El secreto de la longevidad para los habitantes del Cáucaso, las lejanas montañas que separan Georgia y Abjasia de Rusia, era doble.
Por un lado, entre los ancianos, la extrema vejez se consideraba un mérito en una sociedad que escuchaba a sus viejos y les reconocía un prestigioso lugar. Con frecuencia, los viejos simulaban más edad de la que realmente tenían, lo que se veía favorecido por la escasez de buenos registros civiles. Se dice que incluso Stalin, que era georgiano, estimuló tal fama y confusión.
No toda la longevidad era ficticia en ese territorio. Al contrario, se estima que el número de centenarios en esas montañas superaba al de cualquier otro lugar del mundo. Sus pequeños secretos a voces incluían el ejercicio físico, la vida tranquila, y el consumo de yogurt. Pero hay más.
Casi todas las calorías y proteínas de su dieta procedían de las gachas que cocinan con harina de maíz o mijo. A la versión aderezada con aceite de nuez la llaman ashrlarkunda. Para dar sabor a todos los platos, utilizan una pasta de pimentón, vinagre, especias y hierbas aromáticas conocida como adzhika. Con ella aderezan incluso el melón. No les gustan los platos salados y no utilizaban apenas azúcar, sino miel, para endulzar las tortas de maíz (churek). En general comían poco y en especial poca carne.
Es interesante que, mucho antes de los descubrimientos modernos sobre una dieta sana, los habitantes del Cáucaso ya la practicaban, con resultados asombrosos sobre la longevidad.
Pero, en casi todo el texto he utilizado el tiempo pasado. Probablemente su esperanza de vida ha mermado intensamente. En la región del Cáucaso, desde la caída de la Unión Soviética, se han generalizado la inestabilidad política y los conflictos bélicos. La guerra es el peor enemigo de la salud pública y quién sabe cuantos de estos centenarios han concluido su larga vida llorando, por haber visto a la postre, la peor cara del género humano.