El tiempo y la tecnología jugaron contra este post de lunes perezoso y húmedo. Quizá fue el tema, quizá el dolor de constatar lo torpe que puede ser la política y lo estúpida que es siempre la muerte.
Un post perdido y una cita incumplida, pero retomada a tiempo. Hablaba yo en el texto desaparecido en el ciberespacio del sistema de válvulas de escape que el régimen de Cuba nunca ha querido establecer. Las sociedades, todas, son como ollas a presión. Hay que tener válvulas por las que el vapor salga y permita que la cosa no reviente. Los hermanos Castro nunca lo han entendido.
Me decía un amigo en La Habana que la revolución cubana, magníficamente tropical, cambiante y sui generis al principio, se jodió con la llegada de los rusos. La alianza con la Unión Soviética llevó a Cuba tractores y combustible casi regalados pero, a cambio, dejó esa obsesión por «la vida de los otros», ese ver en cada ciudadano un contrarrevolucionario en potencia, el enemigo siempre está en casa.
Y el cubano tuvo que aplazar sus chistes y su carácter burlón, reservarlo para la oscuridad del Malecón de La Habana o para la conversación susurrada (siempre me costó entender esas pláticas casi de mímica). Los asesores rusos lograron que cada casa de La Habana tuviera orejas y cada vecino fuera o sospechoso de conspiración o agente político de los Comités de Defensa de la Revolución.
La olla a presión no dejaba salir nada de vapor y mucha rabia y frustración se acumulaba en un pueblo alegre y bullicioso. Lo gris se instaló, la paranoia se volvió política pública. Tanto como para que los hermanso Castro hayan dejado ahora morir, esposado a una cama, a lo que quedaba de Orlando Zapata Tamayo. Una torpeza que le puede costar caro al régimen porque hay hechos históricos que marcan cambios, que ponen el fin al miedo colectivo, que provocan reacciones imprevistas para los burócratas de la «seguridad».
Es cierto, considero yo, que la resistencia de Cuba ante los espejitos del sistema capitalista, ante las tentaciones de la Miami frentera, posiblemente no se hubiera dado en un sistema de democracia formal occidental, pero tampoco se puede consolidar un modelo cubano basado en el silencio y la negación de la realidad. Que hay disidencia, la hay; que no todo el mundo piensa como los Castro, es un hecho; que si no hay canales o válvulas de escape para que todo ese descontento se exprese el sistema se cae, parece evidente.
Esta Otramérica no deja de darnos sorpresas que se solapan. El drama de la muerte de Orlando Zapata superpuesto con la buena noticia de la rebeldía de los países de Latinoamérica y El Caribe ante la inútil y dirigida OEA; la sorprendente y buena noticia de la sentencia de la Corte Cosntitucional de Colombia cerrando las puertas a un tercer mandato de Álvaro Uribe con el rugir de la tierra en Chile.. ni siquiera el planeta tiene suficientes válvulas de escape para canalizar su ira.