Cuenta una leyenda que san Próspero, obispo de Tarragona, decidió en el año 409 después de Cristo ir a Roma a pie para visitar al Papa. Caminando llegó a Camogli, un pueblo en el noroeste de Italia perteneciente a la región de Liguria. Allí, en el monasterio de los frailes del Monte de los Olivos, se detuvo a descansar. San Próspero, que apoyó su cabeza sobre una piedra para dormir, no se despertó más. Al día siguiente, constatando su muerte, dos pueblos vecinos, Recco y Camogli, empezaron a litigar a cuenta del cuerpo del santo. El hecho encendió la rivalidad entre ambas localidades. El monasterio equidistaba de ambas parroquias. Para resolver la contienda se recurrió a una ordalía: el cuerpo de san Próspero fue cargado sobre el dorso de un asno al que vendaron los ojos. El rumbo que tomase el animal decidiría el destino. El asno con los ojos tapados se dirigió hacia Camogli y desde aquel día san Próspero pasó a ser uno de los santos protectores de la localidad. La almohada de piedra donde apoyó la cabeza aún se conserva, enclaustrada en un muro del monasterio de via Romana 59.
Recco y Camogli son además, cada dos años, escenario del festival marinero El mar nos une, una idea de Luca Ciomei, un profesional del marketing, la organización de eventos y la navegación a bordo de navíos de época. La primera edición de El mar nos une se celebró en 2007 y la última del 10 al 14 de junio del año pasado con el patrocinio de la Liga Naval Italiana, Región Liguria y los Ayuntamientos de Recco y Camogli. El festival fue inaugurado en el Ayuntamiento de Recco, ciudad de diez mil habitantes, notoria por ser la cuna del Pro Recco, un equipo de waterpolo conocido en Italia e internacionalmente por sus victorias. La coordinadora cultural del festival desde el 2007 es Marcella Rossi Patrone, la licenciada en Historia. Con ella conversé en el puerto de Camogli.
—¿Cómo nace el festival de la marinería de Recco y Camogli?
—Durante la inauguración de la plaza que recuerda al campeón mundial de vela Marco Capio en Nervi (Génova) se me acercó Luca Ciomei para decirme que deseaba crear un festival marinero que se llamase El mar nos une. En aquel momento la idea me pareció un poco excéntrica, pero en el 2007 organizamos el primero y yo me ocupé del contenido de la cultura de la mar en tierra firme, algo muy importante para atraer al público ya que las embarcaciones, durante la regata, casi nadie las ve. La primera edición gustó tanto que se organizó en otras ciudades italianas como La Spezia, en el Lago D’Orta, Venecia y Gaeta.
—¿Qué tipo de embarcaciones participan?
—Puede participar hasta una canoa, lo único que se exige es que todos los barcos sean de madera. Durante la organización del evento ponemos mucha atención en la selección de los temas que hablan de Recco y Camogli, dividimos los argumentos, proponemos historias de embarcaciones históricas como el leudo, un típico velero ligur llamado “el camión del mar”. Este año participó el leudo Nuovo aiuto di Dio (Nueva ayuda de Dios), de Sestri Levante, un tipo de embarcación que es dificilísima de manejar y que por eso ya apenas se saca a la mar. También recordamos bergantines célebres, barcos de vela que nacieron para la guerra pero que en el siglo XIX empezaron a usarse para el transporte de mercancías con una tripulación de tipo familiar, donde el nieto era el mozo, el padre era el maestre y el capitán era el abuelo. Siguiendo este modelo familiar en Liguria nacieron tripulaciones invencibles, ya que se practicaba el “sistema del carate”: las embarcaciones se dividían en 24 partes para la venta y toda la familia se compraba un barco que era como la propia casa. Al festival también invitamos a artistas, escritores o artesanos e involucramos una vasta red de asociaciones locales. A través de personajes, exposiciones o embarcaciones hablamos de Camogli, que tiene un vínculo muy profundo con el mar y es cantera de capitanes y comandantes, y de Recco y su tradición industrial y comercial. Allí existían astilleros y había una excelente tradición de carpintería de ribera, un oficio muy antiguo, una actividad que hoy casi ha desaparecido, pues en Recco sólo vive un maestro d’ascia. Se llama Gitto Rosacuta. Le invitamos a participar este año y presentamos la reconstrucción del Hilda, un barco que Rosacuta realizó, como tantos otros, al borde de la mar.
—¿Qué otros personajes han participado en las ediciones anteriores?
