Queridos lectores, hoy de nuevo comienzo con unas disculpas, las debidas a la persistencia de mis crónicas en estos días más propios del descanso que de cualquier labor, física o intelectual; y más nos aprovecharía andar de vacaciones en lugar de estar aquí, yo con la obligación de escribir, vosotros con la de leer. Mas vivimos en esta sociedad en la que si uno no trabaja, incluidas las fiestas de guardar, se convierte bien en un inmoral bien en una persona digna de lástima; pues como ya nos ha enseñado el sabio don Rafael Sánchez Ferlosio, si él me permite usar sus palabras a mi manera, hemos sido engañados tanto por el cristianismo como por el comunismo y el capitalismo: El trabajo no es un valor moral ni la condición natural del hombre, sino pura maldición bíblica e ideológica.
Retomo, de esta forma, el hilo donde lo dejé hace un par de semanas y vuelvo a esa Mitología de este nuestro Imperio -digo nuestro por contemporáneo, pues bien sabemos que lo nuestro, de verdad, es la colonia-. Como os comenté, el Olimpo donde habita el todopoderoso dios Dólar se llama aquí Wall Street. En ese Panteón convive con otras divinidades, entre ellas la diosa Bolsa. Esta deidad es ciclotímica, palabra perteneciente al acervo de lo políticamente correcto y que viene a encubrir una expresión más precisa y menos bondadosa, pues en verdad Bolsa sufre una psicosis maniaco depresiva y, tras varios años de excitación, anda ahora caída en desgracia.
Bolsa se mueve por el Olimpo de Wall Street con un séquito de 30 Titanes, los que forman el índice Dow Jones; aunque su pulso no es con Dólar, como lo fue con Zeus en la mitología griega, sino con los propios humanos, a quienes intentan someter y hacer sus esclavos. Como su diosa, están en este momento expiando la culpa de su avaricia, lo que no significa que hayan perdido la batalla.
En esa corte celestial, también están las arpías, que no son otras que el Fondo Monetario Internacional y las agencias de calificación de riesgo. De ellas se valen Dólar, Bolsa, los Titanes y hasta el mismo Imperio para imponer sus designios a humanos y colonias. Mas antes de continuar, dejadme que os haga una observación surgida de mi sorpresa. Las arpías, por su hermosura, han sido durante años fuente de inspiración de los cronistas que siguen de cerca la economía del mundo; lo que me extraña es que después de robar la comida del banquete que muchos andábamos dándonos, tales cronistas, y hasta los políticos, sigan confiando en ellas como si fueran sus musas.
Todas esas divinidades de las que os hablo liban el néctar de los dioses: el licor de los beneficios, las ganancias y las primas, frutos de la especulación. Un néctar que les ofrecen a diario los sumos sacerdotes del Capitalismo, los ejecutivos, desde sus altares en las pirámides de Nueva York.
Como os digo, el Olimpo está pasando un periodo difícil, con muchos dioses peleados y una gran escasez de su néctar. Pero al fin los creyentes son tantos y los ejecutivos están dispuestos a hacer tantos sacrificios, que nadie duda de que, tarde o temprano, los dioses caídos volverán a la gloria. Esos sacrificios de los que os hablo se llaman despidos y vienen a ser, aunque más refinadas, las piras en las que las antiguas civilizaciones quemaban a sus víctimas. ¡Para que veáis, hasta qué punto el trabajo ha devenido en condición natural del hombre, como os decía al principio de esta crónica!
Las hogueras de los sacrificios se miden en el paro, pero al cabo de los años son tan ingentes que los sumos sacerdotes, ayudados por sus monaguillos, los cronistas oficiales, temerosos de que tanta ofrenda humana pueda revelar la inexistencia misma de los dioses, intentan esconder el escándalo. El desempleo en el Imperio ronda este año el 18% según cifras del Ministerio de Trabajo en Washington; un porcentaje que incluye a quienes dejaron de buscar empleo hace tiempo o tienen uno de ingresos tan bajos que no les permite vivir. Sin embargo, los ejecutivos y periodistas prefieren difundir el dato del 10%, bajo el argumento de que sólo quienes siguen buscando un contrato son verdaderos mártires.
La mitología del Imperio se extiende y, muy a mi pesar, tendré que continuar la próxima semana. Pero hoy no quiero apesadumbraros con estos descubrimientos míos. Menos ahora, que vamos a celebrar el cambio de año, fecha que ha de ser motivo de alegría, siquiera porque traspasamos vivos ese umbral astronómico. Os deseo a todos un feliz 2010; lleno de salud y, como no, de trabajo.
Vale