La poesía no es tu almohada, la poesía no es tu refugio. Busquen descanso los cansados, los miedosos busquen protección. La poesía aporrea temprano tu puerta llamándote a las calles, tirándote de la manga hacia la multitud que vocifera o asume, te pretende erguido como un sendero entre los mástiles.
Hacía dos años que no venía al Chad y casi tenía olvidada la arena que serpea garganta adentro, el calor agrietándote a partir de marzo. N’djamena, la capital, está cambiando: calles que antes eran de tierra ahora se ensanchan de asfalto, se van realizando algunas obras de canalización y en los mejores barrios se empiezan a levantar bloques lujosos y hoteles cuando hasta hace poco contabas con los dedos de una mano los edificios de más de dos plantas. Allá donde voy todos repiten lo mismo: ‘Es el dinero del petróleo’. La ciudad, como una meretriz apadrinada, se maquilla. Pero bajo las capas de pote la piel sigue ajándose.
El viernes dimitió el Primer Ministro porque el Presidente del país, Idriss Déby Itno, necesitaba un chivo expiatorio sobre el que descargar el descontento del pueblo. El coste de la vida se ha disparado en los últimos meses. Los profesores, incapaces de dar de comer a sus familias con el salario que reciben, han ido a la huelga. En N’djamena desde hace días no hay electricidad. Allá donde voy todos repiten lo mismo: ‘Están zampándose el dinero del petróleo’.
En cuanto abandonas N’djamena la situación es peor, mucho peor. Según un informe presentado en febrero por Acción Contra el Hambre la malnutrición en el oeste del país, la zona ‘en paz’, ha sobrepasado los niveles de alarma. La semana pasada Naciones Unidas anunció que cerca de dos millones de personas necesitarán asistencia alimentaria en el Chad a lo largo de 2010: más del veinte por ciento de la población. El Programa Mundial de Alimentos ya ha pedido financiación adicional a los países ricos para hacer frente a esta nueva crisis nacida de una temporada fracasada en lluvias y de la falta de voluntad del gobierno para dedicar una parte significativa del presupuesto a programas de erradicación del hambre y desarrollo agrícola.
En el este, ‘la zona en guerra’, ciento sesenta y seis mil chadianos viven en campos de desplazados. Desde Darfur llegan noticias (poco creíbles) de paz, pero su problema no está al otro lado de la frontera sino en casa: bajo sus pies los campos se empobrecen y el agua escasea; sobre sus cabezas el régimen acapara y somete. Nadie confía en que la súbita riqueza del estado recorra los mil kilómetros que les separan del palacio presidencial. Como me dijo Adoum, ‘para el gobierno el dinero del petróleo es un botín, no un ingreso’.
Y el botín ha sido suculento: desde que en 2003 el Chad se convirtió en país exportador de petróleo los fondos que, teóricamente, han entrado en sus arcas han sido fabulosos. Sólo en los primeros cinco años de producción las Compañías Petroleras habían pagado al gobierno más de tres mil millones de dólares entre royalties e impuestos. Ya en enero de 2001, tras la firma del acuerdo entre las Compañías y el Chad, el gobierno admitió que la mayor parte de los 25 millones de dólares recibidos en concepto de adelanto sobre futuros ingresos había sido usada para comprar armas.
El petróleo del Chad fluye hacia el océano Atlántico a través de un oleoducto construido gracias al apoyo del Banco Mundial que avaló el proyecto y sumó financiación (de todos nosotros) a la financiación de las Compañías Petroleras (de ellas) para su culminación. Los grupos de la sociedad civil, humanitarios y medioambientales, pidieron al Banco Mundial que retrasara su complicidad en el proyecto al menos hasta que el gobierno del Chad y sus fuerzas de seguridad se comprometieran a dejar de llevar a cabo asesinatos extrajudiciales, detenciones arbitrarias y desapariciones de opositores políticos, violaciones y torturas, reclutamiento de niños soldado y todas las vejaciones de los derechos humanos de su población imaginables. Los ejecutivos del Banco Mundial dijeron que su deber era considerar la viabilidad económica del oleoducto, no ‘hacer un juicio o un análisis político’.
