Llega la Navidad y con ella pequeñas y grandes marcas afilan sus garras publicitarias. Para ello nada más básico (ni más efectivo) que jugar con el deseo, y si jugamos con el deseo, jugamos con el cuerpo de la mujer, con el desnudo, con la juventud, con la sexualidad masculina y sus fantasías.
Echen un vistazo al anuncio de la marca Desigual.
Desigual es una marca de ruptura. Sólo me parezco a mí misma y rompo la simetría, la homogeneidad. Ropa divertida, moderna, no convencional. Pero la publicidad de estas Navidades vuelve a situarnos en la edad de piedra civilizatoria: una chica desnuda con un bolso cubriendo pechos y pubis. ¿A quién va dirigido el anuncio? A ellos y a ellas. Ellas quieren que ellos las miren, ellos quieren mirarlas porque están desnudas. Sólo un eficaz y sistemático sistema de socialización desde la infancia hace que este anuncio no nos parezca obsceno, y sobre todo, que dejemos que lo contemplen futuras generaciones que ya se hacen una idea del mandato a su mirada. Las mujeres nos miramos con ojos de hombres y no conseguimos vernos. ¿Cómo nos miran los hombres? Desnudas.
Me niego a verme en el culo de Bruni o Letizia, no me veo en las bragas que se le transparentan a Anne Igartiburu en Noche Vieja, en las exhibidas acompañantes del transgresor intelectual Gran wyoming, y qué decir de Belén Esteban.
¿Por qué presentadoras de las más variadas galas y concursos, modelos de anuncios, cantantes femeninas, mamás noeles esculturales, reinas magas y bailarinas compiten en pasar frío, y poner cara de excitadas sexuales permanentes a cero grados? Comparen la vestimenta festiva de ellos y ellas.
El deseo mueve el mundo, y la identificación, (muchas veces sublimada por eso que llaman amor), del deseo sexual con el consumo, asegura que las necesidades sean infinitas, nunca nadie ha dicho basta al afecto y al deseo. Ellos tendrán las mujeres de sus sueños y ellas serán las mujeres soñadas por ellos. Posesión e imitación. Es sencillo pero funciona. Que se lo digan a Disney.
No queremos parecernos a nada excepto a nosotras mismas. Las feministas de la segunda ola, hijas de las sufragistas que habían conseguido entrar en la universidad y votar a poderes políticos y económicos en los que no estaban representadas, tomaron conciencia de que el reconocimiento de derechos es muy distinto a su garantía, a su realización práctica.
No creas tener derechos, es el título de una interesante recopilación de textos del feminismo de la diferencia, y una conclusión que confirma la utilización de la imagen de las mujeres por nuestros y nuestras publicistas.
Vuelvo a mirar la desnudez obscena del cartel de Desigual y me entristezco. Ya no veo una chica desnuda bajo un bolso. Veo una idea publicitaria sin límites éticos ni legales, veo tolerancia infinita a la desigualdad más obscena por parte de una sociedad que creemos avanzada mientras miramos por encima del hombro a otras sociedades patriarcales… ¿más explícitas?