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El Kindle


 

El día de ayer recibí un regalo. Un Kindle. Sí, uno de esos artilugios portátiles para descargar libros o publicaciones por la red. Fue un obsequio de Betty. Hay historias que comienzan con los nombres. Ésta es una de ellas: Kindle, Betty. Su nombre completo es Betty Hofstadt Draper. Conocí a Betty cuando era una muchacha. Ahora debe ser una persona mayor. En esa época tenía problemas con su marido, Don Draper, un ejecutivo de alto nivel de una agencia de publicidad en la avenida Madison, en Nueva York. En el momento en que los hombres jóvenes casan y comienzan a tener responsabilidades familiares e hijos, suelen descuidar a sus esposas. Guapa, dispuesta a complacer a su marido, Betty se dio cuenta pronto que su vida doméstica carecía de sentido. La atendía entonces un psiquiatra que le diagnosticó «desorden de conversión», entre cuyos síntomas está la alucinación de voces que comentan sus acciones. La mía es sólo una de ellas. Así fue como la conocí.

 

Una noche salió a la calle. Había dejado a su hija de cuatro años y a su hijo de tres con Don, del que entonces estaba separado. Y llegó a un bar de Manhattan. En la barra pidió un martini. Iba dispuesta a tener una aventura para desafiar las infidelidades de su esposo. Un muchacho elegante se acercó a ella y la abordó. Ella le rechazó. Terminó su martini y fue al baño. En la puerta la alcanzó el muchacho. Se miraron y él se acercó a besarla. Ella respondió a las caricias. Se encerraron para amarse. Al salir el barman les preguntó, reprensivo: «¿qué hicieron». Ella pasó de frente, desdeñosa. Probaba un poder inédito. Así fue como nos conocimos. Yo estaba allí y presencié la escena. El aplomo de ella me pareció muy valiente. Ahora me ha enviado este obsequio en señal de gratitud.

 

Alguna otra vez conversaría con Betty en aquel mismo bar. Hablamos de los riesgos de las mujeres. Los hombres infieles, los violentos, los asesinos. A ella le sorprendió saber que me interesaban esos temas. Le confesé que incluso había escrito un libro relacionado con aquello. No pareció impresionada más allá de sonarle algo remoto y atroz. En el mundo de Betty Draper esas cosas son algo casi incomprensible. Y suceden en ciudades de la Costa Este, como Los Ángeles. Extrajo un cigarrillo que le ayudé a encender y evocó a Caryl Chessman, «El maniático de la luz roja», que confundía con ésta a sus víctimas antes de violarlas. Y le pareció recordar el caso que narró el sureño Truman Capote en su novela A sangre fría.

 

Mencioné también el asesinato de La Dalia Negra, Elizabeth Short, cuyo cuerpo seccionado a la mitad apareció  en Los Ángeles en 1947. Fue demasiado para ella. Hizo un gesto de molestia. Y me dijo: “¿cómo puedes obsesionarte con eso?”. Le respondí que era mi tarea, así como la suya ser una muchacha en busca de una reafirmación personal. No pareció convencida. Hubo un silencio incómodo entre ambos. Me miró a los ojos durante un instante que se prolongó hasta mi desconcierto. Apagó el cigarrillo en el cenicero y se dispuso a irse. Sonrió, nostálgica. Quizás pensaba en su familia y el futuro que les aguardaba. Se despidió con un gesto de su mano en el aire, cogió su bolso y me dejó allí, hundido en mi perplejidad. Betty Draper: no volví a saber de ella hasta que recibí de su parte el Kindle en el buzón de mi casa.

 

En el Kindle volví a mis obsesiones. Lo siento Betty, me dije. Y busqué el nuevo libro de Steve Hodel: Most Evil (Dutton, 2009). Quizás hayan oído de él. Un detective de Los Ángeles. Trabajó durante décadas en el Departamento de Policía. Se jubiló y, un día, al escuchar a su media hermana contar historias del pasado, su vida cambió. El padre de ambos, recién fallecido a los noventa y un años, había sido un personaje singular, demasiado singular como demostraría su hijo después de investigarle. Su padre fue el asesino más extraordinario de la historia criminal de Estados Unidos de América: el Doctor George Hill Hodel. Un verdadero genio del mal. El asesino de la Dalia Negra, el enigmático Zodiaco, el autor de muchos otros crímenes.

 

El Kindle forma parte de la primera generación del libro electrónico. Aún es algo primitivo. No importa: los inventos y los proyectos promisorios siempre lucen insignificantes en su inicio. Gracias, Betty.

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