La familia llega puntual a la casa de T y A, una pareja de amigos que los ha invitado a conocer su nuevo piso en el centro de Madrid. Son los primeros en llegar a la cita pautada a las 9 de la noche. Tras el saludo, M les entrega un regalo que han comprado sus padres: una tetera de porcelana. Los anfitriones ya habían sido informados vía email de que L y D irían con sus hijos. Así que A también tiene un obsequio para los niños: un calendario de Adviento. T y A les invitan a hacer un tour por el nuevo piso. M se muestra muy interesada por conocer cada habitación de la casa, mientras S se acomoda en el hombro de su padre.
Tras la visita guiada, M saca del bolso las dos muñecas que eligió llevar a la cena y los anfitriones apuran los preparativos cuando suena el telefonillo. Ha llegado una de las invitadas. A los pocos minutos vuelve a oírse el telefonillo: es una pareja, ella estadounidense y él, español. Antes de que terminen de presentarse, llega la pareja que faltaba. Y comienza la cena de los amigos sin hijos.
Arreglada la mesa, cada uno coge su plato y pasa a la cocina para servirse de las ollas. T es el chef de la noche y describe la Carapulcra, un plato peruano. Los invitados se sientan en los dos sofás, ubicados a cada lado de la mesa y en un par de sillas auxiliares. M que está junto a su padre, le dice que quiere jugar en el estudio. D le dice que sí: es un buen sitio porque tanto él como L pueden tener contacto visual con ella desde el salón y además está alejado de otros lugares que pueden ser peligrosos para la niña, como la cocina. D le pregunta a los anfitriones si hay algún problema con que la niña esté ahí. Ellos responde que ninguno. M lleva sus muñecas y sus libros y comienza a jugar tranquilamente. M solo interrumpe el juego para acercarse a la mesa y comer un poco de jamón y parmesano que ha traído la invitada italiana. M ya ha cenado bien antes de salir de casa, así que sus padres pueden permitirle algún que otro picoteo. Es la primera clave en estos casos: que los niños coman bien en casa. Así se evita la lucha “cómete todo-mastica-pasa-ahora otro bocado” en medio de la cena.
S también ha comido y duerme plácidamente en los brazos de su madre. La pareja no ha llevado el cochecito del bebé porque 1) no conocían el tamaño del piso y podía estorbar, y 2) queda en la tercera planta y no sabían si había ascensor.
En una de la incursiones de M a la mesa a buscar queso parmesano, uno de los invitados, la pareja de la chica estadounidense, le pregunta qué edad tiene. La niña le contesta “4 años”. El chico le dice que es ya muy mayor, y le pregunta si va al cole. Ella le contesta “por supuesto”. M corta cualquier diálogo regresando al estudio y el chico no insiste más en llamar su atención. Afortunadamente: en estas reuniones es mejor que el niño no se convierta en el centro de atención. Una cena de amigos que termina como una clase de puericultura es algo que no perdona ningún anfitrión que se precie.
En estos ambientes se puede clasificar a la gente en varias categorías:
a) El “juguetón” es aquel que, para lucirse, intenta convertirse en el mejor amigo del niño y, cuando logra alborotarle, recurriendo incluso a las cosquillas, quiere zafarse y alejarlos de su lado. El niño insistirá en recuperar a su “nuevo amigo” y, al no lograrlo se ofuscará y ocasionará molestias. Identificar al “juguetón” y tenerlo a raya es crucial para no arruinar la noche.
b) El “tolerante” es aquel que aunque tenga al niño muy cerca lo ignora y trata de mantenerlo a distancia. Por lo general el niño le ignorará.
c) La “maternal” querrá atender, cargar, jugar, arrullar al niño y podrá pasar así toda la noche. No hay problemas con este perfil, a menos que intente utilizar al niño para mandarle mensajes cifrados a su pareja: el reloj biológico ha dado una campanada. O cuando quieren complacer a los niños a pesar de que sus padres digan que no.
d) Y por último, está el “experimentado”, ese que interactúa con el niño en su justa medida, le hace caso sin alborotarlo.
Durante la sobremesa, con un par de botellas de vino vacías, S se despierta con hambre y L lo amamanta con naturalidad, tapándolo con el manto especial para estas ocasiones. Pero la pared de tela no evita que el niño se espabile con tanta gente. Las chicas se lo pasan de brazo en brazo, y él, encantado. M sigue en el estudio, aunque ha dejado de jugar y está sentada en una silla. Los párpados han caído un milímetro más de lo normal. Es la señal de que ya no le falta mucho para pedir una cama.
Ya han pasado casi tres horas desde que llegaron a la cena y todo va de maravilla; ni un llanto, ni un pataleo. Es la hora de las copas y T destapa una botella de pisco. El interín es el momento exacto para abandonar la velada. D y L lo acuerdan con una mirada y, con un código gestual que pasa desapercibido para los demás, le dicen a M que es hora de irse. M recoge sus cosas y se cuelga de su padre.