El samurái de Sevilla (La Esfera de los Libros, 2016) es el atinado título de la nueva novela de John Healey, escritor neoyorquino y profundo conocedor de la historia y la cultura españolas. El propio autor ha explicado que el impulso germinal para ponerse a escribir esta historia se lo produjo la profunda seducción que sintió al conocer la existencia de la Embajada Keicho (1613-1620), aquel primer y lejano contacto de Japón con las tierras occidentales de Europa. Tal cosa sucedió en una de sus frecuentes estancias en España, coincidiendo con los actos del llamado Año Dual (2013-2014), aquel acuerdo entre los gobiernos de Japón y España para conmemorar juntos los cuatrocientos años de la misma. Debo decir, por tanto, que aunque editada ahora, en 2016, bien podría decirse que ésta es también una novela “cosecha” del Año Dual, fruto de los estímulos que dicha celebración provocó1 y que de un modo tan certero vino a cumplir el pronóstico que hace muchos años me adelantó José Manuel Caballero Bonald. Habíamos ido juntos a conocer el lugar de la orilla del Guadalquivir en Coria del Río (Sevilla), donde los japoneses desembarcaron en octubre de 2014 y ahora se alza la estatua del histórico samurái que lideró la Embajada, Hasekura Tsunenaga. Cuando yo trataba de explicarle los motivos geo-históricos por los que esos viajeros se detuvieron en aquel pueblo sevillano, previamente a su entrada en la ciudad de Sevilla, el lúcido narrador jerezano me interrumpió para decirme: “es probable que aquí haya razones de la geografía, pero lo que aquí hay realmente es mucha literatura”.
Ya entonces había aparecido la obra de Shusaku Endo, El Samurái2, una novela histórica centrada en la descripción del largo viaje de los japoneses desde Tsukinoura (Ishinomaki, Sendai) hasta Roma. Ese mismo carácter de novela histórica posee también Ronin, de Francisco Narla (2014), un gran trabajo narrativo con un excelente soporte de verdad histórica. Tal es el rasgo que define a este tipo de obras, a las llamadas novelas históricas, en las que deben equilibrarse verdad y ficción. Se apartan por igual de las obras propiamente históricas, es decir, de las que se producen en el seno de la comunidad científica de los historiadores, cuya única finalidad es la fidelidad en la reconstrucción de pasado y es en esa fidelidad en la que se asienta su valor, y de las novelas que fabulan libremente haciendo que sus personajes, reales e inventados, se mezclen en unas tramas que tiene como fondo unos determinados territorios y unas concretas épocas históricas. Y a esa última categoría, a la de narrativa libre aunque envuelta en el aura de un cierto sabor histórico aportado por personajes y lugares reales, que aparecen como elementos necesarios para el completo desarrollo de la trama, es a la que pertenece este El samurái de Sevilla de Healey.
El autor lo ha precisado en algunas de sus manifestaciones públicas que han rodeado a la presentación de la obra: ha hecho una novela, pero no una novela histórica. La suya es una novela que, obviamente, no puede ser ajena al hecho de que nació en él tras sentirse atraído por la seducción de aquella aventura humana que supuso la Embajada Keicho y por su pareja admiración por la ciudad de Sevilla y todo lo que con su historia y su presente se relaciona. Fiel a ese esquema, Healey ha creado unas tramas protagonizadas por personajes ficticios que se mezcla con otros que tuvieron existencia real y todos ellos inmersos en ese arco espacio-temporal de los primeros años del siglo XVII que enlaza al Japón de los primeros Tokugawa con la España de Felipe III. Con esa coyuntura de fondo, envolvente general de cuanto sucede, vemos ir y venir a los personajes en torno al eje directriz de las sucesivas etapas y peripecias del aquel viaje de ida y vuelta entre Japón y Roma que fue la Expedición Keicho. El resultado del empeño es en verdad positivo y Healey nos deja un texto ameno, atractivo, realizado con singular destreza narrativa, un texto que se lee con facilidad y que a veces nos recuerda, por la inmediatez en el modo en que las cosas van sucediendo, a un guión cinematográfico.