—Personas con historias originales. En el 2007 por Camogli participó Lilla Mariotti: la señora de los faros, y por Recco el dibujante Galliano Ferri, el primer diseñador de Zagor, un marinero superhéroe, como Superman o Batman, que navega por los mares del mundo deshaciendo entuertos.
—¿Cuál es el concepto que se quiere transmitir con El mar nos une?
—Se inspira en el diálogo intercultural. Como evento se salió del perímetro de Recco y Camogli porque ha involucrado a otros países, como Túnez, Tailandia y Venezuela. Pero principalmente se encarga de difundir la relación del hombre con la mar, porque es una auténtica filosofía de vida que enseña a vivir: un barco de vela, si no tiene al viento a su favor, no va para ninguna parte; también cuando la mar está encrespada hay que tratarla con mucho respeto; en alta mar la ley de la supervivencia vale para todos y allí nacen la solidaridad y la igualdad. No hay que olvidar los valores primarios que la cultura de la mar nos enseña y a los cuales hoy no podemos renunciar. Además Recco y Camogli también dicen mucho como pueblos que en el tiempo se han considerado rivales el uno del otro, pero que en la historia han sabido también ser grandes amigos. Por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Recco fue bombardeado y destruido completamente, fue Camogli quien corrió en su ayuda acogiendo a los habitantes que se habían quedado sin nada.
—¿Cómo define esta región de Italia?
—Liguria es una áspera franja de tierra sobre el mar. “Áspera” (aspra, en italiano) porque tiene los montes pegados a la mar y estos conceden poco espacio al litoral. Pero por su posición geográfica es una región afortunada, porque recibe el sol todo el día, a diferencia del litoral adriático o del mar Tirreno; gracias al sol posee un clima templado donde puedes cultivar muy bien. Si siembras una rama, casi enseguida nace un árbol. Los pueblos de Liguria surgieron como centros de agricultura en la Alta Edad Media. Nacieron de los prófugos que llegaron por tierra escapando de los bárbaros y que encontraron protección en nuestros montes, y también de las invasiones que llegaron por la mar. La navegación se desarrolló cuando Génova se convirtió en una república marinera porque todos los pueblos circunvecinos se aprovecharon de su pujanza y esplendor. Por ejemplo Noli, que es un pueblo muy pequeño a 68 kilómetros de Génova, está considerado la quinta república marinera de Italia.
—Burgos que nacieron pegados a los escollos del mar y que en el interior parecen aretes de la montaña.
—Sí, se llamaban comunas. En algunos pueblos del litoral se utilizaban los escollos para construir las casas, aquí el hombre le contendía espacio a la mar, pero ésta siempre avanzaba y se lo sustraía. Digamos que en Liguria nace el hombre queriéndose comer a la mar.
—Cada pueblo ligur se distingue por su propia historia, cultura y tradición. ¿Por qué unos pueblos tan cercanos se caracterizan por tanta diversidad?
—Todos los burgos del litoral respiraron el espíritu de independencia de Génova, que no impuso un modelo represivo sino que lo que le importaba era que le pagaran sus tributos, que le suministraran tripulantes para las galeras y que tuvieran sus propios representantes. Por eso en la época medieval en Liguria cada burgo se organizó en un modo autónomo desafiando a menudo al burgo vecino por rivalidad. Es justamente lo opuesto del feudalismo característico de Piamonte y Lombardía.
—¿Recco es el verdadero rival histórico de Camogli?
—No, el verdadero rival de Camogli era Nervi, hoy barrio de Génova. Tomaso Gropallo, un escritor, cuenta que hacia1850 dos bergantines, uno de Camogli y otro de Nervi, antes de zarpar desde un puerto del cono sur hacia Italia, hicieron una apuesta para ver cuál era el primero que llegaba a casa. Ganó la apuesta el bergantín de Nervi. Los bergantines de Nervi y Camogli trabajaron mucho durante la guerra de Crimea. Los de Nervi traían el trigo ruso para los molinos, donde se preparaba un tipo de fideo que se llamaba londrino. La gran diferencia entre Nervi y Camogli es que Camogli sigue siendo un pueblo autónomo mientras que Nervi en el año 1927 es incorporado a Génova ciudad metropolitana y pierde su identidad y autonomía. Otra peculiaridad es que los comandantes y capitanes de Camogli son muy apegados a su historia marinera, mientras que los de Nervi, no sé por qué, no lo son. Ahora gracias al trabajo de algunos voluntarios se ha reconstruido todo el archivo histórico de la iglesia de San Siro de Nervi, y los archivos estarán a disposición de quien quiera consultarlos. Así se podrá reconstruir la memoria histórica de las familias de Nervi.
