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Mientras tantoAdiós a las teorías

Adiós a las teorías

El señor Alpeck va a la ópera   el blog de Andrés Ibáñez

Lo contó Enrique Vila-Matas en la presentación de su última novela, Dublinesca, que todavía no he leído pero que tiene muy muy buena pinta. Contó, entre muchas otras cosas, cómo al verse perdido en uno de esos hoteles anónimos en los que a veces se ven anclados los escritores (y también los propios personajes de las novelas de Vila-Matas), había decidido ponerse a escribir una teoría de la novela contemporánea. Una vez terminado el texto, una de esas páginas (imagino) donde un creador resume toda una vida de reflexión sobre literatura y creación, decidió romperlo y tirarlo a la basura. El texto aparecerá publicado próximamente en la editoral Seix-Barral.

 

Muy bien. Ahora recapacitemos sobre lo expuesto en el párrafo anterior. Observemos que:

(a) en primer lugar, Vila-Matas decide escribir una teoría sobre la novela contemporánea;

(b) una vez escrito el texto, lo destruye;

(c) finalmente, el texto se publica.

 

Paréceme a mí que la verdadera teoría de la novela contemporánea de Vila-Matas, cuya lectura aguardo con impaciencia, se sintetiza precisamente en esos tres puntos, en esa pequeña historia, en esa action writing, en fin. Dicho de otra manera, que la verdadera teoría de la novela contemporánea consiste en (a) escribir la teoría, (b) destruirla y (c) publicarla. Poniéndonos un poco snobs, podríamos decir que esta no es en realidad una teoría de la novela contemporánea, sino una teoría de la teoría de la novela contemporánea. Y teorizar interminablemente al respecto. Pero tranquilícense, porque no vamos a hacer tal cosa.

 

Es inevitable inventar teorías. Las teorías pueden ser divertidas y estimulantes, con tal de que no nos las tomemos demasiado en serio. Escribir, hablar, enunciar mensajes es ya crear teorías, como fácilmente puede comprobarse leyendo las frases, sin ir más lejos, de este mismo párrafo. Que, por el momento, y como quien no quiere la cosa, contiene ya las siguientes teorías: (teoría 1), que inventar teorías es inevitable, (teoría 2) que las teorías pueden ser divertidas y estimulantes con tal de que no nos las tomemos en serio, (teoría 3), que uno no debe tomarse en serio las teorías, (teoría 4) que utilizar el lenguaje implica crear teorías.

 

¿Se deben, pues, destruir las teorías? En mi opinión (lo cual no deja de ser una teoría), estamos viviendo una época en la que las teorías no son posibles. Sucede en estos tiempos con las teorías como sucede con el aire respirable a ciertas alturas: que no hay suficiente concentración como para alimentar nuestra necesidad de oxígeno. Las teorías pertenecen, creo, a épocas más ingenuas (lo cual, sin duda, es una teoría también). Las teorías presuponen un consenso sobre qué es lo real, y ese consenso está en estos tiempos un poco tembloroso, un poco evanescente. En la presentación del libro de Vila-Matas, Adolfo García Ortega, con el que hablo un rato, me recuerda aquello de que «corren malos tiempos para la lírica». Es verdad, pero para lo que sí que corren malos tiempos es para las teorías.

 

Por lo tanto, la respuesta es que, en efecto, las teorías deben ser destruidas, abandonadas o, como mínimo, traicionadas.

 

Pero lo verdaderamente brillante, el verdadero toque de genio, consiste en destruir la teoría y, a continuación, publicarla. Dios mío, ¡la cantidad de teorías que se me ocurren a propósito de este verdadero tour de force! Publicar lo destruido. La época en que se publica todo, hasta lo que no existe. La publicación de libros inexistentes, muy propia de nuestra época, en la que aparecen en papel y con tapas de cartón obras como, por ejemplo, El original de Laura, la novela que Nabokov no llegó a escribir. Publicar textos en los que uno no cree, o que ya no son necesarios, o textos que regresan, como Kim Novak, de entre los muertos.

 

Y ahora el colofón. Colofón: me alegro de que Vila-Matas no llegara a destruir su teoría. Me alegro de que haya personas que sigan teniendo el valor, el buen humor, la fe, el amor y la esperanza suficientes como para seguir creando teorías. El libro será muy bonito, como lo son todos los de esa colección diminuta de Seix-Barral donde aparecerá. Todos lo compraremos. Muchos no estarán de acuerdo. Otros, en fin, recordarán ese poema de Borges en el que Milton descubre que su obra no es un resumen del mundo, sino un objeto más el mundo.

 

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