«No creáis tener derechos. Es decir, no ofusquéis o deforméis la justicia, pero no creáis que se puede esperar legítimamente que las cosas ocurran de modo conforme a la justicia; tanto más cuanto que nosotras y nosotros mismos estamos bien lejos de ser justos».
Simone Weil, Cuadernos II.
El feminismo siempre va con los números por delante: tantos por cientos de menos salario, de menos puestos de dirección, de menos pensiones, de menos autoras, de menos premios, tantos por ciento de más pobreza, de más maltrato, de más trabajo no remunerado, de más silencio. A veces, y no sin críticas, también da la lata con las letras: humanidad, personas, criaturas; bienvenidos y bienvenidas al orgullo de la diferencia en una sociedad de iguales.
¿Por qué tantos números, por qué tantas letras? Porque seguimos siendo diferentes y además desiguales. Porque no avanzamos. La causa de la igualdad es un barco que se mantiene a flote pero en el que no deja de entrar agua de una u otra forma. Porque la igualdad de derechos es algo indiscutible racionalmente en nuestra sociedad moderna, pero la igualdad en el poder, en los lugares en los que se toman las decisiones de qué cuenta y qué no cuenta, de qué se va a recompensar y de qué seguirá silenciado, esa igualdad es todavía una utopía.
De qué sirven los derechos sin las garantías para ejercerlos. De nada. ¿De qué sirve una Ley sin recursos humanos y financieros para aplicarla? De nada. ¿De qué sirve un Ministerio sin poder de decisión real sobre el cumplimiento de la perspectiva de género por parte del resto de Ministerios? Quizá esto último sí sea útil. Es útil para dar argumentos a los que criticaban la existencia de un Ministerio dedicado a la igualdad. Un Ministerio dedicado a recordar cifras escandalosas pero sin una sóla acción contundente, tan llamativa y desproporcionada como las cifras de desigualdad que maneja, destinada al cambio. A veces nos da la sensación que es un Ministerio tan silencioso e invisible como la realidad discriminatoria que pretende cambiar.
La igualdad en abstracto ya no es la cuestión, el reto está en por qué se resisten mujeres y hombres a practicarla, a exigirla, a construirla, a darle vida, a dejarla caminar. Por qué las cifras que nos repiten no son tan insoportables, tan intolerables para que todos los días sean ocho de marzo.