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Tras conversar con Marcella Rossi Patrone, me aconsejó entrevistar a Lilla Mariotti, “la señora de los faros” y a un comandante de Camogli en el museo marinero. Me alejé del muelle mientras una embarcación tunecina daba vueltas en el puerto, varios piratas del Caribe se hacían fotos con los niños y un escocés tocaba la gaita. Subí por la calle principal del pueblo hasta llegar a la sede del Museo Marinero, donde me presentaron al comandante Pro Schiaffino, un capitán de cubierta y oficial de Máquinas del Instituto Náutico de Camogli, año 1944.
Pro Schiaffino pertenece a una famosa familia de navegantes: el bisabuelo de Pro, su abuelo, su padre, fueron todos navegantes. Pro me dice enseguida que navegó doce años y mientras habla parado al frente de un aparador que muestra objetos de la isla Tristán de Acuña agrega: “Navegar toda una vida es un error, pero gracias a mis dos diplomas hice cosas importantes en la vida”.
—Nos encontramos en la sede de este Museo Marinero y usted es el director emérito.
—Todos somos todos voluntarios en este lugar. Nos encargamos de mantener viva la memoria de nuestras familias, que donaron objetos de gran valor, y yo fui director por más de treinta años. Este museo fue fundado en el 1938 por un camogliés de Argentina, el ingeniero Gio Bono Ferrari, quien se vino a participar como voluntario durante la Primera Guerra Mundial, pero que luego, debido a que había naufragado un par de veces, no quiso navegar más y se dedicó a escribir libros y a hacer trascender a Camogli y su gloriosa tradición mercantil. Aquí uno de los voluntarios madruga todas las mañanas para venir a darle cuerda a un cronómetro inglés del 1830. Son todos objetos preciosos, como estos sextantes –y observándolos el comandante hace una pausa para recordar al periodista y escritor de Santa Margherita Ligure Victorio G. Rossi, quien los llamaba afectuosamente scarabattoli–. También hay obras de pintura de valor inestimable –y Pro Schiaffino señala un cuadro con la imagen del Narcissus, un velero escocés en el cual navegó el escritor y hombre de mar Joseph Conrad, embarcación donde ambientó una de sus historias más celebres: The nigger of the ‘Narcissus’. La embarcación llegó a Camogli porque fue comprada por un armador del pueblo.
—¿Es cierto que Camogli tenía su propio modelo de navegación, que sus capitanes solían zarpar llevándose a bordo también a sus mujeres e hijos?
—Los hijos no tanto, porque podían representar un problema. Las mujeres a veces sí y, aunque no era frecuente su presencia en los viajes, ellas trabajaban constantemente al lado de sus maridos, ya que se encargaban de las gestiones de la economía familiar, participaban activamente. Mientras que en otras zonas de Italia las mujeres servían sólo para hacer hijos, aquí en Camogli no. Ellas eran quienes sacaban adelante la empresa familiar. Una ayuda grandiosa.
—¿Cuándo empieza el esplendor marítimo de Camogli?
—La historia importante nace a finales del siglo XVIII y se concluye a comienzos del XX. Se termina por la incredulidad ante el vapor y por no comprender que el mundo estaba cambiando.
— “¡Mil blancos veleros!” es una frase que nació para cantar la potencia mercantil de Camogli.
—Sí y es una frase de una hermosura visual única, dos adjetivos y un sustantivo que parecen escritos por el poeta Giuseppe Ungaretti. Imagínese usted a mil bergantines con las velas desplegadas. Eso sólo podía ocurrir cuando había buen viento, una frase perfecta para Camogli, porque gracias al buen viento, que es gratis, y al “sistema del carate” fuimos una potencia y navegamos por todo el mundo.
—¿Qué me dice sobre la rivalidad histórica entre Recco y Camogli?
—Recco es una localidad muy importante porque a sus espaldas nacen los pueblos del valle de Fontanabuena y también se conecta con la llanura padana, era más popular que Camogli. Entre ambos siempre ha existido un dualismo, una pugna, pero en el pasado cuando se tenía que hacer algo que sólo podía llevarse a cabo juntos, sin pensarlo dos veces Recco y Camogli se juntaban, porque de lo contrario las cosas no se lograban. Ahora, en cambio, esta actitud ya casi no se entiende. ¿Qué pasa? ¡Quizás la gente más inteligente ha renunciado a hacer política!
—¿Con qué países Camogli ha tendido lazos más profundos?
