Reflexiones sobre la cooperación, el mundo partido en proyectos y la desactivación de lo político.
¿Cuál es la verdadera intención del sistema de cooperación internacional en caso de existir una?, ¿qué efecto han tenido los miles de millones de dólares ‘invertidos’ en países del tercer mundo en las últimas décadas?, ¿a quién sirven las élites profesionales que con chaleco en ristre reparten cheques y fórmula de desarrollo por medio planeta?
La cooperación internacional, y hasta la nacional, es uno de esos temas vedados para tratar en público. La buena intención que se le supone -como la valentía al soldado-, el principio del mal menor –mejor que esa plata llegue a que se dedique al hoyo financiero-, y hasta las formas de lo políticamente correcto impiden que se construya un pensamiento crítico serio acerca de la acción de las cooperaciones oficiales y de las ONG.
Llegaría así la primera pregunta: ¿son lo mismo? En un alto porcentaje sí. Son realmente pocas las Organizaciones No Gubernamentales que son realmente No Gubernamentales. La mayoría se alimenta de dinero público llegado de diferentes instancias. Las ONG, en su mayoría, representan el sector mercerizado de la cooperación, la buena cara de estrategias más complejas que tienen que ver con el mapa de la geopolítica y con ciertas formas novedosas de colonización económica, cultural y política.
Las pocas ONG que no obtienen la mayoría de sus ingresos de los estamentos públicos, tienen un mayor margen de libertad y se les nota, aunque en su caso la perversión pasa por la necesidad de recaudar fondos privados apelando a la misma sensiblería y marketing que una marca de chocolate. Durante un tiempo pude colaborar con una de las más reconocidas en su aparato de comunicación. Ahí aprendí como recaudan el 70% de sus ingresos en los pocos días de Navidad, “cuando la gente es sensible al mensaje”. Adoptar simbólicamente a un niño en Asia, pagar una cuota mensual para defender a los defensores de los derechos humanos, o donar un pírrico porcentaje de la compra semanal para engañar al hambre en Sudán son actos de compra, de consumo, al igual que lo sería comprar un pavo, un nuevo ipod o una moto. La diferencia es que al apoyar a una ONG se compra conciencia y una autoimagen complaciente y tranquilizadora. Luego entraré a analizar la acción de ONGs y Cooperación, pero no está mal un pequeño adelanto de realidad con las palabras de Femi Kuti, músico africano lenguaraz y directo como pocos: «Las ONG dicen estar trabajando, pero no se las ve. Las Naciones Unidas organizan conferencias inservibles. Los músicos occidentales promueven conciertos benéficos sin ningún resultado. ¿Recuerda aquella canción, We are the world? Han pasado más de 20 años y todo sigue igual».
Si hablamos de las cooperaciones internacionales oficiales la cosa es más evidente, excepto para los que trabajan en ellas. Diplomacia alterna disfrazada de corderito, canal de distribución de presiones e ideas vestido de novia simpática y solidaria, dinero y dinero derrochado en estructuras inservibles para que unas cuantas migajas lleguen a alguna comunidad que no pudo elegir en qué se invertía la plata.
Todas presumen ahora de sus métodos participativos, de tener en cuenta toda la listica de palabras de moda como sostenibilidad, incidencia, componente de género, productivo, evaluación y monitoreo, metas… un bla, bla, bla perverso que camufla la ineficacia y la necesidad de que la ayuda sea eterna para eternamente influir en realidades ajenas. ¿No les parece que si realmente se evaluaran deberían cerrar sus oficinas después de décadas de fracasos repetidos? ¿Es acaso este mundo mejor o más justo que el de hace 50 años?
No sé si estarán de acuerdo con la similitud en la acción de cooperaciones oficiales, cooperación intergubernamental (De la que la reina es la inoperante Organización de las Naciones Unidas) y la mayoría de ONGs, pero es fundamental para entender que en la siguiente relación de afectaciones que causa la misma no distingo entre unos y otros (cada cual sabe cuál es su grado de responsabilidad).
a. La cooperación como salida laboral
Todo es justificable. De hecho en nuestras vidas privadas así lo hacemos: tenemos razones para fumar y para dejar de fumar, para acumular y para no hacerlo, para reciclar o para decidir mandar todo mezclado al vertedero (hay que darle trabajo a los pepenadotes). En el mundo de la cooperación esto es un axioma. Cuando se comenzó a ‘profesionalizar’ la solidaridad el argumento era que había que tener a las y los mejores profesionales al servicio de la causa y que para eso había que pagar lo mismo que en una empresa privada, reconocer el valor del trabajo, no halar del voluntarismo.
Suena bien, para que negarlo. El problema es que con este argumento se eliminó de un tajo el compromiso político o, cuando menos, ético con el Otro. El recorrido es estándar. Como en una empresa, el joven cooperante entra en prácticas por un salario bajo, casi anecdótico. La baja remuneración se compensa por cierto heroísmo reconocido en el círculo social primermundista más cercano. Después, comprende el polluelo que hay una carrera por construir un largo recorrido de siglas que desmenuzan mejoras salariales considerables y una calidad de vida más que razonable sin perder mucho del halo heroico.
