Los colores especialmente pequeños de los que brotan los nombres más hermosos habían llenado el camino y los caminantes, por no adelantarlos, demoraban pacientemente el paso. Después de una temporada de remanso, un soñador comentó inocentemente que tal vez las flores y también ellos eran parte del camino y que en realidad no se movían. Antes de ver confirmada tal simpleza, los rastreadores recogieron todas las flores y se mostraron dispuestos a agilizar el viaje. Unidos los ojos con la tierra, en vez de los acostumbrados rastros, encontraron el extremo de un cordel.
Los soñadores lo reconocieron de inmediato y entonaron misteriosos cantos de media noche sobre un ovillo plateado que reposaba en las manos de la amada. Los experimentados rastreadores no vacilaron al declarar que aquello era un rastro como cualquier otro y que no tendrían más que seguirlo para encontrar las respuestas.
El hallazgo de la punta del ovillo llegó muy pronto a oídos de los coros y danzas, que recordaron las túnicas del tiempo tan espléndidas y bien conocidas, y pensaron meramente en algún hilo suelto. En cualquier caso, fueron hasta el lugar del hallazgo llenándose el camino con el ímpetu de los coros y la insistencia de las danzas, que pregonaban el relucir de las vigorosas puntillas verdes, las enaguas de un azul profundo y los hilos sueltos, que siempre se están moviendo y que también relucen. Los ingenieros creyeron estar en la aventura más divertida de su vida y riendo entre dientes ante tanto derroche de entusiasmo, apuntaron que quizás la vida fuera un enorme jersey de lana, visto lo cual sería más eficaz tirar el jersey y comprar una madeja.
Cuando por fin estuvieron todos reunidos, los rastreadores buscaron a la mano de Dios para encargarle que anudara el hilo a medida que el camino avanzaba, pero al poco resoplaron que ni rastro de ella y ordenaron un descanso para hacer una fiesta.
Sin duda el viaje de la vida es el más sorprendente y maravilloso, pero pregunten al pájaro cabra, si ésta u otra razón quedase confusa, como es habitual últimamente. Para que puedan reconocerlo fácilmente, sepan que el pájaro cabra es del tamaño de un frigorífico mediano, y todo de color vino, a excepción de los ojos, que son muy blancos y que inspiran mucho respeto. Acérquense sin prisas y cuando les tienda el ala, estréchenla amistosamente.