—Con Argentina y Uruguay. También en particular con Argelia. Charles Schiaffino, originario de aquí, fue el primer armador de ese país, allí él fundó la primera sociedad de navegación.
—¿Tienen relación con España?
—Somos casi la misma cosa. Teníamos muchos contactos con las islas Baleares y siempre andábamos de acuerdo. Cuando atracaba en Barcelona, el puerto internacional que tenemos más a mano, era como llegar a Camogli, nos dejaban hablar en nuestro dialecto y somos personas con los mismos sentires y pensamientos.
—¿En el pasado quién se encargaba de enseñar a navegar en Camogli?
—Antes de que se fundara el Instituto Náutico de Camogli, que ha formado capitanes y comandantes que han navegado y navegan por todo el mundo, se aprendía de algunos maestros, o en el Instituto Náutico de Recco.
—¿Cómo ve a Camogli hoy?
—No muy bien. Somos 5.500 habitantes en vez de diez mil; la ciudad metropolitana nos quita intereses y no logramos entender cómo un pueblo como Camogli, que nace en las faldas del Monte de Portofino, único en el mundo, vive una situación como la que vive hoy. Tenemos metas turísticas privilegiadas, como el camino que parte de Camogli y llega a Portofino, que pasa a cien metros de altura de la bahía de San Fructuoso. Además Camogli posee el sesenta por ciento de la superficie del monte de Portofino, que es una reserva natural, y en la localidad de San Roco existe una iglesia que data de hace mil años; hemos logrado conservar un paisaje milenario, es un lugar de encanto, y habría que tener sensatez para entender que nos conviene crear una única ciudad con Portofino, Santa Margherita, Rapallo y Camogli. Uniéndonos seríamos una meta turística que no tendría igual en otra parte del mundo.
—Capitán Schiaffino, ¿qué itinerario sugiere al turista que visite Camogli?
—Le aconsejo hacer senderismo, recorrer el camino que de Camogli lleva a Portofino, porque podrá coger cien fotografías maravillosas. También le sugiero que deguste el Caponmagro, una receta muy original, o nuestras anchoas bajo sal.
—Este aparador del museo expone objetos que llegan de la isla Tristán de Acuña. ¿La ha visitado?
—No, pero tuve mucho contacto con la isla. Antes nos intercambiábamos cartas y yo fui el primero que desde Camogli envió un fax a Tristán. Poco después les envié otro diciéndoles que era mejor regresar al modelo viejo, al envío de cartas, porque para mí era más bello recibir una carta escrita en el pueblo de Edimburgo de los siete mares, saber que desde allí había sido enviada a Londres y luego de la capital inglesa a Camogli. Ese periplo de la correspondencia me encantaba, pero los fax y los emails cambiaron las cosas, hoy ya no nos escribimos.
Conversando sobre la lejanía de Tristán de Acuña concluí la conversación con el comandante Pro Schiaffino, le saludé y me despedí. Salí de la sede del Museo Marinero y volví al muelle por via Garibaldi, pasé frente al monumento a Simón Schiaffino, un célebre capitán y alférez de Los mil, la expedición que comandó Giuseppe Garibaldi y que protagonizó la unificación de Italia en 1861. Entonces se me vino a la mente Sudamérica, una canción del músico italiano Paolo Conte, porque una de sus estrofas dice: “L’uomo ch’è venuto da lontano, ha la genialità di uno Schiaffino, ma religiosamente tocca il pane, e guarda le sue stelle uruguaiane” (El hombre que vino de lejos tiene la genialidad de un Schiaffino, pero religiosamente toca el pan, y contempla sus estrellas uruguayas). Ese Schiaffino de la canción de Paolo Conte se llamaba Juan Alberto (1925-2002), era un futbolista uruguayano oriundo de Camogli, uno de los artífices de “el partido del siglo”, “el Maracanazo”. Juan Alberto Schiaffino fue definido como el dios del fútbol, jugó en el Peñarol, el Milan, la Roma y en las dos selecciones nacionales de Uruguay e Italia.
El 2 de septiembre volví a Camogli para conversar con Lilla Mariotti, que fue una de las primeras protagonistas de la I edición del festival El mar nos une. Annamaría Mariotti, que es conocida como Lilla: la señora de los faros, me recibió en su casa. Esta mujer de padres toscanos empezó su carrera de escritora en la era de Internet, creando a finales de los años noventa dos portales web, uno sobre Camogli y otro sobre los faros. Sus publicaciones son conocidas en Italia y el extranjero, es miembro de la US Lighthouse Society de Estados Unidos, país al que considera su segunda base.
