Hace unos días un alumno de Grado Medio de Electricidad (16 años), cuando explicábamos en clase los permisos laborales, remunerados saltó entre la sorpresa y la duda: “O sea profe, que en España tenemos más días por casarnos que por tener un hijo, ¿no?”. Me encantó, todavía sonrío cuando lo recuerdo.
Hay ocasiones en que un juicio rápido y espontáneo, sin pretensiones de denuncia ni mucho menos de argumentación sociológica o política, viene a ser el resumen claro y perfecto de lo que con más palabras no habríamos comunicado de forma tan efectiva. Era la primera vez que un alumno me hacía esta observación. Me alegré muchísimo y ni que decir tiene que aproveché para abrir debate en el aula.
En España, hasta marzo de 2007, sólo existía un permiso pagado por la empresa de dos días naturales por nacimiento de hijo (tengo una amiga que lo llama “permiso de flores y registro”). A mí, la expresión “nacimiento de hijo”, siempre me ha parecido como si el hijo pudiera ser de cualquiera: de una prima, de una vecina… Pero no, resulta que se refiere, como muy bien interpretó este alumno a “tu hijo”, el mismo ser que si eres mujer da lugar a las dieciséis semanas de “baja por maternidad” (en este supuesto queda muy claro de quién es la criatura).
Bueno, cabe objetar, dieciséis semanas pero las mujeres pueden ceder hasta diez, (otra cosa es que no se cedan). Como señala la investigadora , María Pazos, ¿imaginan que se pudiera hacer lo mismo con otras prestaciones de la Seguridad Social? “Querido, sólo he gastado dos meses de paro, te paso el resto…” o “Como me sobran unos añitos cotizados, se los dejo a mi hijo que a este paso no alcanza el mínimo para jubilarse.” Con la reproducción siempre nos hacemos líos, o nos hacen el lío.
Sueño con el día en que mis alumnos se asombren al comprobar que la ley que dice que no distingue de sexos les niega su derecho al cuidado. Que algún espontáneo adolescente sin reparos me replique: “Profe, que morro las mujeres, tienen 16 semanas y nosotros 13 días, ¿por qué?”. Pero me da que la posibilidad de este juicio, constituiría un indicio de que algo ha fallado en los eficaces sistemas de socialización. Sería un gran descuido que el cuidado de la vida humana en su más amplio sentido pasase a ser un obetivo revestido de prestigio social. Apenas un 5 % de los varones disfrutan de una posible cesión del tiempo de cuidado. Y sólo te pueden ceder lo que no te pertenece. A lo mejor no interesa ser dueño de un tiempo que puede salirnos muy caro. A lo mejor tiene un precio alto porque no hay un número contundente de hombres reivindicándolo, exigiendo su derecho al cuidado.
La economía sostenible, de la que tanto ahora se habla, no exige sólo aire y mares limpios y poner límites cuantitativos y cualitativos a la producción sin límite. Exige reconocer, como defiende la economista Cristina Carrasco, la crisis de la que nadie habla, la crisis de sostenimiento de la propia vida humana, del cuidado y su valor social, y yo estoy convencida que tiene mucho que ver con la violencia.
La sensación de miedo y violencia se puede transmitir de muy diversos modos que no tienen por qué ser directos, es más, la mayoría de las veces no lo son. Se puede transmitir violencia por los juegos, por la tele, por las palabras. Pero el cuidado sólo se puede ejercer de forma directa; hay que tocar, mirar, hablar, interactuar con las personas a las que cuidas. Si negamos esta posibilidad a gran parte de la población estaremos creando eficaces cortafuegos para la comunicación y la empatía. Si no valoramos e incluso penalizamos y ridiculizamos a las personas que cuidan, cada día menos personas querrán cuidar y menos personas serán cuidadas. Así, seguro que es más fácil odiar, maltratar, controlar, quitar la condición de sujeto, cosificar y al final ejercer violencia.