Suenan las campanas en el edificio. No se trata de una iglesia sino de una universidad. Esto es El Líbano, todo el mundo tiene que poner de relieve cuál es su religión. Primero la religión, luego la carrocería, el crucifijo bien apretado y sobresaliente entre las tetas. El ascensor se para en el segundo. Sueño al atardecer con un país en el que la gente se identifique por su inteligencia. Se acabarían las etiquetas para los tontos…Entran dos jovencitas, no guapas, muy bien maquilladas. Se acicalan frente al espejo, la barra de labios luce virginal. Lo que más les gustaría lamer por primera vez es un billete de 500 euros. Hablan en francés. Estas son de las que jamás se definirían a sí mismas como árabes. Ellas son fenicias…y un poco gilipollas también.
Nueva parada en el tercero. Se sube otro pajarillo parlanchín. Saluda en gabacho a sus compis. Menuda mierda de país árabe de pega al que me he ido a vivir…Menea la melena cardada. Saca del bolso falso de Louis Vuitton un móvil en el que relumbra como fondo de pantalla San Charbel, el primer santo del Líbano. Si aceptamos pulpo como animal de compañía entonces los santos también pueden tener fans. Ahora hay que hacerle espacio a una monja. Lleva un chaleco de marca sobre la pulcra camisa blanca. Cada vez estoy más desconcertada.
La luz se va de repente, el ascensor se detiene con un golpe brusco. Oigo algo como “claustrophobie, claustrophobie”. Los pelos de la leona con el cardado me rozan la cara, tengo que aprender a decir en francés y cuanto antes cierra la puta boca. La luz regresa a los pocos segundos, la monja y las tres amazonas de baratillo salen pitando. Entra entonces una ninfa de no más de 40 kilos mordisqueando una zanahoria. Se estudia en el espejo con atención. Su imagen refleja a una Lolita sin burbujas, una copia defectuosa y forzada de la femineidad más artificial.
Yo también fui un día alumna de una universidad privada, también me sentía muy desubicada pero siempre supe que en Jordania se hablaba árabe y en Venezuela español…No, no se merecen la más mínima compasión. Son casi las 7 de la tarde. Apenas queda gente en el sexto piso. Fotocopio la cara de Saddam Hussein, la de Putin, la de Berlusconi, la de Bush…Grandes estadistas para un gran tema, el de las nacionalidades. El edificio está en silencio por eso se oye con claridad un avión que sobrevuela a baja altura. Tan sólo unos minutos después el sonido tremebundo de una sirena irrumpe por el pasillo invadiéndolo todo. Es un pitido insoportable y yo soy una hipocondríaca. Un alumno sale asustado del aula más próxima:
-¿Es la alarma de incendios?
-Eso, o algo mucho peor…
A mí desde luego no me va a pillar un ataque aéreo fotocopiando el careto de sabiduría de Bush. Me dirijo corriendo a la escalera de emergencia como alma que lleva el diablo. Bajo los 6 pisos en un santiamén. He perdido por el camino a Sarkozy y a Julito Iglesias. Afuera, la noche empieza a ser calurosa. La alarma no cesa. Los únicos que siguen trabajando son los srilankeses encargados de la limpieza. A ellos ni siquiera se les permitiría salvarse.