—¿Cuándo nace su historia como divulgadora de tradiciones marineras?
—Nace en el 2001, cuando me invitan a Stintino, en Cerdeña, a hablar de la almadraba de Camogli. Luego en el 2003 publiqué un libro fotográfico sobre las almadrabas que hablan genovés, las de Camogli y Carloforte, en Cerdeña. Es muy interesante la historia de la almadraba (tonnara en italiano) de Camogli. Nace en el siglo XVII y, a pesar de las travesías, aún subsiste. Hace mucho tiempo la migración de los atunes pasaba por aquí, pero la última vez que los vieron fue en el 1933. En el 1936 el alcalde Giuseppe Bozzo de Camogli patrocinó la tonnarella, que captura otros tipos de peces, y desde ese año la almadraba volvió a funcionar. Y tuvo un rais legendario, se llamaba Lorenzo Gelosi, conocido como “Cen”. Falleció en el 2006. Yo empleé dos años en conseguir que me recibiera. Era el conocedor de todos los secretos de la almadraba de Camogli, de la construcción e instalación de la trampa de redes de pesca más antigua y tradicional de todo el Mar Tirreno. El rais es quien en la almadraba da la orden de alzar la cámara de la muerte. Todos los años durante la primera semana de abril se colocan las trampas de las redes y se retiran la primera semana de septiembre; son redes hechas con fibra de coco que son tejidas a mano durante el invierno. En la almadraba de Camogli no se hace la matanza, el pez hace un trayecto de este a oeste, da la vuela al golfo y entra en las trampas que están compuestas por dos habitaciones, una donde se recoge el pescado y la otra que es “la cámara de la muerte” y que se alza varias veces al día, para coger el pescado y limpiarlo de los peces o animales que no son comestibles.
—Existen varias leyendas que explican el significado del nombre “Camogli”
—Sí, dos de ellas nacen de términos del dialecto local. Por ejemplo, de “mugge”, que significa mujeres, de modo que Camogli significaría “casa de mujeres”. O también del término “moggi” que significa “amontonadas o agrupadas”. Entonces Camogli significaría “casas amontonadas”, pero hay otra explicación que hace derivar el nombre del dios etrusco Camulio, por haberse encontrado allí hallazgos de la Edad de Hierro.
—Lilla, usted es una mujer de Camogli que se supo reinventar. De manager en una multinacional del acero a escritora de historia local y nacional que es reconocida internacionalmente. ¡En internet es seguida por más de 3.500 personas!
—Sí, nací en Camogli, pero –precisa– mis padres eran de Toscana, se trasladaron muy jóvenes a Camogli.
—Camogli es un pueblo que estrecha lazos con tierras lejanas: Crimea, Argelia, Uruguay, Estados Unidos, la isla Tristán de Acuña. Sobre esta última ha escrito un libro.
—En Tristán de Acuña queda el asentamiento humano más remoto de la tierra, allí viven alrededor de trescientas personas con siete apellidos que se repiten: Glass, Swain, Green, Rogers, Hagan, Repetto y Lavarello, estos dos últimos originarios de Camogli.
—¿Cómo llegan estos dos apellidos de Camogli al asentamiento humano más aislado del mundo?
—En 1892 naufraga el bergantín Italia, que transportaba carbón de Escocia a Suráfrica. El capitán Rolando Perasso ve que el mapa náutico señala que la isla está muy cerca. Pocos momentos antes de que el barco se hunda hace una maniobra que le permite salvar a la tripulación. Después de varios meses todos los náufragos encuentran la manera de regresar a sus tierras de origen, a excepción de tres que toman la decisión de quedarse en la isla: Gaetano Marcianesi de Ancona, Andrea Repetto y Gaetano Lavarello de Camogli. Entre los que se van se encuentra otro camogliés que se llama Agostino Lavarello, quien durante su estadía en Tristán se enamoró de una muchacha de la isla. En los años treinta, ya jubilado, recuerda a aquella novia y la evoca en un relato donde la describe con los cabellos blancos. La chica muere de amor bastante joven. A partir del relato de Agostino se empieza a difundir la historia de los dos náufragos de Camogli que viven en Tristán, porque el tercero, Marcianesi de Ancona, volverá poco más tarde a Italia. De los dos camoglieses sólo Gaetano Lavarello vive hasta la vejez, porque Andrea Repetto, dejando cuatro hijos huérfanos, fallece a los 44 años por un ataque de asma, la enfermedad endémica de la isla. La gente de Tristán viene de visita a Camogli de vez en cuando e inclusive el hospital de la isla fue bautizado Camogli, ya que este pueblo ligur contribuyó a su edificación. Tristán forma parte de un archipiélago que está casi a tres mil millas de distancia de la tierra, son 98 kilómetros cuadrados y su montaña más alta tiene 2.062 metros de altura.
