
Cuando llegan los cuartos de final de la Champions el gourmet del fútbol está en su salsa. Los cuartos tienen algo especial: no se especula tanto como en una semifinal o en una final y, al mismo tiempo, el rango de los contrincantes, salvo honrosas excepciones, no da lugar a componendas. Si a ello añadimos que se enfrentaban dos equipos que han hecho del fútbol coral y de ataque una declaración de principios, comprenderán que el Arsenal-Barça era un acontecimiento muy especial en este año tan apretujado por el Mundial y con una Liga española resuelta a un sólo pulso entre los dos de siempre.
La cita del Emirates cumplió de sobra con el cartel. Un empate a dos y sobre todo una soberbia demostración de un Barca que jugó durante sesenta minutos con un sentido de la solidaridad y del juego, de los espacios y los tiempos, de la presión y el rondo que parecía una sinfonía. Al final, el Arsenal le enmendó la plena gracias al buen olfato de Wenger que lleva en esto muchos más años que Guardiola: el único defecto de este Barca se llama Maxwell y allí acudió el alsaciano con un sprinter como Theo Walcott para afear un poco, sólo un poco, la magna demostración azulgrana.
Detalles hubo para no parar: Valdés es un gran portero por si alguno tenía la menor duda y se crece en los grandes encuentros; Busquets un hallazgo para el fútbol español, mezcla, se ofrece, da y recibe; Xavi el mejor conductor de juego del mundo e Ibrahimovic tras unos comienzos desesperantes pertenece a esa raza de jugadores cuyo amor propio les convierte en seres auténticamente peligrosos. Por parte de los gunners un Fábregas renqueante sostuvo a un equipo que iba al matadero con acciones de gran inteligencia, Nasri es un mago de la escuela de Iniesta y me sigue sorprendiendo mucho pero que mucho un jugador que no ha estado en ninguna agenda, salvo la de Wenger, hasta este año, el larguirucho Bendtner. Otro portero español (y que le vendría bien a la selección británica de Capello) Manuel Almunia triunfa en Inglaterra gracias a veces a una defensa muy descoordinada que suele venderle a menudo, aunque este chico tiene reflejos de pistolero.
La eliminatoria está abierta, pero lo mejor que ha podido extraer Guardiola de su visita a Londres es una amarga lección de humildad: el Barça ha disputado los mejores minutos de la temporada pero sólo le han valido para empatar a dos. Un magnífico resultado en Champions pero francamente mejorable, visto lo visto, para un preparador que persigue la perfección de los grandes momentos y que como ha venido demostrando puede seguir brindándola a una comunidad cada vez más amplia de gourmets. El fútbol siempre debería estar en cuartos de final.