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AcordeónSin salida en el Sáhara Occidental: los jóvenes piden la guerra

Sin salida en el Sáhara Occidental: los jóvenes piden la guerra

La Republica Árabe Saharaui Democrática (RASD) cumplió el pasado 27 de febrero 40 años en el exilio. Demasiados para una juventud conectada constantemente al móvil, que ha perdido la confianza en la comunidad internacional para encontrar una solución pacífica y que se muestra hastiada con sus propios políticos del Frente Polisario por inacción y falta de soluciones cercanas.

 

Cuarenta años después, los saharauis siguen divididos entre los campamentos de refugiados en Argelia, los territorios liberados –un 20% del espacio total que reclaman– y los ocupados por Marruecos –80%–. Cuarenta años que se traducen en los asentamientos en hartazgo y pérdida de confianza entre la juventud saharaui en una solución pacífica a través de la comunidad internacional, pero también ante sus propios políticos a los que reclaman más acción y soluciones inmediatas. Una situación sin salida, empantanada en 1991 cuando se firmó un alto al fuego entre el Sáhara Occidental y Marruecos, promocionado por la ONU, para que se celebrase un referéndum de autodeterminación, que continúa en el limbo ante las trabas alauitas para establecer el censo. El Sáhara Occidental es el único territorio de toda África aún por descolonizar.

 

Dejando de lado las coincidencias rituales –culturales– que durante siglos han compartido las tribus nómadas mientras perseguían las nubes y sus lluvias para encontrar terrenos de pasto fértiles para sus camellos en el desierto, la conciencia ideológica, política y nacional de un país llamado Sáhara Occidental se forjó como consecuencia de la época colonial española (1885-1976), quedando cristalizada en los últimos estertores de Francisco Franco Bahamonde. Al Movimiento de Liberación Saharaui de Basiri (1969) le siguió el Frente Polisario, nacido en 1973. La República Árabe Saharaui Democrática (RASD) se proclamó el 27 de febrero de 1976. Unos meses antes, el 14 de noviembre de 1975, Madrid había firmado el Acuerdo Tripartito con Marruecos y Mauritania por el que se marchaba del Sáhara Occidental, la provincia número 51 de España, sin mirar atrás y transfiriendo la administración a estos dos países sin reconocimiento de la ONU. Y el 20 de noviembre, también de 1975, murió Franco, el dictador español.

 

Smara es el asentamiento saharaui más grande en la hamada negra argelina de los cuatro principales (El Aaiún, Auserd y Dajla son los otros tres), más la capital administrativa, Rabouni. Se encuentra en mitad de la nada, en un desierto de arena y piedras, conectado con Tinduf por una carretera bien asfaltada y salpicada de controles militares argelinos. Llanura en la que se pierde la mirada sin llegar nunca al horizonte y que carece, casi por completo, del atractivo de las dunas. Allí, en casas de adobe rematadas con tejados de uralita sujetos por grandes piedras –para que no se vuelen con el viento siroco y las tormentas de arena–, y jaimas como punto de reunión social y familiar alrededor del té –el omnipresente té–, sobreviven de la ayuda internacional entre 40.000 y 50.000 personas de los, aproximadamente, 175.000 refugiados saharauis que aún permanecen en los campamentos. En los territorios ocupados por Marruecos continúan unos 500.000. En total, la población de un Sáhara Occidental libre ascendería, según datos del Frente Polisario, a unas 800.000 personas, incluidas las que también residen en España, Francia o Cuba.

 

En Smara los jóvenes tienen poco que hacer y mucho que pensar y que teclear en sus móviles. La comunicación es barata y está presente y activa, lo que les permite un contacto con el mundo exterior al que no accedieron sus mayores. Como ejemplo de conectividad no es raro el préstamo amistoso del router de un vecino a otro durante una tarde o un día para que coja “la wifi”.

