado cantar, bailar, expresarse libremente–. De ahí que “se emprendió una persecución y recolección de marimbas, bombos y otros instrumentos. Los lanzaban al río y después se hacía un acto de purificación”. Hasta mediados del siglo pasado, incluso, estaba prohibido en ciertas calles de poblaciones afroecuatorianas, como la ciudad de Esmeraldas, ejecutar la marimba. Aunque, como ocurre cuando se trata de coartar la cultura, esta manifestación encontró sus propios caminos. Persistió en el tiempo. Y hoy es símbolo de resistencia y libertad.

 

Un símbolo que es Patrimonio Inmaterial de todos.

 

 

 

 

Xavier Gómez Muñoz (Quito, Ecuador, 1982) es periodista independiente. Ha colaborado con una docena de diarios y revistas, entre ellas Soho Ecuador, Mundo Diners y Cartón Piedra. Especializado en la elaboración de crónicas, reportajes y entrevistas, formó parte de la antología de crónica contemporánea ecuatoriana La invención de la realidad. En FronteraD ya publicado Policías y bandidos. La crónica policial en la pluma de Javier Sinay. En Twitter: @xavogomez  

Más del autor