Al final, tenemos una élite cooperante, que habla varios idiomas, se desenvuelve como pez en el agua en lo étnico y que temblaría ante la terrible posibilidad de que el hambre y las guerras acaben porque tendrían que trabajar en el departamento de contabilidad de IBM y se perderían esta vida llena de ‘experiencias’. Son, sin duda alguna, la encarnación del flaneur de Bauman [«The flaneur is a witness, not a participant; he is in, but not of the place he walks; a spectator of the never-ending spectacle of crowded urban life; a spectacle with constantly changing actors who do not know their lines in advance; a spectacle of no beginning nor end; no unity of time, place or action» (Zygmunt Bauman 1992)].
b. La vida es un proyecto
Las organizaciones que gestionan los miles de millones de la cooperación no son especialistas en el pensamiento complejo: es decir, no saben que la vida es compleja. Como funcionan según las normas de las leyes de mercado tienen que diseccionarla en productos o en proyectos (que a la postre son lo mismo) que sena medibles, contabilizables, que permitan demostrar resultados según el esquema del libro de cuentas.
Resulta que la vida no es así, y menos en los países del tercer mundo, donde la distancia más corta entre dos puntos jamás es la línea recta. La fragmentación de la cooperación en proyectos ha fomentado la reorganización de los movimientos sociales de base para dar respuesta a esa estructura, ha desconectado las acciones antes concluyentes y ha desactivado buena parte de la fuerza de las comunidades.
Hay, por supuestito, un mercado de proyectos. Oferta y demanda, duplicación de acciones, repetición de las mismas. Un indígena colombiano relataba hace un tiempo cómo recordaba los primeros proyectos que llegaron en los años 80 de la cooperación holandesa. “Era de esos de hacer huertitas en las casas”. Según él, y de manera metafórica: “30 años después, todos los proyectos son igualiticos”.
Cambia eso sí, la moda, lo que vende en el momento. Hay años en que lo primordial es el género, otros en los que es la institucionalidad, la gobernabilidad, el cambio climático o la incidencia en políticas públicas. Si se quiere estar en el mercado de los proyectos solo hay que estar al tanto de las tendencias y adaptarse de manera pragmática a formularios, marcos lógicos y evaluación de metas.
c. Adiós política, adiós conciencia
Si hay una energía irreemplazable en las comunidades esa es de la conciencia política. Un movimiento social fuerte es una organización donde el motor nunca es la plata, sino la conciencia y la conexión con las bases. Para que sea así, deben confluir dos factores: tener base real (algo de lo que casi ninguna ONG puede presumir) y formar a la misma en la reflexión crítica y la formación política.
Al escribirlo ya me doy cuenta de que suena anticuado. La cooperación fomenta la existencia de movimientos sociales semiprofesionalizados que canalicen recursos y ejecuten proyectos fiscalizados por ONG y financiados por la cooperación.
Los parámetros de la cooperación no permitirían, además, una partida que explícitamente dijera: “formación política de las bases populares” (se consideraría políticamente incorrecto) o una que hablara de “gastos de transporte y alimentación para asambleas políticas”. Sin embargo, se multiplican los fondos para talleres y capacitaciones tan inútiles como costosos gracias a los cuales los expertos tenemos trabajo y los ahora funcionarios de los movimientos sociales comen bien durante un par de días y gestionan nuevos fondos para su organización en los corrillos informales del mercado de proyectos.
El resultado es pavoroso. Tenemos movimientos sociales en otro tiempo aguerridos y fuertes, debilitados al extremo, tan preocupados en mantener la estructura funcionando que olvidan su objetivo inicial. Y, del otro lado, vamos convirtiendo a las comunidades en ejércitos de pedigüeños a la espera de un nuevo proyecto que alimente la precaria economía formal de la cooperación (y las corruptelas que comporta).
d. La falsa participación
El discurso democrático occidental de la cooperación contempla, por supuesto, la participación de las comunidades en el diseño de su modelo de desarrollo. La realidad demuestra que, al igual que en la democracia, esto es solo un requisito formal o, en todo caso, estético.
La verdad es que en las oficinas de Naciones Unidas en Nueva York o en Ginebra o en los corredores de la Comisión Europea sesudos expertos en cooperación internacional, derechos humanos o desarrollo humano definen las tendencias y las prioridades.
Daría igual lo que una comunidad considere prioritario so esto no está alienado con los Objetivos del Milenio o con las prioridades estratégicas de la UE. Las ONGs saben qué vender a cada cooperación, conocen lo “que les gusta”. En el fondo, y a pesar de los esfuerzos por disimular, el eurocentrismo y el gringocentrismo siguen mandando en la relación entre la cooperación y los movimientos del tercer mundo. Los primeros disimulan y se comportan horizontalmente. Los segundos se aguantan la verticalidad porque es equivalente a dinero fresco.
Cualquier reflexión como esta debería comportar alguna propuesta de solución. O eso se supone que es lo constructivo. No la tengo. O la que tengo no les gustaría. Yo refundaría todo porque creo que el sistema está tan viciado que no puede ser reformado desde dentro (véase el fracaso del intento de reforma conservadora de la ONU). De momento, creo que no se puede ser cómplice, o que si se es por necesidad (de trabajo, de recursos o de acompañamiento) hay que ser muy conscientes y trabajar para su propio fin -y no para su reproducción infinita-. El regreso al compromiso, a la solidaridad entendida como hermanamiento y no como tutela, a cierta militancia de lo civil (no de grupos o sectas como hace unas décadas), podría ayudar a reconducir las relaciones. Sé que no he dicho mucho, pero prometo volver sobre el tema. Desde que constato sobre el terreno el terrorífico efecto de la cooperación tenía la necesidad de, primero, vomitar esto para los amigos y amigas más cercanas. Pero le daré forma, trataré de construir, partiendo de estas palabras, un texto que se pueda compartir y que, con un poco de suerte, pueda construir.