 

Pasean, y mucho, pero en coche –el que más se ve es el Mercedes 190 con piel de cabra en el salpicadero– por la pista de arena que cruza el campamento a modo de calle principal y arteria social. Detienen el “carro”, dice vacilando el conductor, que ha estudiado en Cuba, después de preguntar “¿De dónde eres?” –requisito indispensable para que ellos te cuenten dónde han estado fuera de los campamentos–. Tres amigos con sus tres respectivos móviles se sientan en uno de los pocos bares que hay –he contado tres en Smara– para tomar “una Coca y un bocadillo de patatas fritas”, aderezado con una especie de carne rosa fluorescente –algo así como concentrado de cordero y ternera–, kétchup y mahonesa. Comen y hablan. Y lo que muchos piensan es que la situación es insostenible.

 

“No queremos estar otros 40 años aquí como han pasado nuestros padres. Tenemos que hacer algo porque nadie nos hace caso en el mundo. Nuestros políticos también tienen responsabilidad después de tantos años. Deben moverse porque, si no lo hacen, lo haremos nosotros”, comenta Brahim Salek, de 23 años, el cubano recostado en una silla de plástico de terraza de verano, dentro de un local que vende –recalienta– pizzas traídas de Tinduf, la ciudad argelina más cercana, a 50 kilómetros de los campamentos de refugiados saharauis, y a cuyo aeropuerto militar es obligatorio volar para llegar a ellos.

 

 

 

‘Nuestra’ familia saharaui

 

“Aquí no se puede trabajar ni pensar en un futuro, solo ir a la guerra, esperar como nuestros padres o intentar irnos a España dejando a nuestras familias. Esta última opción no nos gusta a los saharauis. Tenemos que estar juntos para luchar por nuestro país cuando llegue el momento. No creo que el referéndum llegue nunca”, comenta enfadado Babia Mohamed, un chico de 19 años que conoció la vida occidental en un pueblo de Pontevedra hasta los 12 gracias al programa Vacaciones en Paz, que permite acoger a 10.000 niños saharauis cada año durante dos meses en España en verano, cuando el termómetro alcanza en los campamentos de refugiados en Argelia más de 50º centígrados y no existe sombra para protegerse. Únicamente, permanecer en casa hasta la noche.

 

En los días que pasan con sus familias de acogida les realizan chequeos médicos completos, revisiones dentales y les tratan de enfermedades que puedan sufrir, la más habitual la desnutrición crónica. Además, se establece un vínculo con las familias españolas que permanece en los años con visitas temporales a los campamentos de refugiados, envío de dinero, material médico o ropa. Esta es la labor que realiza por ejemplo la asociación Rivas-Sahel, según comenta Jesús Olmo Adalid: “La situación que sufren es totalmente injusta y a nadie parece interesarle. España tiene mucha responsabilidad en buscar una solución. Se te parte el alma cuando acoges a un niño o niña y luego se tiene que ir porque ves que su problema tiene una solución muy complicada y no parece cercana”. Junto a su mujer, África Sánchez Hijón, han acogido los dos últimos años a Tfarah, pero la niña ha cumplido 12 y ya no podrá volver a España. “Si ves sus dibujos, siempre aparecen banderas saharauis o referencias a la libertad. Lo tienen interiorizado y no van a parar hasta tener su libertad. Ella y su familia son nuestra familia saharaui y esperamos que lo consigan pronto”, afirma África, educadora infantil.

 

 

La opinión de las mujeres

 

La sabiduría popular saharaui afirma, al ser preguntadas ellas por lo que a vista de un occidental es la mujer musulmana más avanzada del mundo árabe –por ejemplo, porque pueden divorciarse– que la razón nace en que ellas, y solo ellas, asumieron toda la responsabilidad de los campamentos de refugiados cuando los hombres se marcharon a luchar junto al Frente Polisario contra la ocupación marroquí. Cuando volvieron, ellas no perdieron su papel central. Por supuesto, las mujeres tienen una opinión al respecto del futuro del conflicto con Marruecos.

 

“Los jóvenes se radicalizan para exigir al Polisario ir a la guerra contra Marruecos, pero no para convertirse en terroristas y eso que lo hubieran tenido fácil porque muchos países de nuestro entorno están enfrascados en ese problema. Si nuestros jóvenes estuvieran tan ansiosos de ser yihadistas solo tendrían que cruzar la frontera”, asegura Jadiyetu El Mohtar, responsable de relaciones internacionales de la Unión Nacional de Mujeres Saharauis (UNMS), una labor que le lleva a recorrer el mundo por la causa.