Para convencer a todo el mundo de la bondad del proyecto el Banco Mundial exigió a Déby Itno que el Parlamento aprobara una ley sobre la distribución de los recursos petroleros justa y equitativa. Déby, que necesitaba el apoyo de las Instituciones Financieras Internacionales para conseguir su gallina de los huevos de oro, accedió. La ley prescribía que la inmensa mayoría del dinero obtenido gracias a la producción de crudo debía ser empleado en programas de lucha contra la pobreza y en infraestructuras, además de crear un fondo para las generaciones futuras. Cuando el oleoducto estaba acabado y el petróleo corría hacia el mar el dictador se levantó una mañana y dispuso, claro, cambiar la ley. Desde 2005 Déby Itno es dueño y señor de la fortuna que las Compañías Petroleras le dan por extraer petróleo de Su país.
Pero, ¿qué Compañías?: dos estadounidenses, Exxon y Chevron, y una malaya, Petronas. Cuando pensamos en ‘la maldición del petróleo’ siempre imaginamos a codiciosos líderes negros comprando armas y joyas mientras sus pueblos se estragan en la miseria. Sin embargo ésa es una fotografía trucada: el contrato entre el consorcio petrolero y el gobierno del Chad establece que sólo el 12,5% del precio de cada barril extraído irá a parar al estado, el resto es para las Compañías. Quienes se están enriqueciendo a costa del sufrimiento de nueve millones de chadianos son un puñado de políticos corruptos y militares criminales de aquí, ciertamente, mas sobre todo los ejecutivos y los accionistas de Exxon, Chevron y Petronas, y por ósmosis todos los que pertenecemos al mundo desarrollado.
No consigo dormir, hace un calor asfixiante, cuesta respirar. Afuera sólo se escucha el zumbido de algún generador: N’djamena yace a oscuras. Yo quisiera traerte mejores noticias pero hoy no hay muchas. Por eso tampoco quiero dormir, quiero escribirte. Hay una dignidad en el insomnio, en no permitir que nuestro espíritu arrope a nuestro cerebro y salga del cuerpo sin hacer ruido. Hay que hacer ruido, golpear las cañerías del mundo, irrumpir en lo aceptado, preguntar a gritos, incorporarse. Incorporarse.
León Felipe, uno de los mejores poetas que ha dado España, lo dijo más claro: él siempre hablaba más alto y más fuerte. Acabada la Guerra Civil, mientras unos y otros estaban fatigados, el alma de León Felipe seguía repartiendo mandobles, exigiendo la luz. Entonces escribió este poema,
COMO UN PULGÓN
Yo no puedo tener un verso dulce
que anestesie el llanto de los niños
y mueva suavemente las hamacas como una brisa esclava.
Porque yo no he venido aquí a hacer dormir a nadie.
Además… esa tempestad ¿quién la detiene?
¡Eh, tú, varón confiado que dormitas! Levántate, recoge tus zapatos
y prosigue…
Porque yo no he venido aquí a hacer dormir a nadie.
Hacia las cumbres trepan los dioses extenuados buscando un resplandor.
Y aquí voy yo con ellos,
entre el sudor y el polvo de sus inmensos pies descalzos, aquí voy yo con
ellos, atropellado y sacudido, pero agarrándome a sus plantas como las pinzas de un insecto, clavándome en su carne,
hundiéndome en su sangre
como un pulgón,
como una nigua, maldiciendo, blasfemando…
Porque yo no he venido aquí a hacer dormir a nadie:
ni a los niños
ni a los hombres
ni a los dioses.
León Felipe solo, exiliado, inerme, envejeciendo, estuvo montado en la palabra hasta el día de su muerte: buscando un resplandor. En cada uno de sus poemarios, en cada uno de sus versos reluce la confianza en lo inminente, la victoria última de lo justo: del ser humano. Por todas partes veía señales de amanecida: ‘y el que escriba un poema, que no olvide que se han visto ya pájaros/ que se le escapan de la jaula al matemático’.
Además ayer mi sobrina María cumplió cinco años: por si no hubiera motivos para la esperanza.