Cuando no quede grano ni harina, cuando estés tan débil que no puedas lanzar una piedra y matar y engullir un pájaro, cuando los hombres empiecen a pensar en devorar los cadáveres de sus hermanos, ve al olmo, rompe su corteza y cocina sopa. Sé cuidadoso, los hombres que erraban de árbol morían rápido. El niño Yan Lianke (Henan, 1958) escuchaba a su madre, campesina, que había aprendido a sobrevivir a la hambruna justo cuando él nació. Vivió los años de la mayor catástrofe planificada del siglo XX, el llamado Gran Salto Adelante. Años más tarde, el niño sería escritor, y le atraería lo oscuro de la existencia, algo de lo que iba sobrada la historia de China. Recordó a su madre y la corteza del olmo, y decidió escribir una novela sobre la desesperación y la locura del hambre.
En Los cuatro libros (Galaxia Gutenberg, 2016), Yan Lianke relata los años de la Gran Hambruna que asoló China de 1958 a 1961, pero la historia empieza un par de años atrás. En 1956, el líder chino Mao Zedong lanzó la Campaña de las Cien Flores, en la que pidió a los intelectuales que expusieran sin temor sus críticas y propuestas sobre el desarrollo del país. Multitud de letrados se lanzaron a este espacio de libertad hasta que, un año después, el mismo Mao lanzó una nueva campaña, esta vez contra los reaccionarios que querían derribar el sistema comunista. El objetivo eran los intelectuales que habían optado por criticar al Partido, que fueron tachados de enemigos de la revolución y enviados a campos de concentración para ser reeducados en los valores proletarios. Algunos creen que Mao cortó la Campaña de las Cien Flores porque creía que las críticas habían llegado demasiado lejos. Otros temen que, simplemente, fue una ingeniosa táctica para atraer a las serpientes fuera de la madriguera y así poderles cortar la cabeza. Los cuatro libros transcurre en uno de estos campos de concentración para intelectuales.
Las oscuras relaciones entre los personajes de la novela se desarrollan durante el Gran Salto Adelante, el fanático modelo de economía planificada que llevó al país a la Gran Hambruna. Los prisioneros deben plantar grandes extensiones de trigo –y dar cantidades de producción falsas, para no minar el ánimo revolucionario de la nación, lo que distorsiona los cálculos de reservas de alimentos del país, que pronto se agotarán– y también producir ingentes cantidades de hierro para uso industrial –lo que lleva a la tala masiva de árboles (cuando llega el invierno no hay madera con la que calentarse) y a la fundición de utensilios metálicos, domésticos y de labranza, para alcanzar las altas cotas impuestas por las autoridades–. Los despropósitos económicos se encadenan hacia el desastre, la inanición y la muerte. Las condiciones de vida son inhumanas, lo que pervierte cada vez más los actos y la dignidad de los intelectuales protagonistas de la novela. En China, los letrados no sólo han sido los guardianes de la inteligencia, sino también de la moral, y en Los cuatro libros los vemos enfrentados ante una terrible pregunta: ¿Qué serías capaz de hacer para evitar morir de hambre?
Los tres años de la Gran Hambruna han sido llamados por el Partido Comunista “Los tres años de desastres naturales”, lo que da una idea de la manipulación histórica de la propaganda estatal. Los datos oficiales hablan de 15 millones de muertos. Los de investigadores externos, más del doble. Lógicamente, Yan Lianke no tenía esperanzas de que Los cuatro libros fuera publicada en China, y así fue. Su batalla contra la censura gubernamental empezó más de diez años atrás. En ese momento, Yan trabajaba en el ejército chino como propagandista. Había estudiado literatura en el Instituto de Arte del Ejército de Liberación Popular, una vía efectiva para salir de la pobreza del campo y poder ser escritor, su sueño. Empezó a leer a los grandes clásicos chinos y, a la vez, literatura occidental, sobre todo novelas del siglo XIX. Durante esos años se dio cuenta de que cuanto más aprendía más bajaba su valoración dentro de la Revolución, una endogamia entre el heroísmo y la ignorancia. En 2004 publicó una novela, Los besos de Lenin. Trata de un funcionario rural con delirios de grandeza que quiere comprar la momia de Lenin y exhibirla en un mausoleo en la montaña, para atraer el turismo y ganar millones. Para conseguir el dinero para comprar el cadáver crea un espectáculo itinerante formado por los discapacitados del pueblo de Buenavida, gentes que han desarrollado habilidades impresionantes para compensar sus taras. La novela es una crítica al darwinismo social chino, una vez que el país se abrió al libre mercado. Los fuertes y malvados se aprovechan de los débiles y buenos, y –eliminada la ética confuciana y la ética comunista– no hay sistema moral que deplore estos actos. Una vez publicado Los besos de Lenin, Yan se topó por primera vez con el poder: sus superiores en el ejército le pidieron que dejara su trabajo en las fuerzas armadas. Desde ese día, su situación es ambigua, ya que algunos de sus libros se han publicado en China y han ganado premios nacionales de prestigio, como el Lu Xun y el Lao She, mientras que muchas de sus obras están censuradas, como Los cuatro libros.