 

Faiti y Gamal, dos primas de 22 y 23 años, respectivamente, son más pesimistas o más realistas, según como se mire: “Vemos difícil volver a nuestra tierra”. La primera quiere ser fotógrafa y tiene siete hermanos; y la segunda, enfermera, y tiene cuatro. Han estudiado hasta los 18 años en Argelia y ahora permanecen en los campamentos, estancadas, a la espera, encargándose de los asuntos del hogar que son limpiar la jaima, lavar la ropa, hacer la comida y preocuparse de sus hermanos y hermanas pequeñas para que vayan a la escuela: “Nos gustaría marcharnos a España, pero no abandonaremos a nuestra familia. Aquí nos necesitan”.

 

Entre los cuatro campamentos trabajan más de cien mujeres policías. ¿También irían a la guerra? Raffa, agente saharaui de 34 años (ejerce el oficio desde 1998), comenta que su función es “ofrecer seguridad y ayudar a los saharauis y a los extranjeros que vienen a colaborar con nosotros a los campamentos, en colaboración con el ejército de Argelia”. Y apunta: “Ahora mismo no hay mujeres en el ejército, pero durante la guerra sí que las hubo y muy combativas y entregadas. Allí estaremos si hay que volver a coger las armas”.

 

La versión institucional siempre es más diplomática. Engaya, política en Smara que se dedica a organizar toda una daira –entidad inferior a la wilaya (provincia) y superior al ayuntamiento y al barrio– se muestra más esperanzada: “Espero que se llegue a una solución pacífica a través de la ONU, porque este es un problema de colonialismo sin solucionar todavía”.

 

La tía de la joven Faiti, la futura fotógrafa a cargo de siete hermanos, Fatimatu, profesora en la escuela infantil en el mismo campamento, comenta con una expresión de tristeza, salpicada de resignación contra la que disimula, que ve “difícil” volver a “nuestro” Sáhara Occidental. “Por ahora, es todo esperar, esperar y esperar”, se lamenta esta maestra de 36 años.

 

 

Críticas al ‘amigo’ argelino

 

También se empiezan a escuchar voces críticas con Argelia, un tabú, o al menos una cuestión incómoda, en los ambientes políticos, pero no a pie de hamada. “Yo no veo solución porque hasta nuestro mejor amigo hace negocio con nosotros. Al final, somos una fuente de ingresos. Les tenemos que comprar todo: comida, agua, ropa, gasolina… Y si queremos salir de Argelia solo lo podemos hacer en sus aviones”, comenta Saleh Ahmed, de 39 años, unido a la conversación con los tres chicos tras presentar sus respetos y dar las gracias por venir a los campamentos “para que no se nos olvide”. Regenta una tienda de ultramarinos en Tinduf –se puede decir que ha prosperado en un entorno hostil– y ha viajado a Smara para la celebración del 40º aniversario de la RASD, aunque este año los grandes fastos se celebran en el asentamiento más alejado, Dajla, a unos 100 kilómetros de aquí. Además, trae ropa, comida y dinero para su familia en Smara. “Si un saharaui va a la ciudad, los argelinos les suben los precios. Es inadmisible”, asegura.

 

El tercer joven del Mercedes –prefiere no dar su nombre ni su edad y aún no había hablado–, que ha estudiado en Andalucía, ha conocido “la vida del otro lado” y tiene como familia a un reconocido cantante saharaui, apunta –con un acento que si cerraras los ojos no pensarías nunca que es un saharaui, sino un chico de Cádiz– un sentimiento que se está extendiendo por los campamentos entre la juventud: “A nuestros propios dirigentes no les interesa que cambie la situación porque ellos y sus familias viven muy bien fuera de aquí. Es una pena, pero hay saharauis que se están aprovechando de otros saharauis. Existe mucha corrupción”.