—¿Por qué quiso escribir sobre Tristán de Acuña?
—Quise escribir una historia sobre esta isla casi inaccesible porque quería demostrar algunas cosas, como por ejemplo que las primeras mujeres de Tristán eran africanas, porque casi nadie lo dice. Esta isla británica lleva el nombre del navegante Tristán de Acuña, un almirante portugués que también fue embajador pontificio bajo el papado de León X y su hijo Virrey de las Indias. De Acuña fue empujado contra la isla en el año 1506, mientras guiaba una expedición junto con Alfonso de Alburqueque. Se detuvo en la isla, la visitó y la señaló en el mapa bautizándola con su propio nombre. Pasaron doscientos años y en el siglo XVIII todas las potencias europeas se la contendieron, aunque los únicos que desembarcaron en aquel período fueron los holandeses, que dejaron una placa como recuerdo. Todo el mundo renunciaba a vivir en Tristán porque era muy difícil desembarcar. Finalmente, cuando Napoleón Bonaparte fue encarcelado en la isla de Santa Elena, los ingleses mandaron a Tristán un batallón comandando por un caporal de apellido Glass con el objetivo de montar vigilancia, ya que temían que Napoleón Bonaparte pudiese escapar de Santa Elena, que queda a 1.500 millas al norte. Cuando muere Napoleón Inglaterra pide al batallón que vuelva, pero el caporal Glass escribe una carta pidiendo que le manden instrumentos agrícolas y una mujer con el primer barco ballenero que pase. Ha decidido quedarse a vivir en la isla. Las autoridades inglesas cumplen la petición, le envían instrumentos agrícolas y una muchachita africana de trece años con quien Glass, un escocés de ojos azules, tiene dieciséis hijos. Así nacieron los primeros mulatos de Tristán de Acuña. Poco a poco la isla se fue poblando de marineros que naufragaban, o de desertores, y en un determinado momento se construyó una colonia donde la mayoría eran hombres. Para resolver el problema de la soledad toman la decisión de importar algunas mujeres de la isla de Santa Elena. Se ponen de acuerdo con el comandante de una ballenera para que les lleve el encargo. Llegan entonces a la isla cinco mujeres africanas, una de ellas ya tenía dos hijos; se les importó no como esclavas, sino como camareras. Sólo así algunos hombres de Tristán pudieron casarse, lograron tener sus familias y dar vida a nuevas generaciones. Se dice que las primeras mujeres de la isla fueron pagadas con un saco de patatas cada una –prosigue Lilla–. El caporal Glass también escribió una Constitución y fue casi como la realización de Utopía, el libro que Tomás Moro escribió en el tiempo del rey Enrique VIII, pues en Tristán de Acuña todos vivían en comunidad y concordia, como ocurre también hoy. Se parece un poco a la historia de los amish en Estados Unidos. Tristán de Acuña tiene historias muy curiosas. Por ejemplo Jonathan Lambert, un pirata estadounidense, que llegó a la isla en 1810 en compañía de Tomaso Corri, un livornés, y de Andrew Millet, se declaró su emperador. Pero poco más tarde Tomaso Corri fue encarcelado por la muerte de sus dos compañeros Lambert y Millet. También uno de los primeros pastores protestantes de Tristán fue Edwin H. Dodgson, hermano menor de Lewis Carroll, el autor de Alicia en el país de las maravillas. Tristán de Acuña es un lugar que ha servido de inspiración a escritores famosos como Edgar Allan Poe, que en Las aventuras de Arthur Gordon Pym (1838) habla de ella, o Jules Verne que también la cita en La esfinge de los hielos (1897). ¿Sabe? –dice Lilla Mariotti– casi nadie cuenta que la población de Tristán de Acuña nace de unas mujeres africanas de Santa Elena. En el año 1961 el pico de la Reina María entra en erupción y los pobladores de Tristán son evacuados. Se les lleva a Suráfrica donde por el régimen del apartheid no se les permite entrar y son enviados a Londres, donde viven un tiempo sin adaptarse. Después de algunos años una expedición regresa para verificar las condiciones de la isla, y el exilio concluye cuando los habitantes de Tristán vuelven a ocupar sus casas en ese Edimburgo de los siete mares, como se llama el pueblo situado en esta localidad de ultramar británica. En Tristán se vive de actividades agrícolas o artesanales, como el hilado de lana y la pesca de langostas. Es una isla rica, sin faro y sin puerto, sólo un semáforo indica su localización a los barcos.
