Cosas de niños
el blog de Linda Ontiveros
En la cima de la colina de la Acrópolis, M merienda sentada en los muros desde donde se mira, de frente al Partenón, y detrás, Atenas. Ella es una experta en merendar con telones de fondo inauditos: en Roma comió su potito en un recoveco de uno de los salones de los Museos Vaticano, con la venia del vigilante de turno, que solo sonrió y siguió su ruta.
D y su amigo A se internan con las cámaras por las ruinas de la Acrópolis, y aprovechan para organizar la charla que darán juntos al día siguiente en la sede del Instituto Cervantes en el barrio de Plaka. Al terminar el bocadillo, L y M hacen su propia ruta hasta que se unen al D y A. Juntos continúan su paseo. L le enseña a la niña el Erecteion y le explica que las columnas son esclavas que según la historia estaban condenadas a soportar grandes pesos sobre sus cabezas. M frunce el ceño y sigue caminando junto a su madre que también le cuenta que el Partenón fue construido hace muchos años en honor a una diosa llamada Atenea.
– ¿Cómo era esa diosa?- pregunta M.
– Era una mujer muy sabia- contesta L.
– ¿Y usaba vestido?
– Seguro que sí- responde su madre.
Dejan atrás las escalinatas del Partenón y caminan hacia el Teatro de Dionisio, pero antes recogen el coche de M que han dejado en uno de los controles del complejo. M se entretiene saltando los peldaños y viendo a los gatos que toman el sol en las piedras que se encuentran en las laderas de la colina.
Al llegar al Teatro, D le explica a M que en ese lugar se representaban obras como las que ella ve en Madrid, y que la gente se sentaba alrededor, en los asientos de piedra. M quiere simular que es una espectadora. Buscan el sitio donde está permitido que se siente. Desde ahí, M preferirá hacer la exploración sentada en su cochecito. Empujar el carro por esas cuestas y los senderos de piedras serán un buen ejercicio para D. Hace un día fresco y soleado.
Salen de la Acrópolis para ir hacia el Templo de Thissio. Antes de llegar a él ven a cada lado del camino ruinas de las edificaciones. Pronto el paisaje, antes de color beige, se torna verde. Árboles y arbustos rodean el lugar. Mientras caminan, A y D comentan algunos aspectos aislados de la charla del día siguiente. M se adormece y L se separa del grupo para hacer unas fotografías. Llegan al templo.
Atraviesan el complejo y bajan por una calle que les conduce a Monastiraki. Hay mucha gente paseando por los alrededores. Venta de globos, chuches y rosquillas con sésamo. M las ve y le dice a su padre que quiere probarlas. Su madre se une a la degustación y aprovecha para guardar unas para más tarde.
Giran hacia unas de las calles del barrio que reúne a vendedores ambulantes de objetos usados y nuevos. A, D y L se entretienen mirando los puestos se extienden por todo lo largo de la calle que bordea la estación del tren. Siempre que viajan, D intenta encontrar figuras de plomo antiguas para incluirlas en su colección. Esta vez no hay suerte. Lo que sí hacen es detenerse en una de los restaurantes con terrazas para comer algo y reponer fuerzas. Tras las comida se pasean por la calle Ermou llena de comercios de ropa y objetos turísticos. A aprovecha para comprar unos recuerdos para su familia.
El paseo los lleva hasta la estación central del tren, frente, a pocos metros, está la Biblioteca de Adriano. M está un poco renuente a entrar, dice que está cansada, pero L la convence de cuánto vale la pena hacer un esfuerzo. M acepta, se baja del coche y deja que L le enseñe los restos de una pintura que decoraba la fachada. M no puede ver las figuras hasta que sigue las siluetas de los colores. Vive la epifanía y busca a su padre para contárselo.
Caminan por las vías delimitadas por las cuerdas de seguridad hasta llegar a la parte posterior de la Biblioteca en donde ya hay más libertad de movimiento. M y su padre juega a esconderse de L, detrás de las columnas. Es el rato de M, y A lo entiende y participa desde atrás del obturador, unas fotos que luego enviará a la familia por correo electrónico.