 

A poco más de 30 kilómetros de Smara, en Rabouni, la capital administrativa y donde se encuentran protegidas las sedes de todas las organizaciones no gubernamentales, Biuhebaini Yahia, presidente de la Media Luna Roja Saharaui, advierte –rodeado de contenedores, a modo de muro defensivo, con los lemas escritos Universalidad, Unidad, Voluntariado, Independencia, Imparcialidad, Humanidad–: “Nos encontramos en un situación muy peligrosa porque la comunidad internacional está trasladando a nuestros jóvenes que para que te hagan caso tienes que cometer actos terroristas, no 40 años de resistencia pacífica como mantiene el pueblo saharaui”. 

 

 

La respuesta política

 

“Esta zona está expuesta a todo tipo de peligros. Hay yihadismo, hay extremismo, hay narcotráfico, trata de personas, crimen organizado… De todo. Pero nosotros lo hemos evitado durante 40 años y no es nada fácil. Los jóvenes son los que más reivindican y los que apuestan por la guerra como única opción cuando ven que la comunidad internacional no responde. Nos empujan y nos presionan para que no nos quedemos parados ni inactivos y muchas veces nos piden volver al conflicto armado. Nosotros, como dirección del Polisario, hemos tenido hasta ahora mucha dificultad para convencer a los jóvenes y al resto de saharauis para seguir apostando por el arreglo pacífico, pero si no llega, ¿qué es lo que podemos hacer?”, comenta Jatri Aduh, presidente del Parlamento del Sáhara Occidental y presidente de la Comisión 40º aniversario RASD, en un aparte y en perfecto español, tras acabar de hablar con la nube de periodistas argelinos, mayoría en estas celebraciones reivindicativas.

 

La responsable de relaciones internacionales de la UNMS, Jadiyetu El Mohtar, inicia también una defensa contundente: “La idea del yihadismo es una sospecha que proyecta Marruecos para manchar la imagen del Frente Polisario, pero no lo ha conseguido. Cuarenta años de lucha limpia avalan al Polisario y todos los informes de las agencias de inteligencia de todos los países saben que no somos un movimiento terrorista ni tenemos en nuestras filas a terroristas. Solo luchamos por nuestra libertad. Somos un movimiento de liberación popular”.

 

Mientras, al lado físicamente, y poco después en el tiempo, Sein Sidahmed, secretario general del Ujsario (Unión de Jóvenes Saharauis) y miembro del comité nacional del Frente Polisario, afirma que “el Frente Polisario se reserva el derecho de utilizar todos los medios que considere oportunos para defender sus derechos. Cabe la posibilidad de retomar las armas. No esperaremos hasta el infinito”.

 

Finalmente, Jatri Aduh subraya esta línea de pensamiento, aunque todavía no de acción: “Desgraciadamente, no estamos lejos de que nuestro pueblo pierda la paciencia. La comunidad internacional está intentando evitarlo y nosotros, desde el Polisario, tampoco queremos eso, pero estamos cerca de la guerra. Literalmente. Este conflicto podría poner en peligro la seguridad en toda la zona. Todo el mundo debe saber que la estabilidad que vende Marruecos se logra solo gracias a que los saharauis no han perdido lo poco que les queda de esperanza y de paciencia. En el momento en que las pierdan, Marruecos se va a convertir en una zona complicada”.

 

Sin embargo, estas palabras de sus propios políticos suenan “huecas y repetitivas” para la mayoría de jóvenes saharauis en Smara. “Queremos que pase algo ya. El pueblo saharaui lleva 40 años esperando y no vamos a estar otros 40 así”, aseguran Babia, el cubano y el chico que prefiere no dar demasiados datos personales cuando se han terminado el bocata de patatas, la Coca-Cola y se levantan para montarse en el Mercedes 190. Echan un vistazo al móvil, mandan un mensaje y siguen haciendo nada en los campamento de refugiados.

 

 

 

 

Eugenio G. Delgado (Madrid, 1978) es periodista. Ha trabajado una década en el periódico 20 Minutos, ha escrito en el diario As, colabora con la revista de ciclismo urbano Ciclosfera y dirige la web de deporte femenino Campeonísimas. Apasionado de la información internacional, con la mochila siempre preparada –no pueden faltar boli, libreta y cámara de fotos– y las botas en la puerta para empezar a caminar y seguir comprendiendo el mundo. En Twitter: @eugenioGdelgado.

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