—Recibe constantemente premios por su carrera, por los libros que escribe, por las historias de mar que cuenta, por recuperar historias de piratas como la de Barbanegra, uno de los famosos piratas del Caribe.
—Decían que Barbanegra era una leyenda y no, no es así. Barbanegra nació en Bristol, Inglaterra. En South Carolina, en el museo de Beaufort (Estados Unidos), se exponen todos los hallazgos que se recuperaron del velero de Barbanegra. Yo entrevisté a los submarinos que se encargaron de recuperar los restos de su embarcación y visité la isla donde Barbanegra combatió su última batalla. También compré un libro del año 1724 donde se habla de los piratas del Caribe. ¡Sabía que también existieron mujeres piratas!
—A propósito de mujeres, escribió un libro sobre las mujeres de Bedford, Estados Unidos, que decidieron acompañar a sus maridos a cazar ballenas.
—A mí se me ocurrió escribir ese libro, pero, en realidad, lo que deseaba era escribir sobre las bisabuelas de Camogli, que se embarcaron en la época en que Camogli fue el puerto de los mil blancos veleros. Como no pude conseguir información, y nadie quiso hurgar en los baúles de sus buhardillas para procurarme diarios o fotografías, decidí investigar sobre las mujeres de los cazaballenas del Connecticut y reconstruí la historia de Mary-Ann Sherman, que se embarcó con su marido Edqard en la ballenera Harrison. Para la época fue un escándalo tal que la familia la declaró difunta. Ahora va a publicarse otro libro que escribí sobre la historia del naufragio del Essex, considerado el peor desastre marítimo del siglo XIX. Fue la historia que inspiró a Herman Melville a escribir Moby Dick. Para recopilar información me puse en contacto con la Nantucket Storical Association de Massachusetts y la Universidad de Harvard, que conserva las memorias originales de uno de los supervivientes de ese desastre que ocurrió en noviembre del año 1820.
—Lleva treinta y cinco años yendo y viniendo de los Estados Unidos.
—Sí, me introduje allí muy bien porque tengo familiares y cuando voy siempre me invitan a dar conferencias en universidades como Princenton u otras como la Universidad del South Carolina.
—En el 2005 publicó un libro sobre faros que fue traducido a seis idiomas y hasta fue publicado en Checoslovaquia, donde no existen faros. Aún hoy se sigue reeditando. ¿Cuáles son los faros que más conoce?
—Todos los faros de la costa este de los Estados Unidos, desde Canadá hasta la punta extrema de Florida, y en Italia soy la tour lider de los faros, parto desde la Linterna de Génova para recorrer los faros principales, algunos de los que tenemos distribuidos en 8.000 kilómetros cuadrados de costa.
—¿Cuál es el alma de un faro?
—Son las lentes de Fresnel, piezas de una belleza única, auténticas obras maestras. Son casi siempre de forma oval, reciben los rayos de luz en los extremos y los impulsan hacia el centro donde el rayo el rayo se reenvía hacia afuera. Es un sistema que fue inventado en el 1822 por el ingeniero francés Agustin Jean Fresnel (1788- 1827), lentes que se usan aún hoy y se basan en el sistema de refracción de la luz. También observar la escalera de caracol de un faro desde abajo es una visión increíble. Ésta puede ser de madera, de hierro o de cemento, y es magnífico ver cómo se eleva al infinito por medio de más de doscientos escalones que son los que permiten llegar a la linterna. Una vez en el último piso del faro, a través de otra escalera más pequeña se accede a la linterna, que es un espacio circular con una terraza externa, porque las lentes de Fresnel siempre se ubican en una habitación con paredes de vidrio y es tarea del guardafaros mantener limpios los ventanales.
—¿Todavía existen guardafaros?
—Hubo un tiempo en que dentro del faro vivía incluso la familia del guardián, porque la estructura de muchos faros comprendía unos apartamentos además la torre. Pero la figura del guardafaros en todo el mundo está desapareciendo. En Italia no quedan más que aproximadamente cien, porque la mayoría de los faros fueron automatizados, otros apagados por deterioro y también debido a la evolución en la navegación. El faro servía para indicar la vía al navegante, todos eran reportados en los mapas náuticos, pero ahora los barcos están dotados de instrumentos electrónicos como el GPS, o etc., y navegan a ciegas. Por eso podemos ver que naufragan a menudo, porque los instrumentos se dañan y no son tan precisos como los faros, que aún hoy son útiles porque ofrecen una indicación exacta de localización.
