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Mientras tantoLos colores de la Galería Borghese

Los colores de la Galería Borghese


En Roma, L despliega el carrito ultraligero de M, que tiene 2 años. Van de excursión. A pie rumbo a la Villa Borghese, el segundo parque público más grande de Roma según  Lonely Planet. El carrito pesa 5 kilos y es imprescindible para hacer turismo con niños: sortea con facilidad escaleras (de Metro, de plazas, de edificios), aceras rotas e invadidas por los coches (como las de Roma) y rueda por senderos pedregosos.

 

La familia llega al parque (entran por la Porta Pinciana) y M pide salir del coche para corretear por el jardín. Mientras M pone a prueba los reflejos y la capacidad aeróbica de su padre, L se acerca a la Galería Borghese (http://www.galleriaborghese.it), un museo dentro del parque, que alberga la mayor colección privada de arte de la capital. Las visitas se organizan por grupos que entran cada dos horas y, aunque suele ser necesario reservar las entradas con antelación, L consigue billetes para entrar en el próximo grupo.

 

Tendrán que esperar una hora, lo que en este caso es una suerte: tiempo suficiente para que M explore el parque y se relaje. D sigue jugando con ella por los jardines del parque. L les avisa que ya es la hora. Dentro del museo no se permite entrar con coche. El vigilante les dice que deben plegar el coche y dejarlo en el guardarropa. La mayoría de los museos permite el acceso de niños sentados en su carrito. En Madrid, ni el Prado, ni el Thyssen ni el Reina Sofía ponen reparos. El niño va más cómodo en la larga y lenta procesión que va de cuadro a cuadro y de escultura a escultura. Y más cuando el niño ya ha jugado un buen rato antes de entrar.

 

L dice que la próxima vez consultará en la web si se permite la entrada con carritos, pero ahora no les queda otra opción que aceptar las condiciones de la galería: ya han pagado los 8 euros por cada billete y tienen muchas ganas de ver, además de la colección, una exposición temporal de Rafael, que se anuncia como una de las más importantes realizadas en Roma sobre este artista.

 

D se sube a M a los hombros y llegan al hall. La planta baja está dedicada a las esculturas. A los 10 minutos M ya no quiere ir en hombros de su padre ni tampoco seguir viendo nada. Se avizora una tormenta familiar. Antes de que el malestar de M se acreciente, L la coge en brazos, mientras D busca en el plano las obras que más les interesa ver. Quizás no haya demasiado tiempo.

 

Entran a la sala donde está Apolo y Dafne de Gian Lorenzo Bernini. A L se le ocurre un juego para entretener a M y poder seguir la visita: contarle los detalles que ve en cada escultura y fantasear con lo que las figuras pueden estar haciendo o pensando.

 

-Mira a esa mujer que tiene un pie y parte de su cabello convertido en árbol -L le dice a M-. Parece que quiere volar.

 

M se queda mirando fijamente la escultura. Comienza a interesarse por esas formas inertes.

 

-Fíjate en ese señor que intenta atraparla –L le señala a otro punto de la obra y M abre los ojos como platillos, se asombra.

 

Repiten el mismo juego con el David:

-Ese señor con cara de enfado quiere lanzar una piedra muy muy fuerte para lo cual tiene que coger mucho impulso y hacerlo con toda su fuerza –M hace el gesto de lanzar, se ríe. Se divierte.

 

Y con Pauline Bonaparte de Antonio Canova, M observa con mucho interés a su madre cuando le dice:

-Esa señora acaba de salir de la ducha, ha buscado una manzana porque se ha acordado que tiene que comer fruta y se ha sentado en su cama para comérsela…

 

El juego continúa en la planta dedicada a la pintura. L prueba con un juego más participativo. Le enseña la Madonna col bambino de Orazio Gentileshi:

-¿De qué color es el vestido de la madre y el traje de su niño? -M responde con rapidez y se muestra enternecida cuando su mamá le cuenta que ese niño se acaba de caer y su mamá le consuela porque se ha hecho daño en la pierna.

 

En las siguientes pinturas, M adivina los colores antes de que L se lo pregunte. Además busca detalles y los comenta. Se fija en los animales, las flores, los ángeles… va descubriendo cosas que, en ocasiones, sus padres no ven. Llegan al final del recorrido. Han podido ver todo lo que la galería ofrecía y M se lo ha pasado muy bien.

 

Recogen el carrito ultraligero y caminan otra vez por los jardines del parque. Se detienen a descansar en una de sus fuentes. D se sienta en el borde, se descalza y sumerge los pies dentro del agua. E invita a M a hacer lo mismo. Ella accede, encantada. M chapotea y mira los pies de su padre como esperando que le siga el juego, D lo hace. M está feliz. D coge la cámara y enfoca cuatro pies mojados.

 

 


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