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Mientras tanto¿Chico o chica?

¿Chico o chica?


Mi hija era calva y no le puse pendientes. El frutero de al lado de mi casa le decía «machote, machote…¿cuándo te vas a venir conmigo a repartir fruta?» Yo sonreía.

 

Un día se repitió la misma escena pero coincidió que mi madre estaba delante. Le faltó tiempo para contestar: «Oiga, ¡que es una niña como un sol!». El hombre puso cara de circunstancias y con alguna excusa salió del paso.

 

Cuando volvimos a coincidir, como si el incidente no hubiera existido, se dirigió a mi hija en el tono habitual pero esta vez dijo: «Hola brujita, ¿qué tal brujita?», y claro, de repartir fruta nada de nada.

 

¿Nene o nena? ¿chico o chica? ¿varón o mujer? ¿Tanto importa el cuerpo? Sí, claro, tenemos que saber como dirigirnos a la persona y como interpretar sus reacciones. Ni los fetos se libran de las proyecciones.  Depende de la casilla que marquemos hay toda una serie de artillería (quirúrgica y no quirúrgica) «normalizadora» preparada.

 

XXY, preciosa historia la de Lucía Puenzo en la que cuenta que es posible no tener que elegir. Que el sexo no es binario. Que nada es tan simple como nos lo muestran, ni la orientación sexual, ni la identidad sexual, ni los propios cuerpos sexuados.

 

Si buscamos la definición de hombre en el diccionario de la RAE, el cuerpo está ausente, se limita a definirlo como «ser animado racional mujer o varón». Ante la duda, como hizo mi frutero, toda persona es hombre. Sólo si le ponemos pendientes (entre otras marcas) podemos hablar de mujer, que la RAE define como «persona del sexo femenino».

 

Al final no es tan descabellado pensar que el sexo es tan cultural como el género. La división sexo-género, tan rechazada por los académicos, sirvió para dejar clara conceptualmente la diferencia entre lo biológico y lo cultural. Pero parece que en la determinación de las posibilidades biológicas también andamos interviniendo en la naturaleza, que por otra parte, es el estado del que salimos para convertirnos en especie humana: seres racionales y punto. Porque la razón nos desnaturalizó para siempre, para lo mejor y lo peor, para convivir o enfrentarnos, para cuidarnos  o destruirnos,  para elegir o no.

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