El baby boom tendrá que generar la creación de lugares aptos para padres que quieren pasárselo bien con sus amigos o, por ejemplo, ir de compras. De un vistazo, las madres evalúan el lugar: accesibilidad (nadie quiere alzar un coche), ambiente libre de humos (lo del fumador pasivo es una lección aprendida), amplitud (para que los niños se muevan sin tirar copas y botellas), seguridad (nadie quiere que la bandeja resbale de las manos del camarero y reviente la cabeza de un niño, o que se electrocute con un juego de cables mal recogidos en una esquina). De momento nada más recomiendo estos cuatro:
El café del Museo Reina Sofía (antiguo Arola): ubicado en el edificio nuevo diseñado por Jean Nouvel, es espacioso, tiene entradas amplias -perfectas para los coches- y un mobiliario vanguardista -que se convierte en un improvisado parque de diversiones para los niños que juegan a lanzarse por los laterales de las mesas como si se trataran de toboganes-. Cuando recién abrió, un empleado nos llamó la atención por el juego de M, pero ahora no hay niño que no lo haga (qué se iba a imaginar este señor, que todavía trabaja ahí, que le tocaría soportarlo a diario y sin chistar). En este lugar es muy frecuente coincidir con grupos de familias jóvenes que quedan para tomarse un café. Suele tener música chill out de fondo y no se puede fumar en ninguna parte. Desfavorable: no hay camareros y, entre turistas y tropas de familias, a veces toca esperar mucho a que te atiendan en la barra.
Arrebato Libros: Hay una librería de viejo en la calle La Palma donde ir a comprar en compañía de los peques. En el nuevo local de Arrebato Libros (http://www.arrebatolibros.com), su dueño ha acondicionado la parte posterior de la tienda para crear un espacio dedicado a los libros infantiles, con mesas y sillitas para leer. No es una librería infantil (hay algunas especializadas muy buenas donde solo tienen libros para niños) y por eso es ideal para los padres: hay para unos y para otros, y los padres puedes ojear los tesoros bibliográficos que encuentra Pepe Olona mientras no pierde el contacto visual con sus hijos. En Arrebato, M descubrió el curioso Animalario Universal del Profesor Revillod, un libro con hojas seccionadas en las que se juega a crear animales rarísimos como un “tichija” que tiene cabeza de tigre, tronco de cerdo y cola de pájaro o un “casuaca”, un camello con patas de avestruz y cola de vaca. Los fines de semana atiende Daniel Bolado, un magnífico poeta que es capaz de danzar con campanas para entretener a los infantes que le caen en gracia. En el chino de enfrente se puede comprar una cerveza y en Arrebato no tienen reparo en que veas los libros y charles entre trago y trago.
Café del Caixa Forum, en el Paseo del Prado: Aunque es bastante más pequeño que el del Reina Sofía, tiene magnífica conexión de ascensores, es un espacio sin humo y el servicio es bastante bueno. Las sillas giratorias violetas entretienen a los niños y la luz natural se agradece. Está ubicado en la última planta y desde sus ventanales se puede ver parte del Jardín Botánico. Su restaurante también es un buen lugar para quedar a comer con la familia o con los amigos, ya que por 12 euros ofrece un menú que está muy bien de precio y calidad, las mesas son amplias y hay espacio para que entren los cochecitos de bebé. La atención es muy buena, pero hay que llegar temprano. Un dato: para comer con niños, hay que encaminarse al restaurante a las 13.30 h. Unos minutos después, la cosa se complica.
La Casa Encendida: Si es un fin de semana seguro que hay actividades para niños, pero como he dicho en uno de mis post anteriores, hay que comprar las entradas con mucha antelación y cruzando los dedos: se agotan en minutos. Yo suelo ir con los niños entre semana porque a M le encanta pasearse por la terraza, sea en invierno o verano. Si hace buen día te puedes quedar un largo rato tomando el sol en sus bancos y “sillones” de reciclaje, mientras los niños corretean y ven los huertos ecológicos. Allí no hay problema para desempaquetar un sándwich casero o hacer un picnic. El único “pero” de La Casa Encendida es que, para tomarse un café, sólo tiene un dispensador automático de esos malísimos.