Buena parte del interés que la obra ha suscitado quizás se deba al acierto en la elección del título: El samurái de Sevilla, porque asocia dos términos cargados de significados. De una parte, la figura del samurái como trasunto simbólico de la cultura japonesa; por otro, la ciudad de Sevilla, capital del que fuera Imperio hispánico, al centralizarse en ella el ingente movimiento comercial de la Carrera de Indias, además de ser una ciudad cargada de otras historias que le otorgan un alto grado de conocimiento internacional. Y otro acierto lo constituye el modo en que Healey maneja a sus personajes, tanto a los que son frutos de su imaginación, como Shiro, el protagonista central del relato, como las figuras históricas que hace jugar en el mismo. Shiro es un guerrero, un samurái que, sin embargo ha sido instruido en las lenguas y en la cultura. Como Garcilaso de la Vega, Shiro personifica el mito de ser a la vez hombre de armas y de letras, lo cual le otorga una versatilidad que el autor ha sabido aprovechar. Junto a él aparecen el taimado Julián o la dulce Guada, protagonistas de una tormentosa historia de amor en la que el propio Shiro acabará teniendo su papel. De otro lado, están los protagonistas que llamaríamos “históricos”, a saber: Date Masamune, el gran Señor de Sendai, impulsor de la Embajada; Hasekura Tsunenaga, el responsable de la expedición; el franciscano padre Luis Sotelo, todos ellos directamente vinculados con la misma. Y otros que van apareciendo en la medida en que la peripecia viajera les va llevando de uno a otro lado: el Duque de Medina Sidonia, el Duque de Lerma, el propio rey Felipe III o el Papa Paulo V, además de fugaces apariciones de Miguel de Cervantes o de Galileo Galilei.
A todos ellos les otorga el autor un trato “desmitificador”, les hace bajar desde los pedestales hasta la tierra concreta de lo cotidiano. Así, vemos a un poderoso Duque de Mediana Sidonia, Almirante de la Mar Océana -un título que no quería porque le recordaba su participación en la derrota afrentosa de la Armada Invencible-, que muestra sus debilidades personales, que se nos hace un ser humano que reclama afectos más que gloria ante la cercana hora de su muerte. Asombra a Shiro que Felipe III, monarca y jefe de un gran imperio, pudiera no ser un guerrero, un hombre que jamás haya ganado una batalla. Hasekura es un hombre de poco carácter, dominado por las intrigas de Sotelo, de quien Healey se permite poner en duda las inclinaciones de su hombría. Lerma es un poderoso caballero al que Shiro no cae bien y Cervantes, que aparece en una suerte de “cameo” cinematográfico, reclama la ayuda que cree merecer tras su participación en Lepanto y sus servicios a la cultura con sus escritos. Y además, están los diversos personajes femeninos, siempre detrás, pero siempre influyendo por las diversas vías por las que ello era posible, en una España, la de la Contrarreforma, la oscura y triste, que, en El samurái de Sevilla nos muestra también su “otra cara”, la libertina, la de las vidas paralelas y la de la poderosa fuerza del sexo clandestino, practicado a pesar de las amenazas ciertas del Santo Oficio.
En este atractivo relato de John Healey quien suscribe estas líneas sólo encuentra a faltar una cosa: una mayor presencia de Coria del Río como escenario de estas truculencias. Naturalmente, esto más que una deficiencia del relato es un deseo, quizás explicable, en un coriano que, además, lleva el apellido Japón, es decir, que pertenece a la comunidad de aquellos hombres y mujeres que en este pueblo sevillano -y ahora ya en otros muchos sitios-, cuatrocientos años después de aquella gesta histórica, llevan un apellido que les reconoce e identifica como descendientes de los esforzados navegantes japoneses que permanecieron residiendo en su orilla3. No albergo dudas de que la sagacidad de John Healey y su demostrada capacidad para imaginar y describir situaciones y personajes, aprovechará el conocimiento de este hecho para agrandar la trama de su novela en las sucesivas reediciones que merece y que le deseo.
Juan Manuel Suárez Japón es profesor universitario y político andaluz.