—Diferentes tipos de faros, diferentes formas, diferentes edades: ¿Los faros italianos son muy viejos?
—No, porque casi todos se construyeron después de la unificación del país, en 1861, y son de diferentes formas. Los faros del Mediterráneo se diferencian mucho de los ingleses: el faro inglés casi siempre está construido en las rocas del mar, porque en el Atlántico hay muchas rocas, como en el caso del Canal de La Mancha, aunque también se encuentran en tierra firme. Los que están sobre las rocas del mar son impresionantes. Son torres altísimas, del siglo XIX, y a pesar de las tempestades que afrontan aún están en pie, porque fueron hechas con el objetivo de resistir. Las fabricaron auténticas dinastías de constructores de faros, como los Halpin de Irlanda, los Douglass de Inglaterra y los Stevenson de Escocia. Un faro muy hermoso es el de Bell Rock en Escocia. Estas dinastías de constructores de faros del Reino Unido estudiaron el sistema para hacer las paredes de piedra cortada en forma de “cola de golondrina”. Los bloques de piedra encajan perfectamente unos con otros formando una torre que es un cuerpo único. En Francia los faros son de cemento o de ladrillo, con sistemas particulares como el faro de Le Cordouan, en la desembocadura del Garona en el golfo de Gascuña (Burdeos). El más antiguo del país, fue construido en el 1611 como un monumento de 37 metros de altura y decorado con estatuas, pero con el tiempo se fue transformado y es el más importante. También el faro de La Coruña fue construido por los romanos alrededor del año 100 después de Cristo, durante la invasión romana. Ha sido remodelado durante el paso de los siglos y existe aún hoy conservando su base de la época romana. Un antiguo faro italiano es el de Livorno, fabricado en el 1303 cuando Italia era un país de reinos, ducados, señorías o baronías; en aquella época quien tenía un puerto construía un faro. El de Livorno fue ordenado por Cosimo I De Médici. En el 1300 Livorno era el puerto de Florencia. Ese faro es bellísimo, pero en el año 1944 fue minado por los alemanes y destruido. ¡ Y no sólo ese! Era un faro medieval y el daño fue irreparable, aunque en los años cincuenta se reconstruyó utilizando sus mismos escombros, y hasta las piedras que faltaron las fueron a buscar en la misma cantera de la antigüedad. Pero cuando lo visité, y a pesar de su belleza externa, le dije al guardafaro que no me gustaba el uso excesivo de cemento en su interior, porque siendo una torre de historia medieval se produce en el observador una sensación contradictoria. Otros faros italianos antiguos son la linterna de Génova, de 1543, que sigue siendo la misma, el faro de Mesina en San Rainieri, que se apoya sobre un fortín de 1500, y el faro de Rimini del siglo XVIII.
—¿Y el faro de Camogli?
—¡Ay!, han decidido abatirlo para desplazarlo más adelante, porque van a alargar el muelle. Pero no se puede desplazar, la marina militar ha intervenido y ha bloqueado el proyecto de desplazamiento.
—Acaba de crear una ONLUS [en Italia una organización no lucrativa de utilidad social] El mundo del faro.
—Sí, efectivamente, la asociación nacional El mundo del faro, que presido y que reunirá a los apasionados de los faros.
Me despedí de Lilla Mariotti, que me recibió en su piso lleno de libros, de premios, caracolas y campanas de viento, donde se tiene la sensación de estar dentro de un faro y se goza de una vista espectacular sobre la mar, recordando el hilo conductor de la quinta edición del festival de la marinería El mar nos une: “Liguria une los mares”.
Mayela Barragán es licenciada en Comunicación Social, egresada de la Universidad de Los Andes, Venezuela. Vive en Génova (Italia), desde el 1990 donde se desempeña en el área de la comunicación intercultural. Ha escrito Forma Perfetta (Mondo libri, 2008), colaborado en Nuove lettere persiane (Ediesse 2011, Prospettive, 2012). En junio del 2014 recibió el premio El árbol de la vida de la asociación Escritores en lenguas indígenas, A. C., y del Instituto nacional de lenguas indígenas de México, INALI, por el apoyo en la difusión y la traducción al italiano de la poesía en lenguas originarias. En enero del 2015 recibió el premio Proyecto La Ragazza de Benin City por la proyectación de la iniciativa Antes que el amor me mate. En FronteraD ha publicado Liberesco Guglielmi: Un botánico en el jardín de Calvino.