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Mientras tantoLo que no es sueño, de Claudio Rodríguez (1934-1999)

Lo que no es sueño, de Claudio Rodríguez (1934-1999)


 

La poesía es el hombro sobre el que nos subimos para otear por encima del tiempo; y también sobre el que sollozamos cuando hay que sollozar.

 

Ayer por la tarde, tras cinco días de espera, mi amigo David dio señales de vida desde Haití. Había llegado hace un par semanas a Jacmel, una ciudad situada cien kilómetros al sur de Puerto Príncipe, como responsable del Programa Mundial de Alimentos. Me lo cuenta con detalle: ‘Fueron treinta segundos eternos, sólo treinta, pero parecía que el cielo mismo se desmoronaba sobre nuestras cabezas’. Los muros del edificio de dos pisos oscilaron pero resistieron. Tras el terremoto todo el mundo corrió al patio: nadie estaba herido. ‘Lo malo fue cuando salimos a la calle: los lamentos y las columnas de humo se elevaban de todas partes’. En Jacmel mil casas se derrumbaron completamente y veinte mil más quedaron dañadas, inhabitables. ‘El país está en ruinas: la gente pobre construía en las laderas, a veces casas de más de una planta, con cemento insuficiente y materiales de mala calidad. Aquí los muertos se cuentan por miles’.

 

Ando por el mundo con una pequeña edición de la poesía de Claudio Rodríguez: me abraza cuando me quiebro, me levanta cuando me arrodillo. Hoy he buscado uno de los poemas de Alianza y Condena, se llama Lo que no es sueño:

 

 

LO QUE NO ES SUEÑO

 

Déjame que te hable en esta hora

de dolor, con alegres

palabras. Ya se sabe

que el escorpión, la sanguijuela, el piojo,

curan a veces. Pero tú oye, déjame

decirte que, a pesar

de tanta vida deplorable, sí,

a pesar y aun ahora

que estamos en derrota, nunca en doma,

el dolor es la nube,

la alegría, el espacio;

el dolor es el huésped,

la alegría, la casa.

Que el dolor es la miel,

símbolo de la muerte, y la alegría

es agria, seca, nueva,

lo único que tiene

verdadero sentido.

Déjame que, con vieja

sabiduría, diga:

a pesar, a pesar

de todos los pesares

y aunque sea muy dolorosa, y aunque

sea a veces inmunda, siempre, siempre

la más honda verdad es la alegría.

La que de un río turbio

hace aguas limpias,

la que hace que te diga

estas palabras tan indignas ahora,

la que nos llega como

llega la noche y llega la mañana,

como llega a la orilla

la ola:

irremediablemente.

 

 

Cuando no es posible el consuelo al menos hay que recordar la verdad.

 

Tres horas después del terremoto, pese a que varios miembros del equipo de David habían perdido a algún familiar, empezaron a distribuir galletas energéticas y agua potable a los supervivientes. Al día siguiente se organizaron las primeras cocinas comunitarias en los tres emplazamientos improvisados donde se iba juntando la población. La gente trajo marmitas, carbón y las mujeres se ofrecían como cocineras. Desde entonces seis mil personas comen una comida caliente al día con arroz, guisantes, sal y aceite. Para hoy se espera la llegada a Jacmel de los primeros camiones con ayuda internacional.

 

No lo olvides: cuando no es posible el consuelo al menos hay que recordar la verdad, alzarse y trabajar por ella.

 

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