Sus novelas suelen tratar temas espinosos para el Partido Comunista. Por ejemplo, El sueño de la aldea Ding, que trata sobre la epidemia de sida que asoló a los campesinos de Henan (provincia donde nació este escritor), que dieron sangre a cambio de dinero fácil y fueron contaminados. En esta novela, Yan decidió aplicarse cierta autocensura para intentar que el libro pasara el filtro de las autoridades. Dejó fuera del relato escenas escalofriantes que vio al visitar estos pueblos devastados por el sida, cuando se documentaba para la novela. Pese a sus renuncias, el libro no se publicó en China. A partir de ese momento, decidió que lo contaría todo sin tapujos y sin hacer equilibrios con el poder, y se conformaría con ser publicado sólo en Taiwán y Hong Kong, o en el extranjero. Sus siguientes novelas fueron aún más impactantes, como Servir al pueblo, que trata del romance entre la mujer de un importante general y un joven que llegan al clímax sexual destrozando efigies y retratos de Mao, que pertenecen al marido cornudo.
Temas como estos –ha afirmado tener en mente una novela sobre la matanza de Tiananmen– le han valido la censura y la marginación de editoriales y del resto de escritores chinos, pese a ser uno de los autores nacionales más traducidos. Aún así, nunca le han faltado historias sobre las que escribir –“en ningún país del mundo hay tantos temas surrealistas”, afirmó en una conferencia en el CCCB de Barcelona–, aunque en sus últimas obras, asegura, su obsesión se centra en la forma y el estilo.
Los cuatro libros no pretende ser un relato de no ficción, ni tampoco una novela histórica. Yan Lianke la sitúa en una corriente literaria que él mismo ha bautizado como “realismo mítico”. Esta teoría considera que la China contemporánea no puede ser descrita a partir del puro realismo, por lo que se debe volver a los textos chinos clásicos, a la épica de Homero, a la Biblia. Se trata de un escudo de la literatura china ante la novedad imperiosa de la globalización, una defensa espiritual ante el capitalismo desenfrenado de su país, el mismo que atacó en Los besos de Lenin. También, por supuesto, un intento de captar el horror puro de la época maoísta. En Los cuatro libros, los campos de trigo crecen de manera sobrenatural cuando son regados por sangre humana.
Yan Lianke rema contra corriente respecto a la mayoría de sus compatriotas chinos. Busca atacar, a través de la literatura, unos hechos catastróficos de la historia de su país (el Gran Salto Adelante, la Revolución Cultural, las epidemias de sida) que cree sumidos en una “amnesia colectiva” nacional. Un olvido propiciado por las autoridades –que difuminan los crímenes de su Partido– y aceptado por la mayoría de sus ciudadanos, inmersos en la mayor explosión económica y aumento del nivel de vida de la historia de la humanidad. Olvidar el pasado doloroso es algo muy propio del carácter chino, lo que evita que el país se estanque en el rencor o la nostalgia, pero –a la vez– hace que pase página con demasiada rapidez, o ignore que el pasado es imprescindible para entender el presente.
Yan Lianke defiende que la literatura debe transmitir la verdad y no engañar. Esta posición no busca un debate academicista sobre los límites de la realidad y ficción, sino que es pura lucha política. En contextos dictatoriales que buscan reescribir el pasado, como en China, explicar un hecho histórico en contra de la versión manipulada por el Partido ya es un acto que denota poder. Al final, toda lucha contra el totalitarismo –como afirmaba George Orwell– es una lucha por la sinceridad y la verdad, es decir, la libertad. Si Yan Lianke explica unos hechos históricos al margen de la historiografía oficial y sus personajes tienen sentimientos al margen de lo que sería correcto –según el Partido–, el relato dominante se quiebra. Para Orwell, Yan sería un escritor libre.
Pese a su carga política, Los cuatro libros nació del éxtasis religioso. Yan Lianke estaba de visita en Barcelona con un grupo de escritores chinos y visitó la Sagrada Familia. Rodeado de imágenes de la cruz, de Jesús naciendo, de Jesús crucificado, la inspiración vino a él y creó al Niño, uno de los protagonistas de Los cuatro libros, considerado por el autor como el personaje más complejo que ha creado en toda su obra. El Niño es bueno, el Niño es mimado, el Niño es síndrome de Jesucristo y síndrome de Stalin, el guardián del campo de concentración y el ángel que puede guiar a los presos a la libertad.
La novela de Yan Lianke está estructurada en fragmentos intercalados de cuatro libros, cada uno con un estilo narrativo distinto. Uno de ellos está escrito con claro lenguaje bíblico: el escritor chino es un gran admirador y lector del texto sagrado cristiano, al que fascina su relato y su universalidad. Lo espiritual es, en cierta medida, una vía para escapar de las tinieblas encerradas en el hombre chino, tema al que Yan Lianke ha dedicado toda su obra.
Paseando por Toledo, Yan cuenta que se detuvo ante una pequeña callejuela de adoquines de piedra, que lindaba con una vieja iglesia medieval. De la esquina surgieron dos viejas monjas que caminaban lentas, sujetando un cesto lleno de verduras; pasaron junto a él. Yan vio que era bello, y sintió paz. Era un retorno a lo antiguo y a la calma, es decir, a un tiempo en el que nunca vivió. En sus obras también busca esos momentos de luz y belleza, breves, en un mundo que es oscuridad.
Javier Borràs Arumí (Barcelona, 1993) es periodista. Ha trabajado para la Agencia EFE en China y en Barcelona, y ha colaborado en Jotdown, Nueva Revista y La Directa. Ha vivido en Pekín y en Santiago de Chile. Recopila sus artículos en el blog Barcelona era una fiesta.