Las baldosas enceradas brillan como las de un inodoro de lujo. El nuevo y flamante zoco de Beirut es el penúltimo motivo de orgullo de la capital libanesa. Los esclavos de piel oscura han desinfectado y pulido este zoco con tanto ahínco que aquí ya no huele ni sabe a Oriente sino a petrodolar y lejía. Describirlo me produce tanta pereza como las gañanas que se pasan la tarde en un centro comercial desdoblando camisetas que combinen con la cara de panolis fatigadas que se les ha quedado después de pasar revista a tantas perchas con retales colgantes.
Reconstruido en el centro de la ciudad, aspira a convertirse en el gran eje comercial de Beirut, con sus tiendas, cafés, y centros comerciales, pero ni un solo bar en el que ahogar la ansiedad en el alcohol. Por el momento, el pretencioso espacio queda reducido a ciudad fantasma en la que buena parte de los locales continúan vacíos y el número de clientas es casi similar a la de miembros de seguridad que lo custodian. Solidere, la empresa edificadora, tiene que proteger su inversión. Después de la pasta que se han gastado en realizarlo y destrozarlo con horteradas varias, el zoco de Beirut es a día de hoy uno de los lugares más seguros del planeta. Si El Líbano vuelve a vivir otra guerra vendré a refugiarme bajo uno de los mostradores del señor Amancio Ortega…
Espero a un espía que está retratando una extraña claraboya en tonos rojos y blancos situada en uno de los pasillos. Con fines puramente lúdicos. No entiendo nada de arte pero la impresión que me causa es la de un pez multicolor y de gran agilidad nadando en medio de un banco de cachalotes grisáceos y torpes. Ha anochecido y son pocas las visitantes que pasean y compran en este zoco insulso y falto de vitaminas. No, no hay amenaza de bomba, es solo que el lugar es un soberano coñazo que merece como mucho 10 minutos de una excursión optativa del Imserso. Oigo una conversación en español. Una mujer joven en compañía de su madre. Entran en una tienda de H&M a falta de antros de perdición a los que sucumbir en Beirut. Estiran un par de bragas rosas, las miran detenidamente con ese aire perspicaz y teñido de inteligencia de las grandes cazadoras de tendencias. No, cariño no. Tranquila, no incluyen un bolsillo especial para explosivos, se trata del mismo algodón chino destinado a crear pelotillas que venden en Madrid, Estocolmo o Kuala Lumpur. La misma mierda de siempre y ahora en todas partes para que no te olvides de su olor.
Se me está estropeando la tarde solo de pensar en una elegante libanesa vestida con un falda tutú de Strafalarius, o en un aguerrido combatiente con pantaloncitos ajustados y pésimo corte, diseñados desde Arteixo para el mundo por un paleto cuya visión planetaria termina en la Torre de Hércules.
Un guardia de seguridad se ha colocado a mi lado. Esbozo media sonrisita. Rascacielos más altos han caído…